Fue uno de esos momentos que nunca se olvidan.
Hace treinta años, el transbordador espacial Challenger explotó 73 segundos
después de su lanzamiento. En un instante, un sueño se convirtió en tragedia, y
todo porque un pequeño sello en el cohete secundario derecho había fallado.
Recuerdo muy bien el suceso. Mi oficina era un
oscuro cuchitril que daba a una puerta que era un atajo entre nuestras oficinas
y el bar, donde había una televisión. Poco después de las 5 de la tarde, cuando
pensaba en recoger mis cosas e irme a casa, un colega tocó en mi ventana.
“El transbordador explotó”, dijo. “Vamos a ver si hay alguna
noticia en la televisión.”
Él había oído un boletín noticioso en la radio
y quería saber lo que había sucedido. Es demasiado fácil olvidar ahora que, en
esos días, no se podía hacer una búsqueda rápida en Internet o cambiar al canal
de noticias. Los noticiarios pasaban en horarios específicos, y las noticias de
la tarde de la BBC no comenzaban sino hasta las 18:00.
Vi las primeras escenas del desastre en Newsround,
el programa de noticias para niños, ya que la misión fue la primera en tener a una
maestra, Christa McAuliffe, a bordo, y Newsround había estado siguiendo la
preparación del lanzamiento.
Como millones de personas más, yo esperaba que
la aparición de varias líneas saliendo del transbordador significaba que los siete
tripulantes habían escapado y no tardarían en ser rescatados desde el
Atlántico.
Pero, como es bien conocido, no fue así. La
Comisión Rogers, establecida posteriormente, encontró que Sharon Christa
McAuliffe, Gregory Jarvis, Judith A. Resnik, Francis R. (Dick) Scobee, Ronald
E. McNair, Mike J. Smith y Ellison S. Onizuka habían muerto probablemente por
hipoxia durante su retorno a través de la atmósfera, o por el impacto contra la
superficie del agua. Ellos fueron los primeros astronautas estadounidenses en
morir durante un vuelo.
Desde entonces, se han producido avances en la
comunicación que han cambiado al mundo hasta volverlo casi irreconocible. Ya no
tenemos que esperar un boletín de noticias para recibir información o ir a un
lugar específico para ver imágenes de un suceso. Llevamos los noticiarios con
nosotros; los teléfonos móviles y las redes sociales nos dan acceso las 24
horas, los 7 días de la semana, a los acontecimientos mundiales, la
retransmisión de imágenes y comentario de un lado del mundo al otro casi al
instante. ¿Pero acaso los viajes espaciales han cambiado en la misma medida?
Una calamidad global
Esa misión del Challenger fue la número 25 en despegar
como parte del programa principal del Sistema de Transporte mediante
Transbordadores (STS, ShuttleTransportationSystem). Su
lanzamiento se produjo en un momento en que casi todos los lanzamientos eran
los “primeros” en algo, como incluir a la primera mujer
estadounidense, al primer afroestadounidense, al primer europeo o al primer
político.
El interés en la misión STS-51-L era
particularmente alto, porque los estudiantes de la escuela habían seguido la
selección de McAuliffe de entre 11,000 solicitantes como parte del Proyecto
Maestro en el Espacio. El posterior discurso del presidente Ronald Reagan,
parafraseando el poema “Vuelo supremo” de John Gillespie Magee,
expresó la enormidad de la catástrofe:
“Nunca los olvidaremos, ni la última vez que los
vimos, esta mañana, mientras se preparaban para su viaje, se despedían y “se
desprendían de los rudos lazos de la Tierra” para “tocar el rostro de
Dios. “
El programa de transbordadores fue suspendido
por casi tres años y, tras su reintroducción, voló 88 misiones con éxito en 14
años, la mayoría de los cuales se utilizaron para construir y abastecer a la
Estación Espacial Internacional (ISS). El desastre del Columbia, ocurrido en
febrero de 2003, cuando el transbordador se desintegró al entrar en la
atmósfera, matando a los siete miembros de la tripulación, de nuevo detuvo el
programa.
Uno de los hallazgos más condenatorios de la
Junta de Investigación de Accidentes de Columbia fue la crítica a la toma de
decisiones de la NASA, sus procedimientos de evaluación de riesgos y sus
estructuras organizacionales. La Junta concluyó que la NASA no había logrado
aprender muchas de las lecciones del Challenger.
El programa de transbordadores terminó en
2011, en principio, dejando el abastecimiento de la ISS en manos de los cohetes
Soyuz ruso y Ariane europeo. Más recientemente, las empresas privadas SpaceX y
Orbital Sciences también han sido contratadas para el transporte de carga desde
y hacia la Estación Espacial Internacional.
¿A dónde vamos ahora?
Entonces, ¿cuál es el legado de Challenger?
¿Hemos tenido en cuenta todos los avanzados requisitos de seguridad que
siguieron a los dos desastres de los transbordadores? ¿Se han seguido las
recomendaciones sobre el cambio organizacional?
Lamentablemente, es probable que no lo sepamos
hasta que haya otro desastre. Pero con cada lanzamiento exitoso, podemos estar
más seguros de que los vuelos espaciales, al menos los no tripulados, se
vuelven cada vez más habituales.
Por otra parte, los vuelos espaciales tripulados
como un modo de viaje aceptado y regular están aparentemente tan lejos como lo estaban
en 1986. La llegada de empresas privadas en la escena ha dado más impulso a la
idea de que los viajes espaciales de placer son alcanzables, pero el accidente
de la SpaceShip Two de Virgin Galactic en noviembre 2014 puso de nuevo en tela
de juicio la seguridad de este tipo de proyectos.
Existe un programa mundial de exploración
espacial y la NASA ha reafirmado su compromiso con la exploración humana de
Marte. Mientras tanto, el director general de la Agencia Espacial Europea,
Johann-Dietrich Woerner, ha declarado que quiere construir una aldea en la
Luna, probablemente usando tecnología de impresión 3-D, y que debería ser una
aldea global para todas las naciones. Pero la verdad es que muchos de los
documentos asociados a estos proyectos son más aspiracionales que realistas.
Las visiones de futuro de la exploración
espacial humana son inspiradoras o risibles, dependiendo de dónde estés en la
escala de optimismo-pesimismo. Pero sí nos dan algo por lo cual luchar. Sin
duda, esa es la mejor lección del Challenger, y un merecido homenaje a las
personas que han perdido la vida en el espacio. Nunca darnos por vencidos,
llegar al final. Y las vistas serán impresionantes.
Monica Grady es catedrática de ciencias
planetarias y espaciales en la Open University.
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Este artículo apareció por primera vez en The Conversation.
Publicado en cooperación con Newsweek // Published in cooperation with Newsweek