En años recientes, en gran parte del mundo, los bancos centrales y otras autoridades financieras, organizaciones no gubernamentales y entidades económicas han desarrollado diversos esfuerzos de educación financiera. Lo anterior, partiendo del planteamiento de que las personas en general carecen de aptitudes financieras básicas y que la educación financiera es el medio para desarrollar tales aptitudes.
A pesar de lo obvio que puede parecer el planteamiento anterior, hoy no se cuenta con evidencia clara de que los esfuerzos de educación financiera que vemos desplegados en el mundo son efectivos para el propósito que persiguen.
En términos prácticos, la aptitud financiera tiene que ver con llevar a cabo ciertos comportamientos “deseables”, que conducen a resultados positivos en el ámbito de las finanzas personales. La Autoridad de Servicios Financieros del Reino Unido, por ejemplo, define los siguientes cinco comportamientos que caracterizan a los individuos con aptitud financiera: 1)mantienen un registro de acciones y actividades; 2) cumplen con los propósitos; 3) planean con antelación; 4) seleccionan cuidadosamente sus productos, y 5) se mantienen informados.
Los dos modelos de educación financiera que, por mucho, son los más utilizados hasta el momento, son los programas de tipo presencial para inculcar conocimientos básicos de finanzas o sobre productos o servicios financieros y la producción de materiales didácticos para la autoeducación. Estos modelos se enfocan en mejorar los conocimientos de las personas como un objetivo intermedio para que logren desarrollar aptitudes financieras.
En contraste con esto, los campos de la economía conductual y las finanzas conductuales plantean que el comportamiento financiero tiene que ver más con aspectos psicológicos que con el uso de los conocimientos adquiridos. En otras palabras, el comportamiento financiero parece estar determinado en mucha mayor medida por aspectos fundamentales de la naturaleza humana, como la falta de autocontrol, la tendencia a procrastinar y la gratificación inmediata de consumir algo que se desea, que con el desconocimiento de las oportunidades que existen para ahorrar o el cómo hacerlo en la práctica.
De ser así las cosas, los esfuerzos de educación financiera dirigidos a mejorar los conocimientos como medio para desarrollar aptitudes financieras resultarían poco efectivos, o al menos insuficientes. La evidencia disponible hoy parece apuntar en esta dirección.
En este contexto, un aspecto que rara vez ha constituido un objetivo directo de los distintos esfuerzos educativos hasta ahora realizados es el buscar modificar las actitudes de los individuos en cuanto a la gestión de sus finanzas personales. Para que una persona lleve a cabo los comportamientos “deseables” que lo caracterizarían como financieramente apto, es fundamental que muestre una actitud favorable hacia tales comportamientos y esté motivada para ponerlos en práctica. El tener conocimientos específicos puede ayudar a generar esa motivación, pero es solo uno de los factores que intervienen en este proceso —y quizá no uno de los más relevantes.
La relación entre la actitud que se tiene sobre un comportamiento y el que tal comportamiento se lleve o no a cabo ha sido estudiada por varias décadas en el campo de la psicología. Las actitudes se desarrollan a partir de las creencias que las personas tienen sobre un comportamiento —o sobre un objeto, asunto o evento—. Nuestras creencias nos llevan automática y simultáneamente a desarrollar una actitud positiva o negativa sobre el comportamiento en cuestión, y suelen ser las que explican el porqué una persona lleva a cabo ese comportamiento mientras que otra persona elige un curso distinto.
A su vez, las creencias se forman a partir de la información a la que ha estado expuesta una persona sobre tal comportamiento. De esta manera, para provocar cambios en las creencias es indispensable exponer a la persona a nueva información sobre ese comportamiento por medio de estrategias de intervención conductual.
A este respecto, las dos principales estrategias para hacer llegar nueva información son, por un lado, la denominada “participación activa”, en la cual se pone a la persona en una situación tal que por sí misma pueda observar atributos del comportamiento de interés que quizá no haya percibido anteriormente y, por otro, la “comunicación persuasiva”, en la que la información sobre los atributos del comportamiento proviene de un tercero externo.
Cabe señalar que estas dos estrategias se corresponden en lo fundamental con dos técnicas educativas que han sido muy poco explotadas hasta el momento en el campo de las finanzas personales: las asesorías personalizadas y los mensajes de tipo persuasivo en medios de comunicación masiva.
Los servicios de asesoría personalizada por especialistas no ligados con alguna institución financiera son relativamente nuevos, especialmente en los países en desarrollo. Si bien en estas asesorías ocurre transmisión de conocimientos en el sentido tradicional, la interacción directa o “uno a uno” es particularmente efectiva para fomentar el intercambio de ideas, lo cual suele traer consigo nuevas perspectivas e información que la persona asesorada probablemente no había considerado hasta ese punto, y es probable que esto le induzca a modificar algunas de sus creencias.
La comunicación persuasiva, por otra parte, generalmente se basa en el uso de técnicas de mercadotecnia social para intentar modificar creencias. Suelen usarse modalidades de comunicación como la difusión de mensajes en medios masivos en forma de cápsulas informativas, o bien la integración del mensaje a la trama de un programa de radio o televisión que refleja situaciones y aspectos de la vida cotidiana. La efectividad de estas herramientas ha sido comprobada en áreas del comportamiento como las campañas de prevención de problemas de salud y de accidentes, entre otras.
En resumen, las intervenciones de tipo conductual para modificar creencias y actitudes para así lograr que las personas adopten los comportamientos que reflejan aptitud financiera aparecen como un mecanismo más prometedor que los métodos tradicionales de educación financiera que buscan ese mismo propósito a partir de cerrar la brecha de conocimientos. El modelo educativo basado en mensajes en medios de comunicación masiva parece especialmente apropiado si lo que se busca es lograr una concienciación básica de grandes segmentos de la población para que preste mayor atención a la gestión de sus finanzas.
Por último, si bien la primera condición para que una persona lleve a cabo un comportamiento determinado es que tenga la motivación e intención necesarias, los factores relacionados con la adquisición de conocimientos no dejan de desempeñar un papel. Icek Azjen, en su Teoría del comportamiento planeado(1985) señala que, adicional a los aspectos motivacionales, para que una persona lleve a cabo el comportamiento “deseable” debe tener suficiente confianza en su propia capacidad para ello —aspecto que Azjen denomina como la “percepción de control sobre el comportamiento”—. Aquí juegan elementos como los conocimientos y experiencia acumulados, razón por la cual las intervenciones educativas dirigidas a cerrar la brecha de conocimientos siguen siendo necesarias y deben complementar las intervenciones de tipo conductual.