EN 2009, JOSER RITZEN, entonces vicepresidente de políticas de desarrollo del Banco Mundial, escribió, en el prólogo del estudio titulado Trade Blocs, que “los acuerdos regionales frecuentemente tienen objetivos políticos y dimensiones no económicas, incluyendo seguridad nacional, incrementar el poder de negociación e impulsar o fortalecer la credibilidad de algunas reformas económicas y políticas”. El caso del Acuerdo de Asociación Transpacífica (TPP, por sus siglas en inglés) no es la excepción.
Ese mismo año, durante una visita a México, el entonces vicepresidente chino, Xi Jinping, declaró: “Algunos extranjeros con los estómagos llenos y nada mejor que hacer se dedican a señalarnos con el dedo. Primero, China no exporta revolución. Segundo, no exporta hambre y pobreza. Y tercero, no va liándola por ahí. ¿Qué más hay que decir?”. Sus palabras pretendían calmar a la primer potencia mundial, que desde hace algunos años ve con miedo el crecimiento del gigante asiático, y es que a decir del especialista en temas globales, de integración y comercio internacional, Arturo Oropeza García, mientras Estados Unidos creía que estaba invirtiendo en construir la maquiladora del mundo, China se convirtió en la fábrica y laboratorio más grande del planeta.
El problema con eso —prevén analistas del concierto global— es que China apunta a convertirse en la próxima potencia hegemónica.
Esto es, a ejercer el rol que hoy juega Estados Unidos como bravucón del barrio global y que antes de él ocupó Inglaterra y, antes de ellos, Francia, la España imperial y, así, hasta llegar a Grecia. Lo preocupante de la historia es que en cada relevo entre potencias siempre hubo una guerra entre el que salía y el que entraba. Salvo una excepción: la de Inglaterra y Estados Unidos, aunque cabe recordar que, en medio de ese proceso, se vivieron las dos guerras mundiales.
Quizá por ello las palabras del primer ministro chino —repetidas en todos lados adonde iba— no convencieron a la entonces secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, quien en 2011 fijó postura en un artículo publicado en la revista Foreign Policy:
“Estratégicamente, el mantenimiento de la paz y la seguridad en la región de Asia-Pacífico es cada vez más crucial para el progreso mundial, ya sea por defender la libertad de navegación en el Mar de China Meridional, en la lucha contra los esfuerzos de proliferación nuclear de Corea del Norte, o de garantizar la transparencia en las actividades militares de los principales actores de la región”. Este último punto lo aclara más adelante en el mismo artículo, al referirse a China y sus “esfuerzos por modernizar y ampliar sus fuerzas armadas”.
Claro que no todo es tensión. De acuerdo con el National Bureau of Statistics, Estados Unidos es uno de los principales inversores en China, junto con Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur, Japón y Singapur, estos dos últimos también firmantes del TPP.
China (el país con la mayor cantidad de reservas en el mundo) dirigió durante 2013 su Inversión Extranjera Directa en un 76 por ciento en Asia, 12 por ciento en Latinoamérica y el resto entre Estados Unidos y la Unión Europea. Según explica la oficina Económica y Comercial de España en Pekín, China sostiene una política dual: en países de la OCDE busca integrarse en los sectores avanzados para adquirir activos (marcas, tecnología y capacidad de gestión) que le permitan defender su posición en el mercado doméstico chino, mientras que en países ajenos a la OCDE su objetivo es captar recursos energéticos y materias primas clave para su industria.
Además, China se está apoyando en la otrora segunda potencia mundial, Rusia, con la cual ha firmado acuerdos millonarios para obtener petróleo y gas natural durante los próximos veinticinco años, así como de una treintena de acuerdos adicionales en materia comercial, militar y cultural. Todo ello frente a la mirada atónita de Japón, que busca soporte militar y económico en occidente y, sobre todo, aliados en la región, algo que sin duda llegará a través del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), que es una especie de unión entre la Alianza del Pacífico y los aliados de Estados Unidos en la región para sumar un total de doce naciones.
Como respuesta, China impulsa en el seno de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) la creación de otro bloque económico, el Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP), que reúne a dieciséis países entre los que se encuentran India, Corea, Nueva Zelanda, Australia y el atribulado Japón. Este nivel de interdependencia hace creer a los teóricos neoliberales que el conflicto bélico jamás llegará.
EL CANTO DE LAS SIRENAS
En su informe sobre comercio mundial del 2006, titulado El canto de las sirenas, la ONG Oxfam señala que los países del norte —entiéndase las naciones desarrolladas— establecen reglas para un comercio asimétrico, protegen sus sectores económicos y los intereses de sus empresas en detrimento de los países en desarrollo. Mientras que estos últimos “canjean un acceso limitado a los mercados de los países ricos a cambio de drásticas medidas liberalizadoras y concesiones en áreas de interés público, como propiedad intelectual y regulación de las inversiones”.
Por su parte, el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, ha advertido, principalmente a los países latinoamericanos firmantes del TPP, que este no es un tratado que fomente el libre comercio, sino la administración del comercio por parte de Estados Unidos y de los intereses económicos más poderosos que participan de este acuerdo. Lo anterior quedó demostrado en 2013 cuando se filtraron tres capítulos del acuerdo en los que se reflejaban las discrepancias respecto a los efectos de largo alcance sobre medicinas, servicios de internet, libertades civiles y patentes biológicas.
“Nueva Zelanda ha amenazado con retirarse del acuerdo debido a la forma en la que Canadá y Estados Unidos administran el comercio de los productos lácteos. Australia no está contenta con la forma en la que Estados Unidos y México administran el comercio del azúcar. Y Estados Unidos no está contento con la forma en la que Japón administra el comercio del arroz. Estos sectores industriales están respaldados por significativos bloques de votantes en sus respectivos países. Y, ellos representan sólo la punta del iceberg en términos de cómo el TPP implementaría una agenda que, en los hechos, funcionaría en contra del libre comercio”, escribió Stiglitz en el ya clásico artículo titulado “La farsa del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica”, publicado en Project Syndicate.
Esta idea se ve reforzada por las declaraciones que Devin Stewart, miembro del Carnegie Council for Ethics in International Affairs y redactor del primer borrador del TPP diera en fecha reciente al portal especializado en Asia-Pacífico The Diplomat. En dicha entrevista, Stewart dice sentirse como el creador del monstruo de Frankenstein. Relata que, en un inicio, quienes idearon el acuerdo, lo hicieron de forma idealista para aumentar en Asia los estándares laborales, los derechos humanos, la protección del medioambiente y la generación de prosperidad. Sin embargo, denuncia Stewart, con el tiempo los cabilderos, abogados y el dinero de las corporaciones corrompieron la idea y la volvieron cuestionable.
A pesar de ello, naciones como Tailandia, Indonesia y Corea del Sur ya están escuchando el canto de las sirenas y comienzan a levantar la mano para señalar que se encuentran preparados para unirse al TPP. La pregunta es: ¿por qué si estas naciones están interesadas en unirse al acuerdo, no lo hicieron desde el inicio en que hubieran podido negociar mejores condiciones para sus empresas?
La respuesta pareciera de una lógica apabullante. Dado que se saben carentes de poder de negociación frente a países más poderosos, han preferido realizar primero las reformas necesarias antes de competir directamente en condiciones de desventaja.
También se debe tomar en cuenta, como advierte el economista argentino Ramiro Bertoni, que siempre existirán asimetrías entre los países, por lo que, principalmente los sectores privados exigirán “nivelar el campo de juego”, lo que les permita competir en condiciones razonablemente semejantes frente a empresas, productores y trabajadores de otros países. Si a primera vista pudiese parecer que las empresas de los países desarrollados aventajan a los países en desarrollo, es posible que en áreas como los servicios o el campo, quienes sean parcialmente beneficiados sean estos últimos, en detrimento de sus pares, dado el bajo nivel salarial que llevará a las empresas a buscar mano de obra barata. Todo lo anterior requiere modificaciones estructurales, en particular en las áreas de política fiscal, monetaria y de inversiones industriales, señala Bertoni.
Justo esa es una de las críticas que realiza el exembajador Mauricio María y Campos, quien asegura que en México no se han realizado los ajustes necesarios para ser competitivos frente a las otras once naciones del TPP, en primer lugar por la falta de financiamiento adecuado a la empresa nacional.
“Nuestros competidores tienen tasas de 3 por ciento mientras que en México son del 18 por ciento”, explica el también exdirector de la Organización para el Desarrollo Industrial de las Naciones Unidas. María y Campos advierte algo más: “Mientras México no tenga un proyecto de desarrollo a la altura del siglo XXI, será difícil que avancemos”.
EL DESTINO MANIFIESTO
El 8 de julio de 1853, el almirante estadounidense Mathew Perry arribó al puerto japonés de Uraga, en una expedición que tuvo como objetivo obligar a Japón a abrirse al mundo. Apenas en 1848, Estados Unidos se había anexionado, tras una invasión, la mitad del territorio mexicano, lo cual aunado a la previa independencia de Texas y la compra de Louisiana al gobierno francés, le permitió al gobierno estadounidense cumplir su sueño expansionista, llegar de costa a costa y abrir un puerto en el Pacífico.
Una vez logrado esto, avanzaron en su comercio con China, por lo que necesitaban un puerto para la recarga de carbón de los barcos de vapor, así como una base de operaciones para su flota ballenera, lo que lograron a través de un tratado por demás ventajoso para los norteamericanos.
Esa antigua obsesión de Estados Unidos por el control del océano Pacífico los llevó a librar una de las guerras más salvajes: la campaña del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial, que culminó con la explosión de dos bombas atómicas, que en segundos calcinó a más de 120 000 japoneses, mientras que una cifra similar moriría en los meses siguientes.
Hoy esas naciones son aliadas y luchan por frenar a otro competidor, sólo que el debate por la hegemonía del siglo XXI se dará, a decir de Arturo Oropeza, en el mercado de los servicios, ya que Estados Unidos le dejará la manufactura a Asia por ser su mano de obra más barata.
Aunque la discusión del tratado es un asunto cerrado, aún falta la aprobación en los Congresos de las doce naciones involucradas.
Una de las discusiones más difíciles tendrá lugar, paradójicamente, en Estados Unidos, donde por un lado los grupos empresariales que respaldan a los republicanos resultaron afectados en sus intereses tras las filtraciones de 2013. Y, en segundo lugar, porque como señala el editor de The Oriental Economist Report, Richard Katz, tan cerca de las elecciones en ese país, sería colgarle una medalla más a la administración de Barack Obama, quien ha demostrado sus habilidades en materia de política exterior al reanudar las relaciones con Cuba y lograr un acuerdo respecto a la bomba atómica con Irán. Así que es casi seguro que esperen hasta pasadas la elecciones presidenciales del 2016, de acuerdo con Katz.
A decir de Oropeza, esos son simples detalles de procedimiento, pues las fuerzas poderosas del mercado que han llevado hasta la firma del tratado se encargarán de que el TPP sea aprobado en las legislaturas, por lo que la etapa que sigue en cada uno de los países es dedicarse a diseñar la estrategia de implementación del nuevo tratado, pues de otra manera algunos de los actuales beneficiados con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte podrían perder.