Carga su bebida con la mano izquierda e ingresa al número 42 de la calle Milán, en la colonia Juárez. Sonriente, evidentemente relajado, se sienta ante la mesita circular de la sala de espera de El Milagro, teatro del cual es socio y donde apenas anoche, 10 de septiembre, estrenó Él, una obra de teatro experimental que ha mantenido ocupado —y también estresado— a Daniel Giménez Cacho en los últimos días.
“Se dice que eres un actor que se inclina por los trabajos serios, que prefiere los temas crudos y que no haces comedia”, le comento a Daniel. Él despliega una sonrisa: “No he sacado el porcentaje, pero sí me gusta ese género, y he hecho varias. De hecho, la obra tiene varias partes fársicas”, dice con aire de satisfacción, a modo de invitación.
Él, basada en una dramaturgia del poeta E. E. Cummings y protagonizada, además de por Daniel, por Laura Almela y Rodrigo Espinosa, no es una obra convencional. Está conformada por pequeñas historias, aparentemente sin conexión.
“Parece un mundo sin sentido”, me arriesgo a decirle. “Como el mundo —revira él—, pero a lo mejor sí lo tiene porque nosotros se lo damos. Esos son los cuestionamientos de la obra. Es extraña. Estamos empezando a entenderla: puede que guste o no. Es provocadora, rara, juega con el público: crees que entendiste algo, sí, pero también puede ser esto u lo otro”.
—Estamos acostumbrados a historias lineales, con cordura.
—Sí, es lo que predomina. Pero incluso la obra se mofa de eso. Incluye pequeñas historias que sí son lineales. Hay un diálogo entre los protagonistas. Ella dice: “¿Por qué no haces algo que a la gente le guste? Podríamos ganar dinero”. Y está el otro extremo: él se considera un artista especial, que va a reformar. También se burla de esto.
—En tu caso, ¿tienes conflicto por recibir ingresos por tu trabajo?
—Siempre trato de hacer algo de lo que no me vaya yo a arrepentir, ni siquiera por dinero. No quiero verme y decir: “¡Qué vergüenza, cómo pude hacer eso!” A veces sí tomas decisiones porque necesitas el dinero. Algunas te duelen más, otras menos. Pero de todos modos, desconfío de quienes se decretan absolutamente puros y rectos, en cualquier rubro. Ya tengo 54 años y sé que eso no existe, uno tiene que negociar. El arte es saberse poner en donde uno quiere estar. Si tu afán es ser rico, debes buscar dónde. Si ya eres rico y resulta que no eres feliz, ah, bueno, a lo mejor te equivocaste y el dinero no era la felicidad.
“A mí me gusta expresar lo que traigo dentro. Es una cosa muy personal que tiene que ver con la felicidad de la vida y el sentido. ¿Cuál crees que sea el sentido de tu vida? Pues hacia ahí vas. Hay que negociar con la realidad y saber qué tanto dinero necesitas. Para todo hay límites”.
En el caso de Daniel Giménez Cacho, al menos en términos actorales, parece no haberlos. El cinco veces ganador del premio Ariel, nominado al mejor actor de los Premios Goya por su papel en Blancanieves y director de la serie Crónica de castas, estrenó en Netflix Club de cuervos, que protagoniza al lado de Luis Gerardo Méndez. Hace algunas semanas regresó de Argentina de filmar Zama, donde interpreta a un funcionario de la corona española. Este mes se ve en cines Ella es Ramona, película en la que tiene un rol importante y, por si fuera poco, está de lleno en la promoción de Él. “Espero que cause polémica”, confiesa.
—¿Qué desencadenó que te percataras de que hay que definir lo que queremos?
—La experiencia. Ves casos de “gente pura” y luego resulta que no. Lees, entiendes las noticias, las historias de vida. Los fanáticos, en la mayoría de los casos, no siempre, pecan de lo contrario. Jorge Serrano Limón, de Provida, bueno: un fanático, católico mal, fascista, a quien se le descubrieron negocios de tangas y no sé qué. En la cuestión católica y fanática sexual, los más represores son los más perversos.
—Hay una constante en tus proyectos: inquietud por cuestionar lo establecido, al sistema.
—Son varios niveles. Primero, hay una actitud crítica inculcada en mi casa. Preguntarse por las cosas, no dar por hecho que esto es así y ya. ¿Por qué? ¿Y por qué no puedo hacer esto? ¿Madurar significa renunciar a todo? Son preguntas que siempre me han perseguido. Transgredir las normas siempre me ha parecido muy sano, para conocerlas, respetarlas, defenderlas por convicción. Saber hasta dónde, por qué, no porque alguien te diga, sino porque lo consideras importante.
“Obviamente, hablo desde los 54 años. Pero sí, tuve muchas fases de rebelde, relativas a una adolescencia que se prolongó, según yo hasta los veintisiete años, y no sé si ya habrá terminado (risa)”.
—¿En qué sentido se prolongó?
—Hubo siempre mucha rebeldía. Encontré también en esta mucha creatividad: buscar tu manera, cuestionar. En el arte, esa es una gran herramienta. Por eso yo me coloqué aquí. Es el sitio para revelarse. No vas a hacer las cosas como las hizo fulano, o incluso como las hiciste tú: ya hiciste un personaje, te salió bien y, como lo dominas, lo sigues haciendo. Eso es el fin.
“El fin de la expresión artística debe de ser siempre renovarse, buscar, investigar. En ese sentido soy feliz porque estoy en un sitio donde puedo ejercitar eso de una manera propositiva, no nada más por cuestionar. Es una manera de trabajar”.
***
En la reunión familiar, los hermanos conversaban sobre la dinámica con sus padres y otros temas familiares. Todos se sentían muy bien porque se expresaban, se liberaban, hablaban sobre con qué no estaban de acuerdo. Hijos de un padre autoritario, necesitaban desahogarse.
Daniel, entonces un adolescente, no lo sabía, pero estaba a unos minutos de revelarse en contra de la figura paterna. Se levantó y puso un disco en el estudio de su papá. Él llegó y bajó el volumen. Daniel, molesto, lo elevó de nuevo, desafiante. Su papá, furioso, lo bajó otra vez.
“Luego me dio una cachetada, y luego otra y otra —recuerda Giménez Cacho—. Hasta que se detuvo. Sentí que lo había derrotado. Me había revelado a su espacio, me le enfrenté. Le dije: “Esta también es nuestra casa y la queremos usar ahora así, poner esta música y que suene fuerte”.
No contó con el apoyo de su papá cuando decidió ser actor. “Aunque, bueno, yo ya me había salido de mi casa. Después hubo como una reconciliación. Él iba a ver las obras, le gustaban. Primero quise estudiar danza, estaba en el final de la preparatoria”.
—¡No, eso sí que no, eso es para jotos, conmigo no cuentas! —enfureció su padre.
“Cuando decidí ser actor, no necesité de su consentimiento. La danza no podía pagármela, y pues ya. Ahí quedó. Para él, convertirme en actor implicaba un futuro económico muy incierto. Pertenece a la generación a la cual le tocó la guerra civil española. Había que salir adelante. De hecho, él hubiera querido ser actor. Es ese fenómeno genealógico donde realizas lo que tu papá no pudo. Una frustración por ahí. Él era empresario en negocios de acero para construcción”.
—Eres el menor de seis hermanos.
—Y todos nacieron aquí. Fui el único que nació allá, en Madrid. Mis padres intentaron volver a España en los sesenta. Ya no se acomodaron, no les gustó. Estaba aún el franquismo y había una situación económica muy dura. Se regresaron a México, yo tenía dos meses de haber nacido.
—Mantienes una relación cinematográfica con España, ¿y la personal?
—Yo soy mexicano, definitivamente. Eso ya lo entendí porque un tiempo me fui a vivir allá con mi familia, en 1999. Un par de años. Comprendí que era mexicano. Me sirvió. Sí tenía cierta fantasía: hijo de migrantes, allá estaba mi origen, según yo, y que la sangre y quién sabe qué. Puros cuentos. Nunca sentí no pertenecer a México. Siempre me sentí muy acogido, pero sentía que me iba a reencontrar con mi origen allá. Y no, para nada. Me dije: “¿Qué? No, yo soy mexicano. Vámonos”. Me regreso.
—En la juventud quisiste estudiar física, pero te arrepentiste.
—Estudié física año y medio en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Me costaban mucho trabajo las matemáticas y trabajaba el doble que los demás. Una novia me llevó a una clases de teatro, con José Luis Ibáñez. Fue un despertar, como si mi cuerpo hubiera estado dormido y ahí hubiera renacido. Por otro lado, unos compañeros y yo fuimos a una experiencia fabulosa con hongos alucinógenos. Cuando regresé, estaba en la facultad, sentí una extrañeza, una cosa sensorial, y dije: ¿Qué hago aquí? Esto no es para mí. Fuera de aquí.
