Marvin Roberts estaba bailando. La recepción de la boda en Eagles Hall aún estaba en su apogeo cuando el adolescente llegó, una fría noche de octubre en Fairbanks, Alaska, en 1997. El estudiante que pronunciaría el discurso de despedida en la escuela secundaria estaba listo para relajarse después de pasar el verano en un equipo para combatir incendios y realizar una travesía por el río de dos semanas de duración con su padre aquel otoño, durante el cual Roberts le disparó a un joven alce.
Cuando Roberts estaba con su tercera pareja de baile, una mujer que fumaba en un balcón escuchó fuertes golpes y una voz joven gritando: “¡Ayúdenme!” Más de una hora después, los transeúntes encontraron a John Hartman, de quince años, casi muerto a golpes cerca del balcón.
Más tarde esa mañana, la policía recogió a Eugene Vent —quien solía jugar en el equipo de baloncesto de la secundaria con Roberts— totalmente ebrio; ello luego de que un empleado de hotel dijo que Vent le había apuntado con una pistola esa noche. Un detective empezó un largo interrogatorio que incluyó transmitir al somnoliento joven de diecisiete años hechos sobre el ataque a Hartman y los nombres de tres hombres que quería que Vent confirmara que se habían unido a él en el ataque. Tras tres entrevistas realizadas ese día, todas ellas caracterizadas por el hecho de que Vent balbuceaba repetidamente “No recuerdo”, y respondía preguntas tendenciosas diciendo “Estaba borracho”, al final hizo una desordenada confesión en la que se identificó a él mismo, a Roberts y a dos antiguos compañeros de equipo, Kevin Pease y George Frese, como los agresores. Hartman murió al día siguiente; Vent, Roberts, Pease y Frese fueron acusado del homicidio.
Cuando los cuatro hombres, tres de ellos originarios de Alaska y un estadounidense nativo, fueron puestos juntos en aislamiento, en una cárcel de Fairbanks, juraron mantenerse unidos. “Dijimos que sabíamos que éramos inocentes y jamás diríamos que no lo éramos para llegar a un acuerdo”, declaró Roberts a Newsweek.“Íbamos a llevar esto hasta sus últimas consecuencias”.
En el juicio, la mujer que estaba en el balcón dijo que uno de los atacantes hablaba con un distintivo acento nativo. Un hombre testificó que vio a Roberts y a los otros tres atacar a otro hombre esa noche, aunque estaba borracho, drogado y a más de 130 metros de distancia.
Los hombres, a quienes se llegó a conocer como “los cuatro de Fairbanks”, fueron condenados por homicidio en 1999 y sentenciados a prisión. “Pensé que era una completa estupidez. Pensé que era una porquería”, señala Roberts, que aún está enfadado por las pruebas ahora desacreditadas que lo pusieron en prisión durante dieciocho años. “Lo inventaron para hacer que luciera como ellos querían que luciera”.
Los cuatro de Fairbanks se convirtieron en una causa muy importante para muchas personas de ese estado. Don Honea, el jefe ceremonial de más de cuarenta pueblos del interior de Alaska, declaró al Daily News-Miner de Fairbanks en 2008 que “esos chicos fueron condenados injustamente”, y añadió que los nativos pensaban que nunca son tratados con justicia por los policías y los tribunales de Alaska, donde la población nativa ha enfrentado una larga historia de discriminación.
Los abogados defensores de los cuatro de Fairbanks presentaron apelaciones, pero todas ellas fueron rechazadas. Luego, muchos años después, surgieron nuevas pruebas. Un testigo estelar se retractó y dijo que la policía lo coaccionó. En 2012, un asesino condenado confesó que estaba ahí cuando su amigo golpeó a Hartman hasta matarlo. A finales del año pasado, un juez escuchó las nuevas pruebas. Los cuatro hombres sabían que tenían una buena posibilidad de ser exonerados, pero también sabían que el juez podría tardar seis meses en emitir un fallo, así que cuando el Estado ofreció un acuerdo para anular las condenas y liberarlos de inmediato, ellos firmaron. El truco: los cuatro de Fairbanks debían renunciar a su derecho de demandar al Estado y retractarse de sus reclamos de mala conducta del fiscal, ambas concesiones exigidas por el Estado que los expertos legales califican como reprensibles.
Roberts había sido puesto en libertad condicional aproximadamente seis meses antes de esa audiencia, por lo que la decisión de firmar fue la más difícil de su vida, ya que estaba libre y podía demandar para obtener una compensación. “Era un acuerdo de todo o nada. O lo firmamos todos o no lo firmaba nadie”, dice, todavía disgustado por la decisión que le impuso el Estado.
Los fiscales lucharon para mantener a los cuatro de Fairbanks en prisión durante todo el tiempo antes de esa audiencia final y atacaron repetidamente cada parte de las pruebas exculpatorias. Criticaron la retractación de su principal testigo ocular, Arlo Olson, que testificó originalmente que salió para fumar un cigarrillo y vio a los cuatro de Fairbanks golpeando a un hombre, gritando: “¡Dame tu jodido dinero, perra!”, y escapar la noche en que Hartman fuera asesinado.
Olson firmó una declaración jurada en 2014, donde afirmó que la policía lo había obligado a testificar que vio a Roberts, Pease, Frese y Vent agrediendo a ese hombre, aunque dijo a los investigadores que no reconocía a los hombres. Los abogados del Estado argumentaron que Olson, que más tarde pasó un tiempo en prisión por cargos de violencia doméstica, se sentía “miserable en la cárcel porque es acosado, agredido, amenazado o intimidado por personas que lo califican como ‘soplón’ o ‘rata’ por su testimonio” contra los cuatro de Fairbanks y que, por ello, su retractación se debía descartar.
Los abogados del Estado también trataron de socavar la confesión de William Holmes, un asesino condenado que purgaba dos cadenas perpetuas, quien declaró que iba conduciendo cuando sus amigos vagaban por Fairbanks esa noche, buscando “nativos de Alaska borrachos” para atacarlos, pero que se quedó en el automóvil mientras ellos golpeaban a Hartman. El Estado argumentó que Holmes hizo la confesión probablemente para tomar represalias contra el hombre a quien señaló como el asesino de Hartman.
El día que en que se firmó el acuerdo, el Departamento Jurídico de Alaska publicó una declaración que decía: “Esta no es una exoneración. En este acuerdo, los cuatro acusados acordaron que fueron investigados, juzgados y condenados en forma adecuada y válida”.
En sus primeros años tras las rejas, Roberts pasaba el tiempo recordando sus viajes por el río y la cacería con su padre antes de su arresto. Pero en algún momento empezó a concentrarse en cuánto deseaba ver esas aguas otra vez. “Tan pronto como el río se abra y el hielo se retire, estaré en el río”, señala Roberts, que actualmente trabaja como encargado de mantenimiento en Fairbanks. “Conseguir un poco de gasolina, saltar a un bote y conducir. Podría haber un destino en algún sitio, o simplemente podemos recorrer 10 o 15 kilómetros río arriba y disfrutar la vida”.
Roberts dice que trata de evitar la ira, pero sabe cuánto le han robado. Cuando se le pregunta qué es lo que más extrañaba mientras estaba en prisión (la caza, el baloncesto), Roberts interrumpe, molesto, y dice: “Sé lo que he perdido”.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek