Vint Cerf a veces es llamado el “padre del internet”. Él ayudó a desarrollar los TCP/IP (el protocolo de comunicaciones para internet) y luego se convirtió en presidente de la ICANN (la Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números, es decir, la gente que crea nombres de dominio y direcciones IP). Pero hoy a él le preocupa que nos estemos encaminando a un oscurantismo digital. “La gente piensa que al digitalizar fotografías, mapas, los hemos preservado para siempre”, dice, “pero sólo los hemos preservado para siempre si podemos leer los bits que los codifican”.
Guarda un archivo —digamos, en una memoria USB— y, varios años después, tu computadora (y las computadoras de tus amigos) tal vez ni siquiera sepan cómo leerlo. La compañía que fabrica esas memorias USB —o el software que las lee— tal vez hace mucho que quebró, los ingenieros están en otro lado o ya se jubilaron. Le ha pasado al mejor de nosotros, y a lo mejor de Estados Unidos: en 1975, la NASA lanzó las Viking 1 y Viking 2, dos sondas espaciales a Marte. El Laboratorio de Propulsión a Chorro de la agencia registró la información de la misión en una cinta magnética en un formato que era lo más vanguardista. Pero apenas diez años después, nadie en la NASA tenía la capacidad o el software para “leerla”, y hasta 20 por ciento de la información de la misión Viking se perdió para siempre.
La moraleja es ser escéptico con las promesas de la tecnología. Servicios como Google Drive y Dropbox almacenan toda su información “en la nube”. Eso suena muy numinoso, pero lo único que significa es que tu documento está guardado en uno de los muchos servidores de Google. Ahora bien, si te ves impedido por la obsolescencia de la memoria USB —o incluso si derramas café sobre el teclado de tu computadora y la quema—, siempre y cuando puedas tener acceso a Google Drive podrás acceder a sus documentos. Se siente tremendamente seguro, pero no hay garantía de que sea para siempre. Google podría quebrar o vender sus servidores a alguien que decida borrar todos los archivos. Si la compañía fuera a cerrar Google Drive, posiblemente les dé a los clientes suficiente tiempo para pasar su información a otra parte. Pero ¿qué pasaría si no estás cerca para seguir las instrucciones? Aunque sea mórbido, imagina que falleces, con tus fotos y archivos en la memoria, protegidos por contraseña y probablemente olvidados. ¿Quién atenderá tu bandeja de entrada después de que mueras?
Ampliemos el problema: el equipo digital, en comparación con la arcilla o el papel, no es muy duradero. Los discos duros, las memorias USB, los disquetes y CD-ROM carecen de una longevidad seria. Por ejemplo, los servidores tienen que ser remplazados cada cinco años. Deja a un servidor colectar solo por demasiado tiempo y tu información almacenada se degradará y se volverá inaccesible a un ritmo más rápido que el de sus predecesores análogos.
Por ello es que varios proyectos están en marcha para construir una forma de almacenamiento para la información digital que no se degrade. Peter Kazansky y sus colegas en la Universidad de Southampton, por ejemplo, están trabajando en moldear cristal de sílice en lo que es, para todos los fines y propósitos, un dispositivo de almacenamiento infinito. El cristal, cuarzo modificado, es uno de “los materiales más estables del planeta”, dice Kazansky. En condiciones normales, puede almacenar información por miles de millones de años.
El cristal de sílice es costoso, dice Kazansky: un disco básico de cinco pulgadas de cristal de sílice cuesta unos 500 dólares. Los láseres ultrarrápidos usados para registrar la información en los discos también tienen un precio elevadísimo: 100 000 dólares. Kazansky espera que su cristal de almacenamiento con el tiempo se produzca a una escala comercial; manifiesta que el precio “podría reducirse de diez a cien veces con la producción en masa”.
Kazansky espera que su invención con el tiempo sea usado por “archivos nacionales, museos, bibliotecas” y organizaciones privadas con mucha información. “Las compañías tienen que respaldar sus archivos cada cinco a diez años porque la memoria del disco duro tiene un periodo de vida relativamente corto”, asegura. Contraste eso con la copia de la Biblia que Kazansky y su equipo registraron recientemente en cristal: Kazansky predice que el registro “sobrevivirá a la raza humana”.
Mientras tanto, la compañía japonesa de ingeniería Hitachi también ha empezado a desarrollar su propio método de registrar información digital en cristal; representantes de la compañía dijeron que su producto puede almacenar información por cien millones de años.
Pero tanto Southampton como Hitachi están obstaculizados por un problema que, en el almacenamiento digital clásico, se resolvió hace mucho tiempo: el espacio. Los mecanismos de almacenamiento de Hitachi y Southampton tienen como máximo 40 MB por pulgada cuadrada. Eso es mejor que un CD (que puede almacenar un máximo de 35 MB en el mismo espacio), pero ni remotamente tan bueno como un disco duro estándar, el cual puede almacenar un máximo de un terabyte por pulgada cuadrada.
Una propuesta promisoria viene del interior de nuestro cuerpo. Con una magnificación enorme, su ADN —o el de cualquier otro organismo vivo— se ve como una hélice doble compuesta de cuatro moléculas orgánicas. Tal vez las recuerde de sus clases de biología de la preparatoria: adenina, guanina, timina y citosina. Lo interesante con respecto a las A, G, T y C es que pueden ser reorganizadas en patrones para representar el idioma: inglés o mandarín, pitón o vencejo de forma muy similar a como usamos rayas y puntos en el código Morse.
Como el ADN es una gama muy apretada de código, puede superar todo el almacenamiento convencional: puede albergar la cantidad impresionante de 700 terabytes por gramo. Por ejemplo, el bioartista Joe Davis recientemente usó biología sintética para pegar una versión codificada en ADN de toda la Wikipedia en una manzana. George Church, el químico que inventó la codificación en ADN, ha almacenado 70 000 millones de copias de su libro, Regenesis, en una gota de ADN sintético más pequeña que el punto al final de una oración. En condiciones ideales, dice Church, esos libros durarán 700 000 años: para darle una idea de esa escala de tiempo, el primer libro impreso, la Biblia de Gutenberg, se produjo apenas hace 560 años.
Al momento, el proceso es demasiado lento para ser práctico. Con la actual tecnología de secuenciación, uno puede leer, a lo más, 12.5 GB por día de ADN; eso es aproximadamente dieciséis horas de película, que suena como un montón hasta que uno considera cuán rápido su computadora actual puede descargar una película (pista: no se tarda una hora en procesar noventa minutos de tiempo en pantalla). Además, tanto escribir como leer información codificada en ADN requiere de una maquinaria compleja a la que sólo unos cuantos laboratorios especializados pueden acceder, y está igual de sujeta a la volatilidad humana y natural como las cintas magnéticas de la NASA.
Long Now, una organización sin fines de lucro para la preservación de datos, tal vez tenga una solución que podría ayudar a que nuestra información sobreviva a un Apocalipsis digital (o de otro tipo), y quizá les ayude a nuestros sobrevivientes a reconstruir. La Rosetta es un disco de níquel de tres pulgadas grabado con láser con capacidad de 13 000 páginas de información lingüística. Mucho de ella está compuesta por textos paralelos: las mismas palabras en muchos lenguajes, más o menos como el objeto arqueológico del que se tomó el nombre del proyecto. Por ejemplo, la Rosetta incluye los tres primeros capítulos del Génesis, el primer libro del Viejo Testamento, escrito en 15 000 idiomas diferentes. “No somos una organización religiosa”, dice Laura Welcher, la curadora de Rosetta. Pero necesitan encontrar textos que fueron escritos en tantos idiomas como sea posible —incluso esos que no se hallan comúnmente en el mundo— con el fin de crear la piedra angular de la traducción más completa para las generaciones futuras. “Resulta que hay misionarios alrededor del mundo que trabajan en traducciones de la Biblia”, dice Welcher. El resto de la biblioteca Rosetta incluye “los 3500 libros más esenciales para sustentar o reconstruir la civilización”.
Actualmente, cada página del proyecto tiene 400 micrones de ancho, más o menos el ancho de cinco cabellos humanos. Eso suena pequeño, pero en comparación con el ADN, es gigantesco. Se puede leer con un microscopio óptico estándar que usa las mismas técnicas de magnificación que hemos usado por cientos de años. “Pudimos haber puesto la información en el disco a una densidad mucho mayor: hacer las páginas más pequeñas para que se tengan que leer con un microscopio electrónico”, dice Welcher, “pero a una sociedad le toma mucho tiempo llegar al punto en que puede magnificar a ese grado”. En otras palabras, incluso si se da el Apocalipsis, Roseta será legible.
Long Now también busca la manera de ayudar a los documentos a soportar la amenaza mundana del tipo “¡No puedo leer este disquete!” de la “oscuridad” digital. El grupo está desarrollando el Long Server, una base de datos en constante crecimiento de recursos para la conversión de datos. ¿Tiene un montón de archivo .pcx que le encantaría convertir en .jpg? Intercambio de Formatos de Long Server le puede ayudar.
Cerf, quien inició esta conversación, quiere superar a Intercambio de Formatos: ha pronosticado la creación del “papel vitela digital”, una técnica para empacar y almacenar archivos digitales junto con el código que se necesita para desencriptarlos. Ejemplo: si usted almacena un documento hecho con Microsoft Word en una computadora Apple con OS X 10.8.5 como una pieza del papel vitela digital y lo abre dentro de cien años, cualquier máquina que tenga y que pueda decodificar datos computacionales tendrá todo lo que necesita para llevarlo de vuelta en el tiempo. Será capaz de reconstruir esa misma computadora Apple, construida en y operando con OS X 10.8.5 y cualquier versión de Word que usted le instaló, y abrir el documento exactamente como era.
Si usted ha usado un programa como Boot Camp para emular Windows en una computadora Mac, eso es más o menos lo que el papel vitela digital sería, excepto que en vez de emular un OS actual, estaría emulando un sistema de un siglo anterior, desde la estructura del chip en adelante.
No obstante, algo es seguro: si queremos que esto se haga, hay que empezar pronto. La digitalización ha creado un ambiente en el que ahora podemos producir una cantidad enorme de datos: 90 por ciento de los datos generados por seres humanos ha sido creado en los últimos dos años, según IBM. Salvaguardar siquiera una fracción de esa información podría darnos el registro histórico más rico que haya conocido la raza humana. Fallar en la preservación de esa información significaría que los registros de una de las épocas más innovadoras en la historia podrían perderse.