“Varios años hice obras teatrales, hasta que empecé a incursionar un poco en cine, por el CUEC, el CCC, amigos que me llamaban. Julián Pastor, que acaba de morir por cierto, fue el primero que me invitó a unos cortitos. Más tarde participé con Luis Estrada en una cosa que se llamó Camino largo a Tijuana.
—Has dicho que, cuando estudiabas, te percataste del talento de tus compañeros y pensabas que tú carecías de él. ¿Decidiste talachearle?
—Sí. Me hice muy trabajador por eso. Veía que a otros les salía las cosas por talento. Y a mí me costó mucho. Traía encima muchas telarañas, mucha inseguridad. Mientras actuaba, me decía: “No, así no, no lo hiciste bien, mira para allá, pon la taza bien”. Es una cantidad de ruido que te impide estar. Cuando entré a la clase de Juan José Gurrola, me vio y me dijo: “Tienes en el hombro derecho la voz de tu padre, te ordena todo el tiempo. Vete de aquí y quítate eso. Cuando suceda, podemos trabajar”.
“Dije: ‘Órale, ¿cómo lo detectó?’ No lo conocía. A lo mejor hacía gestos: ¿Estoy bien, papá?, ¿voy bien? Me fui, lo estuve pensando. A los quince días volví. Le dije a él: ‘Vamos’. Se convirtió en mi maestro más importante. Pesa pensar que la familia va a criticarte. Aunque yo me revelé. Dije: voy a hacerlo, no me importa si me aprueban o no, pero al final de cuentas arrastras un montón de dinámicas desde niño. La actuación me sirvió mucho para descubrir quién era, qué traía adentro, cuáles eran mis miedos y seguridades”.
—Hubo autoritarismo en tu casa, pero las inquietudes te vienen también de ahí. Son varias facetas.
—Así son las familias. Las relaciones familiares son así: las cosas buenas, las malas, las involuntarias. Es un merengue del que uno se tiene que distanciar para poderlo apreciar, querer, distinguir, ponerle límites. Cuando eres joven te corre todo eso por las venas. Lo tienes que discriminar y tomar decisiones, tú.
“En aquel tiempo, había una vida social que no me gustaba, muy formal: sentarse ante la mesa de una forma, los platos, la copa, los no sé qué. Todo muy planeado, con poco espacio para lo espontáneo. Yo decía: ‘No quiero ser así’. Son los procesos de maduración de cualquiera que se va definiendo respecto a su familia”.
—Después pasan los año y te reconcilias.
—Exactamente. Aunque no fue una pelea tan frontal. Había un distanciamiento, mi papá no apoyaba mi decisión. Lo que sí fue digno de aplaudir es que se respetó la rebeldía. En mi familia, los actos de rebeldía se consideraban de madurez. “Se ve que ya va agarrando su camino”, decían. Dentro de todo, mi papá también era una persona muy dialogante. Pese a la época y educación, cambió muchísimo en su vida.
“El 68, el fabuloso mundo de los hippies,fue algo que a mi casa entró de lleno, con todo, a través de mis hermanos, ellos fueron parte, incluso de los cuestionamientos políticos. Era la libertad, la alegría, el sol, el pelo largo. La música. Mis papás también le entraron. Eso también explica mis intereses. Totalmente”.
***
Cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional tomó las armas y cimbró México las primera horas de 1994, un joven Giménez Cacho, treintañero, no lo pensó dos veces y se trasladó a Chiapas. Desde antes y desde entonces, Daniel ha participado y apoyado causas sociales. Pero el actor, precisa, no es un luchador social. Para nada.
“No, ese es un título que se gana —afirma—. Yo soy actor, director, productor. En mis ratos libres me gusta conocer a la gente que trabaja en lo social. Apoyar. Pero ser luchador social es una manera de vivir las veinticuatro horas. Y yo no. La situación de control de medios actual hace que los actores estemos en un lugar privilegiado, podemos ayudar a dar voz a quien no la tiene. Difundir.
“Varios actores y actrices nos hemos reunido. Hicimos el pequeño colectivo que se llama El grito más fuerte. Ahora nos buscó el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) y nos dieron el informe sobre Ayotzinapa. Nos interesa muchísimo ayudar a difundirlo.
