WASHINGTON, D. C.- Hablando ante más de un millón de
espectadores, jurando “hacer que Estados Unidos sea grande otra vez” y
declarando que es un líder que es “un éxito fantástico, al igual que mis
asombrosas, asombrosas empresas”, Donald J. Trump tomó juramento el viernes
como el presidente número 45 de Estados Unidos de Norteamérica entre
manifestaciones contra lo que los manifestantes llaman sus políticas racistas y
antinmigrantes.
“¿Cuándo fue la última vez que ganamos en algo?”, preguntó
el presidente Trump a la multitud que lo aclamaba, rodeada por miles de
manifestantes ruidosos y enfadados. “He construido un negocio fantástico, dado
empleo a miles de personas, dirigí la mejor campaña, si la miras, de todos los
tiempos. Mejor que Lincoln. Así que el triunfo empieza hoy”. Mientras el nuevo
presidente hablaba, el expresidente Barack Obama, cuya ciudadanía fue
cuestionada por Trump apenas el viernes por la mañana en la reunión tradicional
en la Casa Blanca entre el presidente entrante y el saliente, apartó la mirada.
Paul Ryan, vocero de la Cámara, aún dolido por el comentario que Trump hizo en
una fiesta navideña del Congreso, afirmando que el nativo de Wisconsin “había sido
elegido sólo por unos cuantos granjeros”, aplaudió cortésmente.
En primer día, Trump ya había puesto su marca en la
capital. Se convirtió en el primer presidente en tuitear durante la ceremonia
inaugural. “Estos manifestantes son tipos malos. Malos de verdad. La elección
ha terminado. Hagan algo con su vida. ¡TRISTE!” Después de la ceremonia, en
lugar de observar el desfile inaugural desde una tribuna en la Casa Blanca,
Trump encabezó la procesión como director de desfile y luego miró los festejos
desde la parte frontal del Hotel Internacional Trump en la Antigua Oficina
Postal, la lujosa propiedad que inauguró en septiembre. Agentes del servicio
secreto flanqueaban al nuevo presidente mientras era aclamado y abucheado a la
vez en su caminata por la Avenida Pennsylvania. El presidente y la primera dama
Melania Trump vivirán en una de las suites presidenciales del hotel hasta que
sus renovaciones a la Casa Blanca, cuyo costo se calcula en 6 millones de
dólares y que serán pagadas de su propio bolsillo (incluyendo la aplicación
extensa de hoja de oro en la Sala Oval), sean terminadas esta primavera.
“Francamente, este hotel es tan, tan fantástico, verdaderamente excelente, que
podría quedarme. Podría. Debería. No lo haré, pero podría. Es así de bueno”.
Tras la inauguración, el presidente firmó un decreto que
invalidaba el decreto de Obama que permitía que hasta 5 millones de inmigrantes
indocumentados permanecieran en Estados Unidos, y ordenó al Procurador General
Chris Christie que le informara en 30 días cómo empezarían las deportaciones.
Después, el presidente se preparó para los bailes vespertinos, que incluirá una
presentación de la banda cristiana de rock pesado Stryper. “¡Los evangélicos me
aman!”, dijo el nuevo comandante en jefe.
Hace dieciséis años, Los Simpson trasmitieron un episodio
titulado “Bart al futuro”, una parodia de Volver al futuro, en la que Lisa
Simpson se convierte en “la primera presidente heterosexual”. ¿Su predecesor?
Donald Trump. “Dejó quebrado al país”, suspira ella.
El negocio de imaginar a Trump como presidente se remonta
aún más, al menos hasta 1988, cuando el esbelto y rubio heredero de bienes
raíces asistió a la Convención Nacional Republicana y se le preguntó si deseaba
postularse para presidente algún día. “Si decidiera hacerlo… tendría un montón
de posibilidades de ganar”, dijo Trump en ese entonces. Desde luego, su largo
coqueteo terminó el año pasado. El hombre a quien The New York Times describió
en 1973, cuando tenía 27 años, como parecido a Robert Redford, ha evolucionado
hasta convertirse en un candidato presidencial todavía en forma, menos hirsuto
y de 69 años con una tercera esposa modelo, fama a escala nacional y don
teatral; mira el anuncio de su candidatura en el que baja por una escalera
eléctrica, el cual sacudió al mundo.
En ese momento, unos cuantos expertos vieron su potencial,
pero ninguno de ellos, ni siquiera el mismo Trump, vio venir todo esto. La
mayoría de las personas pensaba que su campaña era una broma, pero durante los
últimos dos meses, algunas de esas risas se han convertido en temor. El
candidato republicano John Kasich dijo recientemente que Trump crea una
“atmósfera tóxica”, y Bernie Sanders, candidato demócrata cuyos partidarios
constituyen la mayoría de los manifestantes antiTrump, dijo que el
multimillonario ha “promovido el odio y la división”. Ambos tienen algo de
razón. En marzo, después de semanas de incitar a sus partidarios para emprender
acciones físicas y expulsar a los opositores, los mitines de Trump se volvieron
violentos. Un partidario en Carolina del Norte fue arrestado por dar un
puñetazo a un manifestante afroamericano que era conducido fuera de un evento
por elementos de seguridad. “La próxima vez que lo veamos, quizás tengamos que
matarlo”, dijo el desafiante hombre. Unos días después, Trump tuvo que cancelar
un mitin en Chicago cuando cientos de vociferantes manifestantes convergieron
en el lugar y chocaron contra sus partidarios en una escena caótica que recordó
muchas de las protestas que convirtieron a la Convención Nacional Demócrata de
1968, realizada en esa ciudad, en una conflagración histórica.
Mientras Trump critica a los “sabelotodo” y a los “chicos
malos” enviados para reventar sus eventos y “llevarse nuestros derechos de la
Primera Enmienda”, los demócratas y los republicanos que especulan sobre cómo
sería Trump como presidente están cada vez más aterrorizados. Los
supervivientes del Holocausto han dicho que Trump les recuerda a Adolf Hitler.
(Por si sirve de algo, Ivanka, la hija de Trump, se convirtió al judaísmo cuando
se casó.) El presidente de México lo ha comparado con Hitler y Benito
Mussolini, mientras que el vicecanciller de Alemania ve paralelos entre la
cruzada de Trump y los partidos xenófobos de extrema derecha de Europa, como el
Frente Nacional de Francia. El comediante Louis C.K. escribió a sus admiradores
que “Trump es Hitler”, otro “tipo gracioso y refrescante con un peinado
extraño”. En el ala izquierda, columnistas del Washington Post y Slate han
dicho que Trump es un fascista. En un raro caso de acuerdo entre líneas
partidistas, los conservadores han usado una descripción similar. El autor
conservador Matt Lewis ha calificado a Trump como un avatar de la política de
la identidad de raza blanca. Y sus aborrecedores tienen mucha tela de donde
cortar. El magnate empezó su campaña diciendo que México enviaba a “violadores”
a Estados Unidos, y luego propuso una descabellada e intolerante prohibición de
la inmigración musulmana “hasta que averigüemos qué diablos está pasando”
(cualquier cosa que esto signifique). Trump continúa fustigando a los medios de
comunicación en sus mitines, refiriéndose a ellos como “lo peor”. Al menos dos
periodistas dicen que han recibido una paliza en los eventos de Trump sin que
medie ninguna provocación; uno de ellos es una mujer que escribe para una
publicación conservadora y afirma que fue el director de campaña de Trump quien
la golpeó, un cargo que la gente de Trump niega enérgicamente. No es el Beer
Hall Putsch, donde se fraguó un fallido golpe de Estado liderado por Hitler,
pero es feo.
Mientras tanto, hay millones de votantes de Trump que
creen que de verdad puede “hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”. Su
riqueza que lo hace aparentemente incorruptible, sus duros aranceles
comerciales, su muralla para mantener a los mexicanos fuera de Estados Unidos
(¡Gracias, México!) y sus refinadas habilidades como negociador los han
convencido de que es el hombre correcto para estos tiempos tan problemáticos.
