Jeffrey Alexander, Universidad
de Yale
El último hombre racional apaga las luces
El discurso sobre el Estado de la Unión de
Obama demostró todo lo que lo había convertido en un buen hombre, un político
civil y un líder virtuoso para la mitad de los ciudadanos de Estados Unidos.
Él evocó un anhelante idealismo para una
esfera civil unida, pero sólo la mitad de los estadounidenses estaban
escuchando. La otra mitad considera a Obama como el político más divisor y poco
cívico del mundo.
El presidente declaró que “los lazos
de solidaridad más allá de la política son las cosas que realmente importan en
una democracia”, y “nuestra vida pública se marchita cuando sólo las
voces más extremas obtienen atención.”
Obama recordó las grandes esperanzas de su
inspiradora campaña de 2008, una época en la que dijo memorablemente: “No
somos estados republicanos o estados demócratas, somos Estados Unidos de
América.”
Pero eso fue nostalgia que describe no lo
que ha logrado, sino su fracaso. “Eso es algo de lo poco que lamento de mi
presidencia”, admitió, “qué nuestra política se haya llenado aún más
de rencor, que estemos más divididos que cuando asumí el mandato.”
De esta manera, Obama reconoció su
fracaso.
A la clase parloteante le gusta hablar de
la narrativa. De acuerdo con esta moda, los políticos no hablan de temas, ni analizan
los hechos ni describen políticas. Cuentan una historia sobre los hechos,
participando en representaciones verbales y visuales.
Lo que desean es persuadir a los votantes
de que están en medio de una trama temporal, un arco arraigado en comienzos prometedores,
intermedios tensos y a menudo angustiosamente complicados, y finales explosivos
y a menudo catárticos, que proporcionan lecciones y alivio.
Ciertamente, Obama trató de contar una historia
durante su último discurso sobre el Estado de la Unión, representando un papel
optimista e instando a un electorado agotado y cada vez más pesimista a mirar con
confianza hacia el futuro.
Al entrar en el último arco descendente de
su presidencia, instó a sus compatriotas a no mirar atrás con furia, sino a ver
lo lejos que hemos llegado y también el largo camino que nos falta por recorrer.
Los expertos dirán que el discurso sobre
el Estado de la Unión de Obama fracasó y que los estadounidenses no quedaron
convencidos. Pero la mitad de los estadounidenses si lo creyeron, lo siguen
haciendo, y lo harían otra vez si pudieran hacer campaña.
Existen dos problemas estructurales que
socavaron el poder de persuasión del último esfuerzo de Obama de realizar un
gran discurso. El primero es que contó una historia de esperanza y logros, e
instó a la confianza, en un punto del ciclo electoral en el que la retórica
sobre una crisis cada vez más profunda y una futura resurrección son casi
siempre el pan de cada día.
Los candidatos republicanos se regodean en
esto, al igual que Bernie Sanders. Hillary no puede hacerlo. Ella estaba en el
centro del gobierno de Obama y está sentada en la cabecera de la mesa del orden
establecido. Ese es su problema.
El otro problema estructural es el
siguiente: no es posible proyectar un poderoso relato sin un antagonista, un
saco de golpeo para que el héroe conquistador lo venza. Pero Obama se negó a
pelear. Desplegó mucho humor, luciendo a menudo arrepentido y desapegado. En
lugar de dividir, intentó unir a todos por última vez.
Era posible sentir cómo el aire salía de
la cámara. Uno podía sentirse decepcionado: ninguna tensión, ninguna
acumulación, ninguna catarsis. Anoche vimos a un hombre razonable. Salió en sus
propios términos.
Sus logros son, para muchas personas,
verdaderos e importantes: la atención sanitaria, la recuperación económica, el
cambio climático, la educación, las armas nucleares. Derramar sangre para
rescatar a países extranjeros no funciona; sólo miren a Vietnam e Irak.
Debemos rechazar cualquier política que se
centre en la raza y en la religión de las personas. El mundo nos respeta por nuestra
diversidad y nuestra apertura. Cuando los políticos insultan a los musulmanes,
esto no nos da mayor seguridad, sino que traiciona lo que somos como país.
Pero estas son premisas y políticas, no promesas
inspiradoras. Cuando Obama miró al futuro, había negligencia, no tensión. Detalló
cuatro grandes áreas en las que los estadounidenses tenían que trabajar, pero
admitió, “Nada de esto ocurrirá de la noche a la mañana.”
¿Dónde está la promesa, donde está la
salvación? ¿Dónde está el héroe temerario que entró al escenario mundial en
2007 y 2008?
Chris Matthews, partidario liberal de
MSNBC, observó, “Creo que fue un triste final.” Yo también lo creo.
Jeffrey Alexander es autor, con Bernadette
Jaworsky, de “Obama Power and The Performance of Politics: Obama’s
Victory and the Democratic Struggle for Power” (El poder de Obama y la
representación de la política: La victoria de Obama y la lucha democrática por
el poder). Con Elizabeth Breese y María Luengo, también es editor de “The Crisis of Journalism Reconsidered:
Technology, Economy, Culture” (La crisis
del periodismo reconsiderada: Tecnología, economía, cultura).
Mabel Berezin, Universidad de Cornell
Las cuatro
libertades de Obama
En su último discurso sobre el Estado de
la Unión, Barack Obama presentó su propia versión del Discurso de las Cuatro
Libertades de Franklin Roosevelt. Supongo que Obama sabía que el 6 de
enero fue el 75 aniversario de este icónico discurso de Roosevelt.
Obama comenzó mencionando proyectos a
favor de los cuales juró seguir luchando: la reforma migratoria, la reforma a
la ley de armas de fuego (asombrosamente infravalorada en este discurso),
ausencia pagada por asuntos familiares y, por supuesto, se refirió a aquellas
“familias trabajadoras” a las que todos los políticos estadounidenses
reconocen actualmente.
Posteriormente, Obama saltó a contar un
relato de su visión (señalando hábilmente sus logros) que logró tocar cada tropo
de la cultura política estadounidense. Expresó sus grandes esperanzas para el
futuro, “la próxima frontera”, y dijo que sus ambiciones tenían como
objetivo todo lo que le esperaba a Estados Unidos.
No pude evitar pensar en “la ciudad brillando
sobre la colina” de Reagan cuando Obama elogió el optimismo estadounidense,
su ética del trabajo, la diversidad de sus habitantes; las fuentes de su
seguridad nacional.
El “cambio extraordinario” estaba
a nuestro alrededor, y el cambio es difícil, señaló Obama. Produce desempleo, e
incluso “terroristas”, pero el cambio también presenta oportunidades,
si adoptamos, si “elegimos” el cambio con “confianza” y no
con miedo.
El discurso de Roosevelt yuxtapuso la
libertad de la carencia y del miedo contra la libertad de expresión y de religión.
En el discurso de Obama, la libertad de la carencia se convirtió en “una
buena oportunidad” y en un lugar de trabajo en el que “las reglas
funcionen para todos.” La innovación y la pequeña empresa son componentes
de esto.
Mantener seguro a Estados Unidos es negar
el miedo. Obama incluyó una petición por la eficacia de la diplomacia de “lo
correcto”, pero también una advertencia contra los desastres naturales
como el cambio climático y el ébola. Nos tranquilizó diciendo que “¡Estados
Unidos es la nación más poderosa del mundo!” y concluyó instando a una revigorización de
la democracia participativa estadounidense y con una petición para que los ciudadanos
tomen en serio su libertad de expresión.
Los medios de comunicación informaron
ampliamente que Obama trató de usar su último discurso para cimentar su legado.
Y qué mejor manera de hacerlo que usar sus habilidades retóricas para unir su
legado con el New Deal, lo más cerca que Estados Unidos ha estado de la
socialdemocracia.
Teniendo en cuenta los temas apasionados
del día, pudo haber habido más fuego, pero Obama muestra emoción sólo en la
ruta electoral, y ha pasado mucho tiempo desde que vimos al Obama de la Convención
Demócrata de 2004.
¿Tuvo éxito más allá de una base
demócrata? Quizás no en los titulares de mañana, pero tal vez dentro de 75 años.
Mabel Berezin es autora de “Liberal Politics in Neoliberal Times:
Culture, Security, and Populism in the New Europe” (Política neoliberal en
tiempos neoliberales: cultura, seguridad y populismo en la nueva Europa) y de “Making
the Fascist Self: The Political Culture of Interwar Italy” (La construcción del
yo fascista: La cultura política en la Italia de entreguerras).
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Este artículo apareció por primera vez en The Conversation.
Publicado en cooperación con Newsweek //
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