un factor determinante al concepto que hemos constituido como identidad.
Influye de una manera significativa en cuestiones de desarrollo, étnicas,
sociales e, incluso, en las circunstanciales. Por ello, aunque a veces pase
inadvertida, el lugar que tiene como vertiente rectora del inconsciente
universal, rigiendo las interacciones de todos los que cohabitamos en un
espacio —en este caso el mundo—, no debe ser olvidado.
En cuestiones más simples, y con esto pretendo dirigirme
directamente a aquellas que impactan de una manera implícita las realidades
nacionales, federales, internacionales, interculturales e interreligiosas, el
territorio y lo que de él se desprende permanece como el punto de fuga de la
idea sobre “lo que se cree que se es”. Es decir, las definiciones parten de él.
Somos lo que somos por la geografía que se expresa en el territorio. Sin esta
no hay identidad y, por lo tanto, tampoco hay existencia.
En México y en el mundo estamos experimentando una racha de
violencia cuya raíz se encuentra en la vitalidad que se obtiene del control del
territorio. Las luchas van desde el deseo de obtener el control físico de
ciertas unidades territoriales, la liberación económica de unas, hasta la
liberación cultural y religiosa de algunas, entre muchas otras. En esta ocasión
solo me centraré en la denominada lucha contra el crimen organizado que
atraviesa nuestro país, específicamente en la derrota del ejército a manos del “Mencho”,
y en la de “oriente contra occidente”, ejemplificada por las recientes acciones
de Boko Haram y el Estado Islámico. Lo cual, por razones de espacio, intentaré
hacer de la manera más breve.
El pasado 1 de mayo la contienda por el control territorial
entre el gobierno mexicano y los cárteles tuvo un claro exponente. En un
intento fallido por capturar al “Mencho”, líder del Cártel Jalisco
Nueva Generación (CJNG), las Fuerzas Armadas de México fueron derrotadas,
dejando a Guadalajara y a otras localidades pertenecientes a los estados de
Colima, Guanajuato y Michoacán sumergidas en el caos. Especialmente tras el
primer derribo de un helicóptero de las Fuerzas Armadas con un lanzacohetes, y
un saldo de ocho muertos y diecinueve heridos, exponiendo de una manera tácita
la importancia que tiene el control territorial tanto para el gobierno como
para el cártel, pues bajo la premisa de la necesidad del territorio para la
existencia, a ambos les resulta vitalicio. Es decir, de la misma manera que un gobierno
no puede existir sin la soberanía absoluta de una entidad territorial, un cártel
no puede existir sin el acceso territorial a su “geografía patria” y a su ruta
comercial. Perdería todo sentido y esencia, por lo que se reitera que, una vez
más, el territorio lo define todo.
El CJNG —cuya identidad y por lo tanto existencia se deben a su
presencia en la entidad territorial que su nombre indica— es considerado
actualmente el cártel más poderoso. Apareció en 2010 como una escisión del cártel
del Milenio tras la captura de los hermanos Óscar y Orlando Valencia, líderes
de esta última organización, y en casi cinco años ha logrado consolidarse en
Jalisco y tomar el control del tráfico de drogas en Colima, Michoacán,
Guanajuato y Guerrero, además de tener presencia en Veracruz, Morelos, el
Distrito Federal y, recientemente, Baja California. Lo cual es geográficamente
el secreto de su auge económico.
A diferencia de otras organizaciones, el CJNG optó por no
pelear con otras organizaciones criminales mexicanas las fronteras con
Estados Unidos. En su lugar se dedicó a tender lazos de tráfico de drogas a
Europa y Asia, a través de las rutas del Golfo y del Pacífico. Relacionándose
de esta manera con economías mucho más dinámicas, con mayores remuneraciones
económicas, como el caso de Japón —en donde el gramo de cocaína se vende en 700
dólares—, además de tener acceso a los precursores químicos que le permiten
incursionar en el mercado de drogas sintéticas. Así pues, en un intento de
destruir la organización que amenaza la soberanía sobre su geografía de origen,
el gobierno de Jalisco, respaldado por el gobierno federal, puso en marcha el
Operativo Jalisco para desarticular a los grupos delincuenciales que operan en
la entidad, y así recobrar la soberanía absoluta sobre su punto de fuga
geográfico. Ya que de una manera inversamente proporcional, sin control sobre
Jalisco, no hay gobierno de Jalisco ni cártel de Jalisco.
Tal vez de una manera no tan evidente, y sin embargo
profundamente ligada, las recientes acciones de Boko Haram y el Estado Islámico
expresan –desde su perspectiva— la defensa de una dimensión de su territorio en
contra de la “intrusión de occidente”. Añorando, de esta manera, recuperar la
soberanía cultural sobre su territorio, asegurando a su vez la vigencia de su
identidad, y por lo tanto de su existencia como tal.
Como su orientación cardinal lo indica, oriente y occidente son
dos polaridades opuestas de un mismo extremo. Por un lado sale el sol, y por el
otro se mete. Sin embargo, la geografía, responsable del “encuentro de dos
mundos”, ha sido también la responsable de su antagonismo.
