Rebecca contaba seis años cuando su cuerpo
comenzó a desarrollarse de manera inusitada. Aunque Ellen, su madre, notó
cambios en el pecho, se consoló pensando que algunas otras niñas –al menos, las
regordetas- llevaban algo de peso adicional en esa zona. Sin embargo, lo que
más llamó su atención fue el vello que la niña comenzó a desarrollar en las
axilas.
“La gente suponía que era mucho mayor, pero
como a veces lloraba por cualquier cosa, la miraban preguntándose: ‘¿Cuántos
años tiene?’”, recuerda Ellen, quien habló con Newsweek en condiciones de
anonimato.
Cuando una prueba reveló que la edad ósea de
Rebecca era de 10 años, un endocrinólogo pediatra diagnosticó “pubertad
precoz”, trastorno endocrino de origen indeterminado provocado por la
liberación temprana de hormonas en el cerebro, condición que ocasiona que una
niña alcance la madurez sexual con mucha anticipación.
El repentino desarrollo sexual de niñas tan
jóvenes es perturbador para los progenitores. Hace poco, una madre que contactó
con un grupo de chat enfocado en el trastorno escribió: “Mi hija tiene 7 años y
10 meses, pero su cuerpo comenzó a despedir olores a los 5 años y sus senos
empezaron a desarrollarse a los 6”. Luego describió la “montaña rusa emocional”
de su hija, problema común debido a los dramáticos cambios de estado de ánimo
relacionados con síntomas premenstruales y otras “emociones adolescentes”
observadas en niñas que apenas inician la primaria e incluso, más jóvenes.
El trastorno afecta al individuo de
distintas maneras. Según Ellen, el signo más inquietante fue que Rebecca creció
15 centímetros en un año. “Estábamos muy agobiados, sobre todo por su
estatura”, revela la madre. “La gente comentaba: ‘Pero, ¡qué alta es!’, sin
detenerse a pensar. Y yo notaba la tristeza en su carita”.
“Todos creían que era mayor”, dice Rebecca,
hoy de 14 años. “[Como] si hubiera reprobado el jardín de niños o algo así”. Su
madre interpone. “Debía actuar con mucha madurez en todo momento y por otro
lado, le encantaba Disney y aún era una nena”.
A diferencia de Rebecca, muchas niñas
precoces pierden interés en las cosas infantiles y empiezan a actuar con la
edad que representan sus cuerpos. La madre de una pequeña de 8 años escribió
que su hija “es una criatura muy sexual. Aunque, por definición, no entiende lo
que significa ‘sensualidad’, tiene especial conciencia
de su cuerpo y quiere que los demás le
presten atención”. Otra madre lamentó: “Es como si mi hija de 6 años tuviera
una preadolescente de 12 atrapada en su cuerpo”.
La vida en un océano de hormonas
La pubertad femenina suele comprender el
desarrollo de los senos y del vello púbico, y la aparición de la menarca o
inicio del ciclo menstrual. A principios del siglo XX, el promedio de edad en
que las estadounidenses tenían su primera menstruación era 16 o 17 años; hoy
día, la cifra se ha desplomado a 13 años, según informes de la Encuesta
Nacional del Examen de Salud y Nutrición de Estados Unidos (NHNES, por sus
siglas en inglés), tendencia atribuida a la epidemia de sobrepeso infantil y a
la creciente exposición a contaminantes, lo que repercute negativamente en
organismos en desarrollo y acelera el tiempo de presentación de la primera
regla.
Además, hay tóxicos ambientales que
precipitan el desarrollo de los senos a temprana edad. Las estadounidenses
contemporáneas empiezan a desarrollar sus mamas entre uno y cuatro meses antes
que las púberes de hace veinte años, una diferencia significativa; así mismo,
la cifra de niñas que inician ese desarrollo prematuro va en aumento. “Hace
apenas una generación, menos de cinco por ciento de las niñas iniciaba la
pubertad antes de los 8 años; hoy, dicho porcentaje se ha más que duplicado”,
afirman las doctoras Louise Greenspan y Julianna Deardorff en The New Puberty:
How to Navigate Early Development in Today’s Girls.
