La más reciente crisis de los Balcanes inició con una valla en vez de masacre étnica o nacionalista. En julio, Hungría empezó a construir una barrera en su frontera de 178 kilómetros con Serbia y anunció que hará lo mismo en sus límites con Croacia y Rumania, esto para prevenir la entrada de refugiados. “Ya tenemos práctica y lo hacemos muy bien”, dijo el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, a un grupo de reporteros extranjeros en septiembre.
La respuesta regional a la acción húngara fue inmediata: gobiernos de la región sellaron más fronteras, impusieron sanciones comerciales y desataron una andanada de insultos. Pero al intensificarse la guerra verbal, columnas de refugiados exhaustos siguieron avanzando al norte por esas agitadas tierras. Una vez más, la región más pobre y volátil de Europa se transformaba en un polvorín.
No debería ser así. Las guerras en la otrora Yugoslavia terminaron en 1999. La prosperidad regional tal vez no haya cristalizado aún, pero la paz se ha mantenido excepto por algún conflicto ocasional. Croacia se sumó a la Unión Europea (UE) en 2013. Las negociaciones para la membresía de Serbia y otros vecinos están en curso. Mas la crisis de refugiados ha reactivado traumas que resaltan las debilidades estructurales que subyacen la región y planteado interrogantes sobre la integración de las regiones más pobres de Europa. “Esta crisis no tiene precedentes. Nadie sabe cuánto durará y nadie sabe cómo enfrentarla”, dice György Schöpflin, miembro húngaro del Parlamento Europeo, en representación del partido gobernante Fidesz. “Los países de los Balcanes son relativamente pobres y esta situación ejerce una gran presión en sus recursos. La Unión Europea (UE) debe actuar para mantener la estabilidad”.
La respuesta a la construcción de vallas de Hungría fue casi inmediata y el efecto dominó se extendió a toda la región. Cuando Hungría cerró sus puertas a decenas de miles de refugiados que iban al norte, Serbia los desvió a través de su frontera con Croacia. Zoran Milanovic, primer ministro de Croacia, exigió que Serbia enviara más refugiados a Hungría o Rumania y juró que no permitiría que Serbia “nos haga quedar como tontos” (estos países combatieron una guerra brutal a principios de la década de 1990). Luego intervino Victor Ponta, primer ministro de Rumania, diciendo que los legisladores húngaros “no son mejores que los de Siria, Libia o los países de donde huyen los refugiados”.
Croacia de inmediato prohibió la entrada de cualquier vehículo serbio en su territorio. En respuesta, Serbia escaló su retórica, declaró que había sido “atacada brutalmente” y hasta comparó la nueva disposición con las leyes raciales impuestas por el estado títere nazi croata durante la Segunda Guerra Mundial. Acto seguido, Serbia prohibió la importación de bienes croatas.
Entre tanto, en Budapest, el gobierno de Orbán declaró una guerra verbal contra Alemania y casi todos los vecinos de Hungría. El primer ministro húngaro acusó de “imperialismo moral” a Ángela Merkel, la canciller alemana, por tratar de imponer su visión liberal al resto de Europa. Dijo que los húngaros “no pueden pensar con mentalidad alemana”. Péter Szijjártó, ministro del exterior, acusó de mentirosos a los primeros ministros de Rumania y Croacia, así como al ministro del interior griego.
“Los intercambios de los líderes regionales, en las últimas dos semanas, más parecen un espectáculo de entretenimiento político que un debate serio”, dice Vessela Tcherneva, directora del despacho en Sofía del Consejo Europeo para Relaciones Exteriores. “Esas sociedades y Estados se sienten amenazados y que han sido abandonados por la UE. La UE era el adhesivo que los mantenía unidos, de modo que sus vecinos se han convertido en los blancos más fáciles”.
La hostilidad actual entre Serbia y Croacia está determinada, en parte, por consideraciones políticas de Zagreb, argumenta Tim Judah, analista de los Balcanes y autor de The Serbs: History, Myth and the Destruction of Yugoslavia. Croacia debe celebrar elecciones a más tardar en febrero de 2016, pero su economía ha estado en recesión desde hace seis años y sólo hasta ahora da señales de crecimiento. “El gobierno croata, de centroizquierda, está ansioso por los comicios”, dice Judah. “El primer ministro no ha podido reactivar la economía, y aunque la derecha ha sido desprestigiada, está intentando regresar, y al adoptar una postura firme contra Serbia pretende atraer a los votantes de derecha y a los populistas”.
Los votantes saben también que la respuesta de Croacia ante la crisis de refugiados no ha sido impresionante, prosigue Judah. “Es evidente que el flujo de migrantes sería desviado a Croacia. Los croatas anunciaron que estaban preparados cuando llegaron las primeras cuatro mil personas, pero luego dijeron lo contrario. Se mostraron débiles e improvisados”.
Los verdaderos ganadores en la crisis de los Balcanes son los serbios, quienes, desde el colapso del régimen del dictador nacionalista Slobodan Milosevic, han luchado para convencer al mundo de que su país se ha convertido en un socio completo del proyecto liberal europeo. Serbia siempre ha sido un eslabón para la ruta terrestre al norte de Turquía, a través de Grecia y Macedonia. Este año, más de doscientos mil refugiados y migrantes han cruzado hacia Hungría, en su mayoría, por la frontera serbia. Mas el contraste de su recepción ha sido muy marcado.
En Belgrado, Serbia, como en Budapest, han surgido campamentos improvisados alrededor de los centros de tránsito. Las autoridades municipales de Budapest proporcionaron zonas de tránsito con servicios rudimentarios, pero fueron grupos voluntarios los que proveyeron alimento, agua y ropa. En cambio, las autoridades de Belgrado establecieron un centro de información para refugiados en el centro de la ciudad, cofinanciado por la organización asistencial ADRA Germany, la agencia de refugiados de la ONU y el gobierno local. Las autoridades serbias también prohibieron manifestaciones antirrefugiados por parte de los grupos de extrema derecha. Y el recuerdo colectivo de los desplazamientos masivos durante las guerras yugoslavas abrió los corazones de la ciudadanía, pues muchos serbios son refugiados de Croacia y Bosnia. Cuando la policía húngara usó cañones de agua y gas lacrimógeno contra refugiados que se manifestaron en el lado serbio de la frontera, Aleksandar Vucic, primer ministro serbio, acusó a Hungría de una conducta “brutal” y “antieuropea”.
La respuesta serbia en la crisis ha cambiado la percepción del país y ha sido celebrada por funcionarios de la UE, dice Braca Grubacic, analista de Belgrado y editor de VIP Daily News Report, resumen de noticias y análisis. “Por primera vez, en mucho tiempo, Serbia es considerada entre ‘los buenos’ por la UE. Las autoridades serbias presentaron al mundo un rostro normal y humano al enfrentar la crisis. Hemos tenido aquí a los migrantes desde hace meses; los hemos tratado con decencia. No nos quejamos ni exigimos cantidades enormes de dinero”.
No obstante, como la crisis no da señales de remitir, la hospitalidad serbia podría tener límites. En este momento, la mayoría de los refugiados y migrantes que se dirige a los países más ricos de Europa Occidental tiene que pasar por Serbia. El país, con sus minorías musulmanas y albanas, es más cosmopolita que sus vecinos de Europa Central. Pero si una cantidad sustancial decide permanece en Serbia, la actitud podría cambiar rápidamente.
La celeridad con que Serbia y Croacia recurrieron a los insultos ha sorprendido a los observadores. Con todo, también es un recordatorio de que las heridas pasadas, que datan de las guerras de la década de 1990 y la Primera Guerra Mundial (conflicto desatado cuando un serbio asesinó al archiduque austriaco Francisco Fernando en Sarajevo, en 1914), pueden abrirse con facilidad. “Las posturas históricas son distintas”, dice Tcherneva. “Hay lugares donde recuerdan a las personas como refugiados de la década de 1990 y, otros, donde los recuerdan como agresores”.
Con el tiempo, la crisis disminuirá, pero el daño causado a las relaciones entre Serbia y Croacia no sanará rápidamente, previene Grubacic. “Este tipo de deterioro no contribuirá a la cooperación regional. Pasará mucho tiempo para recuperar y abrir nuevos canales basados en la confianza y la cooperación”.
La crisis también ha ocasionado gran tensión en la UE, poniendo de relieve que sus instituciones funcionan bien en condiciones relajadas, pero son inútiles para responder a problemas masivos. La UE ha sido incapaz de demostrar liderazgo, dice Ines Sabalic, directora del despacho de representación de Zagreb en Bruselas. “Esta crisis no empezó ayer. Han tenido suficiente tiempo para hacer planes. En vez de ello, los países nucleares, la Vieja Europa, reprende a la Nueva Europa por no dar mejor acogida, por su falta de visión a futuro, por no ser progresiva. Mas los países nucleares, Francia y Alemania, no han proporcionado liderazgo. Necesitamos que haya un acuerdo, no sólo entre Berlín, París y Londres, sino también entre los miembros antiguos y nuevos”.
Algunos observadores de Bruselas murmuran que la crisis podría marcar el principio del fin de la UE. La zona de Schengen libre de visado —área donde los ciudadanos de los Estados de la UE pueden circular sin impedimento— ya ha sido restringida toda vez que los Estados miembros reintroducen controles fronterizos de facto. Es un enorme golpe simbólico y práctico al sueño europeo.
Pero hay otros, en Bruselas y los Balcanes, que opinan que la crisis podría dar a Europa la oportunidad de acercarse más en vez de fragmentarse. Si la UE finalmente debate la manera de gestionar el flujo de gente que llega del sur, dicho debate tiene que incluir a todos los países afectados y no sólo a los miembros de la Unión, dice Tcherneva. “Serbia y Macedonia no quieren ser recipientes de decisiones políticas. Quieren ser incluidas en el proceso de tomar decisiones. Los Balcanes occidentales deben estabilizarse y recibir ayuda. De lo contrario, la crisis de migrantes podría acabar con esos países. Con suerte, este es el momento decisivo para el sureste de Europa”.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek.