Del total de las 39 temporadas que este año la Compañía Nacional de Danza cumple con su famoso El lago de los cisnes, Agustina Galizzi ha bailado las últimas quince. La disciplina y la entrega que se necesitan para permanecer ese tiempo en la danza clásica quizá no se compara con ninguna otra profesión. Pero para Agustina, quien desde 2009 es primera bailarina, el reto va más allá de repetir su papel.
“Cada año veo el video de mi función pasada y reviso lo que tengo que mejorar o cambiar. Es superarse todo el tiempo, de función a función, año con año. Básicamente todos los días”, dice, recién salida de su ensayo de cisne negro y aún con ropa de trabajo. Es curioso verla tan relajada, mientras conversamos, siendo que en 24 horas estará frente a miles de personas, llevando su cuerpo (y sentimientos) al límite.
Galizzi admite que El lago de los cisnes es para ella uno de los ballets más difíciles, por la exigencia que implica bailar al aire libre. Y pese a llevar quince temporadas a cuestas, la emoción en cada función es única: “No cambiaría ese sentimiento por nada”. El tedio nunca danza con ella en el escenario. “Creo que el momento en que nos aburrimos es el momento en el que el artista se termina. Que ya no hay más para dar.”
—¿La última película que viste?
—Whiplash. Soy fanática del cine y, por ejemplo, en temporada de Oscares consigo todas las películas, veo todas, hago mi trivia y mi quiniela. Me encanta, veo mucho cine.
—¿Cuándo fue la última vez que te enojaste?
—¡Pregúntale a mí novio! Ayer mismo me enojé, durante mi ensayo de cisne negro.
—¿La última oportunidad dorada que tuviste para demostrar tu talento?
—Todos los días.
—¿La última vez que te sentiste vulnerable?
—¡Ayer también! Todo sentí al mismo tiempo. Es un arte que te lleva a tener los sentimientos muy a flor de piel.
—¿La última vez que te sentiste plena?
—Cada vez que termino una función me siento plena y satisfecha. Es raro que termine frustrada porque, si no, es terrible la vida… uno nunca acaba. Cada vez que estoy en el escenario es un goce que no tiene palabras.
—¿La última vez que pensaste en dejar la danza?
—Hace como dos meses dije: “Ya quiero tirar la chancleta y no quiero saber nada. Estoy cansada, me duele el cuerpo, estoy harta”… Y no porque no ame lo que hago, sino porque ya mi cuerpo no es el mismo. La edad no viene sola.
—¿Y la última vez que dijiste: “Sí, sí puedo seguir”?
—Al día siguiente. Cuando regreso en la mañana, empiezo el entrenamiento y veo los resultados del trabajo, y pienso: “Creo que sí puedo más”. Y no es aguantar, porque tampoco es un sacrificio enorme.
—¿La última vez que sentiste que las nuevas generaciones te pisaban los talones?
—El ballet es muy cruel a veces. Porque dura muy poco y porque siempre las generaciones que vienen atrás están cada vez mejor preparadas y con más condiciones. Llega gente muy joven a las audiciones en octubre, y apenas se están fogueando, pero son muy buenos y uno piensa: “Me están pisando los talones”. Es difícil. Pero creo que desde chico te tienen que enseñar a vivir con eso. Me siento preparada para ese momento. Pero sigues adelante, porque yo también en algún momento fui la que ella es ahorita. Y sé por todo lo que ella está pasando, que tampoco es nada fácil.
Agustina Galizzi tiene uno de los trabajos más afortunados del mundo. Ella concuerda, y sonríe con una humildad innata. A sus 33 años vive un momento en donde “el rigor profesional sigue siendo el mismo, pero el disfrute es mayor. Han sido unos años de mucho goce”.