Bajo el cobijo de la oscuridad, unos cuantos enterradores abrieron a la fuerza las puertas de acero de la morgue del hospital y robaron tres cadáveres. Llevaron los cuerpos a las puertas del frente del hospital y los arrojaron a un lado del camino que cruza el centro de Kenema, la tercera ciudad más grande de Sierra Leona.
Cuando salió el sol, una multitud se reunió alrededor de los cuerpos. Nadie admitió haberlos abandonado allí, pero miembros del equipo de entierros del hospital, los veintitrés hombres encargados de cargar y limpiar los cadáveres infectados de ébola, dijeron a periodistas locales que los cadáveres eran una forma de protesta. Los trabajadores no habían recibido los 115 dólares a la semana de “pago por riesgo” que sus supervisores, el gobierno y los donantes les habían prometido desde hacía dos meses. Por todo el país, a cientos —si no es que miles— de médicos, enfermeras, limpiadores hospitalarios, técnicos de laboratorio y enterradores no se les había pagado o se les pagó de menos, y muchos siguen así.
Esa protesta silenciosa se dio el 25 de noviembre de 2014, cuando los hospitales a lo largo y ancho del país se colapsaban bajo el peso del brote de ébola más mortal en la historia. Los hombres y mujeres en la primera línea, arriesgando sus vidas para salvar a los moribundos y proteger a los sanos de la infección, empezaron a sentirse engañados. Millones de dólares fluyeron a Sierra Leona desde todo el mundo para ayudar a afrontar la crisis, pero las súplicas de los trabajadores para que se les pagara fueron ignoradas.
La falta de salarios no fue sólo una cuestión de funcionarios corruptos robándose el dinero de los donantes. Más bien, parece haber dos problemas adicionales: primero, el sistema nacional de salud de Sierra Leona ha estado mal financiado por tantísimo tiempo que fue un reto monumental documentar todos los trabajadores de salud y establecer canales de distribución para pagarles. Segundo, se reservó relativamente poco dinero para el personal local de primera línea dentro del sistema nacional de salud, menos de 2 por ciento de los 3300 millones de dólares en donativos para combatir el ébola en África occidental fue destinado a ellos. La gran mayoría del dinero, donado por los contribuyentes de Estados Unidos, el Reino Unido y dos docenas de otros países, fue directamente a agencias occidentales, más de cien organizaciones no gubernamentales (ONG) y la Organización de las Naciones Unidas.
Aun cuando algunos trabajadores de salud montaron huelgas por los abusos, muchos suprimieron su ira y continuaron con su trabajo. Ellos no querían arriesgar sus posibilidades de recibir el pago finalmente, o perder el empleo. De hecho, todo el equipo de entierros del Hospital Gubernamental de Kenema fue despedido después de la manifestación con cadáveres.
El día que los cuerpos fueron abandonados, la enfermera Elizabeth Kabba ignoró a la multitud reunida a las puertas del hospital, se puso su uniforme protector y entró a una estructura improvisada de contrachapado y lona, con las palabras “Área de Alto Riesgo” garabateadas en la puerta con marcador permanente. Ella había trabajado como enfermera en el ala de ébola desde mayo, cuando el Dr. Sheik Umar Khan, el principal virólogo de África occidental, abrió por primera vez sus puertas. Khan la reclutó, junto con una docena de enfermeras del hospital general, uno de los más grandes del país. Por entonces, nadie podría haber predicho cuán horrendo sería el brote. El ébola mataría a Khan y otros treinta y seis trabajadores de salud en el hospital de Kenema. En los tres países afectados en África occidental, quinientos siete trabajadores de salud habían muerto de la enfermedad hasta el 6 de mayo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Cuando visité el hospital de Kenema, en febrero, un grafiti en una pared del área de aislamiento de ébola decía: “Por favor páguenos”. Para entonces, Kabba había cuidado a más de cuatrocientos veinte pacientes de ébola y perdió varios amigos. Ella tampoco había recibido la mayoría de los 92 dólares de subsidio semanal que se le habían prometido desde septiembre. Las enfermeras a lo largo y ancho del país estaban en circunstancias similares. “Oímos que sigue llegando dinero, pero no está llegando hasta nosotras”, dijo Kabba. “La gente se está comiendo el dinero, gente que no viene aquí. Estamos suplicando a escala nacional. Hemos sacrificado nuestras vidas.”
Los muertos vivientes
Cuando el ébola se deslizó a través de la porosa frontera de Guinea hacia el este de Sierra Leona, fueron los trabajadores de salud nacionales quienes respondieron. Para julio de 2014, el ala de ébola de Khan en el hospital de Kenema tenía más de cien pacientes. Con casi 70 por ciento de probabilidades de una muerte rápida y dolorosa, la gente perecía en sus camas y en el suelo; las enfermeras trepaban sobre cadáveres para alcanzar a otros pacientes que gritaban pidiendo ayuda. Los inválidos morían mientras las enfermeras los rehidrataban y los limpiadores quitaban los líquidos infecciosos de sus cuerpos. “Me quedaba junto a sus camas y rezaba por sus vidas para ayudarlos a hacerle frente”, dijo Miriam Conteh, una de las enfermeras en Kenema. “Les mentía y les decía que fui una paciente de ébola, y que sobreviví y ellos también podrían.”
El 29 de julio, el ébola mató a Khan. Su muerte resonó por toda África occidental, pero se sintió con más fuerza en el hospital de Kenema. “Él era el capitán del barco, y cuando murió, todo cambió”, dijo James Massally, director del laboratorio del hospital. “La actitud de los trabajadores, las enfermeras, los técnicos; todos estaban aterrorizados.”
Para conservar las clínicas y los hospitales públicos con personal, el gobierno prometió un pago por riesgo a los trabajadores de salud. Antes del brote, las enfermeras, que eran lo bastante afortunadas de conseguir empleos remunerados en el sistema nacional de salud, usualmente ganaban alrededor de 130 dólares al mes, menos que los taxistas en motocicleta. Muchas de las que no estaban en nómina trabajaban gratis hasta que un puesto estuviera vacante. Para arreglárselas, las enfermeras vendían artículos aparte o les cobraban un extra a los pacientes. Así, cuando se anunciaron los bonos, miles de enfermeras y otro tipo de personal se ofrecieron como voluntarios. Quienes trataban directamente a pacientes con ébola iban a recibir alrededor de 115 dólares a la semana además de sus salarios míseros; quienes estaban en las unidades de triaje del ébola, 92 dólares; las enfermeras en alas generales, 46 dólares.
Sin embargo, pronto quedó en claro que Sierra Leona no podía darse el lujo de pagar el personal necesario para contener el aumento de casos de ébola. En el hospital de Kenema, la OMS contribuyó con fondos para pagos por riesgo por un par de semanas y reclutó un puñado de trabajadores de salud internacionales para ayudar. Nahid Bhadelia, médica de enfermedades infecciosas de la Universidad de Boston, llegó en agosto para encontrarse con panfletos conmemorando a las enfermeras y los técnicos de laboratorio muertos colgados de las paredes, y una instalación sin guantes de látex, trajes plásticos Tyvek y otro equipo de seguridad necesario. “Así que no te pagan, tus amigos están muriendo, y no tienes nada con qué protegerte. No pudimos traer nada al país porque los transportistas comerciales dejaron de volar”, dijo ella. “En cierto momento, creamos delantales con lonas.”
En agosto, después de que casi mil personas habían muerto por el ébola, la OMS declaró una emergencia sanitaria mundial, y empezó el proceso de organizar y financiar una campaña internacional para combatir el contagio. Los más grandes donantes del mundo buscaron organizaciones que entregasen su ayuda. Pero ello se llevó tiempo, porque pocas ONG se especializaban en cuidado clínico de emergencia, y las raras que lo hacían, como Médicos sin Fronteras, estaban al máximo de su capacidad. Mientras tanto, la cantidad de víctimas en los tres países más afectados —Sierra Leona, Guinea y Liberia— se triplicó. Para el 1 de octubre, ya incluía 3330 personas.
En noviembre, el Banco Mundial, junto con el Banco Africano de Desarrollo, ofreció cubrir el costo creciente del pago por riesgo. Casi de inmediato, el Banco Mundial notó señales de corrupción. Cuando miró las listas del personal de primera línea creadas por funcionarios del Ministerio de Salud de Sierra Leona, descubrió “trabajadores fantasmas”: alias, familiares y errores en la enumeración. “Las listas estaban infladas, y ello señalaba hacia un ilícito”, dijo Sheriff Mahmud Ismail, un oficial de comunicaciones del Banco Mundial en Sierra Leona.
En respuesta, el Banco Mundial sugirió un sistema de pago electrónico en el que los trabajadores de salud recibirían el dinero directamente en sus cuentas bancarias o a través de mensajes de texto con instrucciones para que fuesen a estaciones de pago a retirar efectivo. Con los pagos electrónicos, los funcionarios gubernamentales no podrían robarse el dinero. Según el Banco Mundial, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) fue traído para administrar la base de datos del pago por riesgos y coordinar el sistema de pagos: los supervisores de hospitales pasaron nuevas listas del personal de primera línea a los coordinadores en cada distrito, quienes examinaron y firmaron los papeles antes de enviarlos a Freetown. Allí, un personal pequeño tanto de la ONU como del Centro Nacional de Respuesta contra el Ébola (NERC, por sus siglas en inglés) se inscribía con una compañía contable domiciliada en Estados Unidos, BDO, para asegurarse de que se tuvieran las firmas apropiadas. Si todo se veía correcto, el Banco Mundial haría que BDO liberase los fondos.
Este equipo pequeño en Freetown fue responsable de vigilar 23.7 millones de dólares en pagos por riesgo a una fluctuante fuerza laboral de aproximadamente veintitrés mil enfermeras, técnicos de laboratorio y personal de apoyo a lo largo y ancho de Sierra Leona. Fue un reto monumental en un país con economía en efectivo, sin una base de datos digital de recursos humanos, una escasez de contadores y una historia de corrupción.
Así, no sorprende que de noviembre a la fecha todavía persistan las quejas por pagos por riesgo perdidos. “Desde el comienzo [de la respuesta al ébola], el problema más consistente ha sido la falta de pago de los subsidios por riesgo”, dijo Oliver Johnson, director de la King’s Sierra Leone Partnership. “Es inexcusable que con todo este dinero por aquí nadie haya invertido en un equipo grande que pueda ponerle orden a esto.”
“Estoy eliminada”
Cuando conocí a Faith Sisay, ella habló amargamente de las promesas de apoyar a los “ángeles”. Había trabajado en el ala de ébola del hospital de Kenema desde el pasado junio, y continuó haciéndolo después de percatarse de que estaba embarazada en agosto. De veintitantos años, Sisay acababa de obtener su título de enfermera y necesitaba los estipendios semanales, así como la promesa de un empleo posterior al ébola prometido por el presidente de Sierra Leona, Ernest Bai Koroma. Tan pronto como su vientre se abultó, las jefas de enfermeras le pidieron que permaneciera fuera del ala, para preparar medicamentos y traer suministros. Al principio, recibió su subsidio por riesgo, pero luego los días de pago de octubre, noviembre, diciembre, enero y febrero llegaron y se fueron, y Sisay no recibió un centavo.
Con perlas de sudor en la nariz mientras platicábamos en su porche trasero, la panza enorme de Sisay parecía reventar su cuerpo esbelto. Cuando se quejó con sus supervisores por el pago por riesgo faltante, le dijeron que fuera paciente. Pero nada cambió. “Ellos ni siquiera saben quién es Faith”, dijo. “Estoy eliminada.”
De vuelta en el hospital de Kenema, vi hombres jóvenes del exequipo de enterradores ponerse su equipo protector y cargar un cadáver en la parte trasera de una camioneta. El ébola ya no asolaba la región, pero la gente seguía muriendo de varias causas, y los cadáveres necesitaban ser manejados con seguridad. Aun cuando los trabajadores habían sido despedidos después de su manifestación abandonando el cadáver en noviembre, siguieron trabajando por propinas ocasionales. Uno de los hombres, Abdul Sam, me invitó a ver dónde había vivido durante lo más álgido del brote en Kenema. Una delgada sábana blanca cubría un cadáver en una esquina, cerca de un herrumbroso gabinete de acero. En el extremo opuesto había un corredor estrecho y separado, donde Sam dijo que había descansado. Al dormir junto a una pila de cuerpos, él era capaz de preparar a las víctimas de ébola las veinticuatro horas del día. Luego fue descartado. “¡Sin paga!”, resopló él con una voz que ascendió hacia un falsete, con las palmas vueltas al cielo.
Massally, el director del laboratorio, apoyó a Sam y unos pocos más con su propio dinero después de que fueron despedidos en noviembre. Él había trabajado con la ONU en Timor Oriental en 1999, dijo, y tiene una idea de cuánto dinero fluye a través de las manos de la gente que lidia con una crisis mediante una laptop. “Siento pena por el personal local. Ellos hacen todo, pero las remuneraciones van a los internacionales, quienes no entran en la zona roja”, dijo. “Algunos lo hacen, pero son relativamente pocos.”
En las afueras de Kenema, hay un centro de atención de ébola operado por la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, el cual se abrió después de que lo peor del brote había pasado en el distrito. Para noviembre, los pacientes diagnosticados con ébola en el hospital de Kenema fueron transferidos allí para su cuidado. Cuando lo visité en febrero, no había pacientes en la unidad. Dos docenas de enfermeras locales estaban sentadas a la sombra de una tienda, esperando una sesión de entrenamiento sobre el lavado de manos. Ellas dijeron que sus salarios y pagos por riesgo eran consistentes, procesados confiablemente por una ONG.
Más allá en el camino, en el hospital público de Kenema, conocí a Miriam Conteh, vestida con un pijama quirúrgico bermellón desteñido y oscurecido de sudor. Ella había estado en el ala de ébola del hospital hasta las 3 a. m. la noche anterior con un paciente que ahora sospechaba que sufría de fiebre de Lassa, una enfermedad viral que, como el ébola, se caracteriza por el sangrado. Conteh me dijo que podía ayudarme a documentar quién trabajó en la unidad de ébola, y merecía pago por riesgo, pero sólo en secreto porque las enfermeras fueron advertidas de no quejarse con extraños. Una enfermera que le dijo a un periodista local sus problemas de pago había sido transferida a otro distrito. Las enfermeras a lo largo y ancho del país hacían eco de esta preocupación. Por estas razones, los nombres y algunos rasgos distintivos de los trabajadores de salud han sido cambiados en este artículo.
Conteh llegó a mi casa de huéspedes pocos días después, cargando una mochila llena de documentos. Los papeles sueltos formaban un diario burdo. Una página del 23 de julio decía: “Veintinueve pacientes de ébola confirmados, tres en condición crítica, una madre lactante, seis huérfanos, ocho en necesidad de apoyo psicosocial, dos muertos, cuarenta y un enfermeras en servicio para todos los turnos”. Papeles del laboratorio mostraban que los técnicos en Kenema habían hecho pruebas a 3083 pacientes y 742 cadáveres por ébola de mayo hasta noviembre. Los registros listaban el personal en el ala de ébola al paso del tiempo. Conteh dijo que varios no habían recibido pagos por riesgo por varios meses, y a muchos de los otros —incluida ella— se les había pagado sólo la mitad.
Convertí las listas de personal en un archivo de Excel y lo envié por correo electrónico al PNUD en Sierra Leona. Sudipto Mukerjee, el director en el país del PNUD, me recibió en su oficina en Freetown. Poco antes, alguien en su equipo buscó en su sistema algunas de las enfermeras en mi lista y respondió con un subgrupo de los nombres encontrados. Mukerjee dijo que todos en ese subgrupo habían recibido un pago semanal (pero luego dijo que verificaría esto con funcionarios gubernamentales del NERC). Le hablé de las enfermeras que no estaban en la lista de la ONU y que no habían recibido el pago, y dije que quienes estaban en ella habían insistido en que sólo recibieron la mitad de la cantidad prometida. “Los pagos de noviembre ya se hicieron, en lo que a mí concierne”, me dijo. “Y si ellas dicen que no [se les pagó], deberían presentar esta queja a través del sistema apropiado y no a través de usted.” Le respondí que son amenazadas si se quejan. “Si tiene una situación en que la gente está siendo amenazada, ellas deberían reportarlo a [las agencias] anticorrupción”, argumentó Mukerjee. “Ellas deberían reportarlo a la policía, al jefe tradicional: hay muchísimos medios de hacer que oigan su voz.”
Cuando salí de su oficina, llamé a una alta enfermera en Kenema para preguntarle si
—como Mukerjee sugirió— sus problemas cesaron en noviembre. Ella sonó conmocionada. “Ellos deberían ver por lo que pasamos en la primera línea mientras esta gente se sienta con el aire acondicionado, en sus propios vehículos, mientras nosotras sudamos”, dijo. Decidí no decirle que el personal de la ONU reclutado internacionalmente gana 1600 dólares en pagos por riesgo cada mes, además de su significativo salario anual; por ejemplo, los directores del país en Sierra Leona se llevan a casa de 153 825 dólares a 187 904 dólares por año.
En un esfuerzo final por clarificarlo, me entrevisté con Awul Wurie, un gerente del NERC en el equipo de pagos, en la Corte Especial de la ONU. Le pregunté específicamente quién había recibido qué y cuándo. “¿Tiene el descaro de preguntarme información privada?”, dijo. “Estoy harto de esto. Hemos terminado.”
En un correo electrónico de seguimiento, Mukerjee aclaró que el PNUD está asistiendo al gobierno para asegurarse de que a la gente se le pague apropiadamente y a tiempo, pero no es responsable de nombres faltantes en las listas o de clasificaciones erróneas. Un reporte de 2015 de la ONU declara que el PNUD está apoyando la expedición de pagos por riesgo a los trabajadores de respuesta al ébola en Sierra Leona. Según el reporte, a todos los trabajadores registrados se les ha pagado. El director del Centro Distrital de Respuesta al Ébola en Kenema, Abdul Wahab, reiteró esta afirmación poco después de que hablé con varios trabajadores no remunerados. En un correo electrónico, una portavoz del Banco Mundial escribió: “La mayoría de los trabajadores que han ganado el pago por riesgo lo está recibiendo”. Tal vez, sugirió ella después por teléfono, las enfermeras se expresaron mal.
Esta falta de responsabilidad es una característica común de las agencias de la ONU, dijo Rupert Simons, director ejecutivo de Publish What You Fund, una organización domiciliada en Londres que presiona por una transparencia en la ayuda. “Las agencias de la ONU dirán que el gobierno local está a cargo, pero ellas tienen responsabilidades, en este caso de asegurarse de que los fondos del Banco Mundial para el pago por riesgo llegue a los interesados. Así, necesitan hacerse responsables ante el Banco Mundial, y el Banco Mundial es responsable ante su junta de gobierno, que son gobiernos, o sea, usted, los contribuyentes. Hay una muy larga cadena de responsabilidad aquí, pero los contribuyentes están en la raíz de esta.” Ello es cierto para el Banco Mundial, que en esencia es propiedad de los gobiernos de los 188 países miembros; la ONU, que tiene 193 países miembros, y para cada donante bilateral —como Estados Unidos y Reino Unido— que actúa en nombre de sus ciudadanos y con el dinero de sus ciudadanos.
Se les reconoce que el Banco Mundial y el Banco Africano de Desarrollo, con el apoyo de la ONU, ofrecieron dinero a los trabajadores de primera línea en el sistema de salud de Sierra Leona. Los donantes más grandes en la repuesta al ébola —Estados Unidos con 1500 millones de dólares y Reino Unido con 389 millones de dólares hasta ahora— dieron su dinero principalmente a las ONG y agencias occidentales y de la ONU. Después de que cada organización absorbió una parte, lo restante goteó al personal local e internacional que trabajaba con los pacientes (por lo general fuera del sistema nacional de salud) y a comunidades afectadas por el ébola. Algunos de los gastos sin duda fueron efectivos, y algunos fueron un desperdicio, pero es difícil discernir entre los dos porque los presupuestos son opacos.
Por ejemplo, Estados Unidos dio 423 millones del dinero de los contribuyentes para la respuesta al ébola a los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos. La agencia ha realizado más de 12 000 pruebas de diagnóstico para ébola, monitoreado más de ciento cincuenta mil viajantes que salen de África occidental, mantenido un equipo grande de jefes de prensa que dan vueltas por Sierra Leona y otras cosas más. Pero cuando les pregunté a estos jefes cuánto dinero se deparó a cada uno de estos servicios, no obtuve cifras. Varias ONG dirigieron mis consultas presupuestales a los donantes que les dieron dinero. Los donantes dieron ligas a sitios en la red con información incompleta. Los totales no coinciden. Subsidios por muchos miles de dólares son descritos vagamente como “salud”, “apoyo por ébola” y “respuesta al ébola”.
Después del terremoto de Haití en 2010, un economista del Centro para el Desarrollo Mundial en Washington D. C., Vijaya Ramachandran, trató de rastrear 6000 millones de dólares en donativos de los contribuyentes y concluyó que no podía hacerse. “Una pregunta que vale la pena hacer es por qué dependemos de este modelo de pasar a través de costosas ONG en vez de depender de los sistemas locales”, dijo Ramachandran. “La corrupción a menudo es usada como una excusa para no construir el sistema local.”
Los salarios no son sexis
Lo que es obvio para cualquiera en Sierra Leona es que mucho del dinero de ayuda donado antes y durante la crisis del ébola ha regresado a gente de los países donantes. Docenas de ONG internacionales se han asentado en Sierra Leona desde que la guerra civil de los “diamantes de sangre” terminó en 2002. Sus gastos generales son relativamente altos porque el personal internacional espera sueldo base, internet, seguro de salud y sanitarios con agua corriente. Durante el brote de ébola, fueron todavía más altos porque ellos exigieron costosas medidas de seguridad, como vehículos privados de tracción en las cuatro ruedas y hoteles con cajeros automáticos y cámaras de vigilancia. La Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos reservó toda habitación estándar en el Radisson Blu —las cuales típicamente cuestan 270 dólares por noche— por seis meses.
Las respuestas de emergencia no son tratar de hallar la opción más barata, me dijeron; se trata de la velocidad. Aun así, costoso no es igual a efectivo. La situación de los centros de atención independientes ilustra ese punto: sólo veintiocho pacientes con ébola han sido tratados en once centros en Liberia que le cuestan a Estados Unidos cientos de millones de dólares, según una investigación de The New York Times.
Aún más, los centros de atención independientes ya han empezado a retirarse conforme termina el brote, mientras que los hospitales públicos continúan quebrados. Este modelo de proveer asistencia fuera del sistema de salud ha sido la norma para la ayuda a Sierra Leona por más de una década. Crea un ciclo de dependencia: incluso cuando la ayuda salva vidas, la infraestructura requerida para proveer servicios internos no está construida, y como resultado, el país sigue siempre dependiente. El sistema de salud de Sierra Leona es uno de los peores del mundo. Según la OMS, el umbral mínimo de médicos, enfermeras y parteras requerido para acceder al cuidado básico es de 22.8 profesionales por cada 10 000 personas. La proporción en Estados Unidos es de cien por cada 10 000. El de Sierra Leona es de cinco.
En el hospital de referencia más grande de Sierra Leona, Connaught, en Freetown, multitudes de pacientes permanecieron en la entrada en febrero. Hablé con el jefe de enfermeras de la desbordada ala de emergencias en su oficina, en un clóset de suministros. A él le faltaban pagos por riesgo, estaba frustrado por su bajo salario y deprimido por la falta de servicios que podía ofrecer a sus pacientes. Si alguien llegaba en la agonía de un ataque epiléptico, él tenía que pedirle a la persona que fuera a una farmacia y comprase una aguja y un catéter, porque el hospital no tenía ninguno.
Los profesionales de salud en Sierra Leona a menudo buscan empleos mejor remunerados en las ONG, o en otros países si pueden hacerlo. En diciembre, el gobierno británico celebró una audiencia para revisar los gastos por ébola de Reino Unido, manejados por el Departamento para el Desarrollo Internacional (DFID, por sus siglas en inglés). Stephen Phillips, un miembro conservador del Parlamento, preguntó por qué el sistema nacional de salud de Sierra Leona estaba anémico después de quince años de ayuda británica. “Cuando este brote aparece, los contribuyentes británicos descubren que sólo hay ciento veinte médicos en [toda] Sierra Leona”, dijo. “¿No es acaso la bala mágica para el DFID y la comunidad internacional complementar los términos y condiciones de una manera que motive al personal médicamente entrenado a quedarse en sus países natales?” Mark Lowcock, secretario permanente del DFID, respondió que se había intentado, pero ello fracasó.
El filántropo Bill Gates, la ONU y la OMS han hecho recomendaciones sobre cómo fortalecer sistemas de salud débiles para que el mundo esté mejor preparado para brotes futuros. Su consejo incluye equipamiento, unidades de aislamiento, cuidado de la salud asequible, talleres para enfermeras, sistemas de vigilancia, soluciones tecnológicas y productos farmacéuticos. Pero ninguno que yo sepa habla de pagar.
Un rechazo común a la idea de donar directamente a las enfermeras locales y otros trabajadores de salud es que asegurar los salarios contra riesgos es insostenible. Otra explicación es que ello desincentiva a los gobiernos africanos para que paguen a sus trabajadores civiles. Una hipótesis más insensible es que los salarios no son sexis. Los benefactores prefieren demostraciones tangibles de generosidad: trajes aislantes con aire acondicionado, iPads para el registro de datos y otros regalos que se ven bien en los montajes de video. Otra posibilidad es que quienes toman las decisiones tienen poco incentivo para cambiar un sistema de ayuda que es atractivo para quienes dan. Como me dijo un economista sierraleonés, bajo la condición del anonimato por miedo de poner en riesgo la relación de su afligido país con los donantes: “A ellos les interesa hacernos ver mal para que ellos puedan controlar el presupuesto. La industria de las ONG es una industria”.
Sea cual sea la razón, el frágil sistema de salud que permitió que el ébola se convirtiese en un desastre internacional ahora está en peor condición. Mientras el ébola se propagaba, la gente enferma de complicaciones del embarazo, diabetes, sarampión y una miriada de otros padecimientos se mantuvo alejada de los hospitales por miedo a la enfermedad sangrienta. Ahora están regresando para encontrarse con un personal exhausto por las muertes de trabajadores de salud y desmoralizado por los horrores que presenciaron. Los científicos de enfermedades infecciosas garantizan que este no será el último brote en nuestras vidas. El director del hospital de Kenema, el jefe médico de distrito Mohamed Vandi, se ha aburrido del alboroto por el “fortalecimiento del sistema de salud” solicitado por los líderes mundiales de salud. “Si no pude obtener apoyo cuando el virus estaba aquí, ¿cómo podremos obtenerlo cuando el virus se haya ido?”, dijo él.
Tal vez con más tiempo, fuerza de trabajo y presión para hacer el trabajo bien, la ONU, el Banco Mundial y el gobierno de Sierra Leona podrían haberle puesto orden a los pagos electrónicos. Hubo señales de una mejoría después de que dejé el país. En marzo y abril, el equipo de pagos regresó a Kenema a investigar. El 9 de abril, Kabba me llamó para decir que le habían pagado todo lo de febrero, aunque todavía le faltaba la mitad de su pago por riesgo de los meses previos. Ella sugirió que yo llamase a Faith Sisay, quien acababa de dar a luz a un “saltarín niño”. En el teléfono, Sisay agradeció a Dios por su niño sano, pero añadió que no había recibido pagos y había perdido la esperanza por el sistema. “Cuando la próxima enfermedad venga, será difícil conseguir enfermeras”, dijo. “¿Cómo lo harán?”
El apoyo para este artículo fue proveído por una subvención de viaje del Centro Pulitzer para Reportajes de Crisis y fondos de investigación de Tiny Spark.