Xu Li Chinno estámuy seguro de lo que le ocurrió a su negocio, alguna vez exitoso. Durante 20 años ha sido el propietario de una empresa justo en las afueras de Shenzhen, en el sur de China, que abastece equipo médico. Empezó como una pequeña empresa y creció a un ritmo constante, primero mediante las exportaciones a distintos países de Asia sudoriental, Estados Unidos e incluso Japón, y, más recientemente, aprovechando el crecimiento de la economía de China.
Ahora que el desarrollo del país ha disminuido, las industrias a las que abastece sufren una sobrecapacidad, al igual que él mismo, en donde la reducción de precios para mantener la participación de mercado es ahora endémica. Y, recientemente, su mundo se complicó aún más cuando perdió a un cliente de exportación clave en Japón, quien le dijo que volvería a trabajar con un proveedor local. El yen japonés se ha depreciado cerca de 20 por ciento en comparación con el renminbi durante los últimos dos años, “y dijeron que, para ellos, tenía sentido cambiar” de proveedor. “Ahora”, dice Xu, “nunca seremos rentables este año, y para ser franco, no estoy seguro de cuándo volveremos a serlo”.
Los recortes de precios competitivos, la ralentización del crecimiento, el impacto destructor de los rápidos ajustes en las divisas: bienvenido a la economía mundial en 2015. Si los hombres de negocios como Xu en China, que en apariencia sigue siendo uno de los sitios relativamente iluminados en medio de la oscuridad mundial, se encuentran deprimidos, entonces el mundo tiene problemas, y, posiblemente, estos son bastante graves.
Dos fantasmas se ciernen ahora sobre la economía mundial, y uno de ellos se relaciona directamente con el otro: la deflación, y las guerras de divisas con políticas proteccionistas. El 22 de enero, Mario Draghi, jefe del Banco Central Europeo (BCE), dio fin a meses de especulación y anunció lo que los mercados de activos de prácticamente todo el mundo esperaba escuchar: el BCE saltaría a la misma piscina en la que sus homólogos de Tokio y Washington habían estado nadando desde hace mucho tiempo. Dijo que el BCE implementaría una flexibilización cuantitativa (FC): los bancos centrales europeos comprarían directamente los bonos soberanos en la zona del euro, que cuenta con 19 miembros, inyectando dinero en la economía, lo cual, en teoría, haría que los precios aumenten. El BCE prometió hacer esto todo el tiempo que fuera necesario para lograr una estabilidad de precios o, como declaró Draghi en una conferencia de prensa, “un ajuste sostenido en el camino de la inflación”.
En diciembre, los precios al consumidor en la zona del euro habían caído 0.2 por ciento, su primera caída en cinco años, y con el crecimiento económico al mínimo en casi toda Europa, la posibilidad de más reducciones absolutas en el nivel de precios había concentrado claramente las mentes de los banqueros centrales de Europa. Al menos de aquellos que se encuentran fuera del Bundesbank de Alemania, quienes se opusieron a la aprobación del FC. Para los alemanes, la posibilidad de una hiperinflación al estilo de la República de Weimar siempre se encuentra justo a la vuelta de la esquina.
Y Europa no está sola. Una encuesta mensual realizada en el sector de fabricación de China, el PMI de HSBC/Markit Flash Manufacturing mostró una leve contracción, pero eso no fue lo que llamó la atención de las personas: los precios de entrada cayeron a su nivel más bajo desde el auge de la crisis financiera mundial de hace casi siete años. Eso reflejó en parte la brusca caída de los precios del petróleo crudo en los últimos meses, la cual fue, por sí misma, una fuerza deflacionaria en todo el mundo, pero los precios de entrada eran débiles en todas partes, lo que reflejaba una economía ralentizada en general. El informe “aumentó nuestras preocupaciones sobre la deflación”, declaró Chang Chun Hua, economista de Nomura International, y aumentó las probabilidades de que el Banco Central de China se una al BCE para combatir el descenso en los precios.
En un mundo con una pronunciada debilidad económica, se supone que Estados Unidos es un caso atípico: una economía que finalmente toma fuerza después de años de crecimiento lento inducido por la crisis financiera. Para los partidarios de la FC, las cifras de crecimiento más altas que se han obtenido últimamente constituyen la exoneración de una política de la Reserva Federal estadounidense que ha estado en vigor desde 2008. Durante el régimen de Ben Bernanke y ahora de Janet Yellen, la Reserva Federal ha comprado aproximadamente US$4500 billones en deuda bancaria, títulos con garantía hipotecaria y bonos del gobierno estadounidense desde la crisis. Pero aun así, los halcones de la deflación están preocupados. El índice de precios al consumidor de Estados Unidos cayó 0.4 por ciento en diciembre, sorprendiendo a la mayoría de los economistas, y es probable que en enero se produzca una reducción similar. Después de seis años de tasas de interés cercanas a cero, estas cifras eran casi inimaginables para la mayoría de los analistas convencionales.
¿Por qué la reducción de precios, que podría parecer un beneficio para el consumidor promedio (¿quién no quiere pagar menos por lo que compra?), inspira el temor de Dios en los economistas y los responsables de la política? Para obtener una respuesta a esta pregunta, simplemente revisemos la historia reciente de Japón, cuya “burbuja” económica estalló a principios de la década de 1990, después de lo cual el país trató de escapar, sin éxito, a una espiral deflacionaria durante cerca de una década.
Los economistas afirman que una espiral deflacionaria es la “falacia de la composición”, que, como explica Richard Koo, el economista principal del Instituto de Investigación Nomura, se refiere a una situación “en la que el comportamiento que es correcto para las personas o compañías individuales tiene consecuencias no deseadas cuando todo el mundo lo asume”. Por lo tanto, cuando usted sabe que algo que desea comprar será más barato el próximo mes, es razonable esperar. Pero en una deflación general, eso quiere decir que prácticamente todo el mundo se abstiene de comprar algo, lo cual contrae la economía e impone una presión adicional a los precios, provocando la misma espiral de toma de decisiones.
En otras palabras, la deflación es la forma en que surgen las depresiones, por lo que se debe evitar a toda costa. Japón no lo hizo muy bien. A partir de 1990, los precios cada vez más bajos de la tierra y del patrimonio destruyeron, por sí mismos, 1570 millones de yenes en riqueza. “Ninguna otra nación en la historia ha experimentado una pérdida económica tan grande en tiempos de paz”, de acuerdo con Koo.
Incluso antes de que Bernanke se convirtiera en presidente de la Reserva Federal (fue gobernador durante tres años antes de suceder a Alan Greenspan), se centró en la experiencia de Japón. Siendo un experto en la Gran Depresión cuando era catedrático en Princeton, le fascinó la manera en que la deflación había hecho caer a la que era, en ese entonces, la segunda mayor economía del mundo. Ya desde 2003, Bernanke pronunció un discurso en Tokio en el que instó al Banco de Japón (BDJ) a encontrar formas de usar su balance para reactivar la economía, entre otras cosas. En otras palabras, promovía la FC en Japón, la cual fue asumida finalmente por el BDJ, y la cual se vería obligado a implementar él mismo como presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, cuando su propia burbuja estalló en 2008.
Ahora Draghi se ha unido a ellos. La pregunta es: ¿la FC y las políticas de tasa de interés cero, funcionan? En Japón, los datos recientes muestran una tasa de inflación por encima de cero: 2.6 por ciento en diciembre. Para los partidarios de la FC, eso indica que la respuesta es que sí funcionan… pero con el paso del tiempo. En Estados Unidos, los partidarios dicen que contribuyó a prevenir una segunda Gran Depresión y finalmente ayudó a aumentar el crecimiento, particularmente al fomentar una recuperación en las industrias susceptibles a las tasas de interés, como la vivienda y la industria automotriz.
