Soy la autora de esa frase. La pronuncié ante un joven y
entusiasta auditorio en agosto del año pasado cuando presenté “Bitácora de
guerra. Experiencias de una reportera”, en la Feria Universitaria del
Libro que organizó la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
Por más triste y lamentable que sea, la cita está vigente
y refleja la realidad que cotidianamente enfrenta nuestro gremio. Un ejemplo,
el pasado lunes 25 de abril nos despertamos con la noticia del asesinato de
Francisco Pacheco, editor del periódico “El Foro de Taxco” y
corresponsal de Radio Capital Máxima, con sede en Chilpancingo.
De acuerdo con las primeras pesquisas, alrededor de las
6:30 a. m. de ese día, Pacheco Beltrán fue atacado por sujetos armados a las
afueras de su domicilio en Taxco.
Horas antes estuvo muy activo en redes sociales para
difundir pormenores de los tiroteos registrados la noche del domingo en
Acapulco contra un hotel donde se hospedaban agentes federales y las oficinas
de la Policía Federal (PF), hechos que provocaron pánico y terror entre la
ciudadanía en la Costera Miguel Alemán.
La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) condenó la
ejecución y manifestó su repudio por el “doble silenciamiento” contra los
periodistas: “Por las balas y por el sistema legal que permite la impunidad y
la desprotección de los informadores”.
La SIP expresó un “¡basta ya!” e hizo un llamado a las
autoridades mexicanas para que “de manera urgente” realicen las acciones
necesarias para esclarecer el crimen, ubicar a los responsables y llevarlos
ante la justicia, así como para buscar herramientas concretas y rápidas que
acaben con la violencia hacia los periodistas.
Claudio Paolillo, presidente de la Comisión de Libertad de
Prensa e Información de la organización, comentó: “Este clima insoportable de
impunidad incentiva a los violentos a cometer los mismos homicidios una y otra
vez, ya que cualquier delincuente o pendenciero puede silenciar a un periodista
para siempre sin ninguna consecuencia”.
En lo que va del año, la trágica lista de los periodistas
asesinados incluye a Moisés Dagdug Lutzow (20 de febrero, Tabasco); Anabel
Flores Salazar (8 de febrero, Veracruz); Marcos Hernández Bautista (21 de
enero, Oaxaca), y Reinel Martínez Cerqueda (22 de enero, Oaxaca).
Pero aún más triste y lamentable es el recuento de los
compañeros ejecutados en los últimos años y que, por desgracia, se cuentan por
decenas.
LAS CIFRAS DE LA VERGÜENZA
La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) presentó a
principios de abril en Punta Cana, República Dominicana, en la más reciente
reunión de la SIP, un informe en el que establece que desde el año 2000 hasta
el 31 de enero de 2016, 109 periodistas habían sido asesinados en territorio
nacional.
“Lamentablemente, las agresiones contra periodistas y
medios de comunicación son una realidad cotidiana indignante”, advertía en ese
texto con el que justificaba la Recomendación General 24 Sobre el ejercicio de
la libertad de expresión en México.
En ella, el organismo que preside Luis Raúl González Pérez
señala que los estados más letales para el ejercicio del periodismo son
Veracruz, Tamaulipas, Guerrero, Chihuahua y Oaxaca.
Pero lo que ocurre en el país no es ajeno al contexto
internacional. Según un informe de la Federación Internacional de Periodistas
(FIP), en los últimos 25 años, al menos 2297 periodistas (112 sólo en 2015) han
sido asesinados en el planeta.
Desde 1990 se han registrado 309 asesinatos de
profesionales de la información en Irak; 146 en Filipinas; 120 en México; 115
en Pakistán; 109 en Rusia; 106 en Argelia; 95 en India; 75 en Somalia; 67 en
Siria, y 62 en Brasil, los países con más homicidios de periodistas.
En 2015, las naciones con el mayor número de comunicadores
asesinados fueron Francia, Irak y Yemen con diez muertos. Por primera vez se
señaló a la nación europea, debido al ataque terrorista a la revista satírica
“Charlie Hebdo”.
Un dato relevante de la FIP es que estos crímenes no sólo
se dan en lugares en guerra o bajo conflictos violentos. “Había otros motivos,
a menudo fuera del clima de guerra, para atacar a los periodistas, muchos de
los cuales son víctimas de oficiales corruptos o líderes criminales”, afirmó el
secretario general de la Federación, Anthony Bellanger, quien recalcó que “hubo
más asesinados en situaciones de paz que en países en guerra”.
El informe critica que sólo una de cada diez muertes ha
sido investigada y, al respecto, denuncia que “la falta de acción para
erradicar la impunidad hacia los asesinatos y ataques a los profesionales de
los medios aviva la violencia contra ellos”.
