La primera línea en el combate contra el Estado Islámico en el norte de Irak está cubierta por combatientes kurdos, jóvenes y veteranos por igual, que llevan orgullosamente las mismas armas que usaron para luchar en la guerra entre Irán e Irak hace tres décadas. Mohamad Barzani, de sesenta años, dice que ha pasado “cuarenta años luchando. Primero contra los iraníes, y luego contra Saddam Hussein”. Se ha mantenido durante cuatro meses en esta ladera rocosa, rodeada de pueblos desolados y casas bombardeadas. “Pero luchamos por algo”, afirma, y señala la bandera kurda hecha jirones, colocada sobre una pila de sacos de arena.
Combatientes kurdos como él, conocidos como peshmerga, desempeñarán una importante función en el intento de arrebatar Mosul de las manos del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), lo cual podría producirse en abril próximo, de acuerdo con un oficial del Comando Central estadounidense, para evitar el calor del verano y el mes sagrado del Ramadán, que empieza a mediados de junio. Pero los kurdos tienen la vista en el futuro y no en Mosul, una ciudad principalmente árabe suní que históricamente ha tenido siempre una pequeña minoría kurda y está fuera de la región semiautónoma de Kurdistán.
El campamento Black Tiger, cerca del sitio donde los combatientes del Estados Islámico (EI) acosaban la capital kurda de Arbil el verano pasado, es el centro de mando de una de las primeras líneas más grandes de Irak. El “sector 6” de la primera línea abarca desde la ciudad de Makhmour hasta Gwer y es comandado por Sirwan Barzani, que había sido empresario de telecomunicaciones antes del surgimiento del EI y es sobrino del presidente kurdo Masoud Barzani. Siendo un comandante inteligente y atento, Barzani dice que ni Bagdad ni el ejército de coalición le han informado acerca del plan para retomar Mosul, que se encuentra a tan solo 80 kilómetros de su base. “Es una decisión política tomada en Bagdad”, explica.
El plan para retomar Mosul fue recibido con mucho escepticismo, en gran medida porque la policía y el ejército iraquí abandonaron sus puestos cuando los yihadistas irrumpieron en la ciudad el 10 de junio del año pasado. Gran parte del ejército iraquí se mezcló con la población, avergonzando a las autoridades de Bagdad, quienes afirmaban que su ejército era fuerte. Ahora, Estados Unidos proporciona entrenamiento y equipo al ejército iraquí, como anticipación para la campaña de Mosul.
De acuerdo con Barzani, los seis meses anteriores han sido difíciles para sus hombres, pero han hecho retroceder al Estado Islámico de manera constante. “Ciertamente, los ataques aéreos nos ayudan”, comenta. “Tenemos una buena coordinación con la coalición, de manera que cada diez días podemos realizar una operación importante. Cuando los ataques aéreos son precisos y destruyen blancos del Estado Islámico, los peshmerga pueden acercarse más y tratar de capturar tanques y hacer retroceder a los combatientes del EI. No ha habido ninguna baja civil con los ataques aéreos.” Pero la lucha ha cobrado su cuota de víctimas mortales entre los peshmerga de toda la región: la cifra oficial de muertos ascendió casi a mil en febrero.
El oficial del Comando Central estadounidense afirma que la fuerza de ataque de Mosul tendría entre 20 000 y 25 000 soldados iraquíes, incluyendo cinco brigadas del ejército iraquí, tres brigadas más pequeñas de reserva, una “fuerza de lucha en Mosul” formada por policías locales y combatientes tribales, y algunos miembros de las fuerzas especiales iraquíes. Tres brigadas peshmerga desempeñarán una función para “contener desde el norte y aislar desde el oeste”, señala el oficial.
Los peshmerga se han curtido en la batalla y se han medido
contra el Estado Islámico, pero se están viendo obligados a establecer una alianza incómoda con el ejército iraquí de Bagdad, con las milicias chiitas y con combatientes tribales suníes. Si los kurdos no asumen una función principal, el ejército iraquí tendrá que actuar mucho mejor que cuando Mosul fue tomada. Una pregunta que preocupa a iraquíes y observadores es: ¿qué pasará con la alianza si el EI es derrotado?
Esperar su momento
Lo que los kurdos no necesitan, señalan enfáticamente Sirwan Barzani y otros comandantes peshmerga, son más hombres. Dudan de las habilidades del ejército iraquí, y los pone nerviosos el crecimiento de las milicias chiitas que vagan por Bagdad y han luchado al lado del ejército. “Necesitamos lo que el EI tiene”, se queja Barzani. “Armas. Recordemos que el Estado Islámico está bien armado. Tomaron cinco divisiones de equipo del ejército iraquí. Si tenemos armas, podemos hacerlo.”
Mientras muchos oficiales peshmerga y el ejército se quejan de carecer de armamento, oficiales de Estados Unidos y Bagdad afirman que tienen suficiente equipo. Los kurdos también han sido acusados de usar la crisis para establecer un estado kurdo en el norte. De acuerdo con Denise Natali, analista del Instituto de Estudios Estratégicos Nacionales, las victorias de los peshmerga han aumentado las tensiones con las comunidades árabes suníes. “Los kurdos iraquíes se benefician de los ataques aéreos de la coalición y toman el control de antiguos refugios del Estado Islámico en el norte de Irak y, al mismo tiempo, realizan un tipo de ingeniería demográfica y territorial para promover su programa nacionalista”, escribió Natali en el periódico en línea Al-Monitor.
No es ningún secreto que el gobierno regional kurdo suele estar en desacuerdo con Bagdad, principalmente en relación con el presupuesto y los asuntos fronterizos, o que los kurdos quieren un Estado propio, en parte porque su historia está llena de traiciones e intentos de aniquilación. Sobrevivieron por poco a un genocidio cuando Saddam Hussein puso en marcha la famosa campaña de al-Anfal contra ellos en las etapas finales de la guerra entre Irán e Irak, de 1986 a 1988. De acuerdo con varios fiscales iraquíes, murieron hasta 182 000 personas, principalmente varones en edad de combatir.
La mayoría de los kurdos son suníes, pero la religión no los define. “Siempre hemos sido más nacionalistas que religiosos en nuestro modo de pensar”, señala Majeed Gly, periodista originario de Kirkuk y que trabaja para Rudaw, la red kurda de medios de comunicación. Algunas personas se quejan de que los combatientes kurdos pueden pelear a muerte por su territorio, pero cuando los pueblos cristianos o minoritarios caen, como Sinjar, desaparecen.
A esto se debe que los árabes suníes en Kirkuk hayan solicitado sus propias milicias para su protección local. El presidente Barzani se negó enfáticamente, pero como una concesión, el ministerio de los peshmerga está entrenando a aproximadamente trescientos combatientes cristianos que lucharán principalmente al lado de los peshmerga en regiones cristianas como las Llanuras de Nínive. Ya han entrenado a yazidíes (provenientes del distrito de Sinjar) y a los shabak, que son principalmente kurdos chiitas.
Antes de ser tomada, Mosul tenía una población de cerca de un millón de personas, con una mayoría suní-árabe e importantes minorías asirías-cristianas, turcomanas iraquíes y kurdas. Desde la ocupación, se calcula que los árabes suníes han permanecido en la ciudad, junto con unos dos mil combatientes del Estado Islámico.
Los kurdos han esperado su momento y están aprovechando la crisis actual. En junio, poco después de la caída de Mosul, las fuerzas peshmerga se apresuraron a tomar Kirkuk, la “Jerusalén” de Kurdistán. Esta ciudad del noreste es rica en petróleo, y tanto Bagdad como los kurdos la reclaman como propia.
En privado, funcionarios kurdos y diplomáticos occidentales dicen que los kurdos no están listos, económica y políticamente, para la independencia. Pero los kurdos responden que están haciendo el trabajo pesado contra el Estado Islámico porque Bagdad no puede controlar a las milicias chiitas y su ejército está desorganizado. “Combatimos [al EI] para proteger nuestra región, pero también para proteger el mundo libre”, afirma Safeen Dizayee, portavoz del Gobierno Regional Kurdo. “Al mismo tiempo, no estamos librando una guerra por terceros. No somos mercenarios a quienes alguien pueda palmearles la espalda y decirles: ‘Buen trabajo, amigo’.”
Extremadamente leales… por ahora
El 17 de febrero, los peshmerga lograron una victoria importante cerca de Makhmour, en el sureste de Mosul. A la mañana siguiente de la batalla, un exhausto comandante Najat Ali Salih afirmó que el Estado Islámico había peleado duro. “Comenzó cerca de la medianoche y continuó durante horas. El Estado Islámico usó todo lo que tenía: armas pequeñas, antiaéreos, lanzagranadas, DShK [ametralladoras pesadas de origen soviético].”
Cerca de ahí había un vehículo blindado, y frente a este, dos combatientes del EI muertos. Ambos eran muy jóvenes, y sus caras parecían congeladas, en el momento de la muerte, con una expresión de sorpresa. Alrededor de ellos yacían varios proyectiles antiaéreos.
Los lugareños felicitaron al comandante por su victoria que, en su opinión, había recuperado varios kilómetros de territorio kurdo. Fue una victoria psicológica, un empujón moral, dice. “Cuando comenzamos a combatir el Estado Islámico, en agosto, vimos que usaban tácticas a las que aún no estábamos acostumbrados: el miedo, por ejemplo. A algunos de los peshmerga los asustaban las decapitaciones. Ahora comprendemos cómo luchan. Así, podemos atacarlos.”
Salih dice que cuando llegó aquí, en agosto, el EI controlaba entre 50 y 60 por ciento del área, pero ha ido capturando progresivamente cada vez más territorio.
En las pequeñas ciudades árabes del oeste de Kirkuk, y muy cerca del territorio bajo en poder del Estado Islámico, los árabes suníes (quienes no se consideran kurdos) dicen que viven bien bajo el régimen de los peshmerga y que, aun si el EI toma sus ciudades, ellos se mantendrán leales. “Ahora tenemos dos enemigos, el EI y las milicias chiitas”, señala un lugareño.
Muchos árabes suníes han sentido un profundo resentimiento desde la caída de Saddam, que era suní, en 2003, contra los gobiernos controlados por chiitas, que los han debilitado constantemente.
Hay un miedo generalizado, especialmente en Kirkuk y Arbil, de las “células dormidas” de seguidores del Estado Islámico que se alzarán si las milicias llegan a su territorio. Ocurrió así en Mosul, cuyas células dormidas se infiltraron mucho antes de la caída de la ciudad en junio de 2014. “Estamos seguros de que existen células dormidas de partidarios del EI”, señala Jawad Mohamed Ahmed, funcionario político y militar del Partido Democrático Kurdo, una de las principales facciones kurdas. “Teníamos problemas con algunos lugareños árabes que dijeron estar de nuestro lado, pero cuando el Estado Islámico llegó y comenzó la lucha, ¿de qué lado estaban? Empezaron a disparar contra nosotros.”
Pero los suníes locales insisten, quizá porque están rodeados de peshmerga, que se mantendrán leales a Kurdistán. Dicen saber de colaboracionistas en la ciudad que se comunican con el EI por correo electrónico y mensajes de texto. “Pero tengo razones para no colaborar nunca”, afirma un anciano árabe suní de Malha, ciudad situada en una de las áreas más ricas en petróleo de la región. “Mi hija y mi hijo fueron asesinados por insurgentes suníes hace algunos años. Los insurgentes se han pasado al bando del Estado Islámico ahora. Son los mismos hombres que mataron a mi familia. Si vienen aquí, estoy con los peshmerga.”
En muchos sentidos, la lucha contra el EI ha endurecido las divisiones sectarias. “En última instancia, a los kurdos no les interesa combatir [al EI] a nombre del mundo. Se trata de tomar territorios en disputa y asegurarse de que están lo suficientemente protegidos de la amenaza”, señala Ali Hadi al-Musawi, autor y analista iraquí. “¿Pero qué ocurrirá cuando [el EI] sea derrotado en Irak? ¿Los kurdos entregarán Kirkuk nuevamente al gobierno federal? ¿Permitirán que el comité constitucional determine el destino de los territorios en disputa? ¿Usarán sus armas recién adquiridas para resistir estos esfuerzos? ¿Qué les pasará a las comunidades no kurdas en áreas que controlan?”
No son preguntas nuevas. Después de la Primera Guerra Mundial, cuando Gertrude Bell, una funcionaria pública británica y experta en cultura árabe, se sentó para trazar el mapa del moderno Irak, la cuestión kurda también le importunó. Aunque la señorita Bell, como la llamaban los iraquíes, se las arregló (junto con
T. E. Lawrence, su colega de la Oficina de Asuntos Extranjeros) para convencer a los miembros de las tribus suníes de trabajar juntos, la frustraba no saber qué hacer con los kurdos. “Kirkuk se ha negado groseramente a jurar la lealtad a [el rey] Faisal”, escribió, en un tenso viaje en tren hacia el norte, de Bagdad a Kirkuk.
Para Majeed Gly, el periodista de Rudaw, la verdadera cuestión después del EI es qué será de Kirkuk, que en opinión de varias personas, será el próximo punto crítico en esta guerra, una vez que Mosul sea recuperada.
Kirkuk, afirma Gly, “es parte de la leyenda kurda. Desde la década de 1960 se ha vuelto enormemente importante para nosotros. Sin Kirkuk, un Kurdistán independiente no es viable”.