El Estado Islámico (EI) difícilmente podría existir, independientemente de su fervor islamista, sin contar con dinero contante y sonante, derivado de la venta de petróleo robado, de los impuestos a las poblaciones que controlan y de los rescates obtenidos de secuestros
De la misma forma, los grupos ligados al EI y Al-Qaeda en África prosperan traficando drogas a través del Sahara y ofreciendo “protección” a los contrabandistas que han comerciado artículos ilícitos en todo el continente desde hace mucho tiempo. Aunque los occidentales suelen considerar que estos grupos están impulsados por la ideología, los nuevos reclutas podrían verse atraídos por las oportunidades de hacer dinero.
El terrorismo es un gran negocio, especialmente en las partes más débiles y frágiles del mundo.
Un creciente mercado
El mercado de sustancias narcóticas crece de manera importanteen África misma.
Hasta hace poco, la mayoría de las drogas fuertes en África pasaban solamente de camino a Europa y América del Norte.
África Occidental, por ejemplo, es un conveniente punto de atajo y de parada para la cocaína destinada a los mercados europeos. África Oriental envía heroína asiática a Europa y América del Norte. El hachís podría ser cultivado localmente en África, pero grandes cantidades del mismo terminan en Europa junto con el khat, un favorito de la comunidad somalí.
Muy pocos científicos sociales han estudiado el tráfico de drogas, particularmente la forma en que la especulación con las drogas influye y alimenta el terrorismo y los movimientos insurgentes radicales. Mi trabajo sobre los estados fallidos, la gobernanza y los conflictos civiles lleva naturalmente a considerar tales asociaciones y relaciones.
En mi opinión, comprender cómo el saqueo posibilita el terrorismo es fundamental para comprender la forma en que algunos actores no estatales son más mercenarios que servidores de una causa.
En otras palabras, la derrota de EI, Al-Qaeda y sus retoños dependerá más de eliminar sus fuentes de riqueza que de contrarrestar su atractivo para deslumbrados aspirantes a fundamentalistas.
Drogas y militancia
Distintos servicios de inteligencia de las grandes potencias investigan cómo funciona en África el tráfico de drogas, y las interconexiones entre las rutas de la droga y la militancia. El trabajo más amplio lo está realizando la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés), que tiene agentes en África y publica informes puntuales sobre este tipo de comercio.
Sin embargo, dada la naturaleza clandestina de los narcóticos y del tráfico, abundan las conjeturas y las especulaciones. Con tanto dinero en riesgo, los agentes tienen todas las razones del mundo para cubrir sus huellas.
Gracias a las investigaciones realizadas por el Instituto de Estudios Estratégicos de la Universidad de las Fuerzas Armadas, sabemos que la cocaína llega a África proveniente de América del Sur prácticamente todos los días.
Producida por cultivadores en Perú y Colombia, parte de la cocaína sale de Venezuela y Brasil en jets privados con destino a campos de aviación secretos en Guinea-Bissau. Esta pequeña nación de África Occidental es considerada ampliamente como el principal narcoestado de África. En los últimos años, los golpes militares y otros cambios forzosos en el débil gobierno de Guinea-Bissau han reflejado directamente la competencia por el control de los ingresos derivados del tráfico de drogas.
Otros cargamentos de cocaína provenientes de Colombia llegan a los aeropuertos internacionales establecidos de Nigeria, Benín y Ghana, ocultos en cargamentos de plátanos o de café. Funcionarios aeroportuarios, de aduanas y oficiales de policía corruptos se aseguran de que las valiosas remesas estén pronto en camino a Europa, ya sea por aire o por carretera.
El hecho es que, actualmente, cerca de 40 por ciento de la cocaína que llega a Europa cada año llega a través de África.
Es ahí donde Al-Qaeda en el Maghreb Islámico (AQIM, por sus siglas en inglés), u otros de los grupos islamistas que se han mantenido activos allanando y desestabilizando a Mali, Mauritania, Níger y Burkina Faso, muestran su poderío. Estos grupos desean obtener una parte de las ganancias, ya sea al convertirse en los principales transportistas de cocaína a través del Sáhara hacia Europa, o facilitando ese tráfico a cambio de una parte considerable de las ganancias.
Distintos grupos contrarios luchan, como lo han hecho durante los últimos dos años en Mali, por lograr la primacía y el control. Esta competencia también lleva a la afirmación machista de las propias capacidades, como en las incursiones realizadas en Tombuctú y, en enero, en Ouagadougou, la capital de Burkina Faso. Espectadores inocentes pierden la vida cuando los narcotraficantes invaden hoteles al azar para afianzar su poder y su postura. Adicionalmente, el desarrollo se ve afectado cuando los traficantes de drogas amenazan a los gobiernos frágiles.
Nigeria y sus vecinos
La mayoría de los analistas desconocen en qué medida Boko Haram, el movimiento rebelde islamista local que opera en el norte de Nigeria y en los vecinos Camerún, Chad y Níger, y que actualmente está ligado con el EI, trafica con narcóticos, además de usarlos.
Lo que está claro es que Boko Haram vigila una de las rutas mercantiles tradicionales de larga distancia en dirección al norte, hacia el Mediterráneo. También requiere dinero para comprar las armas de fuego y municiones que no puede obtener al superar al ejército nigeriano o al saquear sus barracas. Por ello, se sospecha que Boko Haram, habiendo matado a miles de personas, raptado a centenares y destruido alrededor de 70 pueblos, alimenta su crecimiento y paga a sus nuevos reclutas con las ganancias obtenidas del comercio de la droga.
Del otro lado del continente, la heroína refinada en Asia, obtenida a partir de las semillas de amapola afganas o birmanas, fluye a través de dhows (barcos de vela) y por avión hacia Etiopía, Kenia y Tanzania. Allí se envía a Europa, y a veces, vía Nigeria, a México y América del Norte.
Al-Shabaab, el movimiento terrorista de Somalia afiliado a Al-Qaeda, obtiene gran parte de sus ingresos depredadores gracias al movimiento de la heroína asiática y del qat producido localmente.
Seleka, el grupo musulmán insurgente que capturó y fracturó a la República Centroafricana antes de ser expulsado por los franceses y otras milicias, ganaba dinero al transportar drogas del sur hacia el norte. El grupo Hezbolláh de Líbano, que siempre ha realizado operaciones paralelas en África Occidental entre la diáspora libanesa, también obtiene ganancias de los negocios de narcóticos realizados en la periferia del Sahara.
No se sabe con certeza si al-Shabaab, o algún otro movimiento relacionado con Al-Qaeda y el EI en África seguirán constituyendo una amenaza grave para el orden local y mundial sin los abundantes ingresos derivados del contrabando de drogas y de otros bienes como el carbón y el hachís. Sin embargo, ciertamente, la especulación con las drogas es una empresa oportunista que impulsa las actividades terroristas.
Hacer que el tráfico se vuelva más costoso
Las intervenciones realizadas por fuerzas francesas y locales, apoyadas por Estados Unidos y Gran Bretaña, han hecho que el tráfico de drogas se vuelva más caro en África. También han puesto en riesgo el cobro de derecho de piso del que los distintos grupos insurgentes islamistas obtienen ganancias constantes al controlar el movimiento de la droga a través de puertos y ciudades como Kismayu y Merca en Somalia y Tombuctú y Gao en Malí. Estados Unidos y sus aliados también dan seguridad a los gobiernos locales en lugares atribulados como Somalia, Malí y Níger, contrarrestando así a los insurgentes.
Sin embargo, otra manera a largo plazo de privar a los grupos terroristas de su dinero y de su influencia consiste en legalizar el mercado de la cocaína y la heroína en Europa.
La Comisión Mundial sobre Políticas de Drogas del ex Secretario General de NU Kofi Annan lucha para lograr que esta obvia propuesta de descriminalización sea tomada en serio, pero hasta ahora, ha obtenido pocos resultados. Si se adopta, su propuesta reduciría los precios al consumidor, haría que el producto fuera gravable y eliminaría gran parte del incentivo de traficar clandestinamente con narcóticos. En pocas palabras, socavaría a los movimientos terroristas. Pero, hasta ahora, no existe ningún apoyo por parte de NU ni a escala nacional para esta propuesta sensata, aunque polémica.
El combate del terrorismo en África, al menos por ahora, depende tanto de privar a los insurgentes de sus fuentes de ingresos como de su derrota en el campo de batalla, que es un propósito más prolongado, más difícil y más costoso.
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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el artículo original