Aún
cuando los torsos de las niñas y los niños lucen iguales, a las pequeñas les
ponen el bikini completo.Eso es lo de menos, lo que es preocupante es la
importancia que se le da al asunto, el valor que adquiere la imagen de la
persona desde pequeña. Lo pesado es la presión social para adaptarse a patrones
que gozan del beneplácito general, y obedecen a las directrices marcadas por el
mercado.
Para María Silveria Agullo, subdirectora del
Instituto Universitario de Estudios de Género de la Universidad Carlos III, se
vive una vuelta a la importancia y cosificación de la mujer, de valorar su
cuerpo y aspecto antes que su profesión, estudios y valores. Es decir: vamos
para atrás.
“Se está produciendo una involución en la igualdad en
general, y en la educación de género en particular”, agrega Heike Freire,
filósofa, psicóloga, periodista y escritora especializada en pedagogía. Dice
que las niñas y los niños tienen ahora mucha más presión social para seguir los
estereotipos; “la mayor parte de los objetos están diferenciados por género. Lo
mismo sucede con el traje de baño”.
Freire considera que en las dos últimas décadas, la
sexualización infantil se ha hecho más evidente. “Por un lado, la adolescencia
se adelanta cada vez más; las niñas se desarrollan antes físicamente y parecen
mayores psicológicamente”. Por otro, arremete, ‘vivimos en una cultura
esencialmente pedófila: el ideal de cuerpo atractivo que se transmite en la
publicidad es el de la infancia y muchas modelos y actrices son todavía menores
de edad, o lo parecen”. Añade que la adolescencia se está alargando.
La psicóloga señala que las niñas se ponen la
parte de arriba del bikini por voluntad propia, “debido a una presión social difusa
que están interiorizando”.
Dice Freire que asistimos a una vuelta de tuerca
del patriarcado capitalista. “La socialización de género se basa en el deseo de
ser mayor, de estar guapa, de que te miren; la conducta se modela sutilmente a
través de los medios o el diseño de la ropa”.
Silveria, socióloga experta en género, apunta
que las madres tienen parte de culpa en esa presión, aunque sea de forma
inconsciente. “Compran esos trajes de baño sin pensar, por influencia de la
moda, los medios, las redes y la publicidad”. Las niñas los quieren por las
mismas razones.
Silveria alerta de que la obsesión por cubrir el pecho
de las pequeñas las cosifica e incita a fijarse más y a pensar demasiado pronto
en una zona concreta del cuerpo; fomenta la vergüenza y el pudor. Una niña de 9
o 10 años quizás lo pide porque se siente acomplejada si no lo lleva. Otras
consideran que llevarlo es una prueba de que ya no son bebés. Por encima de
todo, se les debe dar la libertad de ponerse una prenda u otra, y respetar su
gusto.
Para corregir la
sexualización de la ropa de las niñas, Freire aboga por una educación en
igualdad basada en la reflexión sobre los roles. Silveria coincide pero acota
que debe pasar por una perspectiva de género no solo en el análisis sino en las
soluciones.