Provoqué una pequeña discusión con Leonard esta mañana por tratar de cocinar mi desayuno en la cama. Sin embargo, creo que el buen juicio de la acción se impondrá; claro, si puedo deshacerme de los cascarones de huevo… 13 de enero de 1915.
Así escribió Virginia Woolf, meditando sobre su más reciente experimento doméstico. Este intento de cocinar huevos en la cama fue un interludio más ligero en uno de los peores años de su vida. Al leer sus cartas y diarios recientemente en la Biblioteca de Londres, descubrí un lado más juguetón de la escritora a la que hemos llegado a pensar como adusta, sin humor y torturada. Su diario personal y su correspondencia revelan a una joven mujer sensible y perspicaz a quien le encantaba el “libertinaje de chismear” con sus amigas. Y enero y febrero de 1915 fueron la calma preciosa antes de la tormenta: un mes después se sumió en una crisis nerviosa tan severa que perdió el resto del año.
La muerte repentina de su madre, en 1895, provocó la primera crisis de Virginia, a los trece años. La muerte de su padre, en 1904, disparó su segundo colapso; su sobrino y biógrafo, Quentin Bell, escribió: “Todo ese verano estuvo loca”. Ella también soportó la muerte de su media hermana, Stella Duckworth, en 1897, y de su amado hermano, Thoby Stephen, en 1906. La tercera crisis nerviosa de Virginia, en 1913, a los 31 años, ocurrió a menos de un año de haberse casado con Leonard Woolf. De 1913 a 1915, intentó suicidarse en varias ocasiones, incluido el tratar de saltar de una ventana y tomar una sobredosis de un sedante potente. Conforme la “locura” se apoderaba de ella, dejó de comer o dormir, y en ocasiones alucinaba: Bell registra que ella una vez escuchó a “los pájaros cantar en griego e [imaginó] que el rey Eduardo VII acechaba entre las azaleas usando el lenguaje más obsceno posible”.
A pesar de todo esto, los escritos personales de Virginia se mantuvieron alegres y variados, desde alturas literarias hasta depresiones domésticas, incluidos chismes sobre sus contemporáneos y familiares, a menudo satíricos, a veces maliciosos (en especial sobre los “judíos”, la familia grande de Leonard). Los diarios también dan una percepción fascinante del desarrollo temprano de Virginia como escritora: “Escribí toda la mañana, con placer infinito, lo cual es raro, porque todo el tiempo sé que no hay razón de estar complacida con lo que escribo, y que dentro de seis semanas o incluso días, lo odiaré”.
Según las personas más cercanas a Virginia, completar su primera novela publicada, Fin de viaje, fue un factor importante de su crisis nerviosa de 1915. Su heroína viaja por mar hacia la sofocante selva sudamericana, y en un viaje de autodescubrimiento; este viaje refleja la transición de Virginia de su protegida niñez victoriana a la liberación intelectual y sexual de Bloomsbury. De forma similar, los primeros pasos de la heroína en la femineidad tienen eco en la vida de Virginia: mientras reescribía Fin de viaje se comprometió y luego casó con Leonard Woolf. Virginidad, violación y miedo a la intimación sexual son temas constantes en la novela, que reflejan las ansiedades tanto de la heroína como de la autora.
Tras dudar durante toda la primavera de 1912 de la propuesta de Leonard, Virginia batalló para reconciliar el “estar medio enamorada” de él con una especie de repugnancia por “el lado sexual de ello”. Cuando le escribió, pocas semanas antes de que se comprometieran, ella explicó por qué se reprimía: “Como te dije brutalmente el otro día, no siento atracción por ti. Hay momentos —cuando me besaste el otro día fue uno— en los que no siento más que una roca”. Su heroína expresa sentimientos similares, diciéndole a su futuro marido: “Me han importado montones de personas, pero no para casarme con ellas… Toda mi vida he querido alguien a quien pudiera admirar, alguien genial y grande y espléndido. La mayoría de los hombres son tan pequeños”.
Ha habido mucha especulación sobre la dimensión sexual de la relación de los Woolf: ¿el matrimonio siquiera se consumó, era ella frígida, era lesbiana? En 1967, Gerald Brenan, medio hermano de ella, le añadió leña al fuego al escribir: “Leonard me dijo que cuando en su luna de miel trató de hacerle el amor, ella entró en un estado de excitación tan violento que él tuvo que detenerse, sabiendo muy bien que esos estados eran un preludio de sus ataques de locura… Así que Leonard tuvo que renunciar a la idea de tener algún tipo de satisfacción sexual”.
Durante 1910, 1912 y 1913, Virginia fue enviada a “una residencia privada para mujeres con desórdenes nerviosos”. A la par de la reclusión forzada, la pusieron en un régimen para subir de peso; la recomendación de su psiquiatra era que una paciente “que entró pesando 42 kilos salga pesando 75”. Virginia se sintió frustrada al verse infantilizada, con otros tomando todas sus decisiones por ella. En 1912, se quejaba: “Leonard me convirtió en una inválida comatosa”. Esta acusación no está desprovista de un sesgo de verdad: él remplazó la excitación y la vorágine social de Bloomsbury con la tranquilidad relativa de Richmond; él la hizo pasar las mañanas en cama; él monitoreaba sus comidas y su peso, sus estados de ánimo y ciclos menstruales.
La insistencia de él en el descanso y la comida nutritiva continuaron durante toda la vida de ella: poco antes de su suicidio, en 1941, Virginia estallaba en una carta a su médico sobre “la crema, el queso, la leche”. Sin embargo, ella también sabía que Leonard estaba en lo correcto. Como le escribió a Jacques Raverat en 1922: “A menos que pese 60 kilos, oigo voces y veo visiones y no puedo escribir ni dormir”. Y ella sabía que le debía su vida a Leonard, como se lo escribió en 1929 a su presunta amante Vita Sackville-West: “Me hubiera pegado un tiro hace mucho tiempo en una de esas enfermedades si no hubiera sido por él”.
En enero de 1915, había comenzado el bombardeo estratégico alemán, con incursiones de zepelines sobre Londres. La mayoría del círculo social de Virginia en Bloomsbury era vehementemente antibélica, incluidos Maynard Keynes, Lytton Strachey y Leonard. El panfleto antibélico de su cuñado Clive Bell fue destruido por el alcalde mayor de Londres, y su amigo Bertrand Russell fue encarcelado por pacifismo. La oposición de Virginia a la guerra estaba estrechamente ligada a su feminismo: entonces describió el conflicto como una “ficción masculina absurda” y como un resultado más del machismo. Ella escribió en Tres guineas (1938) que “las principales ocupaciones de los hombres son derramar sangre, hacer dinero, dar órdenes y usar uniformes”.
Virginia también detestaba el jingoísmo de “Cuelguen al Káiser” entre sus patriotas; en enero de 1915 escribió al artista Duncan Grant: “Ellos parecen estar llenos de las pasiones más violentas y sucias”. En la misma carta, menciona un concierto en el Queen’s Hall “donde el sentimiento patriótico era tan repugnante que casi vomito”.
A pesar de ello, las entradas finales de 1915 en el diario de Virginia suenan extremadamente despreocupadas. Describe un viaje de compras después de que su falda se abrió en dos y reflexiona sobre cómo Londres inspira su escritura: “Tomé té, y deambulé hasta Charing Cross en la oscuridad, inventando frases e incidentes sobre los cuales escribir. La cual es, supongo, la forma en que logras que te asesinen”. Esto fue en febrero. Dos días después, Virginia y Leonard fueron a ver una imprenta en Farringdon; al final establecerían la editorial Hogarth Press en 1917, y publicarían a T. S. Eliot, Katherine Mansfield, E. M. Forster y Sigmund Freud, entre muchos autores notables del siglo XX.
A finales de ese mes Virginia “entró en un estado de manía parlanchina, hablando todavía más descontrolada, incoherente e incesantemente, hasta que degeneró en galimatías y se hundió en un coma”, según Bell. Para marzo, se ocupaban de ella enfermeras profesionales, y era incapaz de ver o hablar con Leonard; él escribe que ella era “violentamente hostil”. En ocasiones, sus episodios psicóticos eran tan severos que se requería de cuatro enfermeras para contenerla, y había verdaderas dudas con respecto a sí podría recuperarse por completo. Permaneció bajo cuidado profesional hasta noviembre de 1915, cuando regresó a la Casa Hogarth: “Paso mi tiempo libre en cama, pero me permiten salir por las tardes, y gracias a Dios que la última enfermera ya se fue”.
Sea cual sea la verdad sobre su matrimonio, fue una unión de gran importancia para la literatura del siglo XX. Sin Leonard, es poco probable que Virginia se hubiera mantenido viva el tiempo suficiente para escribir La señora Dalloway, Al faroo Las olas,ahora considerados como textos modernistas trascendentales.
Y no hay duda del profundo amor entre ellos. La nota suicida de Virginia a Leonard, antes de que se ahogara, en el río Ouse, en marzo de 1941, es un testamento de esa cercanía extraordinaria: “Lo que quiero decir es que debo toda la felicidad de mi vida a ti. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno… No pienso que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros fuimos”.
Cuando Fin de viajese publicó, hace cien años, fue bien recibida por los críticos, aun cuando para entonces Virginia estaba demasiado enferma para saberlo. En enero de 1915, después de una caminata a orillas del río Támesis (con su perro enredándose en una pelea, y su liguero cayéndose), ella anotó en su diario: “Mi escritura ahora me deleita únicamente porque adoro escribir y, honestamente, no me importa un comino lo que cualquiera diga. En qué mares de horror uno bucea en aras de tomar estas perlas; sin embargo, lo valen”.
Emma Wolf es la autora deAn Apple a Day y The Ministry of Thin. Su nuevo
libro,Letting Go, saldrá próximamente. En Twitter: @EJWoolf