Los guardias que se encontraban fuera de la entrada del Hotel Radisson Blu en Bamako, la capital de Mali, no tuvieron tiempo de reaccionar. Alrededor de las 7 de la mañana del 20 de noviembre, al menos dos hombres de unos 20 años, con la cabeza cubierta con gorras de béisbol, usaron rifles automáticos para matar a tiros a los guardias de seguridad, y subieron 12 peldaños dirigiéndose al vestíbulo. Momentos después, resonó una segunda ráfaga de disparos.
“Podíamos escuchar los tiros y los gritos de las personas”, dice Mukesh Chellani, un director de desarrollo empresarial. Habiéndose hospedado en el hotel en los últimos 15 años, él y 19 de sus colegas estaban en la parte posterior del edificio cuando escucharon los disparos. Aterrorizados, buscaron algo que pudiera protegerlos de las balas de los pistoleros. “Aseguramos la puerta desde el interior con alacenas y mesas”, dice Chellani.
Los atacantes irrumpieron en la habitación del desayuno, que aquella mañana estaba llena con la variedad acostumbrada de diplomáticos, tripulantes de Air France, contratistas y funcionarios de desarrollo. Más de una docena de personas trataron desesperadamente de meterse en un ascensor con capacidad para ocho personas; cuando se paró, la puerta se abrió y un pistolero acribilló a los ocupantes con disparos de ametralladora.
Los pistoleros liberaron a los cautivos que pudieran recitar versos del Corán y mantuvieron cautivos al resto de ellos.
El enfrentamiento terminó cuando los soldados tomaron el hotel, matando a los pistoleros y liberando a los sobrevivientes. El número de muertos: 19 víctimas y dos pistoleros. (Algunos testigos dicen que vieron a más de dos pistoleros, pero tres días después del ataque, sólo se habían hallado dos cuerpos.)
Se suponía que la guerra contra los militantes islamistas en Mali había terminado desde hacía tiempo.
Hace menos de tres años, el presidente francés François Hollande inició la Operación Serval, una campaña militar cuyo objetivo era erradicar a unos 1 000 combatientes que eran miembros de la filial de Al-Qaeda en la región (Al-Qaeda en el Maghreb Islámico) y una amplia variedad de grupos distintos que habían capturado el norte de Mali a principios de 2012.
El ejército francés echó a los radicales de Tombuctú y otros pueblos, y luego los combatió en un valle desierto cerca de la frontera argelina. Varios cientos de jihadistas fueron liquidados en una semana de enfrentamientos entre febrero y marzo de 2013. “Fuimos cueva por cueva, y los matamos casi a todos”, me dijo en 2014 el Capitán Raphäel Oudot de Dainville, un oficial francés que comandó una compañía de la Legión Extranjera en el valle. Evidentemente, algunos de ellos sobrevivieron.
Para Mali, el ataque al Radisson fue la señal más clara hasta el momento de que una fuerza islamista que se apoderó de gran parte del país (o sus simpatizantes) sigue siendo una amenaza. Pero el ataque en Bamako fue también un golpe importante contra un enemigo más distante, y recientemente herido, de los islamistas: Francia. El país que alguna vez controló a Mali como jefe supremo colonial aún no se recupera de los ataques en París ocurridos el 13 de noviembre y perpetrados por el grupo militante Estado Islámico (EI), y que dejaron a 130 personas muertas.
El ataque al Radisson una semana después de esos asesinatos parece ser parte del costo que Francia ha estado pagando por sus recientes intentos de asumir una función principal entre las cautelosas naciones de Europa para tratar de combatir el caos y el extremismo en el Medio Oriente y en distintas partes de África.
“Se percibe a Francia como el corazón de una alianza de cruzados, lo cual significa que ahora es un blanco para los ataques terroristas”, señala Raffaello Pantucci, director de estudios internacionales de seguridad del Royal United Services Institute, un grupo de analistas de defensa y seguridad con sede en Londres.
Los aviones caza franceses desempeñaron una función fundamental al asistir a los rebeldes libios en su revolución contra el presidente Muammar el-Qaddafi en 2011, una victoria que se ha deteriorado conforme el país se divide en territorios controlados por facciones antagónicas. Después se produjo la intervención francesa en Mali, la cual fue otra aparente victoria en lo que parecía ser una agresiva política exterior francesa. En septiembre de 2014, Francia era uno de los nueve países que se unieron a una coalición dirigida por Estados Unidos cuyo objetivo es derrotar al EI.
Sin embargo, Hollande no muestra ninguna señal de retirarse de la lucha contra los islamistas, y prometió el 23 de noviembre que “intensificaría” los ataques de Francia contra el EI.
Después del sitio del Radisson, dijo, “de nueva cuenta, los terroristas quieren hacer sentir su brutal presencia en todas partes, donde puedan matar, donde puedan masacrar. Así que debemos mostrar nuestra solidaridad otra vez con Mali, nuestro aliado.”
El ataque contra el hotel fuel el séptimo en su tipo este año en Mali. El probable arquitecto del mismo fue Mokhtar Belmokhtar, un argelino tuerto que peleó como guerrero sagrado en Afganistán en la década de 1980, y en 2013 organizó el sitio a una fábrica de gas argelina en la que docenas de personas murieron. Al-Mourabitoun (los centinelas), grupo militante que fundó en 2013, se adjudicó el ataque del Radisson. (Al-Qaeda en el Maghreb islámico hizo lo mismo.)
¿Qué ha salido mal? El optimismo excesivo de parte de los franceses, la resistencia de los asesinos endurecidos, las dificultades para establecer la seguridad en un remoto desierto, una pésima gobernanza en una nación indigente con pocos recursos; todo ello ha proporcionado a Al-Qaeda en el Maghreb Islámico y sus filiales un amplio espacio para reagruparse. El regreso al frente de los militantes islamistas de Mali es un recordatorio de los desafíos que implica hacer la guerra contra los radicales islamistas que suelen mezclarse fácilmente en su entorno, no tienen ningún remordimiento al atacar objetivos fáciles y están listos para sacrificar sus vidas por la jihad.
En realidad, los franceses nunca lograron pacificar el norte. En 2014, pasé 24 tensas horas en Kidal, un pueblo principalmente tuareg en el noreste lejano de Mali, semanas después de que varios militantes de Al-Qaeda en el Maghreb Islámico raptaron y asesinaron a dos reporteros radiofónicos franceses. Los soldados franceses nunca habían asegurado este reducto cubierto de arena, y Al-Qaeda se tomó su tiempo, esperando la oportunidad para reorganizarse y atacar de nuevo.
A pesar de la persistente inseguridad, los franceses eran muy sensibles a ser percibidos como una fuerza de ocupación en su antigua colonia. Actualmente, quedan 1,000 soldados franceses en Mali, una reducción con respecto al punto máximo de 2,500 al final de la Operación Serval. En 2014, Francia transformó su misión en un programa regional, la Operación Barkhane, con sede en Chad. “Esto diluyó aún más la presencia francesa en Mali”, señala Corinne Dufka, directora del capítulo del occidente africano de Human Rights Watch.
El Consejo de Seguridad de NU estableció una fuerza de mantenimiento de la paz en Mali en abril de 2013, con el mandato de ayudar a estabilizar al país, pero ese mandato no incluye las operaciones antiterroristas, cuya responsabilidad recae en el ejército de Mali y en las fuerzas francesas restantes.
Independientemente de su misión prevista, los cascos azules de NU terminan enfrentando ataques de militantes. Sufrieron 29 víctimas mortales en Mali en 2014, el mayor número de muertes para una misión de mantenimiento de la paz de NU en ese año, y 10 de ellos han sido asesinados en 2015. “Ninguna misión ha sido tan costosa en relación con la sangre” que la fuerza en de NU en Mali, declaró en enero Hervé Ladsous, subsecretario general de mantenimiento de la paz de NU.
El ejército de Mali difícilmente ha sido un factor en la lucha contra los extremistas. A comienzos de 2012, a pesar de años de recibir entrenamiento de las fuerzas especiales y de los SEAL de la marina estadounidense, el ejército se desplomó rápidamente ante la ofensiva de los militantes. Desde la Operación Serval, la Unión Europea ha gastado 29.4 millones de dólares en la ampliación de un programa de entrenamiento para los soldados, a los que un Ministro de Gabinete de Mali describió una vez en 2014 como “la escoria de la sociedad; niños problema, fracasados en la escuela, delincuentes y criminales.”
Ese mismo año, Didier Dacko, comandante en jefe de las fuerzas armadas de Mali, me dijo “El espíritu de camaradería no existe.”
Mientras tanto, el número de islamistas parece estar aumentando. En enero de 2015, los mal equipados soldados de Mali comenzaron a lidiar seriamente con un nuevo grupo islamista, el Frente de Liberación de Macina, fundado alrededor de Mali central. El grupo ha atacado pueblos y puestos militares en el centro del país y a lo largo de las fronteras con Costa de Marfil y Burkina Faso.
Sin embargo, la falla más grande después de la victoria aparentemente rápida de la Operación Serval, ha sido la incapacidad de Francia de matar a Belmokhtar, quien se escabulló al Sahara con una pequeña banda de partidarios mientras las fuerzas francesas avanzaban en enero de 2013.
Durante los últimos tres años, se ha desplazado a voluntad por todo el Sahara con unas cuantas docenas de seguidores en camionetas de reparto. En diciembre de 2012, se separó de Al-Qaeda en el Maghreb Islámico (los líderes del grupo en Argelia lo acusaron de pasar por alto sus órdenes) y creó un grupo derivado, que llevó a cabo el ataque a la fábrica de gas argelina.
El año pasado, Belmokhtar unió a su banda de combatientes con una pandilla de jihadistas mauritanos y malienses llamada Movimiento para la Unidad y la Jihad en África Occidental, creando Al-Mourabitoun.
En marzo de 2015, pistoleros de Al-Mourabitoun asesinaron a tiros a cinco personas en un café de Bamako. Tres meses después, dos aviones caza estadounidenses F-15 tiraron bombas de 500 libras sobre una reunión de jihadistas en la ciudad costera libia de Ajdabiya y afirmaron haber matado a Belmokhtar. Pero un representante jihadista insistió en que la bomba no logró matar a Belmokhtar y que no ha sido presentada ninguna prueba de ADN para confirmar su muerte.
En agosto, en una operación que parece haber prefigurado el ataque del 20 de noviembre en Bamako, pero que pasó sin recibir mucha atención por parte del mundo exterior, varios pistoleros invadieron el Hotel Byblos en el pueblo de Sévaré, en el centro de Mali. Fuerzas gubernamentales invadieron el hotel después de un largo enfrentamiento y liberaron a los rehenes; cuatro soldados malienses, cinco trabajadores de NU y cuatro atacantes murieron.
Combatientes vinculados con Belmokhtar reivindicaron el ataque, pero los soldados encontraron credenciales en los cadáveres de los atacantes que los identificaban como miembros del Frente de Liberación Macina, una preocupante señal de la creciente colaboración entre los innumerables grupos islamistas de Mali.
El ataque del Radisson ha vuelto realidad los peores miedos de los espectadores de Mali. “Lo que había sido promovido como el punto decisivo hacia una mayor estabilidad ha quedado en entredicho”, señala Dufka de Human Rights Watch.
Hollande prometió proporcionar “el apoyo necesario” a Mali después del sitio; sin embargo, dado que Francia ha intensificado su combate contra el EI, el antiguo colonizador de Mali enfrenta la incómoda posibilidad de volver a pelear una guerra de que nunca terminó realmente.
El libro de Joshua Hammer, “The Bad-Ass Librarians of Timbuktu: And Their Race to Save the World’s Most Precious Manuscripts” (Los bibliotecarios sinvergüenzas de Tombuctú y su carrera para salvar los manuscritos más preciados del mundo) será publicado en abril de 2016.
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek