El 15 de junio de 2015,
Brendan Klinkenberg se comió un burrito. Era un burrito de desayuno relleno de
huevo, tocino, aguacate, frijoles y queso. Varias horas después, se comió otro
burrito en el almuerzo. Y luego, para cenar, ordenó un burrito de carnitas en
una taquería del barrio Mission de San Francisco. Klinkenberg repitió el mismo
menú –menos el desayuno- al día siguiente. Y el siguiente, y el día después.
Tras una semana de esa dieta
infernal, Klinkenberg publicó un post en BuzzFeed: “No comí más que burritos
durante una semana”.
“Fue un error”, confesó
Klinkenberg, por entonces reportero de tecnología en BuzzFeed, un año después
de su “limpia” de burritos. “Nunca debes comer exclusivamente burritos toda la
semana. Te sentirás terrible”. La idea fue propuesta por un editor, aunque
Klinkenberg la aceptó de muy buena gana, ya que el titular aseguraba que
recibiría mucha atención. Además, BuzzFeed pagaría los burritos, así que
tendría comida gratis toda una semana. ¿Por qué no?
“Me pareció una idea tonta,
pero decidí hacerlo y acabar de una vez”, agrega Klinkenberg. “Fue una idea
bastante mala. Me sentí como basura”. En su artículo, declaró que había sido
“lo más estúpido que hice en mi vida”, y “no valió todo el sufrimiento envuelto
en tortillas”.
Sin embargo, otros reporteros
han hecho cosas mucho peores.
“He fumado posos de café,
ingerido comida gourmet para perros, me he emborrachado con un humidificador
lleno de vodka y más recientemente, traté de emborracharme con unos cuantos
galones de kombucha”, revela Jules Suzdaltsev, un escritor que ha llevado a
extremos el periodismo acrobático.
Hace una década, semejantes
retos habían sido material para reality shows, como Fear Factor o tal vez Jackass.
Pero los Jackass de hoy bien podrían ser periodistas profesionales disfrazados
de Marilyn Monroe o usando pañales para adultos en aras de contenidos. Y a la
vez que los modelos de anuncios migran al vídeo y los streams en vivo, los
reporteros empiezan a comer papel y a congelarse en cámaras de crioterapia para
el teleauditorio.
¿Cuándo fue que el trabajo
periodístico se volvió tan… físicamente indigno?
El periodismo de inmersión no es novedad. En 1887, la reportera Nellie Bly
fingió volverse loca para que la internaran en un manicomio de la Ciudad de
Nueva York, y su estancia produjo un artículo encubierto histórico sobre las
condiciones escandalosas del Asilo para Lunáticas. Unos ochenta y tantos años
después, en 1970, Hunter S. Thompson escribió un relato desquiciado en primera
persona sobre el Derby de Kentucky, el cual más o menos inventó el género que
hoy conocemos como periodismo Gonzo.
“Lo que ocurre hoy”, dice Duy
Linh Tu, profesor de la Escuela de Periodismo de Columbia, “es un escalamiento
en el tipo de cosas que hacen [los escritores]”. El periodismo acrobático es
bastante fácil de definir: es un artículo en el cual un escritor se convierte
en conejillo de Indias, intentando algún reto masoquista o absurdo para
demostrar algo o proporcionar un relato experimental en primera persona. No
obstante, no es tan fácil seguir el rastro de la historia de este género; nadie
puede decirte, realmente, cuándo fue que el periodismo acrobático evolucionó en
la versión sensacionalista actual, así que simplemente retrocedamos a mayo de
2007. Fue ese mes cuando la revista Vice
pidió a un interno que se masturbara en una bandeja para hielos durante una
semana, congeló el semen y luego hizo que se comiera los 12 “cumsicles” de varios sabores formados
con su propio esperma (¡qué asco!).
¿Quieres periodismo acrobático o quieres la verdad?
