PARÍS, FRANCIA.— Hubo un tiempo en Francia, no muy lejano, en el que la curiosidad e interés por las artes y civilizaciones extraeuropeas no encajaban en el bagaje intelectual de lo que se puede llamar una persona culta. Los que tenían esa pasión por la escultura africana, la civilización inca o la armadura tradicional japonesa no presumían de su conocimiento: optaban por mantenerlo en su reducto personal. Víctima emblemática de ese etnocentrismo europeo, el expresidente francés Jacques Chirac, gran apasionado de esas artes, pasaba incluso por un hombre inculto.
“Vivía rodeado de personas que tenían ganas de citar a Marcel Proust o comentar la 41º sinfonía de Mozart. Como no tenía con quien hablar (de artes extraeuropeas), no buscaba mostrar su erudición”, cuenta Stéphane Martin a Newsweek en Español.
Desde hace diez años Martin preside el Museo del Quai Branly, dedicado a las artes de África, América, Asia y Oceanía, y es difícil entrevistarlo sin aludir a la figura de Jacques Chirac debido a los lazos tan estrechos del exmandatario con esta institución.
Producto de su pasión por las civilizaciones extraeuropeas, de su voluntad de consagrarles un espacio que las mostrara en todo su esplendor y echara abajo ese etnocentrismo, Chirac inauguró el Quai Branly el 20 de junio de 2006.
Este verano, con motivo de su primera década de existencia, la institución dedica una exposición a su fundador y se va a rebautizar como Museo Quai Branly-Jacques Chirac.
Pero el principal homenaje es sin duda el éxito que registra el Quai Branly. Con un 1.3 millones de visitantes anuales en promedio, la más joven de las grandes instituciones museográficas parisinas se encuentra en la lista de los 15 sitios más visitados de esta ciudad de pletórica oferta cultural.
Mejor aún: en apenas diez años la curiosidad de los parisinos por las artes y civilizaciones de África, América, Asia y Oceanía se ha convertido en una afición extrema, asegura Stéphane Martin.
“Frecuentar el Quai Branly es algo adictivo”, asegura.
Desde el inicio, la institución situada a un paso de la Torre Eiffel atrajo por su colorida arquitectura, obra del francés Jean Nouvel, y por el espacio que dio a la vegetación, destacando en especial el muro vegetal de su fachada, creado por el botanista Patrick Blanc.
Sus exposiciones son éxitos populares como la de Teotihuacán en 2009, hasta ahora la más visitada, o la que se dedicó en 2014 y 2015 al tatuaje y que itinera actualmente por varios países.
En su charla con Newsweek en Español, Martin destaca que el Quai Branly es un museo que corresponde perfectamente al mundo global y multicomunicado en el que vivimos.
“Actualmente tenemos mayor facilidad para captar la originalidad de una obra de arte y ese diálogo entre objetos de origen y de facturas diferentes es más natural”, opina Martin.
DÉCADA EXITOSA: La más joven de las grandes instituciones museográficas parisinas se encuentra en la lista de los 15 sitios más visitados de esta ciudad de pletórica oferta cultural. Foto: JEAN-FRANÇOIS ROLLINGER
—¿Cómo definiría la misión de su museo?
—La función principal del Quai Branly es promover el gusto por la diferencia y suscitar el deseo de descubrir lo que nos es diferente. En términos de política nacional y dado que Francia es una tierra que acoge a inmigrantes, es importante mostrarles que su cultura de origen es respetada y generar en ellos cierta dignidad que facilite su integración e instalación.
—Hace diez años, su mayor deseo era que el Quai Branly lograra fidelizar a su público. ¿Cuál es su balance?
—El Quai Branly ha sabido fidelizar a sus visitantes, más de la mitad lo visita en más de una ocasión durante el mismo año. Hay que destacarlo porque la mayoría no vive en París, sino en los suburbios, o bien en provincia. El 80 por ciento de los visitantes residen en Francia, y 20 por ciento son turistas. Atraer mayor número de turistas será uno de nuestros retos para los próximos diez años.
—¿Ha trascendido el mensaje de diversidad y apertura hacia las otras culturas que promueve el Quai Branly?
—La diversidad cultural es uno de nuestros sellos y una de las claves del éxito del Quai Branly. Cuando yo era joven las culturas de alteridad, o sea las que no son nuestras culturas madres, representaban un conocimiento adicional, un plus que se sumaba a una educación cultural clásica. Después de haber aprendido el latín, el griego, de haber leído a los grandes clásicos de la literatura y la poesía, sólo entonces se interesaba uno en esas culturas extraeuropeas, guiados por científicos o artistas occidentales como Picasso, André Breton y Claude Levi-Strauss.
“Hoy, en cambio, debido a la cultura pop, al cine, a la preocupación por el desarrollo sostenible del planeta, a la multiplicación de redes de comunicación, hay curiosidad por saber lo que sucede del otro lado del mundo. Cuando hay una crisis en alguna parte del mundo los franceses quieren tener mayor información sobre el país concernido. Sucedió con el reciente terremoto en Ecuador. Recibimos mensajes solicitando información sobre ese país. Es algo nuevo, hace 20 años ese tipo de dramas hubiera tenido menor repercusión internacional”.
—¿En la situación actual de crisis migratoria, ese mensaje de diversidad y apertura sigue pasando igual de bien?
—Los problemas que conoce el mundo desde el 11 de septiembre nos prueban que no vivimos en un planeta monocultural y que una de las fuentes de esos conflictos surge de la diversidad cultural. Esa diversidad es un hecho y conocerla mejor, interesarse en ella, respetarla, es sin duda un elemento esencial de la paz en el mundo. Si el Quai Branly ha tenido el éxito que ha logrado en los últimos diez años es porque hoy existe ese deseo, no solamente en Europa, sino en el mundo entero, de acercarse y de conocer mejor las otras formas de cultura.
—¿Cuál es su posición en relación con el comercio y subasta de arte prehispánico que varios países latinoamericanos critican tanto?
—Es un tema complejo con muchos parámetros en juego. Entiendo que países como Perú y México, que aún enfrentan saqueos en sus sitios arqueológicos, quieran impedir el tráfico de obras. Pero hay que respetar las legislaciones. En algún momento México tuvo posiciones maximalistas remontando a la época de su Independencia para determinar que la posesión de todo objeto que hubiese salido después de esa fecha era ilegal. Obviamente es remontar a muy lejos en la historia y eso complica las pruebas para determinar una posesión legal. Si todas las obras volvieran a sus países de origen, se generaría un empobrecimiento de la cultura universal. La circulación es necesaria, pero también luchar contra el saqueo verificando el origen de las piezas. Algunas situaciones de crisis, como la que se vive en Siria, sí podrían generar posiciones firmes como suspender todo comercio. Nosotros adquirimos muy pocos objetos precolombinos, sólo los que se ajusten a la legislación del país de origen y a convenciones internacionales firmadas y ratificadas por Francia. Somos muy prudentes y nunca hemos tenido problemas en ese sentido.
—¿Qué relaciones mantiene con los museos extranjeros?
—Tenemos acuerdos y colaboraciones muy interesantes con los países de América Latina. Uno de los primeros fue Perú. A raíz de una exposición sobre los textiles de Paracas se generó una colaboración con el Museo Arqueológico de Lima. Participamos en la restauración de los textiles para que pudieran exponerse. Próximamente presentaremos en forma exclusiva los trabajos del arqueólogo que trabaja en La Huaca de La Luna. De Colombia presentaremos el año próximo obra de la cultura San Agustín con motivo del semestre de Colombia en Francia. Tuvimos una exposición sobre los mayas de Guatemala, y otra sobre los mayas de México. En sentido inverso, expusimos en México una colección de obras africanas, era la primera vez que una muestra de arte africano de estas dimensiones se realizaba en un país de América Latina.
—En la documentación de la exposición dedicada a Jacques Chirac, el curador Jean-Jacques Aillagon señala que durante largo tiempo Chirac dejo propagar la idea de que era inculto, sin revelar su erudición sobre las artes extraeuropeas. ¿Nos puede explicar por qué?
—Hasta mediados de la década de 1990, en comparación con otros políticos como François Mitterrand y Georges Pompidou, Jacques Chirac era considerado como una persona que no tenía centros de interés culturales. Se pasaba la vida diciendo que no le interesaba la ópera, ni leer a Víctor Hugo o a Lamartine. No es narcisista y no le importaba lo que pensaban de él. Su interés por las culturas extraeuropeas era su jardín secreto. En su época era un tipo de conocimiento que no formaba parte de la imagen del perfecto hombre occidental. Vivía rodeado de personas que tenían ganas de citar a Marcel Proust o comentar la 41º sinfonía de Mozart. Él se interesaba en poetas chinos y podía platicar sobre las diferentes formas de (cerámica) raku japonesa, pero como no tenía con quien hablar de esos temas nadie sabía de su erudición.
—En su caso, de qué manera nació su pasión por las artes extraeuropeas?
—Descubrí el arte africano en África gracias a los viajes que hice con mi padre. Además, pude aprender bien el inglés, lo cual abrió mucho mi perspectiva, pude leer libros, ver películas de sensibilidades distintas. Entender otros idiomas es acceder a modos de pensamiento distintos. Se descubre así toda la diversidad del mundo. Muy pronto entré en contacto con el arte africano y de Oceanía, que me generó grandes satisfacciones. Era para mí como llegar a un hotel, abrir una ventana y descubrir paisajes que desconocía. Me generaba euforia saber que no estaba restringido a mi condición sociocultural de origen.