En México y América Latina afortunadamente contamos con una tradición liberal centenaria: amamos nuestra libertad y estamos dispuestos a defenderla. No obstante, existe un aspecto que muchas veces es ignorado o incluso despreciado por los liberales latinoamericanos más reconocidos: la libertad de comercio.
De acuerdo con Milton Friedman, y otros autores, esta libertad, junto con la de expresión, es piedra angular de una sociedad abierta. Hace más de medio siglo, Friedman escribió un ensayo que en su momento fue rechazado incluso en Estados Unidos y que gradualmente ha cobrado aceptación e importancia: Capitalismo y libertad(1962).
En la década de 1960, en el auge de un keynesianismo mal entendido, fue asediado por sus ideas, incluso en Estados Unidos. No obstante, en las décadas de 1970 y 1980, ante la gravedad de las crisis fiscales causadas por excesos en el gasto público y el creciente intervencionismo gubernamental en la economía, las ideas de Friedman fueron gradualmente incorporadas. Gracias al empuje de este ideario económico, en las décadas de 1980 y 1990 se llevaron a cabo privatizaciones y otras acciones en todo el mundo que permitieron sanear las finanzas públicas e incrementar la eficiencia de los gobiernos y la competencia en los mercados.
Sin embargo, en la región las ideas de Friedman aún son despectivamente calificadas como “neoliberales”, como si ser liberal en cualquiera de sus formas fuera algo terrible. Lo peor es que estos juicios son emitidos por comentaristas que de otra manera tendrían credenciales liberales impecables.
La idea central de la obra de Friedman es que el crecimiento desmesurado del gobierno y sus restricciones al mercado ponen en riesgo la libertad y el bienestar general de la población. Para Friedman existe una conexión intrínseca entre libertad y mercado, entre capitalismo y democracia, de tal forma que en una nación comunista es inconcebible un partido liberal, pero en un país capitalista pueden florecer los intelectuales socialistas.
La razón es que, bajo un sistema comunista, todas las actividades económicas, por definición, están controladas por el gobierno. En cambio, en una sociedad de hombres libres, el gobierno es tan solo un instrumento para lograr el bienestar común y no un fin en sí mismo.
Un gobierno que crece sin freno ve en la libertad de la ciudadanía una amenaza constante y buscará restringirla. Un mercado funcional es lo contrario a la concentración del poder: es la confluencia de hombres libres que buscan intercambiar los frutos de su trabajo. En consecuencia, Milton Friedman nos advierte que cualquier restricción del gobierno sobre el comercio es un atentado en contra de la libertad humana, con la sola excepción del control antimonopolios, que debe ser feroz.
Una conclusión natural de este ensayo es que las actividades del gobierno deben ser acotadas: su única función deberá ser garantizar la seguridad y proteger la libertad del ciudadano, así como mantener el imperio de la ley, el orden, exigir el cumplimiento de los contratos y asegurar la competencia económica.
Friedman nos recuerda que los grandes avances de nuestra civilización, ya sea en ciencias, literatura, artes plásticas, industria o agricultura, se dan no gracias al gobierno, sino a pesar de este. Para este autor, despreciado por quienes yo denomino los “gobiernícolas”, el poder para hacer el bien es también el poder para hacer el mal, por lo que debe enfrentar límites muy claros.
La libertad de comercio es uno de los contrapesos más poderosos que podemos imponer a un tirano en potencia. Quizá por ello muchos políticos latinoamericanos atacan con tanta vehemencia al libre mercado y tachan de “neoliberal” a cualquiera que ose defenderlo.