Se trata de
uno de esos asuntos que surgen casi de manera accidental, que así sin querer
hoy tiene conectado a la mitad de los seres humanos del mundo.
Cuentan los
enterados que al ingeniero británico Tim Berners-Lee se le pidió crear una base
de datos para el CERN, la Organización Europea para la Investigación Nuclear,
con sede en Ginebra. Un trabajo puntual, preciso, que desarrolló con eficacia
en unos cuantos meses en 1980; tan bueno fue, que en 1984 se le contrató para
trabajar de planta.
El
siguiente encargo se trató de un sistema para que los científicos desperdigados
por varios países tuvieran la posibilidad de compartir información; algo
similar a lo que hoy es internet, pero que en ese entonces no se tenía ni idea.
Tim Berners-Lee lo hizo bien de nuevo.
El 23 de
agosto de 1991 se abrió el acceso público a la World Wide Web, razón por la que
se instaura la fecha conmemorativa del Día del Internauta, que en 2016 celebra
nada más y nada menos que el aniversario de plata.
Qué difícil
imaginar lo que el científico londinense había creado en un laboratorio suizo:
el nuevo paradigma de la comunicación que transformó el mundo de manera
definitiva.
Hay que
diferenciar entre Internet y la WWW: la primera se refiere a la red que permite
la comunicación, mientras que la segunda es el espacio en el que se almacena
toda la información y todas las páginas web, como las conocemos en la
actualidad.
El posible
nombre original era The Information Mesh o The Information Mine, pero
finalmente Berners-Lee escogió World Wide Web para bautizar lo que hoy conoce
casi cualquier ser humano.
Las cifras
al respecto son asombrosas: en 1991 el número de usuarios no alcanzaba el 1% de
los habitantes, en 2016 se acerca a 50 por ciento, y los dígitos no se detienen ni un
solo instante; el número de páginas web alojadas en la red en 1994 eran menos
de tres mil, en 2014 sumaron más de mil millones.
Nombres
trascendentes: el ingeniero informático Robert Cailliau fue el primer
internauta, la primera página web: info.cern.ch, un honor que lógicamente
ostenta el CERN, que hizo posible el transformador proyecto.
De las
anécdotas que no pueden soslayarse, están las barras que van en las URL de las
páginas web. Berners-Lee las eligió al azar, y luego quedaron como la maldición
de muchos: “No sabía que serían tan problemáticas después’”, aceptó en una
especie de disculpa universal.