En esencia, hay
cuatro categorías básicas en el periodismo acrobático: sexo, comida, horror corporal,
y moda/belleza. La repugnante proeza del interno de Vice, que costó casi nada y casi cubrió los cuatro rubros. Nueve
años después, el repelente artículo fue mayormente retirado de la Internet,
pero la ética de probar lo que sea se ha transformado en una industria dentro
de la industria. Las revistas para mujeres han acaparado el mercado de los
retos sexuales: una valerosa colaboradora de Cosmopolitan, quien escribe bajo el obvio seudónimo de Krista
McHarden, ha probado un lubricante de cannabis, dio a su novio una “chupada de
pomelo”, se comió una dona insertada en el pene del antedicho galán y además, le
puso un condón femenino para practicar el coito.
“[Hay] montones de reporteros
jóvenes que hacen estas cosas por muy poco dinero”, dice Lauren Larson,
asistente editorial de GQ quien, en
febrero, ridiculizó el fenómeno con la lista satírica “Ideas gratuitas de
periodismo acrobático para aspirantes a escritor”. “A veces, es de veras
gracioso y otras veces, es realmente estúpido”.
El artículo de Larson imagina
un futuro dominado por “un montón de egresados de la escuela de periodismo,
usando pañales para adultos y comiendo burritos”. No está muy lejos de la
realidad. Luego, tenemos el género de “vivir como celebridades”: una escritora
vivió como Khloé Kardashian durante una semana; otra vivió como Marilyn Monroe.
The Cut publicó “Mi semana viviendo como Shailene Woodley”, HelloGiggles llevó
el artículo “Viví como Chrissy Teigen durante cinco días completos”, The Tab
publicó el post “Viví como Donald Trump durante una semana”(¿cómo?) y Elle publicó una serie de cuatro partes titulada “Viví como Kim
Kardashian durante una semana”. “Puedes entrevistar gente o hacer una
investigación detallada sobre un tema específico”, informa Brooke Shunatona,
editora de Cosmopolitan, quien vivió
como Kylie Jenner toda una semana, “pero nunca sabes o entiendes realmente
hasta que lo vives”.
El titular de un artículo
acrobático casi siempre es una declaración en primera persona. La primera
palabra es un pronombre personal en singular o plural, tal vez un verbo
conjugado en primera persona, o quizás “Qué ocurrió cuando…”. Los has visto
circular en tus redes sociales, rogando por un clic. Dejé que mi novio me vistiera durante una semana. Condimenté mi
ensalada con sangre menstrual. Probé lubricante anal con mota para que no
tengas que hacerlo. Puse ligas para el pelo en el pene de mi novio. Me vestí
como Hermione Granger durante una semana y esto es lo que pasó. Fui a trabajar
solo con ropa interior (y esto es lo que pasó). Usé un pañal de spandex en un
club nudista para correrme mientras me hacían un lap dance. Traté de comer
perros calientes competitivamente y casi morí. Viví como Marilyn Monroe durante
una semana. Usé productos de belleza para hombres durante una semana. Tomé una
foto de todo lo que comí durante un mes. Probé a vivir como Dan Bilzerian y
descubrí cuál es su problema. Me puse pintura comestible en las tetas y las
froté por todo el cuerpo de mi novio. Leí y respondí cada correo de relaciones
públicas que recibí durante una semana.
Por cierto, yo escribí el
último artículo. No soy inmune a estas cosas.
El reportaje acrobático podría interpretarse como un primo lejano del ensayo
personal, la forma confesional que hoy granjea al autor un enorme poder y aun
más tráfico en sitios como Thought Catalog y xoJane. Es igualmente íntimo,
excepto porque el dolor –físico y de otra índole- es auto-infligido. Emerge de
un cuestionamiento personal capitalista que Leonardo DiCaprio conoce muy bien:
“¿Cuánto daño emocional y corporal estoy dispuesto a causarme en beneficio de
mi carrera?”.
Y si bien ningún periodista ha
tratado (aún) de imitar el régimen agotador de DiCaprio en “El renacido”
–dormir dentro de cadáveres de animales, consumir hígado crudo de bisonte, correr
el riesgo de sufrir hipotermia-, las películas son una fuente muy socorrida de
ideas para acrobacias. En 2015, el personal de Jezabel hizo el valeroso intento
de masturbarse con la banda sonora de “Cincuenta sombras de Grey”. Ese mismo
mes, la citada colaboradora de Cosmopolitan
y su novio intentaron llevar a cabo cada acto sexual de la película en un mismo
fin de semana. El artículo resultó más agotador que erótico (fragmento de muestra:
“Sus caderas arremeten, pero no hay luz en el fondo de sus ojos”). Más
recientemente, una escritora de Refinery29 publicó un artículo titulado “Lo que
pasó cuando comí como una princesa Disney durante una semana”, siguiendo las
pautas dietéticas de iconos animados de Disney, como Belle y Ariel.
Cada uno de estos artículos
contiene rastros incidentales del ensayo personal, trátese de alguien cuya
dieta revela una obsesión infantil con “La Sirenita” de Disney o una
maratonista sexual “Cincuenta Sombras” que confiesa tener una lista de
pendientes sexuales anotados en un Google Doc que guarda en alguna parte. Sin
embargo, el tenor es distinto. El ensayo personal registra el interior, buscando
contenidos en las experiencias personales; en cambio, periodismo acrobático
mira hacia el exterior, tratando de crear experiencias de la nada. Y es un truco
genial, pues ya no necesitas tener una vida interesante para escribir sobre ti.
Mientras que el ensayo personal declara: he
aquí algo privado y desgarrador que me ha sucedido. El artículo acrobático
parece gritar, desde un estado de profunda depravación: no te pierdas la pendejada que acabo de
hacerme. El reportaje acrobático
emerge de una absoluta audacia periodística o de una falta de juicio
convencional (cosas que no siempre son fáciles de distinguir). Es una historia
de resistencia más que de supervivencia.
“Creo que es la respuesta
[del hombre] al ensayo personal”, dice Larson, la escritora escritor de sátiras
de GQ. “Pueden personalizarlo y
escribir en primera persona, pero sigue partiendo de una idea absurda. Para los
hombres, es como, ‘Solo bebí alcohol durante 96 horas’. Me parece que Vice ya lo hizo”. (“No me mató”, se
jactó el escritor que hizo el reto, aunque ciertamente tuvo problemas para
distinguir entre la sangre y la mezcla de Bloody Mary en sus heces).
Si el ensayo acrobático
moderno tiene un antecedente cinematográfico, ese debe ser “Super Size Me”, el
exitoso documental de 2004 donde Morgan Spurlock hace una crónica de su intento
para atiborrarse con comida de McDonald’s durante 30 días. No obstante lo
hilarante que pueda parecer, la proeza sirvió al interés público de manera
directa: Spurlock dirigió la atención nacional hacia la epidemia de obesidad, y
McDonald’s descontinuó la opción Super Size poco después que se estrenó la
cinta. En cambio, ingerir alcohol durante una semana ha tenido bastante menos
valor periodístico. Duy Linh Tu, el profesor de periodismo, cuestiona si el
término “periodismo acrobático” es adecuado. “No creo que todo esto sea trabajo
periodístico”, dice Tu. “No estoy haciendo un juicio de calidad. Todo es
contenido… [Pero] no puedes construir una organización periodística a largo
plazo con estos retos”.
Podrías visualizar el
periodismo acrobático como un espectro gigante, con “valor noticioso” en un
extremo y “existencialmente inútil” en el otro. En la primera categoría, encontrarías
la poderosa y reciente inmersión de Mother
Jones en la vida de un guardia carcelario, o en la investigación Soylent de
Motherboard, “Cómo fue que no comí en absoluto durante 30 días”. En la segunda
categoría… bueno, si puedes leer todo el artículo de Vice sobre dar laxantes a desconocidos que usan pañales para
adultos, eso, por sí solo, es todo un reto.
