Felicia Marcus, presidenta de la Junta Estatal de Control de Recursos Hidráulicos, en serio trata de convencerme de que el sueño de California no ha muerto.
Manejamos en mi destartalado Volkswagen a través del Valle Central, a pocos minutos al sur de Sacramento, e incluso aquí los efectos de la sequía son impresionantes: las colinas al oeste, usualmente templadas y verdes, están achicharradas y amarillentas. Los campos que se extienden por kilómetros en ambas direcciones también están tostados; se ven como fueran a desmoronarse bajo tus pies. Aquí y allá, los cultivos todavía viven, pero están cercados de muerte por todos lados.
En los últimos años, una sequía ha estrangulado lentamente a California. Las pocas precipitaciones y las altísimas temperaturas han creado un clima históricamente devastador. Un estudio basado en datos obtenidos de los anillos de los árboles sugiere que la sequía actual, que la mayoría considera que empezó por allá de 2011, es la peor que ha visto el área en 1200 años. Previamente, este mes, el Sondeo de Nieve en abril, que California realiza anualmente y que mide la acumulación de nieve en la Sierra Nevada en el día del año en que por lo usual es más alta, encontró solo 5 por ciento del promedio histórico. El mínimo previo, 25 por ciento, se registró el año pasado.
Marcus dice que la buena noticia es que ya nadie niega la realidad; la gente está lista para hablarlo, y piensan que tienen una solución. “En realidad no es un plan confeccionado a la perfección”, admite ella, “pero es una promesa de esta administración sobre lo que vamos a priorizar en los próximos cinco años”.
El gobernador Jerry Brown le echó un ojo a los resultados de la acumulación de nieve y tomó una medida sin precedentes al emitir un decreto que exigía a las ciudades y poblados a lo largo y ancho del estado disminuir el uso de agua en un asombroso 25 por ciento. En una sesión informativa con la prensa el 1 de abril, donde anunció las primeras restricciones obligatorias al agua en la historia de California, habló con aspereza y su típica franqueza tosca: “La idea de tu lindo césped verde recibiendo mucha agua todos los días será cosa del pasado”.
Tomó décadas de trabajo por parte de algunos de los científicos e ingenieros más grandes de Estados Unidos el crear la infraestructura necesaria para abastecer todos esos céspedes exuberantes que Brown verbalmente condenó a desaparecer; California es de muchas maneras el proyecto más grande de geoingeniería en el mundo. Pero hubo una falla fatal en su sistema. “No teníamos idea de cómo funcionaba el ciclo del agua” a principios del siglo XX, dice Jay Famiglietti, un importante científico del agua en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA. “Ni siquiera sabíamos lo que significaba ‘cambio climático’.”
El ecosistema que crearon esos movedores de la tierra a mediados de siglo, tan poderoso cuando hay lluvia y nieve, es por completo impotente cuando se detiene. Y ahora es peligroso.
Bienvenido a la vida en Marte
Durante la mayor parte del siglo XX, California era tanto un ideal como un lugar vendido a los migrantes como un verdadero paraíso: playas, prados vastos y verdes, sol eterno y la media luna fértil de Estados Unidos. Pero eso era una mentira. California no es exuberante; es árida y seca, más parecida a Grecia que a Granada. Ciertamente, la naturaleza no pretendió que allí hubiera cientos de miles de kilómetros de prados y naranjales y huertos de almendros. Tampoco hubiera sostenido a los 38 millones de personas que ahora viven allí. La megalópolis al sur de California que se extiende hacia todas direcciones —blanqueada por el sol y desecada por su calor— es como un asentamiento en Marte: todo lo que necesita para sobrevivir debe traerse de otra parte.
Se requirió de una confluencia única de promoción de irrigación, ingeniería especializada y un apetito por las obras públicas grandes para convertir California en California. Empezó en el norte. San Francisco fue el primer centro urbano del estado, y conforme la ciudad creció, a principios del siglo XX, también lo hizo su sed. En 1916 se comenzó a construir el sistema acuífero de Hetch Hetchy, un proyecto para hacer una presa en el valle del mismo nombre y construir canales para llevar agua al Área de la Bahía. En las siguientes dos décadas, los ingenieros construyeron túneles, presas, embalses, centrales hidroeléctricas y un acueducto de 240 kilómetros; en 1934, el agua empezó a moverse. Fue una de las transportaciones de agua más grandes del mundo hechas por el hombre, para abastecer alrededor de 984 millones de litros por día.