Lo primero que hay que aclarar, es que oriente y occidente
parten de un punto de fuga geográfico común. La “civilización occidental” en la
que vivimos tiene orígenes significativos que van desde las matemáticas hasta el
cristianismo en la región que hoy identificamos como Oriente Medio. Tanto Abraham
como los faraones, Jesucristo, Avicena y Averröes, eran de ahí. Por ello se
puede decir que nuestra civilización, y la que la “antagoniza”, parten del
mismo punto. Ahora bien, aclarado esto, se puede entender que, aunque no es
habitualmente evidente, hay una óptica que de cierta manera se comparte, y que
ilustran muy bien las religiones predominantes en ambos polos. Como bien lo
dice el académico alemán Bassam Tibi, lo que hay entre Occidente y Oriente Medio,
más que un choque de culturas, es un choque de universalismos.
A diferencia de otras religiones, el islam y el cristianismo
aclaman validez universal. Ambas son fes sumamente activas que buscan conversos
de todas las etnias y países, proclamando la propiedad de la verdad universal.
Tal y como se vio en las expansiones de los califatos islámicos que llegaron
hasta España y en las Cruzadas, y como se sigue viendo hoy en la competencia
por conseguir más conversos en Asia y África. Lo cual también se refleja en la
cultura, y por lo tanto, en la visión del mundo que tienen sus líderes. Oriente
Medio y Occidente califican cada quien al mundo desde su propia lupa,
relativizando cada uno a su manera la dicotomía entre bien y el mal.
Los valores que aparecen “de facto” en la vida de los
occidentales no lo son para los orientales, y tal vez por eso no se entienden.
Hablar de nacionalismos basados en cuestiones étnicas, regímenes de gobierno o
sistemas de producción, ha sido común y parte de la historia de este
hemisferio, mientras que para el otro no. Recordemos que las fronteras actuales
son artificiales, son un diseño anglo-franco que data de las secuelas de la
Segunda Guerra Mundial. El único nacionalismo puro que ha existido en la región
ha sido el de la religión.
En Oriente Medio el mayor factor de unidad, y por lo tanto de
identidad, es y ha sido ser musulmán. Una cuestión que hoy es fuente de un
enorme conflicto interno, y que tiene sus ecos en el auge de los “ataques
terroristas” en contra de occidente. Para Sayyid Qutb, padre ideológico del
movimiento yihadista, la influencia cultural occidental es comparable con la
amenaza que los mongoles representaban para el imperio de los abassid, y hay
que desintoxicar la región. De acuerdo con él, el desplazamiento de un universo
islámico centrado en Dios, por uno centrado en el hombre, ha regresado a la
sociedad islámica a un jahiliyya o estado de ignorancia. Reafirmando, de esta
manera, la percepción de occidente como el enemigo histórico y persuasivo del islam,
siendo una amenaza tanto política como religiosa y cultural.
Para los terroristas como Boko Haram y el Estado Islámico —en
su mayoría suníes— es claro que el presente peligro no viene sólo de su poder
económico, político y militar, sino de su dominio sobre las élites musulmanas
que gobiernan y guían bajo estándares ajenos, que amenazan la identidad y el
alma de las sociedades musulmanas, expuesto de una manera tácita en los
recientes sucesos experimentados en Nigeria, Francia, y Estados Unidos.
Tan sólo hace un año, Boko Haram —que en lengua hasua significa
“la educación occidental es pecado”— secuestró a 276 niñas, en su mayoría
cristianas, de un colegio en Chihbok, las cuales no se sabe aún si se
encuentran entre las casi 700 mujeres y niños que han sido recientemente
liberadas por parte del ejército nigeriano. En paralelo a esto, lejos de ser
“un fin”, los ataques en contra de occidente sólo son “un medio” para liberar
“el alma del islam”. Pues para los extremistas es sólo desanimando a las
potencias que alimentan a sus enemigos locales, que podrán lograrlo. Como ha
sido el caso de los ataques en Dinamarca, Francia y Estados Unidos. Siendo los
más recientes en contra de caricaturas del profeta Mahoma.
A manera de conclusión, se puede decir que, aunque los sucesos
descritos en este artículo ocurren en puntos geográficos distintos, son
similares en la medida en que los une la lucha por la vitalidad que se
desprende del territorio. De la misma manera que un cártel y un Estado no
pueden existir sin el control físico de una unidad territorial, el islam no puede
existir sin el control de una unidad cultural. Tanto el cártel como el Estado
necesitan del control físico para poder materializarse, poder actuar en su
nivel estructural y, por ende, existir. Mientras, el islam necesita del control
de una unidad cultural para seguir manteniéndose como una unidad de identidad
vigente y existir. Por lo que se puede inferir que la vitalidad existencial de
cualquier tipo de identidad, como lo es la pertenencia a un Estado, a un cártel
o a una religión, parte de un punto de fuga geográfico.