TODOS LOS DÍAS, la línea roja sube y baja. Algunas semanas, tiende al alza, otras a la baja. Dicha línea mide el más importante signo vital del cuerpo político de Rusia: la popularidad de Vladimir Putin. En el Kremlin la llaman el reiting, la pronunciación en ruso de la palabra inglesa rating, y el reiting gobierna soberanamente en todas las decisiones políticas y económicas de la nación.
Cuando se mantiene en un cómodo 82 por cierto, como en mayo pasado, la élite rusa puede respirar tranquila. Pero cuando cae demasiado bajo, como el 62 por cierto ocurrido en 2011, cuando Putin anunció su regreso para un tercer periodo presidencial, todos los recursos se mueven para revertir la tendencia a cualquier costo. En ocasiones recientes, eso ha significado desde organizar unos suntuosos Juegos Olímpicos hasta llevar al país a la guerra en Ucrania y Siria.
El reiting se recopila a partir de muchas fuentes, entre ellas, un enorme organismo de monitoreo creado recientemente por el Kremlin con el objetivo de detectar y acabar con el descontento. Pero la fuente que genera más confianza no es dirigida por los partidarios de Putin, sino por un minúsculo y asediado equipo de liberales de la era del glasnost. Se denomina Centro Levada, en honor a su difunto fundador, Yuri Levada, y es la última empresa encuestadora independiente de Rusia. Fue inaugurada en1988 a sugerencia del ex líder soviético Mikhail Gorbachev, y la labor del centro consistía en informar la verdad, sin importar lo incómoda que fuera, una función que, sorprendentemente, sigue cumpliendo una generación después, en una Rusia muy diferente.
“El gobierno soviético no tenía ninguna forma adecuada de comprender lo que ocurría en la sociedad; necesitaba responder a la pregunta, ‘¿Qué piensan las personas?’ si tenía la intención de sobrevivir”, señala Natalia Zorkina, miembro del equipo original de Levada, cuando el centro fue fundado. “El estudio de la opinión pública tenía el objetivo de convertirse en una institución sobre la cual pudiera construirse una sociedad democrática”.
Las cosas no salieron así. El gobierno del ex presidente Boris Yeltsin, que heredó la decadente economía soviética, descubrió rápidamente, gracias a las meticulosas encuestas de Levada, que a mediados de la década de 1990, lo que muchos rusos pensaban era que Yeltsin y sus secuaces reformistas debían ser derrocados. Hubo pánico en el Kremlin y se habló de cancelar las elecciones, pero un pequeño grupo de magnates de los medios de comunicación, editores y personas autodescritas como “tecnólogos políticos” convencieron al Kremlin de tomar una decisión distinta. En lugar de doblegase ante la presión de la opinión pública, se ofrecieron a darle forma.
“Toda política es política de información,” dice Gleb Pavlovsky, uno de los tecnólogos políticos originales, que fue un arquitecto clave de la alianza entre los encuestadores y los propietarios de los medios que, al final, llevaron a Putin al poder en 2000. “Para nosotros, no hay diferencia entre hechos y percepciones.”
Y así nació el pensamiento mágico que desembocó en el régimen actual de Putin: la opinión pública era algo que debía ser controlado y moldeado, y no algo a lo que debía ponerse atención. “A mediados de la década de 1990, el Kremlin comenzó a renunciar a la posibilidad de ganar en cualquier tipo de debate político en un foro público”, señala Zorkina. “El carácter del poder cambio. La base de la legitimidad del Kremlin cambió… dejó de ser un grupo de personas tomando una decisión democrática entre distintas visiones políticas para hacer que todas las personas posibles respaldaran al líder nacional. La opinión pública comenzó como una base de la democracia, pero ahora es una herramienta del autoritarismo”.
Así, la historia del Centro Levada es también la historia de la transición de Rusia de una democracia fallida a una especie de autocracia consensuada. Y en el núcleo del sistema se encuentra la metodología que Yuri Levada pensó que podría dar libertad a Rusia, el cuidadoso monitoreo de lo que los rusos comunes piensan acerca de todo, desde el precio del queso hasta el imperialismo estadounidense, desde las pensiones y la recolección de basura hasta los misiles nucleares y Dios.
SUBIDAS Y BAJADAS: Cuando Putin volvió a la presidencia en 2012 tras un periodo como primer ministro, hubo protestas a su favor y en su contra, y su popularidad cayó hasta 62 por ciento. FOTO: SERGEI KARPUKHIN/REUTERS
EL CÍRCULO MÁGICO DE PUTIN
El Centro Levada ocupa dos suites de atiborradas oficinas en la parte trasera de un antiguo hotel de antes de la Revolución, no lejos de la Plaza Roja. Plantas marchitas y libreros desnivelados llenan los corredores, y los empleados más antiguos tienen la imagen severa y desaliñada de los intelectuales de los últimos años de la era soviética. Utilizando voluminosas computadoras, un equipo de 50 miembros en las oficinas generales coordina una red nacional de 3000 encuestadores, quienes dedican su jornada de trabajo a interrogar a los rusos comunes por teléfono, internet y en persona. El centro está registrado como una organización no gubernamental (ONG) y obtiene ingresos con una mezcla de estudios de mercado comerciales y encuestas políticas y económicas para universidades y organizaciones de medios de comunicación. Alrededor de 2 por ciento de sus ingresos provienen de clientes extranjeros.
“El equipo de Levada está formado por ‘antiguas personas’”, dice un veterano presentador de noticias de la televisión rusa, utilizando el término que los bolcheviques usaron alguna vez para referirse a los aristócratas y burgueses que no tenían cabida en la sociedad soviética. “Creemos apasionadamente en obtener los datos reales, no solamente en decir a las personas que nos pagan lo que quieren escuchar. Tales datos son importantes para cualquier persona que desee ver la imagen real de Rusia, no la que aparece en las pantallas de televisión”. (El presentador de noticias solicitó mantenerse en el anonimato debido a que todavía trabaja para la televisión estatal, que desaprueba cada vez más a Levada.)
El Kremlin de Putin también cree en obtener datos sobre la opinión pública, aunque los métodos que utiliza son cuestionables. En diciembre pasado, el Kremlin nombró a Irina Makiyeva, antigua ejecutiva de un banco estatal, para dirigir un nuevo y enorme servicio de encuestas para monitorear la temperatura política de Rusia hasta el más mínimo detalle. Bajo los auspicios directos del Servicio Federal de Guardias, que es el equivalente ruso del Servicio Secreto de Estados Unidos, encargado de la seguridad personal del presidente, despliega a miles de empleados estatales para explorar la prensa local y las redes sociales para detectar cualquier signo de descontento.
“Realizamos un monitoreo constante, especialmente en las ciudades problemáticas”, prometió Makiyeva al gabinete ruso, revelando un sistema de clasificación (verde, ámbar y rojo) para advertir acerca del descontento político o social. El Estado también controla el Centro Panruso de Investigación sobre la Opinión Pública, o VTsIOM (el nombre original del Centro Levada antes de que la toma por parte del Kremlin en 2003 obligara al equipo central a renunciar y comenzar de nuevo), así como la Fundación para la Opinión Pública (FOM), que pretende realizar un trabajo similar.
El problema es que tales encuestas respaldadas por el Estado “se han convertido por sí mismas en una forma de propaganda”, señala Pavlovsky. “Las preguntas están presentadas como: ¿está usted de acuerdo con la norma, con la mayoría?”
Un ejemplo reciente fue una encuesta realizada en Crimea, la cual fue anexada por Rusia en 2014, ordenada por Putin y realizada por VTsIOM en enero. Activistas tártaros crimeos habían volado torres eléctricas de alta tensión, y el gobierno de Ucrania, país del que Crimea depende completamente para obtener energía, se rehusó a restaurar el servicio a menos que Rusia reconociera que el territorio sigue siendo parte de Ucrania. Los encuestadores del Kremlin llamaron a números de teléfono domésticos y preguntaron a las personas si preferían quedarse en la oscuridad o acceder a las demandas de Ucrania.
De acuerdo con VTsIOM, 96 por ciento dijeron que preferían sufrir en la oscuridad, un resultado ampliamente promovido por la televisión estatal rusa como signo de la disposición de los habitantes a sufrir privaciones con tal de seguir siendo parte de Rusia. Pero en realidad, señala Pavlovsky, “esa no es una encuesta de opinión, es una invitación a probar tu lealtad… Últimamente estamos viendo que, por primera vez [desde la caída del comunismo], la gente teme a responder preguntas, especialmente en los pequeños pueblos provinciales. Las personas piensan que sufrirán las consecuencias de dar una respuesta desleal.”
Sin embargo, estas encuestas dirigidas por el Estado son la base del proceso de toma de decisiones del Kremlin. De acuerdo con Mikhail Zygar, antiguo jefe de redacción del canal opositor Dozhd TV y autor del exitoso libro All the Kremlin’s Men (Todos los hombres del Kremlin), un estudio sobre el régimen de Putin, “Toda acción [del Kremlin] se basa absolutamente en estas encuestas… Las mismas confirman que todo lo que hacen está bien, que Putin es popular y que la gente lo ama”.