Sin embargo, los escépticos señalan que hay más de US$2000 millones en reservas proporcionadas por la Reserva Federal asentadas en balances de los bancos de Estados Unidos, lo que significa que los grandes bancos aprovecharon el dinero barato de la Reserva Federal, pero no prestaron todo ese dinero a sus clientes con tasas similarmente bajas, como preveía la Reserva Federal. Esta es una prueba, señala David Malpass, presidente de Encima Global Research, una empresa consultora de economía, de que “ya no existe ningún enlace entre las reservas del Banco Central y el dinero del sector privado”. Los escépticos como Malpass piensan que Draghi descubrirá que lo mismo se aplica en Europa, y que habrá un impulso macro muy pequeño por cada dólar (o, en este caso, euro) de FC.
Al mismo tiempo, algunos economistas advierten que las políticas monetarias demasiado relajadas alimentan lo que, en su opinión, se está convirtiendo en una ronda desestabilizadora de devaluaciones de divisas. Las políticas de FC de Japón han ayudado a devaluar el yen casi 20 por ciento en comparación con el dólar y con el renminbi de China en los dos últimos años, y 14 por ciento en comparación con el euro. El día en que Draghi anunció sus intenciones de FC, el euro se debilitó bruscamente contra el dólar y el yen. A los políticos nacionales suelen gustarles las monedas más débiles porque creen que ayudan a las empresas nacionales al fomentar las exportaciones. A eso se debe que, cuando un país lo hace, otros tienden a seguirlo. Las monedas ya son más débiles en el sureste de Asia, y algunos directores avezados de fondos de protección ya han empezado a apostar a una devaluación en Corea del Sur.
Eso deja a las dos mayores economías del mundo, la de Estados Unidos y la de China, con una decisión muy importante en sus manos: cómo reaccionar. Durante el régimen de Yellen, la Reserva Federal ha detenido su programa de adquisición de bonos de FC y ha dicho que quiere empezar a “normalizar”, es decir, aumentar, las tasas de interés en los siguientes meses de este año. Pero con el yen y el euro debilitándose continuamente, un aumento en las tasas de interés solo incrementaría la presión sobre el dólar. Finalmente, esto perjudicará las exportaciones y a muchas empresas estadounidenses de gran tamaño. Por su parte, un dólar más fuerte ayudaría a contener cualesquier presiones inflacionarias en Estados Unidos, las cuales son escasas en primer lugar. Por lo tanto, hay un creciente escepticismo con respecto a que se produzca algún aumento en las tasas de interés por parte de la Reserva Federal este año, lo cual fue parte de la razón por la que el mercado de valores estadounidense reaccionó tan positivamente después del anuncio de Draghi y de que los rendimientos de los bonos se hubieran mantenido bajo presión.
Los hombres que dirigen la política económica de China tienen que tomar una decisión aún más difícil. Su economía se está ralentizando, y ahora todos los principales socios comerciales de Pekín (con excepción, por ahora, de Estados Unidos) están devaluando sus monedas. Todos compiten con las exportaciones chinas. Durante décadas, Pekín ha enlazado holgadamente su moneda con el dólar, permitiendo una lenta y firme apreciación ante las insistentes críticas del exterior, según las cuales estaba “manipulando” el renminbi para adquirir ventaja. En otras palabras, Pekín siente el dolor de hombres como Xu Li Chin, y si las silenciosas guerras monetarias en el mundo se intensifican, es posible que Pekín se vea forzado a actuar.
¿Una idea que alguna vez fue inimaginable (una devaluación china) de repente se vuelve imaginable? Eso irritaría los mercados globales. También, entre otras cosas, intensificaría las presiones deflacionarias del mundo, conforme bajan los precios de los artículos chinos (en dólares, euros o yenes). “Estamos en un punto”, señala el director de un fondo de protección con sede en Tokio que ha advertido durante meses sobre esta situación, “en el que, cuando casi todo el mundo trata de exportar la deflación [mediante la devaluación de las monedas], muchos podrán contraerla”. Con FC o sin ella.