A su vez, el pasado 22 de abril se reveló que México ocupa
el séptimo lugar a escala mundial, y el primero en Latinoamérica, de 13 países
donde los homicidas o autores intelectuales del asesinato de comunicadores no
han sido capturados o procesados legalmente.
Las cifras corresponden al Índice Global de Impunidad
elaborado por el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus
siglas en inglés), que tomó como referente las ejecuciones ocurridas entre 2004
y finales de 2013, y a aquellas naciones con al menos cinco casos sin resolver.
En abril de 2013 se aprobó en México una ley para
perseguir los crímenes contra periodistas; sin embargo, la organización con
sede en Nueva York detalló que, aun siendo un paso importante para mejorar la
libertad de prensa, aún existen 16 casos no esclarecidos en México.
Pero lo triste y lamentable es que nuestro país sea el
único de ese listado que no tiene o que no ha vivido en los últimos años un
conflicto armado o una guerra civil. El índice lo encabezan Irak, Somalia y
Filipinas.
El CPJ detalló que el 96 por ciento de las víctimas son
periodistas nacionales, y en su mayoría se dedicaban a la cobertura informativa
de la política, la corrupción y la guerra en sus respectivos países; casi el 33
por ciento fueron capturados o torturados antes de su muerte.
Funcionarios de los gobiernos y militares son considerados
los principales sospechosos en el 26 por ciento de los casos, y en menos del 5
por ciento, los asesinos o autores intelectuales son capturados o procesados
legalmente.
Más datos, ahora de Reporteros Sin Fronteras (RSF),
denuncian que la libertad de prensa en todo el continente se deterioró en 2015
“por las crecientes tensiones políticas ocurridas en numerosos países,
alimentadas por la recesión económica, la incertidumbre sobre el futuro y los
repliegues comunitarios”.
En el caso de México, afirmó que “está marcado por una
larga serie de asesinatos de periodistas, crímenes relacionados con la
corrupción y el narcotráfico”.
México perdió un puesto en la Clasificación Mundial de la
Libertad de Prensa de RSF para situarse en el lugar 149 de 180 naciones
evaluadas, manteniéndose así entre los países que afrontan una “situación
difícil” para la libertad de prensa por los estragos del crimen organizado, de
cárteles del narcotráfico y de grupos paramilitares.
“Patria de los cárteles de la droga, México sigue siendo
el país más mortífero de América Latina para los medios de comunicación. Los
periodistas asesinados a menudo son ejecutados a sangre fría y la mayoría de
los crímenes permanecen impunes”, de acuerdo con la organización.
PERIODISMO A LA ORILLA DEL PRECIPICIO
Parte de esa triste realidad la retrato en mi libro
“Bitácora de guerra. Experiencias de una reportera”. En él recupero
el informe anual 2013 de Artículo 195, en el que se establece que ese año
documentó 330 casos (cuatro de ellos, homicidios), lo que significa que cada 26
horas y media fue agredido un periodista en México. Estas cifras representan un
incremento del 59 por ciento respecto a las de 2012, cuando hubo 207 hechos.
“Así de cotidiana y sistemática se ha convertido esta
práctica (…) Secuestros, asesinatos, golpes, amenazas y ataques a medios de
comunicación amagan la libertad de expresión. Pero hay más: seis de cada diez
agresiones fueron ejecutadas por funcionarios públicos”.
Durante el mismo año, 39 medios de comunicación fueron
objeto de ataques a sus instalaciones. Estas cifras colocan a nuestro país en
una situación incluso peor a la de Irak, que no se ha podido frenar ni a través
de la Fiscalía Especializada de la PGR o del Mecanismo de Protección de la
Secretaría de Gobernación.
No obstante, nuestra respuesta como gremio expresada en
marchas y protestas tiene una gran carencia: no es unánime, ni estructurada. Es
más, demuestra nuestro fracaso. No hemos sido capaces de hacer que la sociedad
para la que trabajamos, a la que nos hemos comprometido a dar voz, y ante la
que nos instituimos como intermediarios con el poder, esté de nuestro lado.
En otros países del continente como Colombia o Brasil, el
asesinato de un periodista es asumido como un agravio a la comunidad en su conjunto.
Cuando un reportero es callado con las balas, la sociedad es herida en uno de
sus derechos fundamentales: el de saber y conocer.
Algo estamos haciendo mal, muy mal, y este caso es una
oportunidad para corregir el rumbo, para hacer esas investigaciones que nos
exigen lectores, televidentes y radioescuchas. Nunca es demasiado tarde. De
otra forma, nuestra única salida será ejercer el periodismo a la orilla del
precipicio.
Triste y lamentable, pero real. Yo por lo menos seguiré
pensando como el maestro Márquez: “Este es el oficio más bonito del
mundo”, aunque aquí dejemos nuestra vida.