Claro que hay otras
categorías, como el reportaje en que no sabes si se trata o no de una parodia (“Tengo
23 años y me visto durante una semana como su Alteza Real el príncipe bebé
Jorge de Cambridge”), y el artículo que me parece tan trivial que apenas
califica como un reto (“Intenté levantarme una hora más temprano cada día
durante una semana”), o el que no cumplió lo que anunciaba en su título (“Pagué
30 dólares a una compañía para que terminara la relación con mi novia”), y el
otro que se ha hecho demasiadas veces antes (consulta: “Dejé que mi novio me
vistiera durante una semana” en novios, según la clasificación de Gawker). La mala redacción puede
arruinar una buena premisa, pero un buen estilo es muy útil para rescatar un
reto aburrido: “Dejé de chupársela a mi marido durante un mes”, por una autora
misteriosa de Cosmopolitan, resultó
ser una reflexión divertidísima sobre las rutinas sexuales y los sacrificios inherentes
a una relación. Todo depende del autor. “Puedo leer a David Foster Wallace tomando
caldo de hueso durante una semana”, dice Larson, “pero no es igual de
interesante si quien escribe es un autor joven que está empezando e intenta
trucos cada vez más descabellados”.
Tu no enseña periodismo a
estudiantes de Columbia para que aprendan a vestirse como princesas de Disney.
“No hablamos de eso”, señala. “No porque pensemos que es algo a lo que nuestros
estudiantes nunca estarán expuestos o tratarán de hacer. Sino porque hay cosas
más importantes”. Dicho esto, sus alumnos “, podrían terminar en lugares como Vice o BuzzFeed o cualquiera de esas
plataformas en línea que son muy relajadas en cuanto a lo que está permitido”,
agrega Tu. “Tal vez deberíamos tratar más ese asunto”.
Sin embargo, “Super Size Me”
resultó profética en temas y también en estilo: el periodismo acrobático a
menudo implica comida rápida y dietas extremas. Pocos meses después del
artículo sobre los burritos, Cosmopolitan
publicó “Solo comí pizza durante una semana y perdí 2.5 kilogramos”. Otro reportero
trató de comer nada más que Chick-fil-A durante 30 días completos, en tanto que un
colaborador de BuzzFeed probó 12 marcas distintas de comida para gatos. A veces,
las creaciones de la industria de la comida rápida son tan espantosas que solo probar
la adición más reciente al menú pasa por una acrobacia. Por ejemplo, en 2015, Time, Fox News, The Washington Post, USA
Today, Time Out y Newsweek montaron un gran espectáculo para
degustar la monstruosidad “pizza con costra de perros calientes” de Pizza Hut (habría
que preguntarse si esos platillos son ideados para provocar justamente ese tipo
de cobertura publicitaria gratuita. No es una idea tan descabellada, si tomamos
en cuenta que Chilis hizo un pan para hamburguesa “Instagram-friendly”). En un acontecimiento
más memorable, la ex escritora de Gawker, Caity Weaver, se hizo célebre
atragantándose con palitos de mozzarella ilimitados como parte de un arreglo de
pesadilla con TGI Friday. Aunque en otros casos, la comida ha sido más o menos
incidental: hace poco, Dan Ozzi, redactor en Noisey, pasó 12 horas en Taco
Bellon 4/20, lo último en celebraciones con mota (la notica completa: he sido
colaborador de Noisey y he trabajado con Ozzi). Describió el reto como “realmente
aislado y aburrido”.
“Hay una gran sed de
contenidos”, dice Ozzi. “Hay una necesidad constante de contenidos de uso
general, que no tengan caducidad. Como este en particular. Me doy cuenta de que
quedo como un tonto diciendo esto, pero también revela mucho que el periodismo esté
muy enfocado en el autor: ‘Ah, lo hice. Salí e hice esta cosa estúpida’. La
razón de que esté centrado en el escritor es que los medios digitales han hecho
que la popularidad en línea sea la nueva moneda”.
