Cuando Vladimir Obukhovsky habla de Josef Stalin, su voz baja de tono en reverencia. El muchacho de 23 años es demasiado joven para recordar la vida con el dictador soviético —ya no digamos el sistema comunista de Rusia— pero él anhela ver la bandera roja ondear sobre el Kremlin una vez más. “El comunismo es el único sistema en el que nuestro país lo tuvo todo”, dice Obukhovsky, líder del moderno Komsomol, la organización juvenil comunista fundada por los soviéticos. “Las autoridades de hoy día han destruido todo lo que construyeron los soviéticos”.
Obukhovsky no es el único quien ansía el regreso del pasado soviético de Rusia. Más de un cuarto de siglo después de la caída de la Unión Soviética, las ideas comunistas siguen siendo extremadamente populares en Rusia, donde la nostalgia por las garantías sociales que proveía el sistema soviético está muy extendida. Mientras los rusos batallan con una crisis económica que ha hundido a muchos en la pobreza ingente, el apoyo al Partido Comunista está creciendo en vísperas de las elecciones parlamentarias de septiembre. Entre otras cosas, en su plataforma de este otoño está la nacionalización de los recursos naturales, así como la absorción estatal de las industrias del tabaco y el alcohol para financiar más gasto social. El partido también está prometiendo introducir una tasa tributaria progresiva para remplazar el impuesto fijo de 13 por ciento promulgado por el Presidente Vladimir Putin hace más de una década. “¿Por qué a un limpiador quien recibe un salario mínimo debe cobrársele el mismo impuesto que a un oligarca?”, pregunta Gennady Zubkov, un legislador regional del Partido Comunista. “Esto es inaceptable”.
En septiembre pasado, en un resultado que conmocionó al sistema político cuidadosamente controlado de Rusia, Sergei Levchenko, del Partido Comunista, fue elegido como gobernador de la región Irkutsk del este de Siberia, derrotando a su rival del partido gobernante Rusia Unida. La victoria de Levchenko fue la primera vez que un candidato apoyado por Putin resultó derrotado desde que el Kremlin reintrodujo las elecciones directas de gobernadores regionales en 2012. Activistas locales del Partido Comunista dicen que su verdadero margen de victoria fue tan grande que los funcionarios electorales allegados al Kremlin fueron incapaces de amañar la votación a favor del candidato del partido gobernante, una medida que los críticos alegan es un lugar común en toda Rusia.
En mayo, la organización encuestadora Centro Levada, domiciliada en Moscú, reconocida ampliamente como el indicador más certero del ánimo público en Rusia, reportó un aumento de 6 puntos porcentuales en el apoyo al Partido Comunista, pasando de 15 por ciento a 21 por ciento desde el mes anterior. En febrero, la misma encuestadora halló que más del 50 por ciento de los rusos favorecía un regreso a una economía planeada al estilo soviético.
Aun cuando los occidentales quizás estén más familiarizados con Boris Nemtsov, el crítico del Kremlin que fue muerto a tiros el año pasado, o Alexei Navalny, el carismático activista contra la corrupción, los comunistas son el segundo grupo más grande en el parlamento. Para millones de rusos, el partido representa la oposición auténtica a Putin y Rusia Unida. Esto es en especial válido fuera de las grandes ciudades, en las provincias, donde los activistas contra Putin como Navalny a menudo batallan para expresar su mensaje a favor de la democracia. El Partido Comunista, con sus recursos enormes, incluidos 22 millones de dólares en financiamiento anual del presupuesto federal, tiene pocos problemas de ese tipo.
Por ejemplo, vea Volzhsk, la ciudad es el segundo mayor centro de población en Mari-El, un área empobrecida a unas 500 millas de Moscú. La infraestructura de la ciudad en gran medida es inadecuada para su uso, con senderos polvosos y ásperos en lugar de aceras, caminos llenos de baches e instalaciones públicas derruidas. “Ese es nuestro cine local”, dice Andrei Kalugin, candidato al parlamento por el Partido Comunista, mientras se para fuera del cascarón carbonizado de un edificio en la ciudad. “Se llama Patria. Se quemó hace tres años. Al parecer, no hay dinero para arreglarlo”, añade él, riendo por el simbolismo obvio.
Los partidarios de Putin tal vez alaben al viejo líder del país por “levantar a Rusia tras estar de rodillas”, como dicen a menudo. Pero en Volzhsk, y en demás lugares en Mari-El, es difícil, si no imposible, empatar esas afirmaciones grandiosas con la cruda realidad. “En los últimos 15 años, Rusia ha visto fábricas cerrar, caminos caer en mal estado, y mucha gente es incapaz de comprar hogares”, dice Sergei Kazankov, otro candidato del Partido Comunista en Mari-El. “La gente todavía recuerda la Unión Soviética, cuando los apartamentos eran proveídos por el estado y cuando había empleos para todos. La gente no olvida estas cosas tan fácilmente”.