Una nota breve sobre la medición del agua: las probabilidades son que piense en términos de litros. Pero contar litros rápidamente se vuelve imposible cuando se lleva a los niveles de las necesidades de California. La industria de la gestión del agua mide en millones de acres-pies (MAF, por sus siglas en inglés). Se requiere de más de 1 233 000 litros para formar un acre-pie (lo equivalente a 1233 metros cúbicos). Hetch Hetchy, que proveía más de 290 000 acres-pies por año, era grande para su momento, pero no era nada en comparación con lo que vendría después.
El éxito de Hetch Hetchy provocó más proezas de ingeniería impulsadas por algunos de los empresarios más ricos de Estados Unidos (incluidos los dueños del Pacif Fruit Express, una empresa conjunta entre las ferroviarias Southern Pacific y Union Pacific enfocada en enviar productos agrícolas al este) y sus predicadores, quienes tenían diseños para convertir el Valle Central —que tenía sol y suelo, pero no agua— en el edén de la agricultura. A finales de la década de 1930, el Proyecto del Valle Central (PVC) colocó sus primeros embalses y canales.
Hoy, el PVC guarda alrededor de 11 MAF de agua en veintidós embalses y abastece 7.4 MAF por año al Valle Central, irrigando más de un millón de hectáreas de tierras de cultivo. Sacramento siguió su ejemplo en la década de 1960, pues construyó el Proyecto Estatal de Agua (PEA), un sistema de veinte embalses que puede guardar 5.8 MAF, junto con canales que entrecruzan el estado y dan alrededor de 3 MAF por año a más de 25 millones de habitantes y a más de 300 000 hectáreas de tierras agrícolas. Combinadas, estas dos transportaciones atraviesan más de 1900 kilómetros y son por mucho los dos proyectos más grandes en su tipo de Estados Unidos.
Ellos también fueron en gran medida responsables de crear eso que todos pensamos como California. El Proyecto del Valle Central ayudó a convertir el Valle de San Joaquín: de ser un alto desierto pasó a ser el centro agrícola más importante de Estados Unidos (una hazaña asombrosa de arrogancia e ingeniería que la Encuesta Geológica estadounidense llamó “la alteración humana más grande de la superficie de la Tierra”), mientras que el PEA provee una gran proporción de lo que hace habitable Los Ángeles y el Imperio del Interior.
“California [se] asoció con la producción de todos los alimentos que come la gente. Y esa visualización está muy relacionada con el ascenso del sur de California en particular; este paraíso donde solo pueden cultivar naranjas”, dice Robert Chester, un historiador del medioambiente en la Universidad de California, campus Berkeley. “Es la base sobre la cual se cimentó una identidad más amplia… California como la tierra de la oportunidad.”
El ingenio asombroso de estos ingenieros hidráulicos sedujo a los residentes del estado hasta la autocomplacencia: estos asumieron que los geniecillos con protectores de bolsillos siempre podrían encontrar nuevas maneras de llevarles agua. ¿Recortar? ¿Conservar? ¡No en el Estado Dorado! Esa actitud todavía existe en muchos rincones: ha habido propuestas no del todo graciosas de, por ejemplo, construir un ducto enorme desde Alaska hasta el lago Shasta en California y construir un canal para apoyar los flujos del río Colorado (que surte a San Diego y otras ciudades) con aguas del río Misuri.
La ingeniería hidráulica creó “una inercia que cobró vida por sí misma como una panacea”, dice Chester. “Esta misma mentalidad sirve como una miopía cultural que evitó el considerar enfoques alternativos que incorporasen más respuestas prácticas y flexibles al agua limitada”.
Como lo señaló el Instituto Stanford Woods para el Medioambiente en un artículo de 2014, el cambio tecnológico en el sector del agua “por lo general ha estado marcado por el estancamiento” desde la década de 1970. Se puede hacer una comparación notable con el sector de la energía limpia: de 2000 a 2013, 69 000 millones de dólares se invirtieron en energía limpia, y solo 1500 millones de dólares en agua. En la última década, los paneles solares se han vuelto cada vez más eficientes y los autos eléctricos, más populares. En el ínterin, no hemos ideado nuevas tecnologías para aumentar el suministro de agua o reducir la demanda. Además de eso, la infraestructura hidráulica está deteriorándose. El Consejo Urbano de Conservación del Agua de California trabaja con 76 diferentes agencias urbanas de aguas. En 2012 (el último año del que tiene datos), esas agencias perdieron aproximadamente 216 904 millones de litros de agua.
La sequía reciente ha dejado en claro cuán obsoleta se ha vuelto la tecnología hidráulica de California. El lado positivo: también podría ayudar a que California invierta en nueva ciencia que pueda ayudar a salvar el estado de sí mismo.
Beber del inodoro
Tome la carretera interestatal 5 sur a 640 kilómetros de Sacramento y terminará en el condado Orange, llamado así, escribió el historiador local Jim Sleeper, no por la existencia de naranjales, sino por la promesa de un paraíso en el que el cítrico podría, algún día, prosperar. Y lo hizo. Por años, esa promesa se cumplió con aguas traídas desde el norte. Hoy, en el suburbio apropiadamente llamado Valle de la Fuente, una de las soluciones más innovadoras en Estados Unidos para reciclar aguas residuales está liberando al condado de esas importaciones húmedas.
Todo es endemoniadamente brillante en el Sistema de Reposición de Aguas Subterráneas (SRAS). El edificio administrativo tiene techo de tejas españolas rojas y aire acondicionado para satisfacer toda necesidad y sueño de su cuerpo. Hay pulcras vitrinas de trofeos en los pasillos, y al salir, me dan una bolsa de recuerdos que incluye A History of Orange County Water District,un cuadernillo de 85 páginas impreso en papel bond de 32 libras, a todo color. El SRAS es una red prodigiosamente eficiente de miles de ductos resplandecientes, cientos de válvulas neumáticas y otros dispositivos diversos de plomería, todos operando a toda su capacidad con casi nadie a la vista.
El SRAS es el sistema indirecto de agua potable más grande del mundo; produce, en promedio, 215 acres-pies de agua potable por día. Ha estado en operación desde 2008 y es un éxito tan rotundo que ya se está expandiendo: para finales de mayo, aumentará a 307 acres-pies por día. Eso es suficiente, dice el gerente general Michael Markus, para abastecer las necesidades de agua diarias de 850 000 personas, aproximadamente un tercio de los residentes del condado de Orange. “Nos veíamos como genios en 2008 porque estábamos en medio de una sequía”, dice él, “y ahora nos vemos de nuevo como genios”.
El SRAS abastece el condado con una fuente de agua resistente a las sequías, a precios muy razonables: les cuesta a los minoristas de agua solo 478 dólares por acre-pie. Ese precio es bajo por los “subsidios” en la forma de subvenciones de un viejo bono estatal de aguas. Pero si se quita eso de la ecuación, dice Markus, todavía estamos hablando de 850 dólares, muy razonable en comparación con los 1000 dólares por acre-pie que cuesta importar agua del río Colorado y el norte de California. También requiere de solo la mitad de la energía que el agua importada.
La plomería es abrumadora, pero la ciencia y las implicaciones en la política de aguas son muy sencillas. El Distrito de Sanidad del condado está obligado, por ley, a tomar las aguas residuales de las casas (lavabos, regaderas, inodoros) y tratarlas al grado de que sean lo bastante limpias para verterse en el océano. Ello, por supuesto, es una tarea enorme… y un gran desperdicio. Así que, más bien, el agua tratada es enviada al SRAS, que la hace pasar por un proceso adicional de purificación de tres etapas: microfiltración física (para retirar sólidos, protozoarios, bacterias y virus), ósmosis inversa (hacerla pasar por membranas semipermeables en un continente presurizado para retirarle sales disueltas, químicos orgánicos, fármacos e incluso los virus más diminutos) y tratamiento UV (para desinfectar el agua y destruir cualesquiera compuestos orgánicos diminutos restantes). Al final, se le han eliminado completamente todos los contaminantes; el SRAS hace pruebas de 7400 compuestos como lo exige su permiso estatal. El producto final probablemente sea más limpio que lo que sale de nuestros grifos.
El SRAS es “el secreto mejor guardado del condado Orange”, dice James Herberg, gerente general del Distrito de Sanidad del condado. Aun cuando hay plantas pequeñas de reciclaje de aguas residuales en California, ninguna se acerca ni remotamente a la magnitud del proyecto del condado Orange. Hay muchísimas razones del porqué, pero principalmente porque no ha habido mucho apetito por invertir en la tecnología de reciclaje de aguas.
Pero esta sequía brutal ha generado muchas imitaciones esperanzadoras. Marcus, la presidenta de la Junta Estatal de Control de Recursos Hidráulicos, dice que el Bono de Aguas de 2014 incluye 800 millones de dólares en 1 por ciento de financiamiento a proyectos de aguas residuales, y solicitudes con valor de 1500 millones de dólares ya se han presentado. “Espera una explosión” en el reciclaje de aguas residuales en los años por venir, dice. Ya por lo menos diez proyectos sustanciales de reúso potable se están desarrollando, de los cuales el más grande se planea en San Diego. Halla Razak, directora de servicios esenciales públicos de esa ciudad, dice que en noviembre les dieron luz verde. En veinte años, añade, un tercio del agua de San Diego provendrá del reúso potable.
El Instituto Pacífico, un instituto de investigación sin fines de lucro que se enfoca en problemas del agua, calcula que la adopción a nivel estatal del reúso eficiente de las aguas residuales podría ahorrar de 1.2 a 1.8 MAF cada año. “No descargarlas en el mar sería una medida fantástica”, dice Melissa Meeker, directora de Water-Reuse, una organización no gubernamental enfocada en la promoción de un reciclaje de aguas más eficiente. “Eso es como agua gratuita.”
Agua salada en sus heridas
Por supuesto, hay otra fuente de agua gratuita, casi al alcance de la mano de las ciudades más grandes del estado y no demasiado lejos de las tierras agrícolas: el océano Pacífico. Con casi 165 millones de kilómetros cuadrados, cubre casi un tercio de la superficie del orbe y hace parecer insignificantes las hectáreas de agua que se bombean por toda California: la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica calcula que contiene 660 millones de kilómetros cúbicos, o alrededor de 535 billones de acres-pies.
El problema es, por supuesto, que no se puede beber nada de ella. El agua marina también mata las plantas vivas, por lo que es inútil para la agricultura. Desalinizar el agua marina a un costo económicamente viable desde hace mucho ha sido el cáliz sagrado de la seguridad acuífera. Y proyectos recientes sugieren que podríamos estar acercándonos.
En las Antillas Neerlandesas, en el Caribe, ha habido plantas desalinizadoras desde 1928; hoy, Aruba tiene la tercera planta más grande del mundo. En los países con poca agua de Oriente Medio, la desalinización es la diferencia entre la vida y la muerte. Por ejemplo, Arabia Saudí gastó 7200 millones de dólares para construir la planta desalinizadora más grande del mundo, capaz de producir alrededor de mil millones de litros de agua potable cada día. En Israel, 40 por ciento del agua potable del país proviene de la desalinización, y se espera que varios proyectos en marcha aumenten eso a 70 por ciento para 2050.
Hay dos mil plantas desalinizadoras en Estados Unidos, pero la mayoría son diminutas y satisfacen solo las necesidades de una fábrica aquí y allá. Todo intento importante en el país ha sido problemático. En Florida, una planta que puede producir 94 millones de litros por día se inauguró en 2008 en el área de la Bahía de Tampa, pero tardó seis años más y costó 40 millones de dólares más de lo que se esperaba para construirla y rara vez opera a toda su capacidad. Una planta con capacidad de 11 millones de litros por día y construida en la elegante y carísima Santa Bárbara durante la sequía de 1987 a 1992 se completó poco antes de que unas lluvias torrenciales inundasen California en 1993. La planta cerró y no ha funcionado desde entonces.
Pero más abajo en la costa, la primera inversión real de California desde entonces en la tecnología floreciente está a punto de entrar en operación. En el límite sureño de Carlsbad, una franja próspera y adormilada de vida suburbana costera del norte de San Diego, se halla el playón de obra del Proyecto de Desalinización de Carlsbad con valor de 1000 millones de dólares. En la puerta, a un tiro de frisbee del brillante y muy mojado Pacífico, me encuentro con Peter MacLaggan, el desgarbado y asoleado vicepresidente de Poseidon Water. Él me dice que la planta se planeó originalmente para ser inaugurada en 2016, pero la sequía ha acelerado las cosas, y podría empezar a bombear agua tan pronto como el próximo mes.
MacLaggan ha padecido toda su vida en San Diego la falta de agua. Cuando le pregunto sobre las sequías previas, me dice que lo que más recuerda es un lago en la propiedad familiar de un amigo, al este. Durante la sequía, a finales de la década de 1970, este se secó, y lo que quedó estaba “tan lleno de peces que si arrojabas una roca toda la cosa empezaba a vibrar. Había bagres que simplemente se rendían y saltaban fuera del agua”.
El gran problema ahora, dice, es que San Diego depende demasiado del agua importada: 85 por ciento proviene del río Colorado o del norte. La ciudad se ha movido de manera constante a la reducción de su dependencia en esa agua foránea. Ahora ese proceso se acelerará. “San Diego en verdad se verá más como era hace setenta años, cuando toda nuestra agua era local”, dice MacLaggan. “Vamos a reciclar toda gota que tenemos, y obtener el resto del océano.”
Una de las mayores críticas a la desalinización es que consume una cantidad enorme de energía. Pero sus proponentes dicen que eso es una creencia mal informada y basada en información obsoleta. En el proyecto
Carlsbad —diseñado con el asesoramiento de IDE Technologies, una compañía israelí que construyó y administra tres de las plantas desalinizadoras de ese país— hay unidades de recuperación de energía que toman casi toda la energía latente que se acumula en las bombas presurizadas y las redirige para otros usos.
MacLaggan dice que funciona más o menos como el frenado regenerativo con el que vienen los autos eléctricos y lo llama “algo revolucionario”. Él usa esta frase muchísimo. “Solía empujarse el agua a través del sistema de filtrado dos veces para hacerla potable; ahora es una” (algo revolucionario). “Antaño, las membranas del filtro duraban tres años; ahora obtienes de ocho a diez” (algo revolucionario). “Las membranas también son muchísimo mejores y necesitas menos de ellas” (algo revolucionario).
Si funciona, espera que plantas similares crezcan como hongos arriba y debajo de la costa del Pacífico. Por lo menos dieciocho ya están en marcha, incluidos proyectos grandes en Huntington Beach en el condado de Orange, Camp Pendleton (una base de los infantes de marina a unos 13 kilómetros al norte de Carlsbad) y el condado de Monterey. Y en lo que podría interpretarse como un referendo sobre la tecnología, Santa Bárbara está poniendo de nuevo en marcha su planta desalinizadora. “Tenemos suficiente [agua] para llegar a 2017”, dice Joshua Haggmark, administrador de agua de la ciudad en Santa Bárbara. “Pero luego nos iremos al precipicio proverbial si no somos capaces de provocar la desalinización o la lluvia”. Bueno, no se puede comprar la lluvia, pero 40 millones de dólares de capital más 5.2 millones en costos anuales de operación le pueden comprar a Santa Bárbara suficiente desalinización para 30 por ciento del agua potable de la ciudad.
Haggmark y otros proponentes confían en que la desalinización se volverá más eficiente en costos, y pronto. El costo se ha reducido considerablemente en los últimos veinte años, a pesar de la poca inversión en tecnología. “Si California empezara a invertir en desalinización, se vería un salto en la inversión en tecnología”, dice Haggmark. “Veríamos a los administradores del dinero canalizar más dinero allí, y veríamos investigación y desarrollo continuos.”
Pero muchos expertos en política de aguas no son tan optimistas. Ellos señalan los fracasos de la Bahía de Tampa, Santa Bárbara y Australia. “Los australianos invirtieron mucho en [instalaciones de] desalinización durante la sequía del milenio, y la mayoría de ellas no se usan al momento” porque los costos de energía todavía son altísimos, dice Ellen Hanak, alto miembro del Instituto de Política Pública de California y directora de su Centro de Política de Aguas. Añade que la desalinización tiene sentido solo en lugares como Oriente Medio, donde no hay alternativas más baratas.
“El costo de la desalinización es motivado por tres cosas: el costo de la tierra, la energía y la infraestructura”, dice Newsha Ajami, directora de política urbana de aguas en el programa Agua en el Oeste de la Universidad de Stanford. Para que la desalinización funcione económicamente, explica, se necesita eliminar uno de esos costos. Por ejemplo, Israel tiene una de las aguas desalinizadas más baratas, y cuando se revisan los números, es “porque la tierra básicamente está socializada”. La planta Ashkelon se construyó en tierras que el gobierno israelí proveyó sin ningún costo. De forma similar, en la península arábiga, tanto la tierra como el combustible son baratos y abundantes.
Por otra parte, la tierra en la California costera es notablemente costosa, y los combustibles fósiles siguen siendo relativamente costosos. Pero hay otra fuente de energía que California tiene en abundancia: sol.
El cementerio de almendros
Me reuní con Garrett Rajkovich y su hijo Nick en una gasolinera y comedero rápido de la interestatal 5 en el condado de Fresno. Rajkovich es nieto e hijo de granjeros. Sus abuelos llegaron desde la antigua Yugoslavia para asentarse en el condado de Santa Clara; allí cultivaron chabacanos y pasas. Cuando GE, Hewlett-Packard y otras de las primeras compañías tecnológicas se mudaron allí y el área se convirtió de granjas en suburbios, su padre trasplantó la granja familiar al Valle de San Joaquín. Hoy, Rajkovich cultiva 485 hectáreas aquí, no muy lejos de donde el pavimento se encuentra con la tierra, y donde se han plantado letreros pidiendo que se le ponga fin al “tazón del polvo creado por el Congreso”.
En meses recientes, las grandes compañías agrícolas han sido muy atacadas por su participación en la actual escasez de agua. Según la Junta Estatal de Control de Recursos Hidráulicos, las granjas usan 32.3 millones de acres-pies de agua anualmente, alrededor de 40 por ciento del agua total del estado —u 80 por ciento del agua usada por los humanos (el resto en su mayoría fluye sin impedimentos, una cobertura contra el desastre medioambiental legalmente obligatoria)—, pero solo equivale a 2 por ciento de los 2.2 billones del producto interno bruto del estado. Ahora todos saben que se requieren cuatro litros de agua para hacer crecer una almendra, y muchos usan eso como un grito de lucha, pidiendo al gobernador que suprima todavía más el uso del agua para agricultura.
Sin duda, dice Karen Piper, historiadora del agua de la Universidad de Misuri, “necesitamos replantear cómo se hace la agricultura en California”. Allí hay, explica, una larga historia de uso derrochador del agua en el sector agrícola. Tan pronto como se desarrolló el PVC, las pequeñas granjas a lo largo y ancho del Valle Central se vieron motivadas a usar el agua importada para irrigar sus cultivos, y fueron incentivadas a hacer un uso liberal. “Si ellos no usaban esa agua, [la Oficina de Recuperación de Estados Unidos] decía que era agua desperdiciada, y se la daban a alguien más”, dice Piper.
Hoy, la eficiencia ha mejorado, pero no exactamente de una manera que ayude a mantener arriba el suministro de agua. “Ellos están cultivando prácticamente el doble en valor de cultivos del que producían hace una década precisamente porque se han vuelto más eficientes”, dice Marcus. “Es un milagro de alimento y fibra.” Pero, añade, “no han aplicado esa eficiencia de vuelta en el medioambiente”. El Instituto Pacífico calcula que podríamos ahorrar la asombrosa cantidad de 5.6 a 6.6 MAF cada año al aplicar medidas de eficiencia —por ejemplo, irrigación por goteo e inteligente— a escala estatal. Peter Gleick, director del instituto, es uno de muchos expertos en política de aguas que ha pedido un decreto a escala estatal que exija estándares agrícolas más eficientes.
Mientras tanto, las granjas han sido obligadas a reducir significativamente su uso de agua. En las ciudades, desde Sacramento hasta San Diego, entra en cualquier negocio u hogar y abre el grifo. Hay muchas probabilidades de que fluya sin impedimentos. Pero muchas granjas, incluida la de los Rajkovich, han operado con cero agua ya por dos años. El año pasado, el PVC no soltó agua; de forma similar, el PEA suministró solo 15 por ciento de su asignación planeada en 2014. Como resultado, alrededor de 5 por ciento de las tierras cultivables del estado fueron obligadas a quedarse sin explotar, resultando en pérdidas por más de 2000 millones de dólares y de 17 000 empleos. Este año, el grifo del PVC se secará de nuevo, y los suministros del PEA se limitarán a 20 por ciento de las cantidades contratadas.
Como en cualquier industria, la agricultura tiene ganadores y perdedores. Los almendros, cerezos y las vides de Rajkovich, sembrados hace unos ocho años, crecieron con agua del PVC. Su asignación en 2014: cero. Este año será igual. Y aun cuando algunos granjeros han sido capaces de aprovechar las cuencas subterráneas no reguladas debajo de sus tierras, Rajkovich no ha tenido tal suerte. “Hemos perforado varios pozos con miles de pies de profundidad, y están perfectamente secos”, dice él.
Me pasea por lo que ahora es un cementerio de almendros, forrado cuidadosamente de árboles muertos o moribundos. “Este será el segundo año que no ha sido regado, así que estos árboles están, para todo propósito práctico, muertos, aun cuando tengan unas pocas hojas verdes en ellos”, dice Rajkovich. “No hay cosecha, y no hay esperanza de salvarlos.” Así que ideó una alternativa: arrancar los huertos (si puede reservar una de las compañías que lo hacen; sus agendas están llenas hasta el próximo año) y plantar un nuevo tipo de cultivo.
Me lleva en coche por la interestatal 5 y a través del Acueducto de California (“lo más bajo que lo he visto”, dice). Unos cuantos kilómetros después, avanzamos furtivamente hacia el proyecto North Star, una granja solar de 242 hectáreas y 60 megavatios que se construye en tierras agrícolas viejas e improductivas. Si uno entrecierra los ojos, las filas de celdas fotovoltaicas montadas en sus postes de metal no se ven muy diferentes de los almendros elegantemente alineados de él. Rajkovich se maravilla de que el estacionamiento esté lleno de autos. First Solar, la compañía que desarrolla el proyecto North Star, dice que ha generado cuatrocientos empleos en construcción que durarán hasta su terminación este verano, y que habrá cincuenta empleos permanentes en el lugar.
Mientras tanto, no hay trabajo en la granja de Rajkovich. “Probablemente perdimos cuatro o cinco empleados de tiempo completo que están aquí todo el año”, dice, “pero estacionalmente vamos a perder cientos”. Ya ha empezado a conversar con los desarrolladores solares. “No es ni remotamente tan lucrativo como un huerto de almendros produciendo a toda su capacidad”, dice Rajkovich. “Sin embargo, es mejor que nada.”
Ese también podría ser el futuro del Valle Central. Las investigaciones recientes sugieren que la infraestructura existente en California podría soportar el suficiente equipo solar para exigir las demandas actuales de energía del estado hasta en cinco veces, o tal vez abastecer lo que se necesita para un nuevo desarrollo con mucho consumo de energía como el tratamiento de aguas residuales y las plantas desalinizadoras. El equipo de la Institución Carnegie para la Ciencia que hizo ese cálculo descubrió que alrededor de 5.2 millones de hectáreas podrían convertirse en granjas solares sin afectar el medioambiente. En los últimos dos años, 161 800 hectáreas de tierras agrícolas californianas se han vuelto improductivas, y ahora son adecuadas para este fin.
“Mi hijo”, dice Rajkovich, “probablemente sea un granjero solar en vez de un granjero de almendras. Ese es el futuro”.
La sequía de datos
Todos a lo largo y ancho del estado, desde la costa hasta el pie de la sierra, están de acuerdo: no hay una receta mágica para lidiar con la escasez de agua, pero el estado podría sobrevivir si puede deshacerse de su cultura mal dirigida de abundancia.
La gente debería dejar de poner paisajes con mucho consumo de agua en sus patios traseros y los parques locales, y permitir que los que hay tengan una muerte noble. Esas alfombras verdes de manufactura humana usan alrededor de 4165 millones de acres-pies de agua por año —10 por ciento del agua del estado— y proveen poco en términos de valor. España, Italia, Sudáfrica, Chile e Israel han aprendido a vivir sin prados ornamentales. Los californianos también pueden. “Tenemos que alejarnos de la idea de que tener un césped bonito es algo bueno, y acercarnos a la idea de que tener un césped bonito es algo malo”, dice Gleick. “Las preferencias y conductas de la gente sí cambian con el tiempo; vea los cinturones de seguridad y el tabaquismo. Podemos cambiar la forma en que la sociedad valora ciertas cosas.”
La tecnología tendrá un papel clave en la acción hacia la eficiencia. El estado necesita reparar o reemplazar sus plantas de tratamiento de aguas obsoletas y vetustas con lo más novedoso y mejor. También debería considerar maneras expansibles de mejorar la eficiencia del sistema en todo nodo. Por ejemplo, Sacramento podría exigir plomerías eficientes en todas las construcciones nuevas. “Es más sexi visitar una planta desalinizadora que un inodoro de bajo caudal”, dice Gleick, “pero tendremos mucha más agua a un costo muchísimo menor si instalamos inodoros de bajo caudal”.
California también podría ahorrar mucha agua si quienes toman las decisiones sobre el agua no trabajaran a ciegas. Casi todo experto en política de aguas con quien hablé me dijo que la clave de un futuro con seguridad en agua en California es mejorar el monitoreo y reportar los requisitos. Necesitamos, por lo menos, alcanzar los estándares que otros países escasos de agua han establecido.
“Te puedo decir justo ahora la condición de toda instalación de almacenamiento [de agua] importante en Australia, en mi aplicación en mi teléfono”, dice Marcus. Contraste eso con California: Sacramento tiene poca noción de cómo se usa el agua en partes remotas del estado donde la administración local del agua actúa en respuesta a las necesidades de sus votantes, y no necesariamente a las de sus vecinos. Entre la información más importante que hace falta está cuánta agua es desviada a canales superficiales, como el Acueducto de California, y los acuíferos de aguas freáticas.
“Si California supiera lo que los californianos saben sobre el agua, la administración y el diseño de políticas serían mucho más fáciles”, escriben los autores de un reporte reciente del Instituto de Política Pública de California. Por años, el estado no tuvo que hacerlo; siempre hubo suficiente agua fluyendo por allí, y cuando no la hubo, siempre hubo esa eterna confianza californiana de que las lluvias estaban en camino. Pero, como dice Hanak, “ya no tenemos el lujo de arreglárnoslas con desperdicio en el sistema”.
La meta del decreto de Jerry Brown, combinado con el bono de agua por 7545 millones de dólares del año pasado en la sección de Abastecimiento y Fiabilidad del Agua y la Ley de Administración Sustentable de Aguas Freáticas de 2014, es ponerle fin a esta desatención. Esto exige un reporte mejorado del uso del agua a lo largo y ancho del estado y castigos más estrictos al mal uso y abuso del agua. También crea incentivos para la eficiencia y aparta una cantidad significativa de dinero para invertir en la innovación hidráulica.
No hay manera de predecir si todos estos castigos y recompensas ayudarán, pero hay mucho optimismo en el Estado Dorado en que este todavía no está acabado. Mientras manejamos a través del condado de Yolo, donde se cultiva el 90 por ciento de los tomates enlatados y procesados del país, Marcus me dice que la actual Junta de Control de los Recursos Hidráulicos está lista para hacer las cosas. “Algunas personas nos llaman el equipo de ensueño. Otras personas probablemente estén aterrorizadas con nosotros. Pero la conclusión es que somos solucionadores de problemas y la fuerza que nos impulsa es el tomar decisiones. Sé que lo perfecto es enemigo de lo bueno.”
Luego ella extiende su brazo a la altura de mi pecho para señalar algo, y me vuelvo para ver por la ventanilla del chofer lo que parece ser un huerto recientemente plantado, con filas de árboles frutales de solo medio metro de altura. Marcus se disculpa. “Perdón, quiero que veas el camino”, dice. “Pero no quería que te perdieras los árboles bebés.”