—En 1994 estuviste en una asamblea que se prolongó por horas. Actualmente, ¿crees que son posibles los acuerdos?
—Esa vez fue la primera convención que hizo el Ejército Zapatista; había ocho mil personas, tomar acuerdos era una cosa complicada. Con el tiempo me he dado cuenta de que las asambleas son una cosa difícil. Se tiene que llegar a acuerdos, pero es complicado. Ves las historias de las asociaciones, ONG, grupos, movimientos sociales. Siempre son complejos. Se fragmentan, dividen, surgen otros.
“Así es, y no por eso uno va a dejar de intentarlo. En España, toda la indignación callejera se está transformando en un movimiento político que avanza seriamente. ¿Hasta dónde van a llegar? No sabemos, pero hay avance. Nosotros debemos seguir luchando para que en el Estado y en la toma de decisiones se abran las puertas a los ciudadanos. Hay un monopolio tan cerrado de control que, para mí, parte del cambio que requerimos pasa por la participación ciudadana, aunque sea desorganizada, caótica. Cada vez tendrá que ser más organizada”.
—Es también un proceso.
—Se avanza un poco, se reformula. Quedan cosas.
—Algunos dicen que ninguna lucha, ni la armada, funciona, que el PRI sigue ahí, ¿tú qué opinas?
—Me genera claustrofobia. Como si estuviéramos atrapados en una cosa de la que no podemos salir. En el pasado. Y eso sucede, sí, por ese partido, pero también porque es la sociedad que somos. Es la cultura política, capacidad de rebelión y resistencia que tenemos. Entonces, no sé. He pensado que ese priista que detestamos lo traemos dentro. Es una cultura que nos pertenece y que se reprodujo en el PAN y en el PRD.
“Dicen de la revolución, la lucha armada. Claramente, los cambios ahora deben ser culturales. Y esos toman tiempo. Son cambios en la conciencia. Parece que no pasa nada. Pero no es así. Se va sumando: conciencia, conciencia, y a nivel ya planetario. ¿Qué sigue? Es difícil saber. El PRI vende al país completamente: el oro, el gas, el petróleo. Destruye la cultura, la naturaleza. Un alto porcentaje de gente y jóvenes está de acuerdo con que ese sistema no funciona”.
—En 2012 participaste en Colosio, película por la que recibiste tu último Ariel y que de alguna manera preveía las formas violentas del partido.
—Sí. Para mí, una de las grandes decepciones contemporáneas fue Vicente Fox, quien aglutinaba la esperanza de la alternancia y renunció a todo lo que prometió. Pactó y dejó intacto al sistema. Calderón repitió más o menos lo mismo, con muchas más muertes, porque decidió hacer esa guerra fracasada. Se alternan los partidos, pero el sistema no para no moverse. Nada se modifica.
***
Daniel Giménez Cacho, que ha colaborado con directores de la talla de Arturo Risptein, Pedro Almodóvar, Alfonso Cuarón, Guillermo Del Toro y Jorge Fons, por mencionar algunos, opina que la frase “México va a tronar” es falsa porque, afirma, sin asomo de duda “el país ya tronó”.
“Ya, es desesperante. Ya tronó —insiste—, en cantidad de muertos, de guerras, de descontrol del gobierno con zonas donde el narcotráfico se le adelantó. El caos ya está aquí. Necesitamos saber cuál será el siguiente paso de organización ciudadana que transforme”.
—Eres optimista.
—Sí, lo soy, no sé por qué será. Podría ser de carácter. O alguien más dirá que soy optimista porque tengo qué comer y me va bien.
—¿Qué le responderías a ese alguien?
—Que también es cierto. Que hablas según te va en la feria. Si me hubieran matado tres hijos no sé cómo estaría ahorita. Si no tuviera trabajo, batallando por comer, posiblemente que no sería tan optimista. Aunque no es necesario eso porque también he encontrado a mucha gente, muchos luchadores, que vienen de situaciones muy duras, y mantienen un gran espíritu. Alberto Patishtán, campesino perseguido, es una persona muy espiritual.
“Soy optimista. Necesito eso para poderme levantar a las ocho de la mañana. Si no, ¿para qué? Hago algo, sale bien o mal, pero ya caminé. Ahí voy. Tengo fuerza para seguir, insistir, y la recibo del trabajo, de luchadores que ves y dices: qué huevos tiene, qué valor, dedicación. Madres que han perdido a hijos y dicen: “Ahora yo lucho por los derechos humanos para que en México ya no pase esto”. Ahí sí dices: qué orgullo y honor ser mexicano, qué alegría poder estar cerca y aprender.
—Este mes se cumple un año de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa.
—Conocer la verdad del caso será muy ilustrativo para mirar hacia delante. ¿Cómo podemos salir de la falta de credibilidad, justicia y legalidad que hay? Si entendemos qué pasó, se podrá remediar, salir de este hoy tan cabrón. Es un caso de cientos. No sabemos la cantidad de fosas que hay en este país con muertos. Cada vez que se busca a un desaparecido, aparecen fosas y más fosas.
“A mí, el caso de Ayotzinapa me shockeó desde que sucedió. Las imágenes. Y sobre todo porque uno ya sabe. Yo no tengo pruebas, pero uno pasea, conoce gente y sabes cómo están ligados la autoridad, la policía, el ejército y el crimen organizado. Después, la incapacidad del Estado de investigar. Me hace sospechar que no se investiga porque eso demostraría el vínculo entre la autoridad y el crimen organizado. Por eso no avanzan las investigaciones.
—Los expertos de la CIDH demostraron que el informe oficial era incorrecto.
—Además de todo el dolor que se genera a las familias. ¿Qué pasa cuando tu procurador sale y dice “esta es la verdad histórica”? Hay una erosión, un derrumbe de la credibilidad de él y de la institución. Es gravísimo que una ciudadanía no crea en sus autoridades. La sociedad les decimos: “No les creemos nada”. Faltan el respeto a las víctimas. Es una situación espeluznante.
***
En una página en internet se afirma que Daniel Giménez Cacho es el actor mejor pagado del mundo, con ganancias arriba de los 90 millones de dólares, dueño de una cadena de restaurantes. También se dice que es divorciado.
“También una nota afirma que he muerto. Está cabrón el internet. En cuanto al divorcio, estoy con la misma de siempre. Nos separamos alguna vez, pero regresamos hace unos diez años. Llevamos veintitrés, veinticuatro años juntos. Por otro lado, tengo un hijo que actuó en la película de Fernando Eimbcke que se llama Club Sándwich. Es el protagonista. Tenía catorce años cuando la hizo, pero ahora está viendo qué quiere hacer. Le ayudaré en lo que le interese”.
—Después de lo que pasó con tu papá, ese es un resultado feliz.
—Por supuesto, y yo digo que de eso se trata. Hacemos mucho revisando qué cosas no nos gustan y modificarlas, porque a veces las arrastramos. Uno dice: “Yo odiaba que mi papá hiciera esto”, y cuando tienes hijos, ¡taz!, te viene el reflejo. Yo algunas cosas repetí, otras no.
—¿Cuál sí y cuál no?
—Mi papá no tocaba, y yo me volví de abrazo y beso. Siempre hay que revisar los patrones, descubrir por qué hiciste eso. Me interesan mucho el teatro y la actuación como modo de conocerse. Y también todo tipo de terapia, experiencias espirituales, chamánicas, para entenderte más.
—¿Qué te enoja?
—Quizá como una especie de neurosis. Si las cosas no son como yo quiero, de repente me pongo tenso, reacciono, gruño. Sobre todo cuando te sientes inseguro, empiezas a ser reactivo, atacas, porque algo no es como querías que fuera. Ahí siempre digo: “¡Calma, respiramos!”
—A ti no te gusta perder.
—Más o menos. Sí he trabajado… no me gusta, pero tengo procesos de digestión. No vivo acumulando, me digo: “Eso ya pasó, adiós, vamos por otra cosa”.
—Cuando eras joven, aspirante a actor, ¿cuál fue la peor racha?
—Fueron siete años de duda, de poco dinero. Vivía con una novia que también decidió dedicarse al teatro. Fue una época difícil, dura, de preguntarme si había tomado la decisión correcta. Cuando me preguntan los jóvenes qué recomiendo, les digo: “Paciencia, porque el arranque es muy difícil”. Permanecer ahí. Económicamente, estaba apretadillo, pero entre la novia y todavía cierto apoyo de mi casa que recibía al principio, muy mal no fue. Hay que reconocerlo, que sí recibía algún apoyo. Me ayudaba a moverme. Salía un trabajito por aquí, por allá.