Los miembros del partido culpan a la corrupción de alto nivel por el estado lamentable de las cosas; Mari-El es la sexta región más pobre en Rusia, donde los salarios mensuales promedian apenas 22,000 rublos al mes (alrededor de 342 dólares). En Volzhsk, los salarios son todavía más bajos. “Yo gano 5000 rublos al mes, y mis pagos de servicios públicos llegan a los 10,000 rublos”, dice Svetlana, de edad madura y cuidadora a medio tiempo de un centro deportivo en ruinas. Como mucha gente en la región, Svetlana, quien pidió que su apellido no fuera publicado, no siente amor por Rusia Unida. “Yo apoyo a los comunistas, por supuesto”, dice ella a Newsweek. “¿Cómo podría no hacerlo, dada la forma en que vivimos hoy?”
Recientemente, la retórica del Partido Comunista se ha vuelto más aguda y más enfocada, en especial cuando se trata de la corrupción estatal. Según la propia admisión del Kremlin, la corrupción le cuesta a Rusia alrededor de 30,000 millones de dólares al año. Los comunistas no han acusado directamente a Putin de involucrarse, pero altos miembros del partido se han tirado en contra de miembros de su círculo íntimo. Los comunistas también han lanzado una petición en línea para obligar al parlamento a ratificar el Artículo 20 de la Convención de Naciones Unidas Contra la Corrupción, la cual estipula cargos criminales automáticos para funcionarios de gobierno incapaces de explicar las discrepancias entre su gasto y sus ingresos oficiales. “Aquellos cercanos al presidente claramente gozan de un trato preferencial y se enriquecen mediante malversación y sobornos”, dice Valery Rashkin, presidenta del Partido Comunista en Moscú. “La corrupción es hoy un crecimiento canceroso en el cuerpo de Rusia. Si no la extirpamos, se volverá fatal”.
Aun cuando pocos dudan de la sinceridad de los activistas de bajo nivel, los críticos alegan que el partido no tiene una intención real de desafiar a Putin, y que su líder veterano, Gennady Zyuganov, se contenta con proveer una oposición simbólica a cambio de los millones de dólares de financiamiento que vienen con encabezar el bloque de oposición más grande del país. Como evidencia, los críticos citan el apoyo entusiasta del Partido Comunista a la política exterior de Putin, así como a una legislación destinada a reprimir las libertades civiles. “Los comunistas desde hace mucho han aceptado las reglas del juego”, dice el eminente analista político ruso Dmitry Oreshkin. “A ellos… se les permite criticar a las autoridades porque el Kremlin sabe que esto no va a llevar a un cambio radical. Putin tiene la llave, y la llave es el dinero”.
Ex miembros del Partido Comunista son todavía más duros. “El Partido Comunista es un cascarón vacío, un simulacro”, dice Anatoly Baranov, quien fue expulsado del partido en 2007 como parte de una purga a gran escala de disidentes. “Su programa político es falso y nadie pretende implementarlo”.
Funcionarios del Partido Comunista refutan enfurecidos tales afirmaciones. “En todas las elecciones, izamos la bandera roja y avanzamos a la victoria”, dice Rashkin, la jefa del Partido Comunista en Moscú. “También somos el partido de oposición más activo en lo tocante a manifestaciones callejeras”.
Al contrario de otras partes de Europa Oriental, donde los movimientos izquierdistas se han modernizado y adoptado ideas socialdemócratas, el Partido Comunista moderno de Rusia se ha resistido a tales reformas, aparte de hacerse más amigable con las empresas y abrazar de manera controversial la cristiandad ortodoxa rusa. Imágenes de Lenin y Stalin dominan las oficinas y banderas del partido, y el símbolo oficial del partido sigue siendo la hoz y el martillo. “Siempre promoveremos los nombres de Stalin, Lenin y otros héroes soviéticos”, dice Rashkin.
Es una política que empata con las actitudes del público. A pesar de una evidencia avasalladora de que él envió a millones a morir en gulags, la popularidad de Stalin se ha disparado en medio de las confrontaciones de Rusia con Occidente por Ucrania y Siria. Este año, una mayoría de los rusos (52 por ciento) indicó en una encuesta anual de opinión que consideraban el gobierno sangriento de Stalin como “probablemente” o “definitivamente” algo positivo. “En Rusia, decimos que nadie juzga al ganador”, dice Obukhovsky, el joven líder del Komsomol. “Y Stalin ganó. Él venció al tiempo, él venció a su propia muerte, y él venció a sus enemigos. Y por ello es que nosotros, la generación más joven, estamos orgullosos de portar banderas que llevan su nombre”.
Con el 100º aniversario de la revolución bolchevique de 1917 acercándose, los comunistas de Rusia confían en que la historia está de su lado. “Tarde o temprano, sin importar los medios”, insiste Obukhovsky, “El Partido Comunista regresará al poder”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek