SON INCONTABLES las noches del año en las cuales los espíritus, a través de un puente momentáneo entre este mundo y el otro, parecen bailar en los cielos nocturnos, en forma de luces de colores, mezclándose y yuxtaponiéndose. Los espíritus pertenecen a hombres y animales muertos, todos en una danza que dura lo que debe durar, una muestra de que todos, hombres, mujeres, niños, ballenas, lobos, focas, alces, pertenecemos al mismo círculo. Esto pensaba la tribu salteaus, originaria del noreste de Canadá. Así había definido esta cultura de las Primeras Naciones al fenómeno de las auroras boreales.
“Hoy tampoco podrá ser”, dice Ethan, mirando en dirección norte, desde un punto cercano a la cabaña más alejada del Northern Lights Resort & SPA. Levanta muy poco la mirada, como quien sabe exactamente para dónde mirar. Segundos después gira sobre su eje y encamina sus pasos en dirección al Resort y no dice más. Ethan tiene 56 años, nació y creció en Whitehorse, y desde que tiene memoria ha visto las luces del norte, por eso sabe bien dos cosas, la primera: que cuando se presenta la aurora boreal, esta ofrece al visitante una escena inimaginable, inolvidable, especialmente para los que vienen por primera vez; y la segunda: que nunca se sabe cuándo se podrá presentar. Esta es la segunda noche en que salimos en vano buscando la danza nocturna de los espíritus.
A 23 kilómetros de Whitehorse, capital del Territorio de Yukón, la provincia de Canadá vecina de Alaska, bordeando el río Yukón y siguiendo su cauce hacia el sur, encontramos Northern Lights Resorts & SPA. Lo suficientemente lejos de las luces de la pequeña ciudad, pues es cuando nos encontramos sumidos en la oscuridad de la naturaleza cuando es posible apreciar las auroras boreales. Whitehorse, como lo afirma Guinness World Records, es la ciudad con aire más limpio de todo el mundo. Aun así, el reflejo de las luces propias de un poblado hacen que sea muy difícil vislumbrar algo más.
La ciudad de Whitehorse, llamada así por los Whitehorse Rapids, una caída de agua en Miles Canyon, cuya imagen se asemejaba a una estampida de caballos blancos, es la ciudad más grande de la franja norte del territorio canadiense. Para fines de 2015, el censo de esta ciudad arrojó la cifra de 37 566 habitantes registrados. En cuanto al clima, a pesar de ser la ciudad del Yukón que posee temperaturas más benignas, Whitehorse tiene un clima subártico seco. Sin embargo, las temperaturas anuales son más favorables que las otras comunidades del norte de Canadá, como Yellowknife, que tiene una temperatura anual de -0.1 °C, mientras que en Whitehorse, de 0.2 °C. En esta latitud, los días de invierno son muy cortos; mientras que los días de verano pueden gozar hasta de 20 horas de luz del sol.
El territorio de Canadá, el segundo país más grande del mundo después de Rusia, está dividido en 11 provincias, tres de las cuales se encuentran en la zona ártica: el Territorio del Yukón, el del Noroeste y Nunavut. Para llegar a la capital del primero es necesario tomar un vuelo con varias escalas, a veces una, a veces dos. Un viaje sin duda muy largo, pero, como veremos al final, que paga muy bien.
La primera noche me había hospedado en un hotel del centro de Whitehorse, pero, siendo las luces del norte un espectáculo evidentemente nocturno, el constante traslado desde la ciudad hasta las afueras que debía realizar era agotador. Esa primera noche no vi nada.
El siguiente día decidí abandonar la capital de Yukón para buscar más suerte hospedándome en un hotel desde donde se pudieran apreciar apenas me asomara de la habitación, Por esto estaba en el Northern Lights Resort & SPA. También por esto renté un automóvil. Mis noches pertenecían a las auroras boreales (o a la espera de ellas); los días, en cambio, estaban más libres y creí necesitar un medio de transporte que estuviera a mi entera disposición.
La realidad es que esta es una experiencia que debe ser vivida para comprenderse adecuadamente. Foto: Eduardo Feldman.
La ciudad de Whitehorse es perfectamente caminable, y hay varios atractivos que hacen cómodo y fácil trasladarse a pie. Está el SS Klondike National Historic Site, uno de las últimas grandes embarcaciones impulsadas por remos que navegó el río Yukón hasta la década de 1950. También cuentan con la Old Log Church, que no sólo es la construcción más antigua de la capital de Yukón (data de 1861), sino una de las iglesias más sencillas y más bonitas que he podido ver. Siguiendo en este tenor, en la esquina de Second Avenue y Lambert podemos encontrar un edificio muy peculiar: el Log Cabin Skyscraper, un “rascacielos” de tres pisos construido en su totalidad de troncos.
En cuanto a museos, no hay mejor lugar para conocer la historia de este territorio que el MacBride Museum of the Yukon, que cuenta con un gran archivo fotográfico de la historia de la ciudad, así como una muestra permanente de arte de las 14 tribus de las Primeras Naciones que cohabitan en el territorio. Después está el Yukon Transportation Museum, que narra la historia del famoso barco SS Klondike hasta la construcción de las vías ferroviarias que a la postre comunicarían esta parte de Canadá con el resto del país.
Para cuando se han visitado todos estos lugares, o como receso entre uno y otro, está Main Street, donde se pueden encontrar muchas de las tiendas, galerías, cafeterías y restaurantes más interesantes de la ciudad.
El atractivo principal de estas tierras son, como ya lo habíamos dicho, las auroras boreales, y, por decirlo de un modo muy parco y general, todo lo demás podría ser visto como un pasatiempo para hacer más llevaderos los días. Viéndolo de esta manera, posiblemente no exista mejor forma de matar el tiempo que tomar uno de los tours de naturaleza y aventura que se anuncian por todos lados. Trineos jalados por perros; paseos en barco en Miles Canyon, en Lake Laberge o en Emerald Lake; practicar ski, si es temporada de nieve; pescar. Para todos los gustos hay.
Yo, por mi parte, no soy del tipo de enlodarse las botas, por ello decidí rentar un automóvil para buscar historias y conocer personas, recorriendo las inmediaciones. La noche de ayer, la segunda, tampoco había podido ver las auroras boreales y me empezaba a preocupar que hoy tampoco.
Pronto, a fuerza de manejar el coche sin usar un mapa o un GPS, comprendí que había pocos caminos que recorrer. En la zona que hay entre Whitehorse y el Resort pude encontrar una serie peculiar de lugares: Pioneer RV Park, un estacionamiento de casas rodantes; un pequeño deshuesadero de autos; un campo de golf y un sinfín de carreteras menores sin pavimentar que no parecen conducir a ningún lado, y que tampoco ofrecen mayor interés para los viajeros. Por ejemplo, una mañana me salí de la autopista en Moraine Drive, que cambió varias veces de nombre y me llevó prácticamente a ningún lado: depósitos de madera de tamaño mediano; bodegas al parecer abandonadas; carreteras de terracería cerradas; concesionarias de tractores y grúas; y, ¡eureka!, la Winterlong Brewing Company. No es que este frío de -9 °C sea especialmente provocador para una cerveza fría, pero, buscando estirar las piernas y platicar con alguien, entré.
Sentado solo con una cerveza oscura y portando una gorra de los Yankees de Nueva York deshilachada en los bordes, Matthew, amante de los libros de Jack London y jugador profesional de disc golf, acepta responder a mis preguntas acerca de las auroras boreales. Claro que para ese entonces no sabía que se llamaba Matthew, ni de qué se trataba ese deporte. “Las auroras me siguen pareciendo impresionantes, a pesar de verlas desde que tengo memoria. Para nosotros se han convertido en un paisaje habitual, pero eso no hace que no me detenga para ver una formación que me agrade”. Me pregunta si he leído Colmillo Blanco,de Jack London (una historia situada en el Territorio del Yukón, que habla de la domesticación de un lobo blanco durante la fiebre del oro de Klondike del siglo XIX). Ante mi penosa negativa, decide platicarme de uno de los subdeportes más populares de esta región: el disc golf, una especie de golf jugado con frisbee. Dice que si me voy a quedar hasta el sábado podría ir a ver un partido. Declino su oferta y prometo leer el libro de London; mientras me despido vuelvo al frío del exterior, apurando mis pasos hacia el coche.
Hay tres librerías en Whitehorse, dos en el centro y una más al norte. Estaba dispuesto a visitarlas todas, pero en la primera, Mac´s Fireweed Books, encontré un combo de Jack London: Call of the Wildy White Fang, la primera historia, al parecer, también situada en estas regiones. Hallé la oferta insuperable y lo compré. Sería una buena compañía mientras esperaba las auroras boreales, por tercera vez.
La noche llegó sin darme cuenta, el libro de London y el mullido sillón de la sala de estar del Resort no me lo habían permitido, pero algo hizo que desviara la mirada justo cuando Ethan pasaba por el pasillo en dirección a la salida. Metí el libro en la mochila y, de paso, sentí la cámara en su interior. No sabía si esta vez sí podría ver las auroras boreales, tampoco sabía cuánto duraría.
Seguí de cerca las pisadas de Ethan que se detuvieron justo en el mismo lugar donde apenas la noche anterior había sentenciado el fracaso momentáneo. No dijo nada, sólo se quedó mirando hacia la misma dirección. Yo, junto con otras personas que se nos habían unido, nos quedamos esperando en silencio. Cuando, minutos después, empezaron a verse las primeras luces, sospeché que Ethan ya lo sabía o lo había podido ver antes, los primeros indicios, pero dejó que las auroras se presentaran por sí mismas.
Nada, ni en el cielo ni en la tierra, se parece a las auroras boreales. El movimiento del sol, de la luna y de los planetas son predecibles, y forman parte de la vida del ser humano, pero las auroras boreales son totalmente impredecibles, como si tuvieran una voluntad oculta y cambiable. Tal vez la explicación científica de ser un fenómeno causado por las partículas de sol o la radiación, sumadas las fuerzas eléctricas y magnéticas de la tierra, sean una mera explicación de algo que pareciera no tenerla. Quizá la versión de la danza de los espíritus que los salteau aún preservan sea la correcta. La realidad es que esta es una experiencia que debe ser vivida para comprenderse adecuadamente. Las fotografías son un reflejo estático de algo que no para de moverse. Y el video sólo muestra una de las partes. Mucho se dice en torno a si las auroras boreales producen sonido. Yo escuché, cuando las voces de asombro callaban, un murmullo, grave e ininterrumpido. Al volver la mirada hacia donde permanecía Ethan noté que me miraba y, antes de desviarla, sonrió. Tal vez él escuchaba el murmullo también, tal vez sólo compartía la emoción colectiva.
No sé exactamente cuánto tiempo permanecimos afuera. Tampoco sé cuánto tiempo duró el espectáculo natural de esta tercera noche, pero sé que al volver a mi habitación, con las piernas entumidas por el frío y la nariz casi congelada, estaba lleno de sensaciones y de sentimientos que no encontraban su acertado eco en las palabras.
Al menos no en las que yo conocía.
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Auroras polares al alcance de todos
Por Camila Sánchez Bolaño
Las auroras polares pueden parecer un sueño lejano para muchos viajeros que no imaginan disponer de los medios necesarios para llegar a las inmediaciones del Polo Norte y presenciarlas. Eduardo Feldman es un joven emprendedor que alguna vez tuvo esa misma inquietud y hoy dirige una empresa de viajes y fotografía llamada FotoTodo, cuyo objetivo es llevar a aficionados a la fotografía a lugares remotos.
“Todo empezó porque me metí en la fotografía y con mi primer aguinaldo me compré una cámara. No entendía nada, pero aprendí que no me interesaba hacer foto de interiores”, cuenta delante de una mesa en la que yacen las fotografías que ha tomado en sus últimos viajes a los polos. “Yo quería hacer foto de exteriores y nadie me lo ofrecía”, agrega.
El primer viaje que Eduardo organizó fuera de México fue a Cuba, ahí se dio cuenta de que los viajes y la fotografía son la “pareja perfecta” y, por ello, ofrecer ambas experiencias representa un excelente negocio.
Las auroras boreales pueden verse especialmente en dos épocas del año: invierno y primavera, aunque esta última opción es mucho mejor para quienes resienten el frío con facilidad. “Hemos llegado a temperaturas de -30 grados y equipamos muy bien a nuestros clientes, les rentamos ropa, chamarras, overoles, gorras, botas, guantes”, relata Feldman, y sonríe al recordar el ritual que los viajeros deben de pasar antes de salir a la excursión.
“Es increíble presenciar la primera vez que alguien ve una aurora boreal porque la gente no tiene idea de lo que está viendo, ya ha visto fotos, pero no tiene nada que ver. Las auroras se mueven, vibran, y a todo el mundo se le pone la piel chinita, todos toman fotos. Yo siempre les recomiendo que apaguen la cámara unos momentos y vean lo que está pasando frente a ellos”, agrega.
Probablemente cuando Galileo Galilei descubrió las auroras boreales no imaginó la cantidad de personas que tendrían la oportunidad de verlas, pues en sus tiempos sólo un experto explorador podría llegar con vida a un lugar tan lejano. Seguro que por su mente no pasaron las imágenes de los viajeros que hoy se aventuran al Yukón para fotografiar el gran espectáculo de luces que la naturaleza nos regala.