Las duras historias que los llevaron a vivir en la calle quedan a un lado a la hora de cantar: es uncoro de excluidos que aprovecha los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro para hacer oír su voz.
Sobre la escalinata del Teatro Municipal, el más importante de la ciudad, se posicionan los 60 intérpretes: algunos viven en albergues, otros siguen deambulando por las calles. Pero en este momento, nadie los ignora o les huye, por el contrario, ahora son las estrellas.
El proyecto se llama ‘Una sola voz’ y fue lanzado por la ONG británica Streetwise Opera (Ópera callejera) en el marco de los Juegos de Londres-2012, consiguiendo que por primera vez un grupo de sin techo se presentara en la Royal Opera House.
En Río, a unos días de los Juegos Olímpicos, la programación incluye además de conciertos, obras de teatro y talleres artísticos.
“Por tanto amor / por tanta emoción / la vida me hizo así…”, comienzan con “Cazador de mi” de Milton Nascimento.
En la primera fila está Elizabeth Miguel con su sonrisa tímida. Vive en la calle desde el 27 de marzo, lo recuerda bien porque era Domingo de Pascua. No supo controlar sus finanzas y llegó un momento en que no pudo pagar más el alquiler. Su situación la lleva como una cruz, no deja siquiera que la ayuden a cargar las pesadas bolsas azules que la acompañan a cada ensayo y presentación.
“Estando en la calle me esfuerzo para recuperar mi vida de antes, en un albergue me podría olvidar de los aprietos en los que me metí”, dice esta mujer de 58 años, que en sus tiempos de juventud hizo una gira por Italia con una compañía de ballet moderno.
Hoy, con las piernas “oxidadas”, se encontró por casualidad con elcoro y no lo pensó dos veces para unirse.
“Nos soltamos, nos olvidamos de la tristeza, de ese apretón interno de las cosas que no sabemos resolver, es muy gratificante, me da mucha alegría”, afirma.
Y ese el objetivo de este proyecto, que no ofrece dinero o comida, pero aporta un grano de arena para mejorar con arte la cruda realidad que atraviesan unas 5500 personas viviendo en las calles de Río, una ciudad de grandes contrastes sociales en donde los barrios ricos se mezclan con las populosas barriadas incrustadas en las montañas.
“Así como necesitan una sopa caliente o un refugio, necesitan también sentirse bien consigo mismo, sentirse bienvenidos en lugares y no pisoteados o ignorados. Ahí el arte es una herramienta poderosa”, explica a la AFP Matt Peacock, fundador de Streetwise Opera, acompañado de Renata Peppl, que es responsable del proyecto en Brasil.
Foto: AFP
Hotel de cartón
En el repertorio destaca la clásica “Acuarela do Brasil” de Ary Barroso y “Ratas y buitres” del carnaval de 1989 que Rico Vasconcellos va dirigiendo entusiasta con mano suelta.
Jorge Alexandre Junior besa su rosario de plástico blanco antes de cada tema y no lo suelta, es una especie de amuleto.
Como la mayoría de sus compañeros, canta y baila efusivo, sonriente, con los ojos brillantes, recordando los tres años que vivió en la calle y que ahora están en el pasado.
“Llegué a la calle por las drogas, no quería llevarlas a casa y acabé acostumbrándome al ‘hotel de cartón'”, dice a la AFP este hombre de 40 años, que seis meses atrás entró en un albergue.
A medida que va pasando el concierto, el público va aumentando. “Lo adoré, lo adoré”, dice un turista canadiense que pasaba por ahí. “¡Otra, otra!”, pide un grupo de señoras emocionadas.
Jónatas da Silva, que lleva 10 de sus 47 años en la calle, va pasando por ahí y se une a la fiesta. “Que bueno que ayuden a los pobres porque aquí en Brasil el pobre es muy humillado”, dice muy serio.
La profesora Marilea Porfirio. profesora de políticas públicas de la Universidad Federal de Rio (UFRJ), coincide con él.
“A pesar de que existen las políticas, es lamentable el trato que se le da a estas personas. Esta coral les da dignidad, les permite demostrar que son capaces como otros tantos”, señala.
Sin importar las barreras del idioma, elcoro se lanza con Freedom is Coming (Libertad viene en camino), una música de lucha sudafricana.
Al terminar, tres reverencias para agradecer los aplausos. Llegó la hora de volver a la cruda realidad, aunque muchos pasarán el día tarareando y con una sonrisa tatuada en el rostro.