PERFORACIÓN FRONTERIZA: El muro que Trump ha jurado
construir desde el primer día de su campaña es, casi indudablemente, un plan
inviable. FOTO: BRYNN ANDERSON/AP
Todo lo cual es una locura. Trump no es Hitler. Tampoco es
un fascista, aunque tiene, a pesar de toda una carrera de crear acuerdos, las
proclividades autoritarias de un dictador latinoamericano, lo cual sería
preocupante si Estados Unidos fuera Bolivia y no una democracia perdurable.
(Por cierto, Trump fue la inspiración de Biff Tannen, el bravucón de Volver al
futuro.) Tampoco es un salvador. Debido a su personalidad solipsista y sus
políticas vagas e inviables, nunca podrá ser lo que promete si es elegido. Pero
eso no lo convierte en la suma de todos los miedos.
La poco espectacular verdad es que una presidencia de
Trump se caracterizaría probablemente por el trabajo cotidiano de muchos otros
presidentes, tratando de convencer al Congreso y al público sobre sus
propuestas mientras lucha no sólo contra una cultura de protestas, sino también
contra el enjambre usual de cabilderos que liquidan cualquier idea interesante
a golpe de anuncios y donaciones. Trump tiene una enrarecida confianza en sus
habilidades y, como lo supimos recientemente, también en su hombría. Pero lo que
no tiene es una varita mágica (inserta aquí el chiste del pene como varita).
¿Recuerdas la serie animada Schoolhouse Rock? Trump no es ningún rival para el
sistema político estadounidense, con sus tres ramas de gobierno. El presidente,
como dijo una vez el famoso especialista en ciencias políticas Richard
Neustadt, debe asumir una postura intrínsecamente débil y usar los poderes de
la persuasión para lograr que otros hagan lo que quiere.
¿Acaso Trump podría derribar todas esas legendarias
verificaciones y equilibrios para convertir a Estados Unidos en un estado
fascista? Por favor. El miedo al fascismo en Estados Unidos se remonta a la
década de 1930 y hace eco de los debates que han sucedido desde que Thomas
Jefferson acusó a Alexander Hamilton de ser monárquico. It Can’t Happen Here
(No puede ocurrir aquí), la novela que Sinclair Lewis publicó en 1935, es una
dura advertencia sobre un fascista informal que logra llegar a la presidencia.
En The Plot Against America (El complot contra Estados Unidos), la mucho mejor
obra de Philip Roth publicada en 2004, un Charles Lindbergh que no desea
enfadar a los nazis, trata de arrebatarle la presidencia a Franklin Roosevelt
en 1940 y evita que Estados Unidos ayude a Gran Bretaña, lo cual favorece una
victoria nazi en Europa y una época muy poco agradable para los judíos
estadounidenses. Pero todo esto es ficción. Trump tiene muchas más
probabilidades de terminar como Jimmy Carter, siendo un pésimo diseñador de
leyes y convirtiéndose en una aplastante desilusión para sus partidarios. Desde
la Segunda Guerra Mundial, sólo Dwight Eisenhower, Ronald Reagan, George H.W.
Bush y Bill Clinton han dejado el cargo con altas cifras de producción.
Generalmente, los presidentes no terminan su período de posesión con una bala
en un búnker sino con un gemido.
¿WEIMAR-A-LAGO?
El estilo es algo que un presidente puede aportar al
cargo, y el de Trump tendría mucho brillo para hacer juego con sus jactanciosas
conferencias de prensa y sus interminables tuits. ¿Podría pintar de dorado la
Casa Blanca? Tendría que pagarlo de su bolsillo, pero parece posible. Diablos,
si quisiera vivir en su hotel de la Antigua Oficina Postal, nada podría
impedírselo. Trump incluso podría hacer que se pintara de nuevo el avión
presidencial. Jackie Kennedy lo hizo, usando un tono azul claro que evocaba el
cielo, e incluso el tono del huevo de petirrojo de las cajas de Tiffany &
Co. Nancy Reagan compró costosos objetos de porcelana mientras se embarcaba en
la cruzada antidrogas. Aún no sabemos cuál será la causa que defenderá Melania
Trump.
Pero alcanzar incluso los objetivos legislativos más
moderados, sin hablar de convertirse en un führer del siglo XXI, está más allá
del magnate. El filósofo Leo Strauss acuñó el término reductio ad Hitlerum, la
tendencia a reducir todas las discusiones a Hitler, o considerar siempre que
una acción conduce al nazismo. En sus formas más extremistas, escuchamos
declaraciones como “ya-sabes-quien también era vegetariano”. Las muestras de
intolerancia por parte de Trump durante las elecciones primarias, más
notablemente su llamado para un “cierre total y completo” de la entrada de
musulmanes a Estados Unidos son detestables, pero no ponen a Estados Unidos en
una vía rápida hacia el Tercer Reich, a menos que creas que el Congreso, las empresas,
las Fuerzas Armadas, el sistema judicial y demás, estén dispuestos a construir
campos de concentración. Estados Unidos, con su índice de desempleo de menos de
5 por ciento y su minúscula inflación, es un país donde los jubilados tratan de
obtener un mejor rendimiento, y no la Républica de Weimar con su hiperinflación
que hizo surgir a Hitler. El fascismo, con su control totalitario de la
sociedad y de la economía (“nazi” era la abreviatura de Nacionalsocialismo) no
describe los puntos de vista de Trump, ni siquiera si el exgobernador de
Maryland Martin O’Malley y Michael Gerson, un antiguo redactor de discursos de
George W. Bush, mencionan el término “fascista” cuando hablan pestes del
multimillonario.
¡VA A SER ENORME!
Entonces, si no será un Hitler, ¿cómo sería una
presidencia de Trump? Júzgalo por sus propias palabras.
“Construiré un enorme, enorme muro. Y haré que México
pague por ese muro”.
Dejemos de lado la pregunta de si alguien podría construir
un muro de esa magnitud, lo cual es poco probable. (Trump dice que las barreras
naturales entre Estados Unidos y México significan que estamos hablando
solamente de 1600 km. de muro.) Dejemos de lado también que, por el momento, no
hay una inmigración neta desde México. Aun así, quedan innumerables preguntas:
¿el muro funcionará como está planeado? ¿Y Trump realmente podrá conseguir el
dinero para pagarlo? La respuesta para ambas preguntas es probablemente no.
¿Y si México paga la factura? Hasta ahora, ese país se ha
mostrado un poquito renuente. “No voy a pagar ese muro de mierda”, declaró el
ex presidente mexicano Vicente Fox. Trump argumenta que México, amenazado por
los aranceles, aportaría gustosamente el dinero o, de otra forma, su lucrativo
acceso a los mercados estadounidenses se vendría abajo. Pero se trata de una
fantasía. Ningún líder mexicano podría sobrevivir mostrándose tan suplicante
ante Estados Unidos, incluso si estuviera dispuesto a hacerlo.
¿Entonces el congreso pagaría por el muro? No, y este es
el meollo del problema de Trump, no sólo con los muros sino con el gobierno: él
enuncia las soluciones con un “yo”, pero este es un país de “nosotros”. Es
difícil que el Congreso sea persuadido de financiar esa costosa barricada,
específicamente cuando los demócratas probablemente sean capaces de
obstaculizar cualquier medida de financiación con alguna maniobra dilatoria en
el Senado. Trump podría tratar de impulsar la opinión pública, pero deberá
tener mucha suerte. Si tan sólo termina con más drones y más Agentes de la
Patrulla Fronteriza, habrá logrado tanto en ese frente como George W. Bush o
Barack Obama, y dejará a sus partidarios desilusionados.
¿SÓLO DI QUÉ? Es tradicional que la Primera Dama tenga una
causa favorita; no sabemos aún qué podría pregonar Melania Trump si su marido
gana en noviembre. FOTO: CHIP SOMODEVILLA/GETTY
“Si construyes esa planta en México, te cobraré 35 por
ciento sobre cada parte de automóvil o camión que envíes a nuestro país. Sobre
cada una”.
He aquí otro problema de “yo”. A Trump le encanta lanzar
hipótesis sobre cómo hará que Ford Motor Co. deje de construir una planta en
México. En su narración, llama al director de Ford, amenaza con un arancel y
después de un día o así, el director ejecutivo se ablanda y abre una fábrica en
Estados Unidos. Trump ha estado contando este cuento de hadas durante casi un
año, y aún así, Ford ha proseguido con su expansión en México. ¿Sería diferente
si Trump resulta electo?
Es muy dudoso. Imponer aranceles es difícil. Es necesario
lanzar el reto a los cabilderos y atravesar el célebremente difícil Comité de
Finanzas del Senado, donde los presidentes del pasado y del presente han
ejercido el poder para atar para siempre los aranceles. Y dado que un arancel no
es más que un impuesto con otro nombre, no existe ni la menor posibilidad de
lograr que algo así logre ser aprobado por un Congreso republicano con una
marcada aversión a los impuestos, incluso si Trump es un presidente
republicano. E incluso si pudiera, un arancel unilateral entraría en conflicto
con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. México podría pedir la
reparación del daño bajo ese acuerdo. Para entonces, los Ford Mustangs y los
Fiestas ya estarían saliendo de la línea de ensamble en México.
“Vamos a reemplazar a Obamacare con algo mucho mejor”.
Trump ha recitado las denuncias estándar de la Ley de
Atención Accesible que todos los republicanos parecen haber laminado en una
tarjeta, pero más allá de decir que relajará las reglas sobre la venta de
seguros por encima de las fronteras interestatales, algo que, según él,
generaría una mayor competencia y costos más bajos, se ha mostrado muy vago
sobre cómo va a mejorar las cosas. Además, ha dicho que desea mantener algunos
elementos del plan de cobertura de salud, incluyendo su prohibición en contra
de negar la cobertura para enfermedades preexistentes. Las compañías de seguros
se opondrán a eso. Acordaron cubrir las enfermedades preexistentes sólo gracias
a una gran oferta de la Casa Blanca que les prometió que verían una marejada de
nuevos clientes sanos bajo el mandato de que todos deben comprar un seguro. En
febrero, Trump aparentemente revirtió su postura sobre el mandato individual
(una de las partes más odiadas del plan) y se declaró a favor de él, pero
entonces, cambió de opinión otra vez, diciendo que se oponía a él. Así que lo
que realmente quiere hacer (así como qué parte de eso sería la mejor) sigue
siendo un misterio.
“Los golpearía tan duro que su cabeza daría vueltas”.
En lo relacionado con los poderes de un presidente como
comandante en jefe, Trump tendría mucha discreción. Aunque solamente el
Congreso puede declarar la guerra, los presidentes han entrado por su cuenta en
conflictos en el extranjero durante siglos. Si Trump quiere aumentar los
bombardeos contra el grupo militante del Estado Islámico (EI), como ha
prometido, es poco probable que el Congreso pueda detenerlo. Ha hablado
duramente contra el terrorismo, jurando repetidamente volver a instaurar la
tortura mediante ahogamientos simulados y demás, pero recientemente dio marcha
atrás, diciendo que no violaría la ley sobre la tortura aunque trataría de
cambiarla. Esto es algo que tendría que ser aprobado por el senador John
McCain, presidente del Comité de Servicios Armados, que tiene algunas ideas
sobre el tema, tras haber sido golpeado y encerrado en una prisión de Vietnam
del Norte. (Trump se burló de McCain llamándolo “perdedor” por haber sido
tomado prisionero hace tanto tiempo.)
“Saben, lo bueno de los decretos del ejecutivo es que no
tengo que volver al Congreso”.
Irónicamente, si Trump ejerce su autoridad en una forma
que los liberales encuentran repugnante, éstos podrían culpar a Obama. Incluso
desde que los demócratas perdieron la Cámara en 2010, el presidente ha puesto a
prueba los límites sobre los decretos del ejecutivo. La Suprema Corte está
considerando el decreto de Obama que podría permitir que millones de
estadounidenses aspirantes permanezcan en ese país. En áreas como la
inmigración, el cambio climático, los nombramientos presidenciales, etcétera,
Obama ha sido muy agresivo, argumentando a favor de los poderes de un
presidente de la nación vigoroso. Trump ha dicho que usaría los poderes
ejecutivos con moderación, prefiriendo trabajar con el Congreso. Pero si la
tentación de usar decretos del ejecutivo resulta irresistible para un político
de esperanza y cambio como Obama, podemos apostar que Trump dirigirá al
Departamento de Justicia de Christie (asimilemos bien estas palabras) haciendo
eco de los argumentos al estilo de Obama en una lucha a favor de una visión
conservadora acerca de las leyes ambientales o de inmigración.
