En estos días llamó mi atención un tuit difundido por el
periódico digital El Informante, en donde se hacía referencia a la pérdida de
poder adquisitivo que ha sufrido el salario mínimo en México de 1982 a la
fecha. Se trata de información elaborada con datos del Centro de Análisis
Multidisciplinario de la UNAM y que resulta relevante debido a que es justo el
periodo en que comenzó a estructurarse la economía nacional bajo las
directrices del llamado enfoque neoliberal.
En complemento a dichos datos, por su naturaleza, su
escribidor decidió consultar en el minisúper de una colonia popular de
provincia los precios de algunos productos alimentarios básicos. El resultado
nos muestra una realidad tan adversa como deprimente.
Sucede que el salario mínimo de 1982 alcanzaba para
adquirir 18.6 litros de leche. En contraste, el importe de hoy sólo permite
adquirir 4.7 litros, es decir, 3.9 veces menos producto. Es un 400 por ciento
de decremento. Partiendo de que hoy un litro de leche se vende a 14.50 pesos,
sería necesario que el salario mínimo fuera de 269.7 pesos diarios, o de 8091 pesos
mensuales, para que una familia pudiera adquirir la misma cantidad de leche que
entonces.
Otro ejemplo son las tortillas, pues en 1982 el salario
mínimo permitía comprar 50.9 kilogramos, mientras que la cifra de hoy apenas
alcanza para 5.8 kilogramos. Es un demérito de 870 por ciento. Y en la misma
lógica, si hoy un kilo le cuesta 15 pesos a las familias que acuden a ese
minisúper, sería necesario que el salario ascendiera a 763.5 pesos diarios para
que pudieran obtener la misma cantidad de tortillas que hace 33 años. Fíjese
que estamos hablando de lo equivalente a 22,905 pesos mensuales. Creo que vale
la pena reflexionar sobre qué porcentaje de la población del país tiene ese
nivel de ingresos.
Un tercer caso son las piezas de pan; el salario mínimo de
1982 era suficiente para comprar 280 piezas, mientras que hoy sólo alcanza para
38 unidades. Es un decrecimiento de 730 por ciento. Como en el minisúper la
pieza de pan bolillo se comercializa a 4 pesos, pues haría falta que el salario
diario fuera de 1120 pesos, o de 33,600 pesos mensuales, para conservar el
poder adquisitivo de entonces. Desde luego que procede la misma reflexión.
Otra precisión del estudio referido es que, en 1982 era necesario
trabajar cuatro horas para poder adquirir una canasta alimentaria recomendable,
pero que en la actualidad se requieren 22 horas. Vaya, de medio turno a tres
días de labor. Es un costo de oportunidad gigantesco, de 550 por ciento. Y por
eso le escribía que el panorama es muy adverso, pues el sentido común nos dice
que la sociedad debería de ir progresando con los años, no al revés.
Para concluir con el minisúper, tenemos que si una familia
desea complementar su dieta mensual con ocho kilos de huevo, otros ocho de
carne molida, y quizá cuatro pollos enteros, más algo de tomate, cebolla y
chile, requeriría de más de 1300 pesos, es decir, el 65 por ciento de lo que
hoy suma el salario mínimo. Nótese que no se trata de productos de lujo ni de
cantidades acaso suficientes para una familia de cuatro y hasta cinco
integrantes. Son condiciones realmente catastróficas para los millones de
trabajadores que perciben salarios muy modestos. Y por eso los niveles de
pobreza que nuestro país adolece.
Hoy hablar del salario mínimo es referirse a algo
inexistente, pues según me comentan algunos empresarios de pymes, el propio
IMSS ya no acepta altas con esa cantidad. Y es precisamente el punto de soporte
para el análisis, pues esto significa que en 1982, ganar el salario mínimo
significaba quizá vivir modestamente, pero para nada el no tener siquiera
acceso a una alimentación suficiente, a la subsistencia más elemental. Se
trataba de gente trabajadora que estaba en la economía formal, que tenía un
empleo y que como tal también tenía garantizado el acceso al servicio médico y
a la seguridad social. En cambio, hoy ya ni siquiera existe esa clase de
ciudadano: el que posee un empleo, que se esfuerza, que gana lo mínimo para
vivir, y que siquiera puede llevar a sus hijos al médico.
Lo más triste es que no dejó de existir porque la gente
haya extraviado las ganas de trabajar, sino porque el modelo económico
implementado y el mercado que de ahí surgió, simple y sencillamente, se
tragaron esas oportunidades. Se exterminaron clases sociales y posibilidades
laborales, el abismo de la desigualdad se volvió más profundo e inalcanzable.
Mire que hoy la pobreza ya es como algunas enfermedades catastróficas:
hereditaria. A ver hasta cuándo.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una
alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le corresponde a usted.