El proceso de destitución de la presidenta Dilma Rousseff
ya comenzó; con el voto de las dos terceras partes de los diputados brasileños,
la moción de juicio político fue enviada al Senado de Brasil, el cual para
inicios de mayo podría destituirla por hasta 180 días, en tanto se realizan las
investigaciones sobre los delitos que le acusan. Se trata de un proceso
histórico de gran impacto político para Latinoamérica. Y creo que de amplio
contraste para la democracia mexicana.
¿Se imagina usted que pudiera ocurrir algo parecido en
nuestro sistema político? Asumamos por un momento que en la Cámara de Diputados
se diera algo similar en contra del presidente Peña Nieto; es más, para no ir
tan lejos, simplemente que a alguien en el país —que no sean Gerardo Fernández
Noroña o representantes de Morena— se le ocurriera plantearlo con fundamento y
seriedad. La verdad es que resulta impensable visualizarnos en una coyuntura
similar, la política mexicana no funciona así.
Considero que la reflexión es interesante, pues refleja
serías debilidades y fortalezas —según el cristal con que se mire— de nuestro
sistema político. En lo negativo, destaca que aún estamos muy lejos de que
nuestras autoridades y la clase política puedan ser llamadas a rendir cuentas,
por irregularidades cometidas en el ejercicio de la función pública o de la
política electoral en general. Desde luego que este enfoque es desde una
perspectiva totalmente ciudadana y para nada compartido por quienes detentan el
poder.
Y por eso le escribo que para algunos el sistema también
tiene fortalezas, porque sin duda los políticos y gobernantes han de sentirse
orgullosos de la sólida impunidad que como gremio elitista y privilegiado han
logrado construir. México es un país en el que “no pasa nada” cuando de la
clase política y gobernante se trata; la protección es una “prestación” que
viene aparejada al poder. Para eso se recorre la escalera de la política, para
llegar y, una vez en la cúpula, poder hacer. Y mire que no se trata de un tema
de colores ni de mayorías legislativas, ni de bonos democráticos, pues ni Fox
lo hizo con sus antecesores, ni el PRI al regresar al poder; sucede que el
manto protector es parte del ADN de la política mexicana, y por eso nadie gusta
de dispararse en el pie.
En lo jurídico, Dilma Rousseff no es acusada propiamente
de corrupción, sino de ocultar información sobre la situación financiera del
erario y de haber ejercido recursos públicos sin autorización del Poder
Legislativo; en lo mediático, el veredicto está prácticamente dicho sobre su
culpabilidad por participar, ignorar o encubrir supuestos actos de corrupción.
Y mire que se trata de otro de los contrastes con nuestra
democracia, pues hace apenas unos días que la propia Dilma Rousseff ofreció al
expresidente Lula un espacio como jefe de su gabinete para que quedara protegido
ante las acciones legales emprendidas en su contra, también por actos de
corrupción; después de hacerlo y ante la controversia pública que ello generó,
un juez federal anuló el nombramiento que a contentillo se había otorgado al
expresidente por su pupila y sucesora.
¡Un juez echando por la borda una decisión presidencial!
¿Se imagina algo similar en México, a un juez contraviniendo un nombramiento
del presidente? Actualmente nos alcanza para que le den un coscorrón de vez en
cuando a uno que otro congreso local, pero no más. Creo que aún faltan años
para que alcancemos tal nivel de independencia y autonomía de poderes.
En adición al intento de protección otorgado al expresidente
Lula, pesan sobre Rousseff el gran escándalo de corrupción en la empresa petrolera
del país, el aumento desmedido del gasto y déficit públicos, su impopularidad,
y la recesión económica en que tiene metido al país sudamericano. Y permítame
volver sobre lo andado: para fines prácticos ¿cuál es la diferencia sustancial
con nuestro país? Vaya, se trata de temas en los que sabemos manejarnos a la
vanguardia, sólo que sin consecuencias.
Son perspectivas sobre la democracia latinoamericana; ya
quisiera Dilma Rousseff un sistema político como el mexicano para salvar su
pellejo y el de su maestro sin mayor sobresalto. Y bueno, en ciertos sucesos y
de tanto en tanto, creo que ya quisiéramos los mexicanos la libertad política
de los brasileños para decidir sobre nuestras autoridades; aunque, pensándolo
bien, ¿estamos preparados para tomar este tipo de decisiones ciudadanas, sabríamos
qué hacer con tal libertad? Me parece que aún nos falta un buen tramo de camino
por recorrer.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una
alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le corresponde a usted.