Sobre todo ahora que los creadores
de contenidos hacen retos no solo detrás de sus laptops, sino también frente a
la cámaras. BuzzFeed Video se lleva algo del crédito –o la culpa- de este
cambio. Los “Try Guys” de BuzzFeed (un grupo de tipos que, bueno… “prueban”
cosas) han acumulado millones de visitas realizando frente a la cámara hazañas
absurdas que desafían al género: cosplay, pruebas de vestidos de novia, fingir
que entran en trabajo de parto, cambiar un pañal por primera vez. Más que escandalizar,
esos videos son un intento desesperado por establecer vínculos, el ingrediente
secreto para transformar temas mundanos en maná viral. ¡Mira!, gritan. ¡Estos
hombres están descubriendo lo asqueroso que es cambiar un pañal!
Muchos de los retos
representan una especie de turismo superficial de género, clase o raza. Por
ejemplo, con su “Diario de un tipo que se viste de franela y usa maquillaje
durante una semana (el cual tiene ya más de un millón de visitas), BuzzFeed presenta
algo que las mujeres hacen todos los días, aunque solo el tiempo necesario para
producir contenido viral sin ser lo bastante serio para ofrecer una visión más
profunda. En un artículo para Gawker, Leah Finnegan comparó este trabajo con el
libro de John Howard Griffin, “Black Like Me”, desdeñándolo como un “entretenimiento
de lo peor: hacer algo que un gran sector de la población hace todos los días,
presentándolo como si fuera un acto notable”.
En los últimos meses, el
advenimiento de Facebook Live –el intento de la red social para convertirse no
solo en una andanada interminable de actualizaciones sobre tu ex, sino en un
canal de televisión de 24 horas donde puedes ver a tu ex roncando en tiempo
real- ha reforzado y redefinido el periodismo acrobático. El formato de
transmisión en vivo fomenta acrobacias visualmente atractivas y que gratifican
de inmediato (porque, la verdad, es difícil que alguien sintonice tu
transmisión más de 10 minutos consecutivos). Por ello, cuando BuzzFeed recibió
casi un millón de visitas para mirar a dos tipos con batas que volaban en pedazos
una sandía en Facebook Live, la histórica proeza dio lugar a docenas de publicaciones
blog sobre “el futuro de los medios”, y casi la misma cantidad de retos
imitándolos. Una semana más tarde, Mic, un destacado competidor de BuzzFeed,
transmitió a los miembros de su equipo poniéndose batas de laboratorio y
haciendo estallar cosas en tiempo real, con muchísima menos notoriedad.
Entre tanto, un columnista
del Washington Post se comió, literalmente,
sus palabras ante la cámara: engulló un “ceviche de periódico” con elegante
compostura, mientras que el New York Post
pidió a sus empleados que intentaran comer 1.5 kilos de queso artesanal en
vivo. En las palabras de un titular de mayo de Recode: “Facebook Live está
convirtiendo a los periodistas en malos imitadores de Jackass”.
Todo esto es un antiguo
instinto periodístico –no busques la historia, sé la historia- conducido a través de los nuevos canales de medios.
No se trata de un imprudente “eso es novedad” (los reporteros de guerra siempre
se han puesto en peligro), sino de desesperación. Sin embargo, el común
denominador del artículo acrobático y el ensayo personal es que los mejores
escritos derivan de experiencias horribles; y también, que
ninguno desaparecerá pronto. La locura de las acrobacias podría cambiar la
forma como los aspirantes a periodistas ingresan en la industria. O tal vez ya
lo hizo.
“Cuando los jóvenes me
preguntan cómo pueden entrar en el periodismo, siempre les digo, ‘¿Sabes cómo
puedes entrar? Jode tu vida de mala manera’”, comenta Ozzi. “Ve y haz algo realmente idiota. Y luego
escribe al respecto. De allí salen las buenas historias”.