DESDE HACE MÁS DE CUATRO AÑOS, en el número 24 de la calle Mérida, en la colonia Roma, personas entran y salen a cada momento. Ahí se encuentran las instalaciones de salaUno, una clínica oftalmológica fundada por Javier Okhuysen y Carlos Orellana: el proyecto más importante de sus jóvenes vidas que busca eliminar la ceguera innecesaria en México a un bajo costo.
Y, en buena medida, lo están consiguiendo.
Todos los días, Javier se duerme y despierta pensando en salaUno. Hoy está sentado ante su escritorio en su oficina. Como en todas las jornadas, se despertó a las siete de la mañana tras unas seis horas de sueño. A sus 35 años ha comprendido que salaUno no se trata de un proyecto aislado de su vida privada: la clínica ocupa prácticamente la totalidad de su tiempo.
Cuando se va de aquí no olvida su trabajo. “Mi familia me dio una educación en la que el dinero es una herramienta para avanzar, no para acumularlo. Avanzar significa generar cambio social. salaUno beneficia a muchísimas personas en salud visual”.
Javier estudió en una escuela de misioneros. “En vacaciones, visitaba diferentes comunidades en Oaxaca, Guerrero. Vi la otra realidad del país”, recuerda. A partir de ese momento su meta fue generar un cambio social. “No visitando pueblo por pueblo, persona por persona, sino creando un sistema que cambiara la vida de las personas”.
FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS
Tras concluir la carrera de ingeniería industrial en la Universidad Iberoamericana, tomó un avión en busca de trabajo en España. “Quería conocer el mundo fuera de México, aprender a trabajar en otro lado”. Tenía veinticuatro años.
Sus abuelos fueron emprendedores, uno en el sector textil y el otro en sistemas de medición. “La única regla en mi casa fue hacer lo que quería, siempre y cuando fuera el mejor. Así nos decía mi papá, quien administra la empresa familiar, a los tres hermanos. Para mí no sólo se trataba de emprender, sino de hacer algo que nos hiciera sentir orgullosos a mí y a mis hijos enel futuro”.
Esa libertad ayudó a Javier a tomar decisiones propias. En el extranjero trabajó alrededor de siete años. Vivó en Madrid, Nueva York y Londres. “Aprendía de todas las herramientas, de gestión, finanzas, administración, para luego poder crear y desarrollar una empresa. Tengo un espíritu competitivo de siempre querer hacer más, correr más rápido. A veces mi cabeza va para todos lados, pero dentro de ese caos hay un orden y dirección. No quiero perder esa mentalidad de emprendedor para que la empresa continúe rompiendo paradigmas”.
Encontró con velocidad empleo al otro lado del Atlántico. La economía española vivía un buen momento y el joven ingresó en un banco de inversión. Ahí conoció a Carlos, un salvadoreño que se convertiría en su socio.
La idea de salaUno se gestó en aquel momento. Ambos jóvenes leyeron el libro La riqueza en la base de la pirámide. Así conocieron el caso de un hospital en la India de nombre Aravind que opera más cirugías de cataratas al año que todo Estados Unidos.
“¡Hay que intentar hacer esto en México!” –le dijo Jorge a su colega.
Ambos jóvenes comenzaron a limitar sus gastos, convencidos de su propósito. “Así arrancó, con un par de jóvenes locos, a los cuales, con el tiempo, se unieron otros locos. Hoy somos más de 150 personas”.
La clínica de la Roma se inauguró en agosto de 2011, tras horas y horas de planeación y acciones. “Hoy gano un múltiplo menos que antes, pero la satisfacción y saber que estoy construyendo algo para el país son enormes”, dice y despliega una sonrisa. Javier y Carlos no han podido esquivar los momentos difíciles.
“Personas que hemos contratado, que han sido muy importantes para el equipo, se han ido por no compartir ideas de salarios, ofertas, etcétera. Cuando crees que la empresa avanza y cuentas con una piedra angular, es decir, un oftalmólogo brillante, por ejemplo, y se va, es muy difícil.
“Queremos ser la opción más atractiva y que el mejor talento esté con nosotros. Si no cuentas con buenos médicos, el proyecto no avanza. Es lo que te da una elevada calidad”.
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Cuando salaUno inició funciones, logró un contrato con el Seguro Popular. Pero cuando hubo cambio de gobierno, la nueva administración decidió retirar el tema de las cataratas del fondo de protección de gastos catastróficos.
“El programa era casi el 50 por ciento de ventas. Tuvimos que reinventarnos. Conseguimos accionistas muy institucionales: el Banco Mundial, IFC y Adobe Capital. Depender del gobierno tiene sus riesgos”, recuerda Jorge, quien con su esposa espera una bebé el próximo abril.
Pese a todo, a la clínica en la colonia Roma este año se le sumaron cuatro más en Buenavista, Narvarte, Tezontle e Iztapalapa. Jorge anuncia que el próximo año se inaugurarán dos más en el sur del Distrito Federal. “Queremos extender en otros estados, pero el modelo debe funcionar primero en el Valle de México. Aquí hay tantos ojos. No nos da para una vida. Es difícil llegar a toda la población y hay que hacerlo”.
–¿A quiénes atienden?
–A todos los niveles socioeconómicos. Eso es parte de lo que nos ayuda a atender a clases bajas. Es un modelo de subsidios cruzados: contamos con diferentes precios. Siempre son los mismos médicos, pero si hablamos de tecnología más avanzada, es más elevado para alguien de nivel económico mayor.
Los productos avanzados hacen posible costos accesibles. Las clínicas de salaUno atienden alrededor de doscientos pacientes al día, es decir, unos 64 000 pacientes al año. “De esos, un 12 por ciento recibe un procedimiento, una cirugía, por ejemplo. Además están los lentes, las gotas. En estos años, hemos tratado a unas 130 000 personas y realizado 14 000 cirugías”.
–¿Qué opinas de la atención en salud que da el gobierno a las personas con pocos recursos?
–Salud es uno de los sectores que más potencial tiene, desde el punto de vista empresarial. Eso no se ha explotado. Y el de salud es uno de los derechos humanos básicos. El sector privado debe jugar un papel importante en esto. Hay que romper tres barreras: la económica, es decir, que sea accesible; de información, casi el 80 por ciento de a quienes diagnosticamos cataratas no sabía qué padecía; la geográfica: si el hospital está lejos, nadie irá.
El sector público está confundido. Hay una enredadera entre el IMSS, ISSSTE, Secretaría de Salud, Seguro Popular. Se necesita una reforma fuerte en el sector salud.
–Los perjudicados son las personas.
–Si vas a Siglo XXI, a La Raza, puedes encontrar a los mejores médicos del país, el equipo, pero en otros lugares la atención es deficiente. Se necesitan recursos humanos y económicos para romper con la desigualdad.
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–¿Qué opinas de que otras personas, en otros ámbitos de la salud, no están recibiendo servicio?
–Algo importante es que los pacientes en México tienen que empoderarse, preocuparse ellos mismos por su salud. Hay gente que no tiene idea de lo que le está pasando. Si queremos curar enfermedades cuando ya son críticas, el costo es increíble.
–Es complicado que la gente de escasos recursos pueda preocuparse de su estado de salud cuando tiene preocupaciones de otra índole…
–Pero vamos en un camino correcto. Estamos en una etapa interesante a escala humanidad. Vivimos una revolución industrial más fuerte que la de hace un siglo. La velocidad a la que se mueve el conocimiento genera soluciones a enfermedades que antes eran inimaginables.
“La tecnología va a jugar un rol muy importante en salud. Está el tema del genoma humano, la codificación del DNA. Esto va a lograr que muchas enfermedades de hoy se puedan aliviar. Hacia allá va la medicina y el poder de la humanidad para vivir en un mundo más agradable. La desigualdad se desvanece con el avance científico. Estamos viviendo una nueva época Da Vinci”.
–Parece que no paras.
–Eres el único responsable de que esto avance, de que se paguen las nóminas. Claro que te cansas. En unos cinco años no tendré las fuerzas de cuando tenía 33. Y, bueno, ya va a llegar mi hija y tendré que parar un momento.