Pavlovsky conoce bien el sistema: él fue uno de sus diseñadores. “Actualmente, mantienen el mismo acuerdo establecido a finales de la década de 1990,” dice Pavlovsky, antiguo disidente que pasó tres años en el exilio en Siberia por realizar actividades antisoviéticas. Cada jueves, el subjefe del Estado Mayor Vyacheslav Volodin preside una reunión a la que asisten líderes del partido oficial Rusia Unida, miembros de alto rango del gobierno y los encuestadores Valery Fyodorov y Aleksandr Olson, directores de VTsIOM y FOM, respectivamente. “Ellos informan acerca del estado de la opinión pública acerca de distintas amenazas, todo aquello que podría afectar el nivel de popularidad de Putin”, afirma Pavlovsky. “Ellos deciden cómo trabajar con este desafío”.
Durante el régimen de Yeltsin y en los primeros años de Putin, a esta reunión semanal también asistían los directores de los canales de televisión de Rusia. Actualmente, los jefes de la televisión, entre los que se encuentra Konstantin Ernst, el director general de Canal Uno y Oleg Dobrodeyev de la Compañía Estatal Panrusa de Televisión y Radiodifusión sostienen una reunión por separado con Volodin todos los viernes, después de que él ha presentado personalmente su resumen de los informes de los encuestadores ante Putin y su gabinete interno.
“Se decidía el plan televisivo para la semana siguiente”, recuerda Pavlovsky, que asistió a tales reuniones desde el otoño de 1995 hasta que renunció como asesor de alto nivel de la administración presidencial en 2011. “El Kremlin establece la dirección general, pero no los detalles, y luego Dobrodeyev y Ernst son los ejecutores. Abordan las noticias como una serie de televisión, pero la producción es muy profesional. Es posible que las historias sean exageradas, pero resultan convincentes”. Las noticias televisivas, afirma, “son la nueva forma de agitprop”, el sistema de agitación y propaganda de la era de Stalin cuyo objetivo era dar forma a la conciencia del proletariado.
El sistema es una especie de círculo mágico: las encuestas de opinión dan forma a la cobertura televisiva, la cual, a su vez, da forma a la opinión pública.
¿CUÁL CRISIS? En medio de temores de escasez de alimentos en 2009, el equipo de Putin publicó imágenes del líder recorriendo un supermercado. FOTO: ALEXEI NIKOLSKY/KREMLIN/RIA NOVOSTI/REUTERS
EL ZAR DEL REITING
Fue el súper oligarca Boris Berezovsky quien comprendió por primera vez el poder político de la televisión cuando se apoderó del principal canal de televisión de Rusia, conocido actualmente como Canal Uno, y convirtió su influencia en dinero y poder. Pero fue Putin, en el primer año de su mandato, quien hizo que el Kremlin acumulara ese poder expulsando a todos los posibles rivales (incluido Berezovsky) y sacando del aire rápidamente a todos los medios no estatales. El resultado, señala Zorkina de Levada, es que el Kremlin tiene un control sin precedentes sobre lo que los rusos ven, escuchan y piensan.
“La opinión pública no existe como una entidad independiente en Rusia, a diferencia de Occidente”, afirma. “En Rusia, las personas se han desligado completamente del proceso político. No creen que puedan cambiar nada. Aún en la década de 1990, sólo una pequeña proporción de personas, quizás 2 o 3 por ciento, eran políticamente activas. Ahora, esa proporción es aún menor”.
La ausencia de un líder alternativo, o de cualquier debate político real, ayuda a explicar uno de los hallazgos recientes más extraños de Levada: que la popularidad de Putin sigue estando en las nubes, aun cuando el estándar de vida de los rusos ha caído en picada. Desde 2014, el rublo ha perdido la mitad de su valor, la inflación ha alcanzado cifras de dos dígitos, se ha recortado el gasto en salud y educación, y Rusia ha prohibido unilateralmente la importación de alimentos de Estados Unidos y Europa. Sin embargo, aparentemente, el Kremlin ha logrado desafiar las leyes de la gravedad política: el reiting personal de Putin se ha separado del desastre económico en curso sobre el cual preside.
Por supuesto, el secreto es tan viejo como la política misma. Aunque ya no es pan y circo (el Kremlin ha padecido una desesperada escasez de pan durante los últimos dos años), ahora es guerra y circo. Cuando Putin volvió a la presidencia en 2012 tras pasar un período como primer ministro, su índice de aprobación cayó hasta 62 por ciento, y 100 000 personas salieron a las calles de Moscú para protestar. La respuesta del Kremlin fue invertir 48 000 millones de dólares (en ese entonces, con el precio del petróleo en 140 dólares por barril, aún podía permitirse ese lujo) en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi en 2014 (de acuerdo con la Fundación Anticorrupción, que es una ONG), convirtiéndolos en los Juegos Olímpicos más caros jamás organizados.
En 2014, cuando los precios del petróleo cayeron, Putin anexó Crimea y apoyo a los rebeldes de Ucrania oriental llenando los programas de televisión con informes noticiosos desde el frente de batalla y fomentando una oleada de orgullo nacional. De acuerdo con Daniel Treisman, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad de California en Los Ángeles, “la ocupación de Crimea’ fue, al menos en parte, una reacción impulsiva a la ocupación de Maidan y la ocupación de Abai”, las protestas populares realizadas en Kiev, la capital de Ucrania, y Moscú, respectivamente, que derrocaron al presidente ucraniano Viktor Yanukovych y sacudieron gravemente al Kremlin.
“Todas las subidas en la popularidad de Putin han sido resultado de distintas guerras”, afirma Zorkina. “Chechenia en 2000, Georgia en 2008, Ucrania en 2014, Siria en 2015.”
Otra parte de la fórmula también es antiquísima: crear enemigos. A principios de la década de 1990, en una serie de encuestas de Levada, se descubrió que una importante mayoría de los rusos admiraba la cultura y los valores de Estados Unidos, y que 43 por ciento estaban dispuestos a admitir que todos los problemas de la URSS se habían gestado en su interior. En enero de 2015, Levada encontró que 81 por ciento de los rusos tenían una actitud negativa hacia Estados Unidos. Además, 63 por ciento de los encuestados en ese año culparon a “enemigos externos” de las dificultades económicas del país.
No es de sorprender: desde 2014, los medios rusos han culpado al gobierno estadounidense de todo, desde apoyar a una junta militar fascista en Ucrania hasta organizar un “ataque informativo” contra Rusia plantando historias acerca de las cuentas en bancos panameños de los compinches principales de Putin y del dopaje sistemático de sus atletas olímpicos. En noviembre pasado, Dmitry Kiselev, el presentador de televisión más influyente de Rusia, sugirió que el grupo militarista del Estado Islámico (EI) era una creación estadounidense.
“Han recreado la mentalidad soviética del cerco, el complejo de estar rodeados de enemigos,” dice Zorkina. “Putin también ha reavivado la antigua idea de la Rusia imperial, con su complejo de superioridad y la idea de que estamos en algún camino histórico especial”.
La idea es que Rusia está en guerra y que, por lo tanto, sus ciudadanos deben estar preparados para enfrentar dificultades y sacrificios por la patria. Esta lógica nunca fue tan clara como cuando un avión de pasajeros ruso fue derribado por una bomba del Estado Islámico poco después de despegar del balneario egipcio de Sharm el-Sheikh el 31 de octubre de 2015. Las 224 personas a bordo, principalmente ciudadanos rusos de vacaciones, murieron en el ataque. Éste último fue una respuesta directa a la campaña aérea emprendida por Rusia en Siria para apoyar al régimen de Bashar al-Assad. Para cualquier líder occidental, un ataque de esa naturaleza había sido un golpe devastador. Sin embargo, Levada mostró que el importante reiting de Putin aumentó tras el bombardeo, mientras que el apoyo a la campaña en Siria se mantuvo en un optimista 60 por ciento (aunque se encontró por debajo del 72 por ciento observado al inicio de la guerra).
“Las personas asustadas desean un líder fuerte”, señala Dmitry K., uno de los encuestadores de Levada con sede en Moscú, quien realiza encuestas telefónicas y dirige grupos de enfoque. (El centro mantiene en secreto la identidad de su personal encuestador para evitar la posible corrupción). “Cuando se está en una situación de guerra, cualquier persona que critique a los líderes es un amotinado. En otras palabras, un traidor”.
La acusación de traición se ha convertido en el problema más apremiante para el Centro Levada: su misión comprende frecuentemente informar de cosas que el Kremlin no desea escuchar. Por ejemplo, en una encuesta reciente de Levada se encontró que uno de cada cuatro rusos con estudios universitarios contempla la idea de emigrar. “Estos son los grupos sociales más seguros, personas [que han] alcanzado el éxito, el reconocimiento y la riqueza en Rusia”, escribió Lev Gudkov, el actual director del Centro, en un análisis de resultados. “[Ellos] comprenden que no podrán vivir bajo un creciente autoritarismo”.
Otro desagradable hallazgo se produjo en diciembre pasado, cuando Levada informó que la fe en las noticias televisivas de Rusia, que son el puntal del control del Kremlin, ha caído a apenas 41 por ciento, en comparación con 79 por ciento en 2009.
A nadie le sorprendió que la oficina del fiscal de Rusia comenzara a atacar al Centro Levada. Los ataques comenzaron en mayo de 2013, cuando la publicación de resultados y análisis de las encuestas realizadas por Levada fue considerada como una “actividad política”, debido a que “influía en la opinión pública”. Los fiscales exigieron que el Centro fuera calificado como “agente extranjero”, un término que es sinónimo de espionaje en el lenguaje ruso, debido al pequeño número de subsidios y clientes extranjeros de Levada. Los agentes de la oficina del fiscal buscaron entre los archivos del centro e incautaron los discos duros de las computadoras, pero finalmente suspendieron el caso.
“Su objetivo es mantenernos en un estado de incertidumbre”, señala Zorkina. “Sólo para que sepamos que estamos bajo su vigilancia”.
Levada ha sido perdonado (por el momento) porque parece que un número cada vez menor de la generación actual de tecnólogos políticos del Kremlin aún respeta las encuestas confiables, sin importar los desagradables que sean los resultados. Sin embargo, el hecho de que Levada se encuentre bajo presión es un signo peligroso de que Putin está retirándose hacia su propia cámara de eco. Putin “ordena toda esta propaganda, pero él es el principal blanco de ella”, señala Pavlovsky.
“Cuanto más envejecen los regímenes antidemocráticos, tantos más errores tienden a cometer sus líderes… Privarse de obtener información precisa es uno de los más comunes, y de los más autodestructivos”, afirma el profesor Treisman de la UCLA, autor de The Return: Russia’s Journey From Gorbachev to Medvedev (El regreso: el viaje de Rusia de Gorbachev a Medvedev). “Con sorprendente frecuencia, los gobiernos autoritarios caen menos debido a una oposición bien organizada que debido a sus propios errores. Al ser demasiado confiados y estar mal informados, los líderes se ponen en peligro y carecen de la habilidad y la visión para salir de él”.
El Centro Levada no puede predecir el futuro. Pero su conjunto de encuestas es la más clara visión que cualquiera puede tener sobre cómo podría terminar el régimen de Putin, o en palabras de Zorkina, “de dónde se encuentran las grietas” en los cimientos del poder del Kremlin.
“La sociedad está llena de esas grietas, desde una mala atención a la salud hasta el desempleo y los precios cada vez más altos, pero no hay ningún sentido de solidaridad, ningún interés en participar en la política. Lo único que une a la sociedad rusa es su apoyo a Putin”, afirma Zorkina. “No existen formas de unidad social, no hay partidos políticos, organizaciones sociales o sindicatos. Todos ellos han sido suprimidos, así que no hay ninguna forma en que las personas puedan expresar sus protestas de manera legítima… La situación más probable para el futuro de Rusia será un lento descenso hacia un descontento caótico, el colapso continuo de la sociedad y el fortalecimiento de los órganos de seguridad”.
Una parte de estos pronósticos ya se está volviendo realidad. A principios de este año, Putin creó una nueva Guardia Nacional, un súper organismo dirigido directamente por el Kremlin y que utilizan 400 000 policías paramilitares y soldados, así como helicópteros artillados y tanques. La nueva unidad, que es un equivalente moderno de las guardias pretorianas de los emperadores romanos, está dirigida por Viktor Zolotov, el antiguo guardaespaldas personal de Putin, y ha sido autorizada específicamente por la Duma (la principal Asamblea Legislativa) para disparar contra civiles en caso de descontento civil. En febrero, Putin dijo que la nueva unidad había sido diseñada para “combatir el terrorismo”, y a continuación advirtió que “los enemigos extranjeros” de Rusia se preparaban para “interferir” en las elecciones parlamentarias del próximo 18 de septiembre organizando protestas masivas, calificando así a cualquier opositor como traidor apoyado por el extranjero.
Mientras Putin y sus aliados se atrincheran para defender su control del poder, Levada se prepara para registrar el descontento con su meticulosidad habitual. “Lo que estamos haciendo es fenomenal, un experimento único”, señala Zorkina. “Estamos realizando encuestas de opinión en una sociedad totalitaria. Imagínate que alguien hubiera sido capaz de hacer esto en la Alemania nazi”.