Natalia Lafourcade irrumpió en la radio con una canción donde se mofaba de las etiquetas sociales asignadas en nuestro país: “En el 2000 […] existen fresas, ricos, pobres, mexicanos y panistas”, decía uno de los versos. Una década después el planeta siguió girando, y aunque los fresas cedieron su lugar a los mirreyes y, en el poder, los panistas a los priistas, México sigue repleto de categorías.
La cantante explica que escribió esa frase para burlarse un poco de sus compañeros y hasta de ella misma. “En México tenemos la costumbre de catalogar y poner en cajitas a las personas. Seguimos siendo lo mismo, sólo cambiaron los nombres (‘¡Ah!, él es un geek, un mirrey, un godínez’), pero sigue existiendo esto de encajonar personalidades, actitudes y comportamientos”.
Este afán de etiquetar para ella prueba que “los mexicanos tenemos una tarea pendiente con las barreras de los estereotipos, para que podamos vernos como lo que somos: seres humanos sin divisiones”.
Charlamos con la cantautora que está próxima a ofrecer dos recitales en el Teatro Metropolitan de la Ciudad de México, el 16 y 20 de junio. Presentará su nuevo disco, Hasta la raíz, que se mantiene fiel a proyectar construcciones musicales que se sustentan en sus vivencias. Las experiencias de esta producción son netamente autobiográficas.
“Este disco es casi como un diario personal a la venta, así de obvio y claro, de desnudo. Esta es mi manera de compartir la música, con el disco de Agustín Lara lo intenté pese a no ser tan personal, pero en este caso es una referencia directa a mi vida”.
Lafourcade recuerda un viaje en un momento de su vida en el que sentía que había extraviado el rumbo. “Viajé a Canadá, estuve a nada de quedarme allá y no volver a México, pero las cosas cambiaron y volví para hacer algo padre”. Su brújula guía para un retorno salvo a casa fue seguir haciendo lo que la hacía feliz: su música.
“Mis canciones son mi medicina y es muy efectiva, se convierte en un escape, una terapia para desahogar una pena de amor, un disgusto, una inquietud; canalizarlo a través de la música es increíble y me equilibra”.
Consciente de que habitamos un mundo egoísta en el que la insatisfacción es la constante y las trampas que tiende el sistema de consumo son infinitas, Natalia repara en que “hay una ambición negativa en el mundo, una ambición por tener más, porque no nos conformamos con lo que ya tenemos, queremos más cosas, más estatus social, más poder o más dinero, más, más, más, más”.
Para ella, tanto en México como en otros lugares del mundo prevalece un deseo de no saciarse, de querer siempre más, de no estar conforme con el dinero y el poder que se tiene, lo cual conduce a situaciones violentas.
Sin embargo, pese a que reconoce que “México está muy enfermo de raíz y es muy complejo curarlo”, confía en las nuevas generaciones: “Hay gente muy valiente que está haciendo cosas increíbles, que está despertando conciencias en la sociedad”.
—¿Cuándo fue la última vez que te desprendiste de algo?
—En el momento en que terminé este disco. Hacerlo es muy personal, las canciones te acompañan, pero una vez que lo terminas y lo entregas a la disquera, este deja de ser tuyo para volverse de la gente.
—¿La última vez que algo te indignó?
—La indignación en este país es diaria, es escuchar las noticias, ver lo que sucede, con eso basta para llenarse de impotencia y cuestionarse sobre qué tanto puedo yo ayudar con lo que hago, con mi música.
—¿Cómo vislumbras tu último amor?
—Me lo imagino como un amor de paz, donde hay mucha comprensión, seguridad, mucho trabajo en equipo, un amor sano y saludable. La canción Nunca es suficiente habla de cómo en el amor a veces es difícil llegar a esa parte donde te sientes cien por ciento pleno, donde dices “todo es perfecto”. Al menos a mí no me ha tocado vivirlo.