Hace un año, Ahmed Ibrahim al-Mughassil se preparó para abordar un vuelo de Beirut a Teherán, la capital de Irán. Antes de que pudiera hacerlo, agentes de inteligencia exterior, quienes habían entrado previamente al país, lo atraparon y lo llevaron de vuelta a su capital, donde hasta el día de hoy sigue detenido.
Los hombres que llevaron a cabo el arresto eran de Al-Mukhabarat al-A’amah, el servicio de inteligencia exterior de la Casa de Saud, el Reino de Arabia Saudita. Al-Mughassil es un chiita Saudita y miembro de la rama militar del grupo extremista Hezbolá Saudita, financiado por Irán, el cual busca la caída de la familia real en Riad. Y su arresto se esperaba desde hacía tiempo, casi 20 años, de hecho. Al-Mughassil está acusado de ser el cabecilla del bombardeo de 1996 en las Torres Khobar en Arabia Saudita, en el que murieron 19 soldados de Estados Unidos. Al-Mughassil de inmediato huyó a Teherán después de ese estallido, y, según fuentes regionales de inteligencia, ha permanecido bajo protección de Irán y Hezbolá desde entonces, principalmente en Beirut.
Su arresto el año pasado fue otro frente en una guerra fría que se agudiza entre Arabia Saudita e Irán que va a definir a Oriente Medio en el siglo XXI. Su rivalidad intensificada ejemplifica el cisma amargo dentro del islam: Riad se ve como la abanderada de los musulmanes suníes en la región y ve a la teocracia chiita en Irán —la cual ahora se está volviendo más poderosa que nunca antes, gracias a un acuerdo nuclear que ha reducido las sanciones internacionales contra Teherán— como su enemigo mortal. Bajo el liderazgo del Rey Salman bin Abdulaziz al-Saud, quien ascendió al trono el año pasado, los Sauditaes ahora desafían a Irán en múltiples frentes.
Estos incluyen dos guerras subsidiarias. Una es en Yemen, que tiene frontera con Arabia Saudita. Los Sauditaes intervinieron allí el año pasado para evitar que rebeldes houthis apoyados por Irán se hicieran con el control del país. La guerra se ha prolongado desde entonces, con los houthis todavía atrincherados en la capital, Saná, así como en su bastión en la parte norte del país. Como dice John Hannah, un analista regional de la Fundación para la Defensa de las Democracias (FDD), el punto muerto ha resultado en un estado fallido, uno que alberga a una de las filiales más letales de Al Qaeda, conocida como Al Qaeda en la península arábiga, y ahora “parece destinado a ser un semillero fértil de yihadismo, conflicto sectario e inestabilidad regional en los años por venir”. Miles de civiles han muerto en ataques aéreos de la coalición encabezada por los Sauditaes, la cual depende del apoyo de Estados Unidos.
La otra guerra subsidiaria es el conflicto en Siria, la cual ha cobrado casi 500,000 vidas y no da señales de disminuir. Teherán es patrocinadora del dictador Bashar Al-Assad, abasteciendo al régimen acosado de armas y combatientes, tanto de Irán como de Hezbolá, el grupo apoyado por Teherán en Líbano. Teherán también alardea de una alianza de facto con Vladimir Putin y Rusia, que el 16 de agosto empezó a usar una base aérea en Irán para lanzar ataques contra rebeldes anti-Assad en Siria.
En el último año, la intervención de Teherán y Moscú le ha dado un giro a esa lucha a favor de Assad. Pero los Sauditaes continúan enviando armas a los combatientes suníes en Siria y han dicho que proveerán tropas de pie si Estados Unidos apoya una estrategia más agresiva para retirar a Assad. Una fuente regional de inteligencia dice que una entrada de armas provistas por los Sauditaes ha contenido las acciones del gobierno de recuperar la ciudad de Alepo.
SANGRÍA EN EL MEDIO: Casi medio millón de personas ha muerto en la guerra civil de Siria. Arabia Saudita insiste en que el presidente Bashar al-Assad debe irse, mientras que Irán le ha proveído apoyo militar y asesoría. FOTO: MANU BRABO/AP
La matanza en Siria se da cuando la relación de Riad con Washington se vuelve cada vez más tensa. Los Sauditaes creen que el Presidente Barack Obama, al buscar el acuerdo nuclear con Irán, ha cambiado completamente el status quo de seguridad en el golfo y en toda la región. Los Sauditaes estaban impacientes por que Obama continuase con su promesa de actuar si se cruzaba lo que él llamó una “línea roja” en Siria, cuando él dijo que Assad tendría que irse si usaba armas químicas. El presidente no cumplió eso, se ha resistido a los llamados dentro de su administración a armar y entrenar más agresivamente a grupos rebeldes contra el gobierno de Siria, y ha hablado abiertamente de tener que estar al tanto de las “participaciones” iraníes en siria, todo lo cual ha enfurecido a Riad. Se dice que Salman cree que es porque Obama no quiso antagonizar con Teherán antes de firmar el acuerdo nuclear, y todavía no quiere por miedo a que Irán se retire de él. (Esta es una creencia ampliamente sostenida a través del mundo árabe sunní.) El oficial regional de inteligencia dice: “Salman no ve útil a Obama. No puede esperar a que se vaya”.
Obama ha dicho que él espera que los Sauditaes e iraníes puedan alcanzar un “equilibrio” en el golfo, y que Riad deba contentarse con “compartir” el poder con su archirrival. En la opinión Saudita, la retirada de Estados Unidos de la región no ha resultado en “equilibrio” sino que más bien ha creado un vacío que Teherán busca llenar. El oficial de inteligencia regional dice que Salman “está muy determinado a asegurarse de que ello no pase”, razón por la cual enfrenta a Teherán en tantísimos frentes.
Como señala Hannah, de la FDD, los Sauditaes también han usado su principal arma económica —el petróleo— para privar a Irán de cuanto dinero puedan, ahora que Teherán puede vender crudo globalmente, libre de sanciones. A pesar de una superabundancia de petróleo y un período prolongado de precios bajos, los Sauditaes han resistido los llamados a reducir su producción para aumentar los precios. En septiembre, las naciones de la OPEP y Rusia están programadas para reunirse en Argel, Argelia, para discutir suspensiones a la producción. Pero con Moscú, el tercer mayor productor de petróleo en el mundo, trabajando con Teherán, es poco probable que los Sauditaes sigan la corriente.
“No vemos nada que indique que ellos quieran algo más que precios bajos por más tiempo con el fin de privar a Rusia e Irán de ingresos”, dice un diplomático en un país vecino del golfo. “Ellos han usado esta arma por dos años, y posiblemente continúen usándola”.
Riad también ha estado diplomáticamente activa con el fin de castigar a Teherán. Cuando los Sauditaes ejecutaron a un eminente clérigo chiita en enero —después de que Irán les advirtió que no lo hicieran—, turbas atacaron y quemaron instalaciones diplomáticas Sauditaes en Irán. Los Sauditaes rápidamente rompieron sus relaciones diplomáticas con Irán y presionaron a naciones compañeras de la Liga Árabe a reducir sus relaciones también. Como señala Hannah, la única que no lo hizo —Líbano— “rápidamente sintió la ira de los Sauditaes”. Riad recortó $4,000 millones de dólares de ayuda a los militares de Beirut y advirtió a los ciudadanos Sauditaes que dejaran de ir a Líbano por turismo o negocios.
Hannah y otros analistas regionales creen que la Casa de Saud podría estar detrás de la agitación reciente entre grupos minoritarios iraníes. Fuerzas kurdas han chocado con tropas del Cuerpo de Guardias Revolucionarias Islámicas de Irán, y personas de origen árabe han reclamado el crédito por ataques contra oleoductos iraníes. Hannah señala que Turki al-Faisal, un miembro de la familia real y otrora jefe de la inteligencia Saudita, así como embajador ante Londres y Washington, dio un discurso de alto perfil en julio ante los Mujahedeen-e-Khalq, un grupo iraní en el exilio que Teherán considera una organización terrorista. Entre otras cosas, Turki dijo: “Yo también quiero al caída del régimen”.
Eso es peligroso. Teherán podría tratar de desestabilizar al régimen en Riad. Y aun cuando nadie cree todavía que los dos países chocarán directamente, hay un nerviosismo regional creciente de que las guerras subsidiarias continúen sin fin e incluso se intensifiquen. A los jordanos en particular les gustaría ver una disminución en las tensiones entre Riad y Teherán, dada su proximidad con el conflicto sirio y la carga de tener que acoger a más de 1.2 millones de refugiados (hasta ahora). “Pero lo que les gustaría ver”, dice una fuente occidental de inteligencia que trabaja en la región, “es muy diferente de lo que posiblemente obtengan”. La Guerra Fría de Oriente Medio, predice la fuente, “posiblemente se intensifique antes que calmarse”.