Sonriendo, pregunta: ¿eres de la policía?, al tiempo que enreda en su puño una larga bolsa roja de plástico semivacía a manera de protección. Sus dos acompañantes se acercan sin dejar de extender el brazo con la palma hacía arriba pidiendo una moneda a los automovilistas.
Aclarado el punto, abre más la boca para dejar ver una larga dentadura blanquísima con una mueca, como un acto de complicidad.
“Es que son cabrones, como dicen ustedes, no hay uno para chantear el domingo, como dice mi amá”, señala a manera de confidencia.
Él es Luis Caballero y viene de Honduras. Sus compañeros, Baldomero López y Julio Alvarenga, son de Guatemala. Los tres han sufrido la hostilidad de los policías estatales.
“Son vestidos de negro y dicen algo de estatal”, coinciden al acusar a quienes por tres ocasiones los sometieron en una ocasión para dejarlos sin dinero y otras dos para correrlos.
Parados en un semáforo sobre el bulevar que cruza Actopan, los tres aceptan dar detalles de sus dos días en Hidalgo, desde que fueron bajados en la estación de Irolo, en Tepeapulco, por policías privados que cuidan los convoyes de Ferrocarriles del Sur.
Con más de tres semanas en México, han sabido enfrentar todo tipo de reto; algunas veces para comer, para esconderse, para burlar la vigilancia en los retenes… “Aprendimos también a comer poquito”, dicen.
En Tepeapulco, apenas dejaron las vías, una señora los invitó a comer en su patio. Apenas habían recorrido unos 200 metros sobre la carretera rumbo a Pachuca, según puntos de referencia, se les emparejó una camioneta “para rancho” con policías. Contra unas piedras fueron colocados mientras los bolsearon los uniformados.
“No era mucho, algunas monedas de un pueblo antes”, recuerda Luis.
Amenazados y corriendo entre los campos, lograron un aventón en una camioneta con fruta podrida destinada a marranos de algún corral. Apenas habían pasado los arcos del Padre Tembleque, aseguran, fueron llamados por unos policías escondidos atrás de uno árboles. “Nos dijeron muchas groserías y nos corrieron”.
Cerca de Actopan, de nueva cuenta, otra camioneta los quiso detener.
“Corrimos al campo pero no nos siguieron. Saben que no hay varo, no traemos nada, sólo queremos trabajar en Estados Unidos, no aquí”, dice a manera de regaño Baldomero mientras sonreía a una señora que le da una bolsa con naranjas partidas.