Décadas después, es difícil recordar lo maltrecho que quedó Bill Clinton después de las elecciones primarias de 1992. Había logrado la nominación, pero su candidatura se vio perjudicada por sus esfuerzos para evitar ir a Vietnam y las acusaciones, que posteriormente serían confirmadas, de haber sostenido aventuras extramaritales. Parecía que se encaminaba hacia una desangelada convención en Nueva York.
Sin embargo, los sucesos conspiraron para hacer que las cosas funcionaran. Ross Perot suspendió su candidatura presidencial, por un corto tiempo, diciendo que un Partido Demócrata “reenergizado” significaba que podía abandonar la contienda. Y la selección de Al Gore por parte de Clinton como su vicepresidente, lo cual constituyó un triunfo de la amplificación por encima de la diversificación (dos sureños de cuarenta y tantos provenientes de estados adyacentes), dio un fuerte impulso a sus cifras en las encuestas. En la convención se presentaron impresionantes discursos inaugurales de la majestuosa representante Barbara Jordan, un entonces liberal gobernador demócrata de Georgia llamado Zell Miller y Bill Bradley, una estrella del baloncesto convertida en senador.
Ahora, dos décadas después, tenemos otra convención y otra maltrecha candidatura de Clinton. Sólo que esta vez se trata de Hillary Clinton, la controvertida senadora y Secretaría de Estado, que se encuentra en una cerrada contienda con Donald Trump. Es poco probable que esta convención resulte igualmente transformadora, pero podría ayudarle a ella a lograr una pequeña ventaja por encima de la estrella de “reality shows” a la que debería estar venciendo más fácilmente.
El expresidente comenzó relatando las anécdotas sobre cómo conoció a Hillary Rodham en la Facultad de Derecho de Yale. Dichas anécdotas son bien conocidas por los observadores de Clinton, pero siguen siendo nuevas para los adultos jóvenes, en especial, para aquellos jóvenes progresistas que piensan que la pareja no es más que una exasperante maraña de patologías, sucesos humillantes y honorarios provenientes de Wall Street. Todo matrimonio es un misterio, aun para aquellos que forman parte de él. Sin embargo, al recordar la primera vez en que ambos cruzaron sus miradas en Yale y la ocasión en la que él visitó a la familia de ella, donde todos eran fanáticos de los Osos y de los Cachorros, en los suburbios de Chicago, hace que su matrimonio resulte un poco menos opaco. Hizo una crónica de su conversación de casi 50 años, como la denominó Sidney Blumenthal, sobre cómo alcanzar objetivos liberales en un país conservador. “Ella asumió un gran riesgo”, dijo acerca del hecho de que Hillary Clinton hubiera aceptado un puesto de enseñanza de Derecho en Arkansas. “Era un lugar más rural y más conservador desde el punto de vista cultural que cualquier otro en el que ella hubiera estado.”
Al contar la historia de su esposa, el expresidente reafirmó su carácter y sus antecedentes liberales ante un escéptico público demócrata que lo escuchaba en el Centro Wells Fargo Center y desde su casa. Entre otras cosas, hizo una crónica sobre el trabajo de ella en la reforma de la justicia penal, sus esfuerzos para registrar a los votantes mexicoestadounidenses, el año que pasó en el Centro de Estudios sobre la Infancia de Yale tras terminar sus estudios de derecho y su interés en los derechos legales de los niños discapacitados.
A lo largo de la noche, Bill Clinton logró tres cosas principales: recordó al público que Hillary Clinton era una joven idealista. Dio una explicación de su matrimonio, y se reivindicó a él mismo, explicando su historial progresista ante una multitud que sólo lo conoce a partir de su Ley para la Defensa del Matrimonio y la desregulación de los derivados financieros. “Fui derrotado en la victoria aplastante de Reagan”, recordó acerca de su postulación en 1980 para un segundo período como gobernador de Arkansas. A sus 34 años, paso de ser el gobernador más joven de la nación para convertirse en el ex gobernador más joven de la nación.
Por encima de todo, el discurso de Bill Clinton fue una carta de amor a su esposa, aunque en ocasiones rayó en la sensiblería. “Me casé con mi mejor amiga”, dijo, en lo que pareció una extraña frase para llenar el auditorio. Y no olvidemos que este es un nombre que recibió sexo oral por parte de una becaria en la Sala Oval, que le mintió a su esposa acerca del asunto, y que hizo lo mismo con todo el país. Y sin embargo, hay una razón por la que continúan juntos, y esto hizo eco el martes.
Habría sido más fácil que ambos siguieran otro camino. Un político aspirante de Arkansas habría estado mejor con una reina de belleza de Little Rock que con una inteligente y joven abogada de Illinois. Ella también había estado mejor con otra persona, en algún otro lugar más liberal y más en onda. Pero se encontraron el uno al otro, y tan extraño como pueda ser su matrimonio, todo ello tiene algo de sentido. Cada uno de ellos piensa que el otro es la persona más inteligente del mundo. Este respeto es real, aun cuando esté manchado por un desprecio digno deQuién teme a Virginia Woolf. “Ella es la mejor provocadora de cambios que he conocido en toda mi vida”, dijo Bill Clinton.
Mientras hablaba del trabajo de ella como primera dama, y del tiempo que pasó en el Senado y en el Departamento de Estado, letreros con la leyenda “provocadora de cambios” comenzaron a aparecer entre el público. “Ella siempre desea ir hacia adelante. Simplemente así es ella”, señaló. Cuando dijo que ella había importado un programa preescolar israelí a Arkansas para trabajar con el republicano Tom DeLay con el fin de lograr que la adaptación fuera más fácil, quizás exageró un poco, pero sólo hasta cierto punto. Cuando Hillary Clinton asumió la causa de la adopción con DeLay, se trató de un momento muy importante. Como líder de la mayoría de la Cámara, el texano había liderado el esfuerzo para someter a Bill Clinton a un juicio político, y fue vilipendiado por los demócratas. Al dejar todo esto a un lado, señaló el expresidente, Hillary Clinton “lo honró por ser un padre adoptivo”, y generó una ley que facilitaba no sólo que los recién nacidos no deseados encontraran un hogar, sino que también lo hicieran los niños mayores que se encuentran en hogares sustitutos, para los cuales es mucho más difícil hallar un hogar.
Bill Clinton salpicó el relato de sus vidas con astutos movimientos políticos. Comparó el cortejo que hizo el presidente Barack Obama a Hillary Clinton para qué se convirtiera en su secretaria de Estado con sus múltiples intentos de lograr que se casara con él. Fue una forma inteligente de mencionar a un presidente a la que la multitud adora. Este comentario también parecía subrayar que sus talentos, tan poco comunes, también son reconocidos por otras miradas selectivas.
Si las afirmaciones de Bill Clinton sonaron como un discurso biográfico estándar, reforzado por un gran orador, recordemos que en la mayoría de las comisiones en las que se nomina a un senador o ex senador se dedica poco tiempo a mencionar su carrera en el Congreso. John Kerry, por ejemplo, hizo énfasis en su experiencia en Vietnam en su discurso de aceptación de 2004, pasando por alto las décadas que pasó en el Congreso. Sin embargo, el discurso de Bill Clinton dirigió considerablemente la atención a los años de Hillary Clinton en el Congreso, así como al tiempo que dedicó a crear políticas y a servir en el Comité de Servicios Armados. Sonó blandengue pero resultó efectivo: hizo que su blandenguería resultará atractiva. “Nadie que haya tratado seriamente con nuestros hombres y mujeres del ejército piensa que son un desastre”, dijo, aludiendo a Trump. “Ellos son un tesoro nacional.”
Reinventar al gobierno fue uno de los principales proyectos de Gore durante su período como vicepresidente en la década de 1990. Sin embargo, en su discurso, Bill Clinton enalteció a Hillary Clinton como una líder que desea hacer que el gobierno funcione y que sabe cómo hacerlo. Los republicanos la atacan, dijo al público, porque ella sabe cómo proporcionar servicios públicos y esto los asusta. La han reducido “a una caricatura”, conjurando una versión prefabricada y satanizada de ella, la cual guarda muy poca semejanza con la realidad. “Una es real. La otra es inventada”, dijo. “Ustedes tienen que decidir cuál es cuál. [Pero] hoy, han nominado a la verdadera.”
Con un tono de elegía, recordando las décadas de su vida juntos, él omitió las partes más sórdidas de su historia, dejándolas de lado con una simple frase: “Ella nunca se dará por vencida con ustedes”. La decisión de no hacer un recuento explícito de sus preocupaciones maritales hace eco de un debate ocurrido entre los miembros del personal de la campaña de Hillary Clinton para llegar al senado en el año 2000. ¿Debía dar un discurso largo explicando su matrimonio, y aclarando por qué permaneció con él? La decisión que se tomó en ese entonces y la noche del martes, la cual podríamos decir que fue positiva, consistió en hacer énfasis en lo positivo.
Se requiere un orador brillante para escribir una carta de amor a una mujer a la que ha logrado deshonrar de la manera más humillante. Y hay una sola persona que pudo haberlo hecho: Bill Clinton. Y lo hizo.
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek