Siempre me ha parecido extraordinaria la idea de que para comprender el sonido haya que dirigirse al silencio, que este sea su razón de existir y que uno no se entienda sin el otro; así que cuando el sonidista y locutor Martín Hernández —a quien quizá muchos recuerden por su época en Radioactivo— nos recibe en el estudio Astro LX (del reconocido ingeniero de sonido Jaime Baksht), en donde editó, cortó, hizo y deshizo el sonido de la multinominada cinta Birdman, no sorprende que adonde inmediatamente quiera entrar y darnos un tour es a su insonorizado oasis de trabajo.
Arriba de su programa matutino con una taza de café y luego cuenta, durante la entrevista, que duerme entre tres y cuatro horas diarias. El nominado al Oscar indudablemente sabe lo que es el cansancio perenne, aunque, en sus propias palabras, “vale la pena”. En efecto, y pese a su agenda imparable, su disposición es espléndida y narra desde sus pesadillas hasta las frivolidades de SpongeBob.
—¿Cuál fue tu último accidente feliz?
—pregunto, incrédula, como si la respuesta no fuera evidente.
—Pues el primer premio es el trabajo porque, si no, es una vida miserable. Lo más seguro es que, no importa lo que estés haciendo, va a ser difícil, así que de preferencia que sea algo que te guste. Estos reconocimientos son un gran abrazo, un accidente de los que quieres que te sucedan.
—¿Tu último gran héroe musical?
—Qué difícil pregunta… pues regreso a varios, a Milton Nascimento, a Miles Davis, aunque sea un cliché, es verdad. Cuando escogimos la música clásica para la película me di cuenta de que tanto Ravel como Debussy fueron un parteaguas para la manera en que entendemos la música orquestada hoy en día. Regreso mucho a eso también.
–¿El último libro que leíste?
—Acabo de releer Nothing to be Frightened of, de Julian Barnes. También Paris DF, la primera novela de Roberto Wong y que ganó un premio hace poco.
—¿El último sueño que recuerdas?
—Lo grabé. Me desperté y dije ¡pffta! Alguien narraba mi historia, pero yo era un edificio en ruinas donde habían pasado tragedias. Entonces describían el edificio, había impactos como de bomba en las paredes, pero yo solo veía, no podía hacer nada. La gente lo veía y decía: “Pobre edificio, se ve que estuvo muy lindo, pero pues ya valió madre”. Sí fue una buena pesadilla.
—¿La última película que viste en el cine?
—Fui a ver SpongeBob. No estuvo tan padre, nos la esperábamos mejor, no tiene tan buen guion como la serie. La serie es delirante, te puedes morir de risa, sobre todo antes de la última temporada.
—¿El último disco o canción que compraste?
—La última vez que estuve en Los Ángeles fui a Amoeba y me compré unos discos. Un prensaje nuevo de Clube da Esquina, de Milton Nascimento, el más reciente de Fleet Foxes y otros cuatro o cinco más.
—¿La última vez que te enojaste?
—¡Hace una hora! Por pendejadas —ríe—. Nadie se enoja por cosas que valen la pena.
—¿La última canción de los Beatles que escuchaste?
—De hecho, hoy en el programa toqué un cover de A Day in the Life. Recuerdo mucho que de chico la ponía y veía un avioncito en el disco. Era el logo ovalado de la Capitol, y cuando daba vueltas parecía un avión. Relaciono todavía esa imagen con la canción.
—¿La última vez que te sentiste más viejo de lo que eres?
—Pues yo siempre fui un viejito aun de joven. Pero lo cierto es que un día amaneces viejo. Un día, en Birdman, me acuerdo que llegué al estudio y le dije al Negro [Alejandro González Iñárritu] justo eso, “hoy me di cuenta”. Amaneces y te pasa.
—¿La última vez que te emborrachaste?
—¿Qué hora es?