—Da la impresión de que has tenido una vida afortunada.
—Sí.
—¿Cuál ha sido el momento más conflictivo de tu vida?
—Cuando iba a cumplir cuarenta hice crisis, la de la mediana edad. Todo lo que soñabas no se acaba de realizar, y además dices: “¿Y yo por qué soñaba eso? ¿Por qué quería esto?” Hay una reformulación de todo el sentido de las cosas que hiciste en veinte años. Unas salieron, otras no. Fue una crisis fuerte, no sabes adónde vas. Y ahí sí que troné duro. Estaba en el escenario y decía: “¿Qué hago actuando en una obra de teatro?”
“Un día me pregunté qué iba a hacer. Empecé a dirigir teatro y se me abrió una puerta. Me recuperé. Me dije: ‘Bueno, llegaste hasta donde llegaste y no está mal, y quién sabe qué más pueda pasar’. Pero ya tenía serenidad”.
—Suena a una verdadera crisis.
—Sí. ¿Para qué lo hice, por qué, quién me dijo que yo?, me preguntaba. Sufrí una crisis verdadera: yo nunca quise ser una estrella famosa, eso me enseñaron siempre los maestros, lo tenía metido en la cabeza. A los cuarenta dije: “¡Pues cómo no, por qué no! Ya no lo logré, pero sí me hubiera gustado trabajar con los directores más chingones del mundo, ¿por qué no? ¿A qué hora me metí en esto del arte y la humildad? Qué mamada”.
“Pero sólo fue en ese momento. Ya no estoy en ese pensamiento. Imagínate. Ya. Estoy a gusto, contento de llegar adonde llegué. Se siguen abriendo puertas, hicimos el bar Milán, este teatro, una editorial, miles de cosas. O sea, descubrí que en el fondo sí deseaba eso, pero que lo estaba negando, fue un calambre. Te estás empezando a amargar porque no llegaste ahí, pero como no lo puedes admitir, no sabes por qué te estás amargando. Entonces gruñes”.
***
En la serie Crónica de castas y en Ella es Ramona se trata, entre otros temas, los de la discriminación, cada una a su manera. Giménez Cacho ha dicho en entrevistas que ese es un tema del cual no se habla, que se oculta.
“Tenemos una institución que se llama Conapred porque existe esa necesidad, pero también tenemos el lado de que somos una sociedad moderna, democrática: un discurso gubernamental y de cierto sector de la sociedad que dice que, como somos muy democráticos, eso no existe. En todos los países se niega el racismo y la discriminación. En México se ha llegado a niveles altos en la última década. Siempre ha existido, pero ahora se ha hecho muy evidente, primero por la brecha económica, y luego por la magnitud de la ciudad. Está a la vista en las redes y los videos que se vuelven virales.
“¿Viste el video de los niños a quienes le dan a elegir entre un muñeco blanco y otro negro? Híjole. Quihúbole. Son atavismos que dices, uf… ¿Por qué no hemos avanzado ahí? Deberíamos”.
—Se dice que todos discriminamos. ¿Tú, a quién?
—…Estoy pensando porque vivimos en un sistema en el que luego… pues no sé. Tendría que decírmelo alguien porque, por ejemplo, sexualmente no he discriminado nada (ríe). Sólo a las verdes, o sea, a las que no existen. No te lo sabría decir. Como un acto discriminatorio, decir: “Tú no por ser de tal característica”, no.
—¿Y antes?
—De más joven, en la secundaria o prepa, sí prejuzgaba más: si se viste así es un mamón, un fresa, es tarado, la chica fresa no ha abierto un libro en su vida. Uno cae en esas cosas, pone categorías. Luego con las experiencias te vas dando cuenta de que no todo es lo que parece. Había un chico en mi escuela que tenía un coche antiguo, deportivo, rojo, MG. Cuando lo veía llegar, decía: “¡Este mamón!” Después se volvió mi mejor amigo. Y nos subimos al coche rumbo a Cuernavaca, la pasé bomba. Nos conectamos muy fuerte, de almas. Pero antes yo lo etiqueté.
—Dijiste que todos llevamos a un priista dentro. ¿Somos una cultura autoritaria?
—La cultura del autoritarismo, completamente. Ese fenómeno tiene todas sus otras partes, las codependencias. Está el autoritario o el sumiso. O está el antiautoritario, con todo el circo de la figura. Así estamos.