OUIJA ABURRIDA
La historia de los pronósticos de cómo se desarrollarán
las presidencias no es agradable. A muchas personas les preocupaba que Ronald
Reagan fuera un belicista. En lugar de ello, firmó los mayores acuerdos de
reducción de armamento con los soviéticos y respondió a la masacre de infantes
de marina de Estados Unidos en Beirut en 1983 retirándose en lugar de atacar.
En Texas, George W. Bush fue un gobernador popular conocido por su
bipartidarismo. En Washington, lo fue mucho menos. Pronosticar los años de
Trump parece igualmente arriesgado. Podría ser como el gobernador Arnold
Schwarzenegger, un principiante político y un republicano ideológicamente
flexible al que temían algunos votantes de California, pero que resultó más
tibio que Terminator. Pero algo que sí sabemos es que Trump está acostumbrado a
salirse con la suya. Eisenhower, el último presidente que nunca tuvo un cargo
de elección antes de entrar en la Casa Blanca, podría ser lo más cercano que
tenemos para realizar una comparación útil. A muchas personas les preocupaba
que el comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa se tambaleara en un
sistema donde sus órdenes no fueran recibidas de inmediato con un saludo. “Se
sentaba todo el día diciendo, ‘haga esto, haga aquello’, y nada ocurría”, se
lamentaba Harry Truman mientras se preparaba para traspasar la presidencia al
general de cinco estrellas. “Pobre Ike, esto no se parecerá en nada al
ejército. Le parecerá algo muy frustrante”.
Es sumamente improbable que alguien diga alguna vez “pobre
Donald”. Y debemos tener en cuenta la posibilidad de que, al igual que
Eisenhower, sea un presidente exitoso. Sus negocios tienen sus cualidades
decepcionantes (mmm, filetes Trump), pero él logra llegar a acuerdos y tiene
otras cualidades positivas que sus detractores deben reconocer: flexibilidad
ideológica, capacidad de negociación, grandes habilidades de comunicación. Sin
embargo, parecen abrumarse fácilmente por sus defectos más evidentes: políticas
intolerantes que se centran en religiones y palabras que difaman a los
mexicanos, un estilo temerario y arrogante, una tendencia a mantener rencores
mucho más allá de su fecha de caducidad. En última instancia, el débil control
de Eisenhower sobre Washington fue un factor que contribuyó al crecimiento del
Senador Joseph McCarthy, un cruzado anticomunista. (Para sus críticos más
acérrimos, las propias palabras de Trump tienen una resonancia McCarthyana.
Llama con regocijo “comunista” a Sanders).
Eso no le quita ningún mérito a Ike. Para su eterna
gloria, envió tropas federales a Little Rock, Arkansas, en 1957, para hacer
cumplir una orden de integración escolar después de que el gobernador
segregacionista del estado se negó a hacerlo. ¿Mostraría Trump un valor
semejante? Los infortunios crónicos de la vida estadounidense (un sistema de
enseñanza pública que falla a menudo, una infraestructura que en todo momento
se está “desintegrando”, gastos de atención sanitaria exorbitantes) son
problemas que no tienen mayores probabilidades de resolverse ni por las frases
hechas de Trump ni por los improperios de Sanders, que son igualmente irreales
y económicamente dudosos.
Es más que probable que Trump termine siendo otro
presidente en la lista alfabética, acomodado entre el memorable Truman y el
completamente olvidable John Tyler, más conocido por su extravagancia, su
intimidación y su estímulo hacia otros bravucones que por cualquier daño
duradero causado a una república que ha soportado cosas mucho peores.
FILETES ALTOS: Trump no se ha mostrado tímido con respecto
a vender mercancía en la ruta electoral, y vivir en la Casa Blanca sería el
sueño de un maestro de las marcas. FOTO: J PAT CARTER/AP
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in
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