El acto en Perugia se desarrolló como una versión a color de la perturbadora escena de la muchedumbre histérica en la película Frankenstein: los lugareños indignados toman por asalto el castillo para matar al monstruo que los ha estado aterrorizando. Pero este monstruo era una linda estudiante estadounidense de intercambio, conocida a veces como Foxy Knoxy, y los lugareños eran italianos contemporáneos, incitados hasta el extremo por los titulares de los tabloides sobre rutilantes rituales satánicos y perversiones sexuales.
En 2009, dos años después del asesinato de una estudiante británica hallada medio desnuda y degollada, y luego de un juicio de un año de duración, un juez y un jurado de Perugia condenaron a Amanda Knox y a dos personas más por asesinato a mezzanotte (medianoche). Con una fría niebla serpenteando en la Piazza adoquinada, dieron su veredicto en una sala de tribunal medieval, sentados debajo de un deteriorado fresco de la Madonna, lo cual podría explicar por qué todos los abogados de la sala invocaron a Dios en sus alegatos finales. Los canales de televisión italianos, británicos y estadounidenses informaron el desenlace en alertas de última hora mientras que, en el exterior, una turba gritaba, “¡Assassina americana!”, y entraba en tropel hacia las puertas del juzgado; solo faltaban las antorchas y los tridentes para que la escena fuera digna de una película de Boris Karloff.
Knox languideció en una prisión italiana durante cuatro años antes de que un juez anulara su condena. Cuando fue liberada, huyó inmediatamente de vuelta a Seattle, donde vive su familia y donde ella reside en la actualidad. Pero cuánto tiempo podrá quedarse, e incluso si podrá casarse con su prometido, son cuestiones que quedaron de repente en el aire. En la audiencia de apelación, programada para el 25 de marzo, se espera que los jueces italianos emitan un fallo final sobre si Knox asesinó a su compañera de habitación en Perugia hace casi ocho años. El fallo podría parecer desconcertante para aquellas personas que creían que el caso ventilado en los tabloides había sido resuelto, pero el Palazzo de la justicia italiana tiene muchas habitaciones, y se espera que la Corte Suprema di Cassazione, que es el tribunal supremo de Italia, restablezca la condena y convierta a Knox en fugitiva de la justicia.
El caso captó la atención mundial en 2007. ¿Y cómo no iba a hacerlo? Tenía un elenco internacional y una escabrosa teoría sobre una linda villana que asesinó a una víctima igualmente hermosa la noche después de Halloween, en lo que el fiscal describió inicialmente como un juego sexual oculto que salió mal. El caso resultó ser un tesoro oculto para los índices de audiencia de la televisión estadounidense y un deleite absoluto para los famosos tabloides del Reino Unido, así como para los periódicos italianos que consideraron el caso como un ejemplo de la arrogancia y la depravación estadounidenses.
Meredith Kercher, de veintiún años, originaria del Reino Unido y que estudiaba su primer año en el extranjero como alumna de la Universidad de Perugia, murió de una herida de cuchillo en la garganta y fue abandonada medio desnuda en su dormitorio cerrado con llave en una casa de piedra asentada a un lado del centro histórico de Perugia, con su famoso arco etrusco y sus iglesias medievales, ricas en obras de los maestros medievales y renacentistas. La mañana siguiente, Knox, una de las tres mujeres que compartían el departamento con Kercher, fue la primera en llegar a la escena. Afirma que volvía a casa después de pasar la noche en la casa de su novio.
Cuatro días después, la policía arrestó a Knox, que entonces tenía veinte años, después de interrogarla toda la noche y de emitir dos declaraciones que ella había firmado y en las que admitía haber estado en la casa cuando Kercher fue asesinada. También arrestaron a quien había sido su novio italiano durante aproximadamente dos semanas, Raffaele Sollecito, de veintitrés años, así como al músico y propietario de un bar local, de treinta y ocho años, llamado Patrick Lumumba, originario del Congo. Los organismos de ejecución de la ley anunciaron que los tres habían matado a Kercher juntos. La presentación de los acusados ante los medios en Perugia terminó sin mucha información, así que la prensa acreditada acudió directamente a las redes sociales, donde descubrió un verdadero tesoro de materiales, entre ellos, el sobrenombre de Knox en MySpace, Foxy Knoxy, así como fotografías de Kercher, la víctima, vistiendo un traje de vampiro con sangre falsa chorreándole en la barbilla, y de Sollecito con un traje de Halloween: un médico loco que empuña una cuchilla de carnicero. Pocas semanas después, la policía liberó a Lumumba, quien tenía una coartada, y arrestó a otro afroitaliano, Rudy Guede, que entonces tenía veintiún años, cuyas huellas digitales y ADN eran los únicos que aparecían en la habitación donde se cometió el asesinato. La policía y la fiscalía filtraron pruebas a la prensa de forma selectiva.
Llegué a Italia en 2009, esperando escribir un libro acerca de esta chica universitaria estadounidense que lucía como una modelo de J. Crew convertida en Charlie Manson, en una de las cunas del arte renacentista. Tras un mes de recorrer los vertiginosos senderos y las plazas de la ciudad, entrevistando a abogados, policías y testigos, supe que los numerosos “hechos” sobre los que se informó en la prensa acerca del caso (paredes de baño manchadas de sangre, una escena del crimen lavada con blanqueador, estudiantes atrapados con un balde y un trapeador) no estaban en el registro del tribunal. La “confesión” de Foxy Knoxy no parecía una confesión si se leía en su totalidad. No importaba: la historia se desarrollaba rápidamente en formas cada vez más excitantes. Las autoridades de Perugia filtraron el diario que Knox escribió en la cárcel, el cual supuestamente estaba lleno de relatos sexuales, pero en el que en realidad manifestaba su temor de ser violada por un amenazante guardia.
Durante mis diez meses en Perugia, en muchas sesiones con Giuliano Mignini, fiscal de Perugia, en su oficina llena de medicinas para la congestión nasal, modelos de juguete de carabineros en uniforme y retratos de fiscales italianos asesinados por la mafia, hablamos de su teoría del crimen, que cambiaba frecuentemente en relación con el motivo: en ocasiones, la causa había sido el robo, en otras, los celos entre mujeres, y en otras, simplemente la depravación sexual. También realicé docenas de entrevistas con otros abogados involucrados en el caso, me comuniqué con los acusados, entrevisté a sus familias y amigos y, junto con un equipo de investigadores, examiné los registros del tribunal y las declaraciones de los testigos de la policía. Al final, llegué a la conclusión de que el caso contra Knox se construyó con base en un trabajo policial deficiente y en el sesgo de tipo legal, personal, de género y nacional. Creo que cada elemento de las pruebas circunstanciales contra los estudiantes puede ser explicado por la predecible confusión de una persona ingenua en un país cuyas leyes y costumbres sociales no comprendía, siendo interrogada por la policía en un idioma que apenas hablaba. Hubo un trabajo policiaco deficiente y un apresuramiento por parte de la fiscalía en un pequeño pueblo bajo una intensa presión mediática, y el fiscal culpó a Knox al tiempo que pasaba por alto a otros sospechosos más plausibles. Escribí en mi libro que la condena de Amanda Knox era una injusticia.
Si el tribunal italiano restablece su condena, el caso dejará de ser un escándalo de sexo y asesinato para convertirse en un enfrentamiento diplomático entre Estados Unidos e Italia. Teniendo en cuenta los riesgos actuales, cabría suponer que el tribunal italiano tiene una base sólida para rechazar la resolución del juzgado de primera instancia, algún sorprendente elemento de prueba. Esto no es así.
Una alfombra de baño
manchada de sangre
Para comprender este relato tan rebuscado e incesantemente tortuoso, debemos comenzar con Perugia, un pueblo amurallado en la montaña en la región de Umbría que ha estado habitado durante tres mil años y que alberga algunas de las más grandes obras del arte y la arquitectura de la civilización occidental, entre ellas, obras maestras de Perugino, Giotto y Rafael. Aunque es culturalmente sofisticada, la ciudad es también lejana y provincial. Desde el momento en que el fiscal miró el cadáver ensangrentado de Kercher, el caso se vio imbuido de los rumores típicos de un pueblo pequeño, el folclor local, ideas esotéricas y símbolos religiosos. Los periódicos italianos especularon que el caso se vinculaba con los masones, la alguna vez poderosa sociedad secreta ligada a los misteriosos Caballeros Templarios, una orden ascética que residió en Perugia alrededor del año 1400. Actualmente, existen más masones per cápita en Perugia que en ninguna otra ciudad italiana.
Los habitantes actuales de la ciudad amurallada se sienten sitiados por los inmigrantes y los criminales. Pandillas marroquíes y albanesas vagan por sus calles y resuelven sus disputas a navajazos; sindicatos internacionales envían heroína dirigida a Roma a través de su estación de tren; y prostitutas en minifalda y botas altas ofrecen sus servicios en las calles de la zona industrial en los llanos debajo del pueblo, situado en lo alto de la colina.
Nadie estaba más imbuido de la tradición local y alarmado por el doble cerco que Mignini, un perusino de toda la vida, quien vio en la sangrienta escena del crimen señales ominosas de un depravado culto ritual. Me dijo que sabía desde el principio que el culpable era casi indudablemente un extranjero. También sospechaba que otra persona, a la que nunca se atrapó, estaba en la escena, dirigiendo la acción como un maligno maestro de ceremonias.
Siendo un católico devoto, conocido por haber consultado a un vidente religioso en un caso previo, Mignini estaba a la caza de algo asombroso, y lo halló en el caso de Knox: desde el día del asesinato (el día de Todos los Santos, cuando los italianos visitan los cementerios y colocan flores en las tumbas familiares) hasta Amanda Knox misma, una extranjera de ojos claros quien pudo haber sido el modelo real de la Madonna delle Grazie de Perugia, una pintura de gran formato del siglo XV ante la cual muchas generaciones de perusinos se habían arrodillado, colmándola de ofrendas votivas simbólicas. Un cartel de la Madonna del pueblo cuelga detrás del escritorio de la oficina del fiscal.
Knox, la encantadora doppelgänger de esa Madonna, nació y creció en una familia separada, en una sección suburbana de Seattle habitada por inmigrantes, megaiglesias y tiendas de cobro de cheques. Knox era una buena estudiante y tenía facilidad para los idiomas, por lo que pudo pagarse un semestre de estudio del idioma italiano en la Università per Stranieri (Universidad para Extranjeros) en Perugia durante su tercer año en la Universidad de Washington. De acuerdo con sus amigos, no era más fiestera que cualquier otra universitaria de su edad, una chica que fumaba un poco de hierba, una hippie ingenua y de espíritu libre a quien le gustaba acampar.
Después de llegar a la escena del crimen la mañana en que fue hallado el cuerpo de Kercher, Knox estuvo en la casa durante varias horas antes de llamar a la policía. Ha afirmado constantemente que pasó la noche en la casa de su novio, que quedaba a unos cuantos pasos, y que regresó por la mañana para ducharse. Dice que la puerta exterior de la casa estaba sin cerrar con llave. Dentro, vio la puerta de Kercher cerrada y una alfombra de baño manchada con sangre en el baño, pero de todos modos se duchó. Regresó a la casa de su novio, y lo llevó a la casa una hora después. Fue entonces cuando notaron que la ventana de uno de los cuatro dormitorios estaba rota y llamaron a la policía.
Aquella noche, en la estación de policía, donde los otros dos compañeros de habitación de Knox y Kercher se reunieron con varios de los amigos de la víctima, algunos observaron que Knox no lloró.
A diferencia de los compañeros de habitación italianos de Knox, que acudieron a la estación de policía acompañados de sus abogados en las horas que siguieron al descubrimiento del cadáver, Knox y Sollecito volvieron repetidamente a la estación de policía para ser interrogados sin la presencia de sus abogados. Ella nunca pidió un abogado, nunca hizo contacto con la embajada estadounidense, y le dijo a su madre que estaba cooperando con tanta disposición porque creía que la policía necesitaba su ayuda. Por supuesto, ella ignoraba que la policía ya había intervenido su teléfono y el de su novio.
La policía sospechó casi inmediatamente de la bulliciosa estadounidense de pelo castaño. Se acurrucó con su novio en el jardín mientras la policía examinaba la escena del crimen, una imagen que la televisión italiana capturó y reprodujo incesantemente en los meses que siguieron. Hizo algunos estiramientos de yoga en la sala de espera de la policía, y los amigos británicos de Kercher dijeron que realmente nunca pareció lamentar su brutal muerte.
La policía llamó a Knox durante cuatro días consecutivos para lo que ella creía que sería una ayuda. El cuarto día, la policía la interrogó toda la noche. Por la mañana, aparecieron con una declaración firmada y escrita a máquina en la que Knox dijo que pensaba que había estado en la casa mientras Kercher era asesinada; había escuchado gritar a su compañera de habitación y declaró que Patrick Lumumba, un apreciado músico local y propietario de un bar, estaba en la habitación de Kercher con ella.
La policía de Perugia llevó a cabo el interrogatorio del que se derivó la confesión en una habitación equipada para realizar grabaciones de audio y video, pero nunca produjo ninguna grabación de esta maratónica sesión con Knox, haciendo que la declaración fuera inadmisible en el tribunal de primera instancia (aunque el Tribunal Superior ordenó a los jueces de apelación que la tomaran en cuenta de todos modos). Knox afirma que los policías la amenazaron esa noche con treinta años de prisión, insistieron en que sabían que había estado en la casa y la golpearon para hacerla decir que estaba ahí con Lumumba. La policía estaba obsesionada con Lumumba porque había sido la última persona a quien Knox había enviado un mensaje de texto la noche del asesinato, donde escribió la versión italiana de “nos vemos después”, una despedida común en inglés, pero que, según la policía italiana, significaba que se reunirían más tarde esa noche para matar a Kercher.
Una amigable traductora que trabajaba para la policía también la animó a confesar, explicándole que cuando ocurren sucesos traumáticos, la memoria falla. Después de su arresto, Knox escribió en una libreta que no estaba segura de los recuerdos descritos en su declaración firmada, pero no se retractó oficialmente de su afirmación de que Lumumba había estado en la casa. Podría haber tenido una muy buena razón para dudar de sus recuerdos de aquella noche: ella y su novio habían estado fumando hachís diariamente, es decir, pasaron los siete días y noches anteriores al crimen envueltos en una niebla de cannabis.
La Suprema Corte italiana dictaminó que la confesión de Knox no podía ser usada en el juicio, pero estuvo tras ella a partir de aquel día porque, en Italia, los casos civiles presentados por las víctimas contra acusados de delitos se desarrollan simultáneamente con los casos penales, y esa confesión sería admisible en los procesos civiles. En Perugia, la declaración fue considerada prácticamente por todo el mundo como la prueba definitiva de la culpabilidad de Knox. Y los expertos legales dicen que una confesión, incluso si es falsa y forzada, corrompe permanentemente el juicio y destruye al acusado. “Todo cambia después de la confesión, desde la interpretación hasta las pruebas y los testigos legos”, afirma Saul Kassin, criminólogo de la Universidad John Jay y experto en confesiones falsas y sus efectos.
Además de esta sospechosa confesión, la policía tenía pocas pruebas en contra de Knox. Ninguna prueba física científicamente creíble pone a Knox o a su novio en la habitación donde ocurrió el asesinato. Compárese esto con Guede, el afroitaliano que huyó a Alemania un día después del asesinato. Sus huellas digitales y su ADN fueron encontrados en la habitación, y su ADN en el cuerpo de Kercher.
En un intento desesperado por explicar la falta de huellas digitales o de ADN en la habitación donde ocurrió el asesinato, los investigadores postularon que los estudiantes las habían borrado, dejando milagrosamente solo las huellas y el ADN de Guede. Cuando llegó el momento de identificar el arma homicida, uno de los oficiales de policía sacó un gran cuchillo de cocina de un cajón de cuchillos en la casa de Sollecito, seleccionándolo, según testificó, basado en su “instinto”. Ese cuchillo permaneció durante seis días en una caja de zapatos en la casa de un oficial, un lugar muy poco común para almacenar pruebas. Pero algunas semanas después, los investigadores forenses de la policía declararon que habían encontrado el ADN de la víctima en él. Expertos independientes determinaron que el material orgánico que la policía había encontrado en el cuchillo pertenecía a una patata.
Igualmente vergonzosa para los investigadores de la policía fue la prueba de los zapatos. La policía encarceló a Sollecito porque poseía un par de zapatos Nike que parecían coincidir con una huella sanguinolenta hallada en la casa. Cuando los investigadores de la defensa probaron que la huella pertenecía a unos zapatos Nike similares a unos que usaba Guede, la policía regresó corriendo a la escena del crimen, seis semanas después del asesinato, y apareció con un diminuto broche cortado del sostén de Kercher por el asesino, en el que la policía científica dijo haber encontrado el ADN de Sollecito.
Aparte de lo ridículamente inepto del trabajo policial, el aspecto más extraño del caso del gobierno era la teoría del fiscal que explicaba la ventana rota del dormitorio: afirmó que Knox y Sollecito habían “montado” un robo con allanamiento de morada en una habitación trasera del departamento lanzando una gran roca contra la ventana… desde dentro del cuarto. Pero Guede, el hombre cuyo ADN y huellas digitales fueron encontrados en y alrededor de Kercher, así como en su monedero vacío, era un ladrón que, en las semanas previas al asesinato, había cometido al menos tres robos.
Un giro dickensiano
Tantos chismes obscenos sobre Knox hicieron que la prensa pasara por alto a Guede. Lo desestimaron, considerándolo “un vago” o un traficante de drogas condenado injustamente a la cárcel en un giudizio abbreviato (juicio rápido) sin contar con una asesoría jurídica de oficio competente. Salió de Italia al día siguiente del asesinato y pasó varias semanas ocultándose en Alemania, durmiendo en refugios. La policía alemana lo arrestó cuando subió a un tren sin boleto y pronto lo envió a Italia. Optó por un juicio de tribunal y fue representado por Valter Biscotti, uno de los abogados defensores más ocupados de Perugia, quien tomó el caso sin cobrar.
Biscotti ganaba mucho dinero en Perugia representando narcotraficantes locales. Gracias a la experiencia y a las profundas conexiones de Biscotti con la policía y los magistrados, es posible que Guede estuviera mejor representado que Knox. El equipo legal de ella incluía a una parlanchina y envejecida estrella del fútbol local y a un abogado corporativo de Roma, este último elegido por la familia de Knox debido a que alguien en su oficina hablaba bien el idioma inglés cuando llamaron desde Seattle en un ataque de pánico después del arresto de su hija.
Nacido en Costa de Marfil, Guede llegó a Italia cuando tenía cinco años, solo con su padre. El padre soltero trabajaba como albañil y generalmente dejaba al niño solo, a veces encerrado en un baño, hasta que uno de los maestros del niño tuvo compasión de él, le compró ropa, lo cuidó e incluso se aseguró de que hiciera la primera comunión. Cuando llegó a la adolescencia, Guede era tan italiano como cualquier perusino, excepto que su piel marrón y su lugar de nacimiento significaban que, de acuerdo con las leyes italianas, no era un ciudadano, sino simplemente un “invitado”.
Su dura infancia tomó un giro dickensiano cuando los hijos de una de las familias más ricas de Perugia, habiendo conocido al joven Guede en la cancha de básquetbol, le pidieron a su padre que lo alojara. Durante varios años, el hijo del albañil pudo saborear el refinamiento europeo, y vacacionar en Londres y Cerdeña. La familia se tomó muy en serio la educación de Guede, incluso pagaron a maestros particulares, pero cuando el patriarca descubrió que Guede mentía sobre sus estudios, lo expulsó de la familia. Cuando Guede fue arrestado por el asesinato de Kercher, vivía en un pequeño departamento cuyo alquiler, se dice, era pagado por la matriarca, quien sentía pena por él.
Durante los meses previos al asesinato, Guede parecía tener profundos problemas psicológicos. De acuerdo con un estudiante y amigo de Guede que pasó con él el verano anterior al asesinato, entraba en estados de fuga a altas horas de la noche y aparecía a varios kilómetros de su dormitorio, sin saber cómo había llegado ahí. El amigo afirmó que Guede prefería dormir en el piso del departamento de su amigo, donde despertaba en medio de la noche y asumía distintas personalidades, como un perro o un catedrático.
En los dos meses previos al asesinato, en tres ocasiones conocidas por la policía de Perugia, Guede había entrado por la fuerza a las que creía eran casas vacías; a veces comía, encendía la calefacción o descansaba antes de robar artículos de estas casas u oficinas. Una semana antes del asesinato, fue arrestado con artículos robados en su mochila, había entrado por la fuerza en un jardín infantil en Milán, cientos de kilómetros al norte, donde había vivido por un tiempo. El propietario del jardín infantil de Milán que lo encontró sentado en su escritorio un sábado por la mañana no tenía ni idea de cómo había entrado, pero recordó que estaba en calma y tranquilo cuando él llamó a la policía. Entre los artículos estaba una computadora tomada de una oficina legal en Perugia hacía algunas semanas por alguien que había trepado a una ventana del segundo piso, había encendido la calefacción, había bebido un refresco del refrigerador y había acomodado los trozos de vidrio roto en pequeños montones ordenados. Una semana antes, alguien había entrado por la fuerza y cocinado pasta en la cocina, y dejado pequeños tazones alrededor de los catres de los niños.
La policía de Milán interrogó a Guede durante varias horas sobre el robo del jardín infantil, luego llamó a la policía de Perugia y lo soltó. Uno de los muchos misterios de este caso es por qué la policía de Perugia aparentemente dijo a la policía de Milán que lo dejara libre. Guede tomó un tren a Perugia, y una semana después, Kercher estaba muerta.
Guede nunca negó haber estado en la habitación de Kercher esa noche, y dice que la vio desangrarse hasta morir. Dice que lo invitó a entrar más temprano aquella noche y que estaba en el baño cuando escuchó sus gritos. Los hechos son estos: Kercher regresó a su casa después de cenar con sus amigos, poco antes de las 9 p. m. La puerta estropeada de la casa solo podía permanecer cerrada contra el fuerte viento de noviembre si se cerraba con llave desde el interior. Presuntamente, esto fue lo que hizo, encerrarse con el asesino. Sus llaves nunca fueron encontradas.
Lo que ocurrió una vez que estuvo dentro es el misterio principal de este caso. El ADN de Guede fue encontrado en las heces de un retrete cerca de su habitación, lo cual ha hecho que algunas personas sostengan la teoría de que ella lo sorprendió mientras se relajaba en el baño, quizás en otro de sus estados de fuga. La mañana siguiente, los dos teléfonos celulares de Kercher fueron encontrados en un jardín privado, en la parte baja de la colina de su casa. Las huellas digitales de Guede se encontraron en un monedero vacío en su cama, y su ADN, pero no su semen, fue hallado en su vagina.
Los primeros comentarios conocidos de Guede sobre el caso surgieron en una conversación de Skype con un amigo de Perugia, la cual fue monitoreada por la policía mientras aún estaba en Alemania, en la que dijo que Knox no tenía “nada que ver con esto”. Cuando Guede se presentó ante un juez de apelaciones, dos años después, tratando de reducir su sentencia, su historia había cambiado: dijo que había escuchado a Knox discutir con Kercher sobre dinero la noche del asesinato. “Ella lo organizó todo”, dijo su abogado acerca de Knox, “por sexo”. La pena de prisión de Guede fue reducida a la mitad después de esa presentación; mientras Knox y Sollecito fueron sentenciados a veintiséis y veinticinco años en prisión, respectivamente, la sentencia de Guede fue reducida a dieciséis años.
Paparazzi y TEPT
En octubre de 2011, un juez de apelaciones rechazó esas condenas, y Knox reservó de inmediato un vuelo a Estados Unidos; recibió una cobertura mediática en tiempo real que recordaba la huida de O. J. Simpson en su automóvil Bronco blanco. CNN transmitió escenas en vivo mientras su vuelo de British Airways aterrizaba en Seattle. Los medios de comunicación estadounidenses la trataron como a un bebé salvado del fondo de un pozo, la conmovedora historia de una niña rescatada. Esto enfadó a muchas personas en Italia, que aún estaban convencidas de que una asesina malcriada y depravada había escapado de sus garras. En el Reino Unido, años de cobertura por parte de los tabloides reforzaron la creencia generalizada de que una estadounidense insensible y cruel había matado a una linda chica inglesa.
El juez de apelaciones, Pratillo Hellmann, había tomado en cuenta el testimonio de expertos independientes que contradijeron a la policía científica en relación con el ADN. Desestimó la “confesión” no grabada e hizo hincapié en la falta de lógica fundamental de la teoría de que, aunque las huellas digitales y el ADN de un ladrón conocido estaban en la escena del crimen, debió haber sido una escena de robo “montada”, lo que impedía la posibilidad de que se cometiera un robo verdadero esa noche. Escribió que, en su opinión, Guede era el “único ejecutor” del crimen.
El fallo de Hellmann tuvo un costo para él. Había sido considerado para convertirse en magistrado principal de Perugia, pero fue atacado salvajemente debido a su decisión y fue obligado a jubilarse. El fiscal principal del Tribunal Superior sugirió que Hellmann sufría alucinaciones. El juez había “perdido la cabeza”, se quejó.
La fiscalía apeló, y un año después, la Suprema Corte anuló la decisión de Hellmann y envió el caso de vuelta a un tribunal de apelación en Florencia. En ese momento, resultaba bastante claro que, sin importar lo que decidiera cualquier tribunal de apelación inferior, cualquier apelación futura ante la Suprema Corte sería inútil. Y, efectivamente, un tribunal de apelación de Florencia confirmó la condena el verano pasado. Este mes se decidirá sobre la apelación presentada por la defensa con respecto a esa decisión, pero esto es considerado como algo meramente formal, pues hace un año el mismo tribunal falló en contra de una absolución.
Desde 2011, Knox ha estado en casa. Escribió un libro por el que recibió un anticipo de 4 millones de dólares, rompió su silencio de años con Diane Sawyer de ABC News, se mudó a Brooklyn, regresó a Seattle, trabajó como redactora independiente y se comprometió con su novio. Los paparazzi todavía la acechan ocasionalmente. De acuerdo con un amigo, acude periódicamente con un terapeuta para tratar su trastorno de estrés postraumático (TEPT). Sollecito también salió de Italia durante un tiempo, escribió su propio libro sobre el caso y viajó por Estados Unidos (incluso asistió al festival Burning Man hace algunos años) antes de regresar a Italia, justo a tiempo para que las autoridades se apoderaran de su pasaporte una vez que el tribunal de apelación restableció la condena. En ese momento, después de proporcionar una coartada para Knox durante cinco años, Sollecito ahora dice que no sabe si ella se quedó en su casa toda la noche o no.
El cambio en la declaración de Sollecito acerca de este punto es la única parte de las pruebas que se ha modificado desde la condena. Para creer que él y Knox son culpables, uno todavía debe creer que, aunque el ADN y las huellas digitales de un conocido ladrón son las únicas pruebas relevantes de que había alguien además de la víctima en la habitación donde ocurrió el asesinato, los estudiantes montaron un robo para cubrir su participación en lo que el fiscal sugirió que era un asesinato con tintes sexuales.
El poco convincente escenario de la fiscalía luce terrible desde el exterior, pero es aceptable en el sistema jurídico italiano, donde el relato es más importante que los detalles, y las normas culturales suelen favorecer las teorías conspiratorias por encima de las explicaciones más simples. A diferencia del sistema anglosajón, que es de confrontación, el sistema italiano es inquisitorial (con raíces en la Roma antigua, los Estados Papales medievales y la Italia fascista). De acuerdo con este sistema, los fiscales no están obligados a convencer a los jueces y al jurado “más allá de toda duda razonable”.
El río de sangre
Sería excesivamente injusto sugerir que todos los italianos respaldan esta quema moderna de la rubia bruja estadounidense, pero los observadores que percibían que se estaba cometiendo una injusticia podían hacer poco, y pocos se atrevieron a hablar claro. Una de las razones es que en Italia, “insultar” a funcionarios o dañar la reputación de un magistrado constituye un delito. En el caso de Knox, la policía y la fiscalía presentaron numerosas demandas de difamación contra grupos y personas, como periodistas y las familias de Knox y Sollecito.
La policía también arrestó al bloguero y periodista local Frank Sfarzo, quien afirmó que le habían dado una paliza. Según las leyes sobre el honor y la difamación, el fiscal acusó a Sfarzo y a al menos tres publicaciones o periodistas que han puesto en tela de juicio la versión de los organismos de ejecución de la ley. El fiscal Mignini encarceló a un periodista italiano por investigar sus conclusiones en otro caso, lo que hizo que un escritor estadounidense que cubría esa nota huyera de Italia por temor a ser arrestado.
Los periodistas italianos y los reporteros extranjeros que trabajan en Italia están atentos a estas leyes, y a esto se debe que en una clasificación anual de la libertad de prensa por nación, Italia aparezca en la categoría “parcialmente libre” (junto con Malí y Argelia), siendo el único país de Europa occidental en esa categoría.
En Italia, cubrí la historia como lo haría en casa, haciendo preguntas y siguiendo las pistas hasta donde estas me llevaran. Lo que más me sorprendió sobre el caso, como miembro ocasional del grupo de medios de comunicación, fue la falta de curiosidad sobre Guede. Los Kercher han afirmado que los medios estaban mucho más interesados en Knox que en cualquier otra persona involucrada en el caso, entre ellas, el hombre que testificó en el tribunal público que estaba sentado con Kercher cuando ella murió, nunca llamó a la policía en busca de ayuda y que, como recordó después, no podía sacarse de la cabeza la imagen de aquel río de sangre.
Eso era lo más cercano a una confesión verdadera ante un tribunal público de lo que jamás hubo en el caso.
Cuando la Corte Suprema di Cassazione confirme la condena, lo cual parece inevitable, es probable que Raffaele Sollecito sea llevado a prisión. Guede, quien todavía cumple su condena en prisión, podría ser liberado en pocos años. La gran pregunta es si los italianos solicitarán formalmente a Estados Unidos que extradite a Knox.
Según la regla del procedimiento penal italiano, el principal fiscal de apelación en Florencia, el lugar de la última apelación, tendrá la alternativa de pedir al ministro de Justicia que haga esa solicitud. (El ministro, Andrea Orlando, es un protegido político del primer ministro italiano, Matteo Renzi.) Si hace la solicitud, el Departamento de Estado de EE. UU. deberá responder, y la historia de Knox se convertirá en una historia de Washington, D. C. Si el Estado la aprueba, la solicitud irá al Departamento de Justicia, que a su vez, enviará una solicitud al procurador estadounidense del distrito en el que Knox reside. Ese procurador estadounidense presentaría una queja y la arrestaría para enviarla de vuelta a Italia.
La mejor oportunidad para evitar la extradición de Knox sería convencer al Departamento de Estado de que rechace la solicitud del ministro de Justicia italiano. Knox tiene ahora a algunos de los mejores defensores legales del país: es representada por el abogado Bob Barnett de Washington, que ha representado al presidente Bill Clinton, entre otras luminarias. Barnett ha ordenado a la familia de Knox que no hable de este tema, y declinó hacer comentarios para Newsweek.
Una fuente del Departamento de Estado declaró a Newsweek que diplomáticos de Italia y Estados Unidos esperan que se niegue la solicitud de extradición: “No creo que Italia o Estados Unidos deseen tener esta enorme piedra en el zapato en cuanto a las relaciones entre nuestros países, y en esto se convertiría el asunto si los italianos continúan presionando”. Si lo hacen, añade la fuente, “no hay ninguna forma” en que Estados Unidos arreste a Knox, ni la declarará fugitiva.
El gobierno italiano elegido en Roma está separado del poder judicial, y tradicionalmente, no existen relaciones cálidas entre ambas facciones. “Sé que el gobierno italiano se siente frustrado” sobre la posibilidad de que el caso llegue a esta fase, afirma la fuente del Departamento de Estado, y añade que Roma enfrentará “un verdadero problema político” si el poder judicial solicita la extradición.
El diplomático estadounidense pronostica que el tribunal italiano no pedirá la extradición.
Un miembro del poder judicial que coincide con los estadounidenses en cuanto que el caso no soporta el escrutinio es Pratillo Hellmann, antiguo juez de apelación de Perugia, quien anuló la sentencia. En una entrevista con Newsweek, dijo que la investigación era “terroríficamente poco seria”, y añadió que “todos los problemas con las pruebas científicas provienen de la misma fuente. No saben cómo realizar investigaciones. El fiscal no lo sabe, y en este caso específico, la policía tampoco”.
Hellmann culpa del problema actual a la autoprotección entre la fraternidad de magistrados (la categoría cívica a la que pertenecen los jueces y los fiscales). “Condenarlos era más fácil y más conveniente para sus carreras”, dice refiriéndose a sus colegas. “Es necesario estar dentro del sistema para comprender. La magistratura es una secta. Realmente nunca me involucré en la política que hay en su interior. Yo solo era el tipo de juez que hacía su trabajo y punto. Hay partidos dentro el sistema, y si uno no forma parte de uno de ellos, está fuera del juego.”
Al preguntársele si piensa que el prejuicio desempeñó alguna función en el caso, Hellmann dice: “¡Por supuesto! Es sorprendente lo sesgado que está”. Añade que la Suprema Corte de Italia se puso en un aprieto cuando ordenó que en el juicio no se tomara en cuenta la confesión presuntamente forzada de Knox, pero después ordenó a los tribunales de apelación que sí la tomaran en cuenta. “Es toda una frittata”, dice. “Se están contradiciendo.”
Independientemente de cuál sea la decisión que tomen los principales jueces de Italia el 25 de marzo, un inciso es seguro: las extraordinarias hazañas de contorsión lógica alcanzadas ya en casi ocho años de litigio en el caso Kercher bien podrían ser superadas.