Muy a menudo, una historia se transforma en otra historia. Hace un par de años, trabajé en un artículo sobre personas desaparecidas, y aquel reportaje me condujo a Fort Worth, donde la Universidad del Norte de Texas (UNT) opera lo que, posiblemente, es el mejor laboratorio estadounidense para identificar restos humanos desconocidos, cosa en que terminan convirtiéndose muchas personas desaparecidas.
Durante mi visita a UNT, alguien me contó una historia mucho más perturbadora que la que estaba cubriendo: en los pantanos de Florida hubo un reformatorio donde los niños varones eran atormentados por las mismas personas que supuestamente estaban a cargo de protegerlos. Y esto sucedió durante décadas. Docenas de niños murieron, y fueron sepultados en los terrenos de aquella institución infernal, que era conocida como Dozier. El Centro para Identificación Humana de UNT trabajaba con investigadores de la Universidad del Sur de Florida para averiguar a quién pertenecían aquellos restos, realizando la desagradable, aunque necesaria labor de poner nombres a los huesos.
Mi curiosidad despertó, pero Dozier ya había sido objeto de una serie excelente en Tampa Bay Times, con autoría de Ben Montgomery, cuya implacable atención a los abusos le llevó a ser finalista para el Premio Pulitzer de 2010. Y ahora, el legado espantoso de aquella escuela es el tema de Deadly Secrets: The Lost Children of Dozier, un documental dirigido por Heidi Burke, que se estrenará el viernes por la noche en LMN. Basado eminentemente en los artículos de Montgomery, Deadly Secrets presenta el argumento convincente de que, de hecho, las décadas de abuso en Dozier no fueron un secreto. Porque muchos estaban enterados. Y muchos se cruzaron de brazos.
La Escuela para Niños de Florida, como también se le conoce, fue inaugurada en Marianna, en el Panhandle de Florida, en el año 1900. Su fundador, W. H. Milton, era descendiente de esclavistas, y él y sus sucesores dirigieron el reformatorio como una combinación de colonia penal y plantación (había niños negros y blancos en Dozier, aunque era una escuela segregada). Los niños eran enviados a ese colegio por crímenes como fumar cigarrillos y escapar del colegio. Cuando llegaban a Dozier, eran azotados y a menudo, violados, sometidos a prolongados encarcelamientos y a veces, simplemente asesinados. Gran parte de las torturas se llevaban a cabo en un edificio anodino conocido como la Casa Blanca.
“¿Cuánto tiempo tolerarán este tipo de cosas las personas inteligentes y temerosas de Dios de la Florida?”, cuestionó The Tampa Tribune, en 1918. La andanada de preguntas persistió en los años siguientes, mas nadie se mostró particularmente interesado en responderlas, y Dozier demostró ser inmune a las revelaciones frecuentemente perturbadoras que marcaban su existencia. Muchos habitantes de Marianna parecían aceptar la premisa de que los niños eran delincuentes, y que los delincuentes debían ser tratados con dureza. Incluso el Jackson County Times argumentó a favor con su serie “En defensa de Dozier”. Fue solo hasta 2011 que el estado de Florida finalmente clausuró la escuela, en parte debido al reportaje de Montgomery y sus colegas.
Montgomery es uno de los héroes de Deadly Secrets, el típico reportero tenaz, con “la verdad” tatuada en el interior del brazo derecho. Su socia es Erin Kimmerle, arqueóloga forense de la Universidad del Sur de Florida, a quien Montgomery reclutó para escarbar en busca de la verdad, literalmente. Una desganada investigación del Departamento Judicial de Florida, iniciada en 2008, determinó que el personal de Dozier no había cometido pecados que valiera la pena revisar. Pero armada con un radar de penetración terrestre y valiéndose de otros métodos, Kimmerle, quien había hecho otros trabajos igualmente lóbregos en la ex Yugoslavia y Perú, descubrió que en Dozier había muchos más niños enterrados de los que se sabía o se habían dado a conocer (han encontrado 55 hasta ahora). Mientras tanto, las entrevistas con familiares supervivientes pusieron de manifiesto que, en muchos casos, las explicaciones de la escuela para esas muertes –enfermedades, por ejemplo- fueron patentemente falsas.
Deadly Secrets es un documental franco, cuyo logro principal es divulgar una historia que debiera ser causa de indignación nacional, sobre todo dados sus visos de raza y clase (muchas de las víctimas, aunque no todas, eran negras). No obstante, el documental hace un infortunado uso ocasional de recreaciones históricas, y los cineastas debieron dar más voz a los habitantes de Marianna que se opusieron denodadamente a los esfuerzos de Kimmerle, considerándola una fuereña que malignizaba la “Ciudad del Encanto Sureño”. Y también hay escenas carentes de tensión, algo peculiar para una película que trata de abusos tan asquerosos.
Pese a ello, también presenta momentos conmovedores, donde los supervivientes reviven los tormentos que, obviamente, siguen atormentándolos en la actualidad. “Esa gente había perdido la parte que fue humana alguna vez”, dijo un superviviente. Otro describe a Dozier como un “infierno hermoso”. La escena de un ex empleado de Dozier, Troy Tidwell, negando cualquier delito, es un vistazo estremecedor a los rincones oscuros de la psique humana. Sin embargo, las implacables investigaciones de Montgomery y Kimmerle son evidencia de que semejante oscuridad no tiene que prevalecer.
“Tal vez la justicia es saber la verdad”, dice Kimmerle.
Por lo pronto, solo han identificado siete juegos de restos procedentes de Dozier, los cuales han sido devueltos a sus familias (también hay 14 “identificaciones presuntivas”). Deadly Secrets demuestra que el proceso de identificación es inmensamente complejo, pues implica de todo, desde historia familiar hasta análisis de ADN. Por ello, algunos de los niños, convertidos en un montón de huesos, permanecerán así para siempre, como soldados desconocidos en una tumba masiva.
El beneficio del cierre, aunque postergado, es tremendo. La película termina con el entierro de una víctima de Dozier, un funeral en toda forma, pero celebrado después de demasiadas décadas. Y en el tiempo transcurrido, los elementos habían hecho su trabajo. Todo lo que quedaba del niño muerto cabía en una cajita blanca.