En una tarde de viernes en los arbolados suburbios norteños de
Harare, la capital de Zimbabue, exgranjeros blancos y tostados por el sol se
reúnen en el restaurante Tin Cup para un almuerzo de costillas a la parrilla y
frías Lagers Castle y charlan sobre los buenos días del ayer. El propietario,
Leith Bray, fue expulsado de su granja en Tengwe en 2002 cuando una multitud sedienta
de sangre trató de matarlo, pero ahora él se ríe de ello como parte de la rica
complejidad de la vida.
A ochocientos metros de distancia —pasando los desesperados y
harapientos vendedores de esquina que venden de todo, desde tiempo aire para
teléfonos celulares hasta rinocerontes hechos con latas de cerveza—, una
multitud más joven está cenando cocina fusión en cuatro acres de jardines
exuberantes y embellecidos. Se llama Restaurante Amanzi, y es propiedad de
Andrew y Julia Mama, una sociable pareja nigeriano-británica que huyó de la
violencia sectaria en Nigeria para establecerse en el que consideran como un
país africano relativamente pacífico. Amanzi atrae diplomáticos, empleados de
organizaciones no gubernamentales, trabajadores humanitarios y médicos europeos
visitantes, todos los cuales le dan a la capital zimbabuense una apariencia de
prosperidad y normalidad.
Pero Zimbabue es todo, menos próspero y normal. La economía del
país es un desastre después de tres décadas de gobierno dictatorial del
presidente Robert Mugabe, un exlíder independentista que desde hace mucho ha
sido un paria en Occidente y de su partido, Unión Nacional Africana de
Zimbabue-Frente Patriótico (ZANU-PF). Zimbabue enfrenta una hambruna
devastadora este año, con una escasez de más de un millón de toneladas métricas
de maíz.
Por estos días, el papel de Mugabe, de 91 años de edad, como
presidente de la Unión Africana, lo tiene pasando la mayor parte de su tiempo
de una circunscripción de la UA a otra. Mientras tanto, en casa, por primera
vez en 35 años de gobierno totalitario, el partido político de Mugabe empieza a
despedazarse, purgando a expartidarios fieles y separándose en facciones
enfrentadas conforme los contendientes a la dirigencia se posicionan para el
momento en que muera “el viejo”.
Acabo de pasar un mes viajando por Zimbabue, y en las áreas
silvestres, las comunidades rurales y las ciudades importantes, la frase que
precede a toda conversación es: “Cuando el viejo se vaya…” La incertidumbre
por el futuro alarma a David Coltart, un exmiembro del gabinete en el ahora
extinto Gobierno de Unidad Nacional. Dice que desde la independencia del país
del dominio de una minoría blanca en 1980, “nunca hemos tenido una situación en
la que se tienen armas bajo el control de tantísimas entidades diferentes —la
ZANU está fragmentada, el ejército está fragmentado, la Organización Central de
Inteligencia está fragmentada, la policía está fragmentada—, y hay un vacío en
la dirigencia. Como país, como pueblo, estamos en nuestro punto más bajo”.
Los principales contendientes para asumir el poder después de
Mugabe incluyen a Joice Mujuru, de 60 años y exvicepresidenta y viuda del
asesinado general Solomon Mujuru, y Emmerson Mnangagwa, de 69 años y actual
vicepresidente y la encarnación viva de la vieja guardia estalinista de
ZANU-PF. La mujer fue expulsada del partido en su Congreso Nacional el año
pasado, acusada de planear un golpe de Estado. Ella se retiró a la granja que
le legó su marido, y desde allí al parecer está planeando el primer gobierno
posterior a Mugabe. Eddie Cross, un miembro del Parlamento por el Partido
Cambio Democrático, dice que está en serio peligro.
Mujuru sabe que los críticos del gobierno de Mugabe han
terminado muertos en circunstancias sospechosas. En marzo, el periodista y
activista de derechos humanos Itai Dzamara fue metido a la fuerza en un auto
sin particularidades y no se le ha visto desde entonces. Se presume que está
muerto. Después de hacer una declaración contra la corrupción asociada con los
campos de diamantes del aluvial de Marange, Edward Chindori-Chininga, un
expresidente del comité de minas de ZANU-PF, fue asesinado en un choque
automovilístico en un camino vecinal. La versión oficial es que fue un
accidente, pero políticos de la oposición insisten en que le dispararon en la
cabeza mientras manejaba. Chindori-Chininga fue enterrado a las veinticuatro
horas de su muerte, y no hubo autopsia. Cross recuerda que felicitó a
Chindori-Chininga por un valiente discurso parlamentario. “Él dijo: ‘Van a venir
por mí’. Diez días después estaba muerto.”
La mayoría abrumadora de los zimbabuenses con quienes platicó Newsweek
quiere un presidente nuevo, y un nuevo gobierno tan pronto como sea
posible. Ellos temen a la idea de otra elección amañada en 2018 que, dadas las
formas pasadas, pudiera darle a Mugabe otro período presidencial a la edad de
94 años. Un nombre surgió una y otra vez: Simba Makoni. En 2008, él se postuló
en contra de Mugabe y Morgan Tsvangirai en la elección presidencial y terminó
en un distante tercer lugar.
Conocí a Makoni en su Galería KwaMurongo, un centro de artes y
restaurante en Harare. Él ha apoyado a Tsvangirai en el pasado y reconoce la
necesidad de formar lo que llama una “gran coalición” para derrocar a Mugabe y
su partido. Makoni estudió en la Universidad de Leeds durante la Guerra
Rhodesiana de la década de 1970 y regresó a Zimbabue a asumir su lugar en la
maquinaria política de ZANU-PF en los primeros días de la independencia. Luego,
dice él, Mugabe y un pequeño círculo de allegados empezaron a traicionar la
base ética de la lucha por la liberación. “Hoy los gobernantes están muy lejos
de las visiones, los principios y las ambiciones del movimiento de liberación
del que estoy orgulloso de haber sido parte”, dice con una sonrisa sombría.
Makoni dejó lA ZANU-PF en 2008, “y el día en que anuncié que me
iba, alguien en el partido me prometió que me enterrarían al paso de una
semana”. Siete años después, él sigue aquí, un hombre al que varios
diplomáticos extranjeros describieron como “el político más ético del país”.
Hoy, la voz en el oído de Mugabe, según Makoni y otros, es la
de su esposa, Grace. El ascenso de ella a la prominencia política en los
últimos doce meses ha sido espectacular, incluso para los estándares torcidos
de privilegios dinásticos de Zimbabue. Ella era una mecanógrafa en la oficina
del presidente cuando ella y Mugabe comenzaron una aventura, aparentemente
aprobada por la moribunda primera de él, Sally. Ahora, cercana a los cincuenta
años, se ha transformado de primera dama y madre de los dos hijos de Mugabe a
lideresa de la Liga de Mujeres de ZANU-PF, lo cual le asegura un lugar en el
politburó dominante del partido.
Makoni está seguro de que el final de la era de Mugabe está
cercano, y “cuando él se vaya, se abrirá la puerta para que nosotros
reconstruyamos y restauremos un mínimo de estima y decencia y respeto por
nosotros mismos”. Pero teme un intento de la dinastía Mugabe por conservar el
poder. “Grace quiere estar allí”, dice. “Es increíble, pero es cierto. Ella
quiere ser presidenta. Así de irracionales nos hemos vuelto.”