Era antes del amanecer en el Puesto de Observación de
Mest-Malak, un reducto del ejército estadounidense rodeado por pueblos
controlados por el Talibán en la región este de Afganistán, cuando los hombres
del segundo pelotón de la Compañía Blackfoot se dieron cuenta de que Bowe
Bergdahl no estaba. Un veterano del ejército que afirma ser uno de los amigos
más íntimos de Bergdahl en Afganistán y que habló a Newsweek desde el anonimato,
recuerda perfectamente ese momento. “[El especialista Shane] Cross se acercó y
dijo en voz baja, ‘Hey, han visto a Bergdahl?’, y supe en ese instante que se
había ido. Dije, ‘Se ha ido. Se ha ido al carajo.’”
El ejército estadounidense alardea de que nunca deja atrás a
sus hombres, por lo que cuando el soldado de primera clase Bergdahl desapareció
el 30 de junio de 2009 en la provincia de Paktika, el ejército iba a
encontrarlo, sin importar el costo.
Todos sus compañeros del pelotón sabían que Bergdahl era
excéntrico, un chico silencioso que se enorgullecía de las habilidades para
sobrevivir en la naturaleza que adquirió cuando vivía en Idaho. Era uno de los
soldados con el mejor estado físico del pelotón, declararon dos de ellos a
Newsweek, y era muy meticuloso con respecto a los detalles de la limpieza de
las armas de fuego y la memorización de los detalles del manual de campo,
rutinas que forman parte de la vida militar. A él y a sus amigos les gustaba
pasar las noches bebiendo chai con los oficiales de la Policía Nacional afgana
emplazados sobre una polvorienta colina. Él fumaba pipa. Algunos de sus
compañeros pensaban que era raro, pero todos lo consideraban confiable. “Hasta
el momento en que se alejó, era el ejemplo perfecto del buen soldado”, señala
Gerald Sutton, especialista del ejército. “Siempre hacia su trabajo. Nunca
teníamos que preocuparnos por él.” El amigo íntimo del pelotón de Bergdahl
añade: “Siempre hacía lo que le decían, siempre estaba ahí para ayudar.
Siempre.”
En las sesiones de quejas durante los descansos, cuando los
hombres hablaban sobre darse un tiro en el pie u otros planes para alejarse de
la guerra antes de tiempo, se dice que Bergdahl afirmaba que su plan sería ir
caminando a India. O bien, dijo, se quitaría sus armas y su equipo, como
Siddhartha, y se uniría a los Kochis, las tribus nómadas de la etnia Pastún
cuyas oscuras carpas salpicaban los valles afganos que se parecen
inquietantemente al campo de Idaho donde había perfeccionado sus habilidades de
supervivencia. Sus amigos pensaban que sólo hablaba por hablar. “Todo el mundo
quería irse. Creíamos que sólo se estaba desahogando”, dice el amigo. “No lo
tomamos en serio. [En el puesto de observación de Mest] uno ni siquiera puede
salir de la base. Entraríamos en contacto con el enemigo en cualquier momento
en que saliéramos… Le decíamos, ‘Sí, hombre, [Bergdahl], no dices más que
idioteces’.”
Pero se fue. Solo y desarmado, el soldado de 23 años fue
secuestrado en unas horas por militantes locales de la tribu Zadran, informaron
fuentes a Newsweek, quienes lo transfirieron hasta la cima de la cadena de
mando regional del Talibán. Fue mantenido como rehén durante cinco años, y
apenas regresó el año pasado gracias a un intercambio de prisioneros en el que
se liberaron a cinco combatientes del Talibán del campo de detención del
ejército estadounidense, ubicado en la Bahía de Guantánamo.
Diez meses después de volver a casa, el 25 de marzo de 2015,
Bergdahl fue acusado oficialmente de dos crímenes, según el Código Uniforme de
Justicia Militar del Ejército: “Deserción con el propósito de eludir un deber
importante o peligroso” y el más serio, “Mal comportamiento ante el enemigo,
poniendo en peligro la seguridad de un comando, unidad o lugar.” El soldado
espera una audiencia de acuerdo con el Artículo 32, que es similar a un gran
jurado, mientras realiza labores de oficina en Ft. Sam Houston en San Antonio.
El ejército juzga docenas de casos de deserción todos los años (17 hombres
fueron encontrados culpables de este cargo en 2009), y la pena máxima es de
cinco años en una prisión militar, una baja deshonrosa y la pérdida de pagos
retroactivos. El cargo de mal comportamiento y puesta en peligro es mucho más
serio, excepcionalmente infrecuente (de acuerdo con Stars & Stripes, el
último caso de alto perfil ocurrió en 1968) y genera una pena máxima de cadena
perpetua.
“Buscarán a Bergdahl”
El por qué Bowe Bergdahl entró en una zona de guerra hostil no
está mucho más claro ahora que el día que partió. El puesto de observación de
Mest funcionaba sin un oficial en ese momento, y de acuerdo con su abogado,
Bergdahl se escabulló para informar sobre ciertos problemas disciplinarios en
su unidad a un oficial de una base cercana.
Para los hombres a quienes abandonó aquella noche en la Compañía
Blackfoot y el 1er. batallón del Regimiento 501, la vida en Afganistán cambió
de manera instantánea y dramática. “Desde el momento en que se fue hasta que
salimos del país, toda nuestra misión se fue al demonio”, dice el amigo de
Bergdahl. “[En] todas las órdenes de operación hasta marzo de 2010, él salía a
relucir: ‘Buscarán a Bergdahl.’”
“Esto cambió la misión [en Afganistán] para todos”, señala el
sargento Jordan Vaughan, quien sirve en un pelotón distinto de la Compañía
Blackfoot y afirma que fue enviado a al menos 50 misiones para encontrar al
soldado perdido. “Detuvimos la misión periódica de contrainsurgencia para
buscar a Bergdahl.” De acuerdo con Vaughan y otros hombres de la Compañía
Blackfoot, al menos ocho soldados murieron en esas búsquedas. Josh Cornelison,
paramédico del pelotón declaró en junio pasado a NBC News, “Todas las personas
que murieron [ahí] estaban haciendo algo para encontrar a Bowe Bergdahl.”
En términos legales y morales, la acusación de que las acciones
de Bergdahl provocaron la muerte de otros soldados es la más importante y
perturbadora que él enfrenta, y sin embargo, el Pentágono ha negado
categóricamente la afirmación. “No conozco las circunstancias o los detalles
específicos de las muertes de soldados estadounidenses como consecuencia de los
esfuerzos para encontrar y rescatar al sargento Bergdahl”, declaró el verano
pasado Chuck Hagel, ex secretario de defensa. Bergdahl había sido ascendido
durante su cautiverio.
Las familias de esos hombres caídos se sienten indignadas y
frustradas por esta evidente contradicción entre los hechos y el testimonio.
“Ellos no mienten”, dice Cheryl Brandes acerca de las afirmaciones de los
soldados. Su hijo, Matthew Martinek, murió a causa de las heridas sufridas
durante una emboscada ocurrida el 4 de septiembre de 2009, mientras participaba
en una misión para encontrar Bergdahl, según le dijeron los compañeros de su
hijo,. “Tiene que haber una investigación”, declaró a Fox News. “¿Por qué tal
encubrimiento? ¿Por qué no pueden decirnos simplemente, ‘Si, su hijo buscaba a
otro soldado’ ¿Qué hay de malo en ello?”
El Pentágono no puede responder a Brandes sin reconocer un
hecho incómodo y preocupante: el día en que su hijo estaba flanqueado por
militantes del Talibán en una emboscada en la que también murió el teniente
segundo Darryn Andrews, los funcionarios en Washington y Kabul ya tenían una
cantidad abrumadora de información que señalaba que Bergdahl ya no estaba en
Afganistán.
“Supusimos que se había convertido en una operación de la CIA”
Desde la garita en la cumbre de la colina en el puesto de
observación de Mest hasta la frontera paquistaní había tan sólo 25 millas y, de
acuerdo con un antiguo funcionario del Departamento de Estado que habló a
Newsweek desde el anonimato, en Kabul muchas personas suponían que Bergdahl
sería trasladado a Pakistán tan rápidamente como sus captores pudieran hacerlo.
El día que fue reportado como DUSTWUN (Duty Status Whereabouts
Unknown, Paradero de estado de servicio desconocido), los comandantes estadounidenses
que trabajaban con la Fuerza de Asistencia de Seguridad Internacional (ISAF,
por sus siglas en inglés) pidieron una unidad militar secreta (denominada en
distintas formas, como actividad de apoyo de inteligencia, actividad de apoyo
de misión, la actividad o zorro gris) para dar seguimiento a las pistas sobre
su paradero. Uno de los primeros oficiales del caso era un especialista en
operaciones poco convencionales que asistía a un jirga, es decir, a una reunión
de líderes tribales afganos, cuando recibió el llamado acerca de Bergdahl. El
oficial, quien no está autorizado a hablar del caso y habló desde el anonimato,
dice, “recibí una llamada de nuestro hombre en Kabul. Me dijo, ‘Hey, tenemos un
cachorro perdido’.”
“Resulta que acabamos de hablar con los líderes de esta tribu,
quienes conocían la zona [donde Bergdahl desapareció]”, relató el oficial a
Newsweek. Dice que se puso a trabajar de inmediato, llamando a docenas de
fuentes en todo Afganistán. “Hablamos con abogados y ulemas del Talibán, con la
policía de seguridad fronteriza, con muchas personas.”
El trabajo de recabar inteligencia produjo rápidamente
información precisa sobre los captores de Bergdahl. “Supimos cómo iban a
trasladarlo y a dónde. Pensamos que pasaría un máximo de 48 horas antes de que
atravesara la frontera”, dice el oficial. Cuando investigó si el ejército podía
impedir que los captores de Bergdahl lo llevaran al otro lado de esa frontera,
la respuesta fue clara. “No hay ninguna forma de cerrar el tráfico fronterizo.
Es la Ruta de la Seda, por el amor de Dios”, dijo. “Ha sido una ruta de
tránsito de contrabandistas durante miles de años. Así que más le vale [al
Talibán] ser muy bueno en ello. Y lo es.”
Pocos días después, el superior de este oficial le ordenó
abandonar la búsqueda: “Me dijeron que lo dejara, que otra persona lo haría.”
La siguiente semana, se enteró de que el Comando Conjunto de Operaciones
Especiales (JSOC, por sus siglas en inglés), que planeó y ejecutó las
incursiones más delicadas de la guerra, entre ellas, la Operación Neptune
Spear, la misión en la que murió Osama bin Laden en mayo de 2011, también había
sido llamado. “Cuando se le ordenó al JSOC que renunciara”, declaró el oficial
a Newsweek, “supusimos que se había convertido en una operación de la CIA en
Pakistán.”
Desde el momento en que Bergdahl cruzó la frontera
afgano-paquistaní, su búsqueda superó su propio límite legal. El rescate del
“cachorro perdido” pasó de ser el objetivo de operaciones militares
tradicionales hasta convertirse en una misión de inteligencia encubierta.
“Cualquier cosa por debajo de esa línea estaba fuera del área de la Operación
Libertad Duradera”, la misión militar en Afganistán, señala el oficial. En ese
momento, “se habría requerido la autorización del presidente o una operación de
la CIA para realizar una incursión fronteriza.”
Para la segunda semana de julio, diversos oficiales civiles y
militares estaban tan seguros de que Bergdahl había sido trasladado al otro
lado de la frontera paquistaní que se ordenó al JSOC y a las unidades secretas
de inteligencia militar que abandonaran la búsqueda.
Entonces, ¿por qué el ejército siguió enviando a soldados de
infantería en Afganistán en docenas de misiones en territorio hostil para
encontrarlo?
Un rehén de alto valor
Los militantes que capturaron a Bergdahl nunca trataron de
ocultar su identidad o por qué lo habían raptado. Dos días después de que fue
secuestrado, realizaron el equivalente Talibán de una conferencia de prensa
para reivindicar el hecho y plantear sus demandas. “El caso será referido a
Sirajuddin Haqqani y a otros líderes de alto rango del Talibán”, dijo a un
reportero de CBS el ulema Sangeen, un conocido comandante del Talibán en
Paktika, el 2 de julio de 2009. “Deben decidir el futuro del soldado estadounidense,
pero no nos molestaría realizar un intercambio de prisioneros.”
El Pentágono estaba igualmente seguro de quiénes eran las
partes involucradas. “Un soldado estadounidense capturado en el sureste de
Afganistán es mantenido como rehén por un conocido clan militante, señaló un
oficial militar estadounidense de alto rango”, dijo Barbara Starr de CNN. Los
informes de la BBC, The Washington Post, y The Long War Journal coincidían:
Bergdahl había sido capturado por la Red Haqqani.
Los Haqqani constituían una amenaza terrorista bien conocida en
Washington y Kabul, y eran una fuente constante de dolores de cabeza
diplomáticos. Durante la Guerra Fría, Jalaluddin Haqqani fue un representante
de la CIA generosamente pagado en la lucha contra los soviéticos, pero después
del 9/11, su familia tomó las armas contra los más recientes invasores
infieles. “En las áreas tribales de Pakistán, en Waziristan del Norte y del
Sur, Maulavi [Jalaluddin] Haqqani y sus hijos dirigen una red de madrasas y
bases de entrenamiento, y proporcionan protección a los combatientes
extranjeros y grupos terroristas, entre ellos, Al-Qaeda”, informó The New York
Times en junio de 2008.
En noviembre de aquel año, los Haqqani atrajeron con engaños a
David Rohde, reportero del Times, a una entrevista al sur de Kabul, lo
secuestraron y de inmediato lo trasladaron al otro lado de la frontera, a las
Áreas Tribales Federalmente Administradas de Pakistán. “Los Haqqani supervisan
un creciente microestado del Talibán en Waziristan del Norte, con el
consentimiento del ejército pakistaní”, escribió Rohde en A Rope and a Prayer
(Una soga y una oración), el libro aparecido en 2010 que coescribió con su
esposa, Kristen Mulvihill, sobre sus siete meses como rehén de los Haqqani. En
la primavera de 2009, tras pasar varios meses en cautiverio, la situación de
Rohde era bien conocida por la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton,
por los embajadores del Departamento de Estado en la región, la dirección de
The New York Times, los servicios de inteligencia y los organismos de ejecución
de la ley de Estados Unidos, así como por los negociadores privados de
secuestros y los consultores que la esposa y la familia de Rohde habían
reclutado.
El 20 de junio de 2009, Rohde huyó en un escape audaz y
exitoso, cuyos detalles siguen siendo poco claros. Diez días después, en un
golpe de suerte para un grupo terrorista que había convertido al secuestro en
un pilar de su negocio, los Haqqani reemplazaron al periodista con un rehén aún
más more valioso: el primer y único soldado estadounidense capturado en esa
guerra.
“Buscando a alguien que hable inglés”
Antes de que Sangeen convocara aquella conferencia de prensa,
los captores de Bergdahl se apresuraron para hacer una grabación de prueba de
vida y la entregaron al funcionario estadounidense de más alto rango que
pudieron contactar en Kabul. Tener una prueba en video era un asunto de alta
prioridad para los militantes, el cual fue analizado por primera vez en una
conversación interceptada por aviones espía estadounidenses unas seis horas
después de que el pelotón de Bergdahl lo declaró extraviado. “Un soldado
estadounidense con una cámara busca a alguien que hable inglés” es la forma en
que el intérprete del ejército parafraseó la charla por radio o teléfono
celular que fue interceptada. Ese mensaje, que fue archivado en el registro
secreto del ejército y publicado más tarde por Wikileaks, se ajusta a los
recuerdos de varios miembros de la Compañía Blackfoot que escucharon las
palabras del intérprete en el radio aquella mañana. Algunos miembros del
pelotón y distintas organizaciones de medios de comunicación la mencionan como
una prueba de que Bergdahl había huido para incorporarse a las filas del
Talibán, es decir, de que era un traidor. “Eso significa que va a colaborar con
el enemigo, ¿[no es] así?”, dijo Sean Hannity en su programa de Fox News.
Sin embargo, de acuerdo con Robert Young Pelton, un periodista
consultado por el ejército para ayudar a encontrar Bergdahl, ese mensaje era
erróneo y se trataba de una traducción deficiente del idioma pashto del captor.
El joven estadounidense no era quien tenía una cámara y buscaba a alguien que
hablara inglés; en lugar de ello, eran los secuestradores de Bergdahl que
estaban ansiosos por hablar y grabar la prueba de vida de su valioso rehén.
Pelton trabajaba en Afganistán como director de AfPax, un
servicio de información por suscripción en la zona de conflicto. A cambio de
unos honorarios mensuales, proporcionaba a sus clientes un torrente de
información recopilada por fuentes locales. “Teníamos suscriptores de todo
tipo: medios de comunicación, el Departamento de Estado, [organizaciones no
gubernamentales], etcétera”, declaró Pelton a Newsweek. “El área de operaciones
especiales del ejército se acercó a nosotros y nos pidió ayuda [para rastrear a
Bergdahl].” Un ex oficial de inteligencia del ejército que declinó hablar
oficialmente acerca del incidente de Bergdahl dijo a Newsweek que, en esa
época, AfPax era la mejor fuente de información limpia en Afganistán.
Al día siguiente de que Bergdahl salió de su base, los aviones
espía recogieron otra conversación entre militantes acerca de su nuevo premio:
“¿Pueden hacer un video de él y anunciar por todo Afganistán que tenemos a uno
de los estadounidenses?”, preguntó el primero. Otro hombre respondió: “Ya
tenemos un video de él.”
Para Pelton, quien siguió la pista de Rohde y de otras víctimas
de secuestro en la zona oriental de Afganistán, el destino de Bergdahl nunca
estuvo en duda: “Sabíamos que iría a Pakistán tan pronto como [el ejército]
dijera que había perdido a un hombre.” Pelton trabajó con comandantes del
Comando Regional Este, Fuerzas estadounidenses convencionales en la región este
de Afganistán, durante aproximadamente dos semanas antes de que le ordenaron
detenerse. “Fuimos a su oficina y tenían mapas en la pared, señalamos a
Pakistán y dijimos, ‘él va en esta dirección’. Fue entonces cuando nos dijeron
que nos retiráramos”, dice.
Pelton, que escribió en la revista Vice acerca de su trabajo al
seguir la pista de Bergdahl, afirma que “Todos sabían que Bergdahl estaba en
Pakistán, y ahora todos tratan de reescribir la historia.”
Demanda de rescate: 19 millones y 25 presos
Cuando los Haqqani dieron a conocer su primer vídeo de prueba
de vida a los medios de comunicación, a algunos funcionarios del ejército se
les había informado que Bergdahl ya estaba en la frontera. De acuerdo con Qayum
Karzai, el hermano mayor de Hamid Karzai, que en ese entonces era el presidente
afgano, los Haqqani entregaron su primera grabación y demandas de rescate a
través de un mensajero al General de División Edward Reeder Jr., que en ese
tiempo era Comandante de Operaciones Especiales de la Operación Libertad
Duradera. Los militantes exigían 19 millones de dólares y 25 prisioneros de
Guantánamo, aproximadamente las mismas demandas de rescate planteadas para
liberar a Rohde. “Todos sabían que estaba en Pakistán… El gobierno afgano, los
líderes tribales, los reporteros afganos”, declaró Karzai a Newsweek. “Todos
hablaban de ello.” Creyendo que el mensajero tenía información de primera mano
sobre el soldado capturado, Karzai señala que llevó “a ese caballero a ver al
General Reeder y ambos trabajamos muy duro para liberar a Bergdahl.”
De acuerdo con Linda Robinson, analista política de alto rango de
la Rand Corporation que entrevistó a Reeder para su libro One Hundred
Victories: Special Ops and the Future of American Warfare (Cien victorias:
Operaciones especiales y el futuro de la guerra estadounidense), el general
supo de la ubicación de Bergdahl mediante dos fuentes. La primera, un ex
Ministro del Talibán que se había unido al gobierno afgano, le dijo a Reeder
que Bergdahl había sido llevado a Miran Shah, la misma ciudad donde Rohde pasó
la mayor parte de sus siete meses en cautiverio. La segunda fue el mensajero de
Karzai. Poco después de que Reeder recibió la primera demanda de rescate, el
mensajero entregó un segundo mensaje en el que se reducía el rescate a 5
millones de dólares y se eliminaba la solicitud de un intercambio de
prisioneros. Reeder dijo a Robinson que había transmitido el mensaje hasta la
cima de la cadena de mando, pero para su sorpresa, “ninguno de sus superiores
le dio seguimiento.”
Reeder declinó comentar sobre esta historia a través de un
oficial de asuntos públicos del ejército. El general retirado Stanley
McChrystal, que en ese tiempo era superior de Reeder, y el general retirado
Mike Flynn, director de la Agencia de Inteligencia de Defensa durante la
búsqueda, también declinaron responder a las preguntas de Newsweek relacionadas
con el caso de Bergdahl. (Revelación del reportero: durante el primer año de
cautiverio de Bergdahl, trabajé en su pueblo natal, y su padre era el
repartidor de UPS en la oficina donde trabajé.)
El 18 de julio de 2009, 18 días después de que Bergdahl salió
de su base, los Haqqani difundieron un video de él a la prensa internacional, y
ABC News informó que, de acuerdo con “una persona activamente involucrada en la
búsqueda”, había sido llevado a Pakistán. En las entrevistas con ABC News,
funcionarios estadounidenses en el Pentágono y en Kabul negaron la afirmación,
insistiendo en que todavía estaba en Afganistán.
“La guerra estaba a punto de perderse”
La idea de que el único prisionero de guerra estadounidense en
la era posterior al 9/11 era mantenido dentro de las fronteras de un aliado
clave en su Guerra contra el Terrorismo planteaba algunos problemas serios. A
mediados de 2009, cuando Bergdahl aparentemente fue llevado a través de una de
las fronteras más peligrosas del mundo, Washington tenía una preocupación
legítima de no “querer ir a la guerra con Pakistán”, afirma Ahmed Rashid,
periodista y escritor residente en Lahore, Pakistán.
El secuestro de Bergdahl coincidió con el inicio de la más
grande oleada estadounidense en los 13 años de esa guerra: el número de
soldados pasó de menos de 40,000 a comienzos de 2009 a aproximadamente 100,000
a finales de 2010. En el verano de 2009, el Talibán estaba en ascenso en todo
el sur de Afganistán, y, como escribe Robinson, los estadounidenses se dieron cuenta
de que “la guerra estaba a punto de perderse.” La escalada afectó a ambos lados
de la frontera. Del lado de Pakistán, los ataques de la CIA con aviones no
tripulados (que, según informes de la Oficina de Periodismo de Investigación,
probablemente mataron a muchos más civiles que militantes) aumentaron de 35 en
2008 a 117 en 2010. Después de que un helicóptero errante de ISAF mató a tres
soldados paquistaníes emplazados cerca de la frontera, los paquistaníes
cerraron temporalmente la principal arteria de suministro de ISAF, y las
relaciones entre Washington e Islamabad alcanzaron un punto muy bajo.
Rashid, que consultó con las familias de Rohde y Bergdahl en
sus esfuerzos de negociación, afirma que el soldado capturado era una verdad
incómoda para los estadounidenses. En un momento tan delicado, una incursión
fronteriza encubierta para recuperar a un soldado de infantería era un riesgo
catastrófico. El caso de Bergdahl era superado, dice Rashid, por la principal
prioridad estadounidense: “proteger la relación frágil pero todavía útil
con Pakistán para llegar a Al-Qaeda.”
En la Navidad de 2009, casi medio año después de que el
ejército retiró de la búsqueda a sus unidades de inteligencia de élite y de
JSOC, y después de que los oficiales al mando enviaron a los hombres de la
Compañía Blackfoot a un equivalente de cerca de seis meses de incursiones
supuestamente para hallarlo, los Haqqani difundieron un segundo vídeo de prueba
de vida, un espectáculo extraño e incómodo. Un enjuto Bergdahl lee a veces y divaga
a veces a través de una larga acusación contra la política estadounidense:
“Y así que yo, los miembros de mi familia, mis compañeros del
ejército y sus familias, y todos los estadounidenses comunes, ¿hemos confiado o
incluso debemos confiar en aquellos que nos envían a ser asesinados en nombre
de Estados Unidos? Porque ¿acaso nuestros líderes, llámense Obama o Bush o como
sea, no son más que marionetas de los grupos de presión que pagan sus campañas
electorales?”
Al hablar a nombre del Pentágono, el Contraalmirante Gregory
Smith dijo que el video era una afrenta para la familia y los amigos del
soldado. “No refleja nada más que las tácticas violentas y falsas de la
insurgencia del Talibán’, dijo. ;Continuaremos nuestra búsqueda de Bowe
Bergdahl.’
“Serán cazados…”
En los días posteriores a la desaparición de Bergdahl, la
Compañía Blackfoot desplegó a duras penas a sus pelotones. Durante los primeros
35 a 40 días, de acuerdo con algunos hombres, la búsqueda era “continua.” Se
enviaron escuadrones para seguir cada pista en cualquier dirección. Para
algunas personas, esto significaba conducir para apostarse en lejanos “puestos
de bloqueo” para interceptar cualquier vehículo del Talibán que pudiera estar
ocultándolo. Algunos soldados fueron enviados más allá del alcance de los
camiones de suministro del ejército, hacia fronteras abandonadas en las que
pilotos rusos contratados dejaban caer comida y agua desde helicópteros que
parecían más viejos que los estadounidenses que recibían los víveres. Los soldados
de la Compañía Blackfoot también fueron enviados a hacer incursiones en
distantes pueblos afganos. Varios soldados de infantería distribuyeron folletos
entre los civiles afganos pidiendo información sobre Bergdahl. Los folletos
tenían fotografías de soldados estadounidenses derribando puertas y una leyenda
que decía, “Si no liberan al soldado estadounidense… entonces serán cazados.”
Las misiones del pelotón de Bergdahl pronto se extendieron más
allá de Paktika, hacia provincias fronterizas cercanas. “Fue una búsqueda
inútil”, dice el amigo de Bergdahl del segundo pelotón. “Recorrimos todo el
sureste de Afganistán.” Sin embargo, añade, “golpeamos a muchas personas en el
proceso.”
Conforme transcurrían las semanas, otro líder de equipo de la
Compañía Blackfoot, el sargento Johnathan Rice, sospechaba que sus comandantes
en realidad no buscaban a Bergdahl. “El sentido común determina que
[quienquiera que se lo haya llevado no] iba a mantenerlo por aquí durante mucho
tiempo.” Pero a diferencia de la mayoría de los soldados de su pelotón, Rice
pudo detectar un método en la demencia del ejército. “Desde el punto de vista
de un soldado de infantería, por primera vez estábamos haciendo nuestro
trabajo”, dice. “Realmente llegamos a los pueblos, haciendo nuestras incursiones,
atacando lugares.”
Antes de que Bergdahl desapareciera, afirma Rice, sus hombres
tenían las manos atadas. “No podíamos dar ‘golpes duros’, que se producen
cuando uno ataca un blanco e irrumpe en su casa temprano por la mañana o
durante la noche. Necesitaríamos una cantidad ridícula de información para
obtener la autorización para hacer ese tipo de cosas. Pero al tratarse de una
misión para recuperar a Bergdahl, la autorización se obtuvo de manera
instantánea. Siempre se enunciaba cómo, ‘Estas personas podían tener
información sobre Bergdahl’. Pero pienso que se trataba de blancos que de todos
modos deseábamos atacar.”
Rice sentía que sus hombres llevaban la pelea al enemigo, en
lugar de “simplemente llamar a la puerta y pedir un poco de té.” Antes de que
Bergdahl partiera, “caminábamos por los mercados comprando cabras porque no
teníamos nada qué hacer.” Durante las operaciones de búsqueda de Bergdahl,
“teníamos excusas para atacar blancos de alto valor o a personas de interés.”
“Se obtuvo mucha información valiosa”, afirma Rice, y Bergdahl
era la excusa que sus comandantes necesitaban para hacer su trabajo. “Los
líderes aprovecharon la oportunidad, y lo apoyo al 100 por ciento.”
La banda de linchadores de #Bergdahl
Después de ser mantenido como rehén durante cinco años, un
sargento Bergdahl pálido y calvo salió de la parte posterior de la Nissan de un
militante, presuntamente en la provincia fronteriza de Khost, y abordó un
helicóptero Blackhawk estadounidense. En un día, aproximadamente 8,000 millas
al oeste, cinco detenidos del Talibán (al menos dos de los cuales habían
ocupado puestos de liderazgo) abordaron un avión C-17 de transporte militar
estadounidense en la Bahía de Guantánamo, Cuba, y fueron llevados a Qatar,
donde estarían libres pero monitoreados y tendrían restricciones para viajar
durante un año. Cuando Susan Rice, la asesora de seguridad nacional anunció el
intercambio como un triunfo para Estados Unidos, como una prueba adicional de
que el ejército estadounidense no abandona a sus hombres, la frustración de los
soldados que habían buscado a Bergdahl inundó las redes sociales.
En el otoño de 2009, el ejército hizo que los miembros de la
Compañía Blackfoot firmaran contratos de confidencialidad, exigiéndoles que
nunca hablarán sobre el asunto de Bergdahl. Pero cuando las historias de los
soldados que participaron en la guerra de Afganistán empezaron a aparecer en
Twitter y Facebook, seis veteranos del segundo pelotón, entre ellos el
especialista Sutton, fueron reclutados por el estratega republicano Richard
Grenell para hacer diversas presentaciones ante los medios. Fueron llevados a
Nueva York el verano pasado desde Michigan, Dakota del Sur, Texas, Washington y
California y, según Sutton, alojados en un apretujado hotel de Manhattan pagado
por Fox News. Destrozaron a Bergdahl, diciendo ante todo que era un desertor,
pero también, según algunos, un traidor, un simpatizante del enemigo de EE. UU.
y un cobarde.
Muchos de los medios de comunicación políticos convencionales
se unieron con regocijo, especulando sobre los motivos de Bergdahl, sus
opiniones políticas y su religión. También opinaron sobre las opiniones
políticas y las creencias religiosas de sus padres, la “sospechosa” barba de su
padre, la frecuencia con la que hablaban con su hijo. Y, lo que era más
importante para los analistas y los políticos, hablaron sobre si Bergdahl
“había valido la pena”.
Después de que esos soldados y sus familias salieron a la luz
pública, Hailey, Idaho, la ciudad natal de de Bergdahl fue rodeada, y se llamó
al FBI cuando la familia de Bergdahl recibió varias amenazas de muerte. Esta
primavera, con cada actualización sobre su caso, incluyendo las noticias
recientes de que enfrentará cargos por deserción, mal comportamiento y puesta
en peligro de sus compañeros, la #Banda de linchadores de Bergdahl ha sido
incitada de nuevo, rebosando de la justa venganza de aquellos que quieren que
Bergdahl sea encarcelado de por vida, o algo peor. “Las pruebas muestran ahora
mismo que varios soldados estadounidenses fueron muertos mientras buscaban al
hombre”, señaló Bill O’Reilly en su programa de Fox News a fines de marzo.
Esa afirmación no es muy exacta. La verdad completa (que el
ejército envió a soldados de infantería a misiones peligrosas para encontrar a
un soldado del que se sabía que no estaba perdido), es mucho más complicada y
confusa.
Forjadas en el calor político de los estudios de los
noticiarios de televisión, las descripciones mordaces del carácter y el
comportamiento de Bergdahl no se ajustan a lo que ahora dicen de él quienes lo
conocieron mejor. “Era todo un soldado”, señala el amigo de Bergdahl del
segundo pelotón. “Era raro. Era diferente, y por eso no les agradaba a los
demás… Meditaba y hacía cosas budistas, y las personas creían que eso era raro.
Yo soy raro. Todos somos raros a nuestra manera.”
En la política y en la guerra, los mitos simples son más útiles
que las realidades complicadas. Los soldados que buscaron a Bergdahl lo
hicieron sin cuestionarlo, y en su generosidad, invocaron los códigos de honor
esenciales y sagrados del ejército. Las familias y los pueblos pequeños que
perdieron a hombres en esas búsquedas constituyen un poderoso testimonio del
horror y la confusión de la guerra más larga de Estados Unidos. Se merecen un
recuento honesto de lo que les ocurrió a sus hijos y por qué.
Y también lo merece Bowe Bergdahl mientras se prepara para
defenderse contra la acusación de que él fue el causante de sus muertes.