Juan Carlos Rulfo y su familia abordaron el automóvil en el Distrito Federal y, poco después de una semana, arribaron a San Francisco, California. El paisaje desértico, las comunidades indígenas establecidas en esas tierras que alguna vez pertenecieron a México, era algo que el cineasta quería que sus hijos conocieran.
Eso ocurrió apenas hace dos semanas. La familia vivirá allá durante un año. Rulfo tomó la decisión para que sus hijos sepan qué es vivir en otro país y aprender su idioma. Él mismo provocó la situación: conseguir dar clases en la Universidad de Stanford sobre concienciación del arte para “escapar” por un momento de México.
“Las clases consistirán en explotar la conciencia y buscar una forma narrativa propia”, comparte en entrevista con Newsweek en Español.
—¿Cómo te concienciaste para elegir el documental como forma de expresión?
—Siento que todo lo que hago está basado en lo que me pasa. Mis primeros trabajos [uno de ellos el documental Del olvido al no me acuerdo, ganador del premio Ariel] tuvieron que ver con las raíces y fueron provocados, de alguna forma, por la muerte de mi padre, Juan Rulfo. Me lancé a buscar mi pasado.
Eso logró que Rulfo hijo conociera distintas historias en el Llano Grande de Jalisco. Se involucró con el lenguaje y maneras de hablar. Así descubrió que, más allá de la historia, le gustan las distintas expresiones narrativas.
Después de contarnos las historias de su abuelo y padre, Juan Carlos abordó algunos aspectos del país (Los que se quedan, ¡De panzazo!). También se interesó en los cambios en los espacios físicos de la ciudad (En el hoyo).
Recientemente, se proyectó en Canal 22 un documental suyo sobre su padre en la serie Grandes figuras del arte mexicano.
Juan Carlos insiste: quiere descansar un poco de México. “Lo que sucedió con el fotoperiodista Rubén Espinosa y las otras cuatro mujeres significa repetir la misma tragedia. ¿Hasta dónde hemos llegado?”
—¿Cuándo fue la última vez que viste un documental que profundizara en algún aspecto de México?
—Cuando vi Narcocultura se me hizo tremendo que se pudieran meter tan a fondo dentro de lo que es la vida cotidiana del narco. A mí me encantaría poder hacerle una entrevista al Chapo [Joaquín Guzmán] o a otro de los grandes, y poder conocer su lado. Yo sí respeto sus opiniones. Los narcos existen porque alguien lo permite. México es un país, narcoculturalmente hablando, poderosísimo.
—Has dicho que tu padre era un gran conservador y tú lo eres también. ¿Qué recuerdo tienes sobre sus charlas constantes?
—Ya casi tengo la misma edad que tenía cuando él murió. Le estoy preparando un homenaje, una serie de tv, para el centenario de su nacimiento, en 2017. He estado escuchando entrevistas. Una de las cosas que dice y que me mueven tiene que ver con aprender a escuchar. La gente es importante por lo que dice, y no yo porque estoy “permitiendo” que hable.
“Teníamos una huerta a la que íbamos todos los fines de semana. Se bajaba del coche y se iba a platicar con el señor que estuviera ahí. Mi papá escuchaba al otro. Ese es un recuerdo bonito e intento hacerlo cuando puedo.”
—¿Cuándo fue la última vez que leíste Pedro Páramo?
—En este momento estoy releyendo todo con el propósito de la serie. Es la primera vez que lo hago con esta fuerza. Todo el mundo me decía lo mismo: “Ser su hijo debe ser algo tremendo”. Me están dando ganas de meterme más en él para dejar, por fin, terminado ese capítulo que duró veinte años. Después me enfocaré en otro tipo de cine.
—Decidiste descansar de México. ¿Qué te genera la violencia del país?
—Una mezcla entre impotencia y rabia. Lo que me da mucho coraje es que siembran miedo. En México uno puede meterse en el fondo de una investigación. El problema es que no sabes si sirve de algo. El poder tiene mucho que ver con esa clase política podridísima.
“Esto está relacionado con la educación: los niveles fatales que hemos tenido finalmente dan resultados. Estamos cosechando eso que yo llamo la miserabilidad y llegamos a niveles absurdos de violencia y ética. Sin embargo, hay algo que tengo claro: yo no podría pensar que es inútil hacer lo que uno hace. Eso sería darme por derrotado.”