Los principales tóxicos responsables de esta
tendencia son compuestos plásticos llamados ftalatos, químicos artificiales que
encontramos en cualquier parte: recipientes para alimentos y bebidas,
alfombras, champús, repelentes de insectos, pisos de vinilo, cortinas de baño,
juguetes, volantes y tableros de casi todos los autos. Nuestros cuerpos no
pueden metabolizar los ftalatos, que interfieren con el sistema endocrino
(conjunto de glándulas y hormonas) y dañan las células grasas. Además,
indirectamente, los ftalatos ocasionan aumento de peso y de esa manera,
precipitan en el inicio de la pubertad. “El principal factor que induce la
pubertad temprana en las niñas es el índice de masa corporal”, explica el Dr.
Frank Biro, director de educación y profesor de la División de Medicina
Adolescente en el Centro Médico Hospital Infantil de Cincinnati.
Nuestros niños viven en un “océano de
hormonas”, dice la Dra. Marcia E. Herman-Giddens, profesora de salud pública en
la Universidad de Carolina del Norte, quien afirma que los niños alcanzan la
pubertad antes de estar preparados y que esa maduración anticipada es, a la
vez, síntoma de daño orgánico y probable causa de los problemas de salud que
habrán de experimentar en el futuro.
Presa fácil
“Es uno de los hallazgos más sólidos en los
estudios sobre desarrollo psicológico”, asegura Laurence Steinberg. El profesor
de psicología de la Universidad de Temple y autor de Age of Opportunity:
Lessons From the New Science of Adolescence se refiere a una reciente
investigación que demostró la mayor propensión a deprimirse entre las niñas que
maduran a temprana edad. Por ejemplo, un estudio de 2014 reveló que “las niñas
con [pubertad] prematura tienen mayores niveles de síntomas depresivos a los 10
años de edad”, y otra investigación que confirmó el hallazgo sugirió también
que los efectos podrían ser duraderos. Así mismo, además de una mayor
incidencia de depresión, las niñas que inician la pubertad prematuramente
tienen mayor tendencia que sus pares a la obesidad y el abuso de drogas.
Al iniciar la pubertad, el cerebro infantil
experimenta cambios precipitados por el influjo de hormonas puberales, de
manera que los niños “se vuelven muy susceptibles a las opiniones de los demás
y especialmente receptivos a las recompensas sociales”, explica Steinberg.
La dopamina, neurotransmisor crítico para la
experiencia del placer, inunda y remodela las vías entre la corteza prefrontal
(que regula de la conducta) y el centro de recompensa del cerebro. “En el
cerebro adolescente, el acelerador está deprimido a fondo sin que exista un
buen sistema de frenado”, dice Steinberg. “Esa brecha entre la estimulación
inmediata del cerebro y la falta de control crea un periodo de vulnerabilidad”.
Si la pubertad ocurre a una edad más temprana, ese periodo se presenta antes,
cuando la niña se encuentra inadecuadamente preparada.
Es natural que las niñas que maduran
precozmente atraigan atención indeseable. “Si estamos en un centro comercial y
encontramos a una jovencita que luce de 15 años”, propone Biro, “lo natural es
interactuar con ella como si tuviera 15. Pero ¿qué pasa si tiene 11?”. Por otra
parte, como su cerebro está inundado de hormonas, cualquier niña muy joven que
socialice con chicos de más edad tratará de complacer y se dejará llevar por el
grupo.
Sin embargo, pese al desarrollo físico, la
madurez psicológica sigue ligada a la edad cronológica. “Esas niñas son,
digamos, presa fácil de chicos mayores y hombres. No están preparadas para
responder al acoso. De por sí, las mujeres de más edad tienen [bastantes]
dificultades para lidiar con el problema de la atención sexual indeseable”,
observa Herman-Giddens.
El cerebro posee gran plasticidad y
experiencias estresantes, como esas, dejan huellas profundas. Las niñas que
maduran precozmente tienen mayor riesgo de fumar, consumir drogas y desarrollar
trastornos alimentarios. Aunque la mayor parte de los daños colaterales ocurren
a temprana edad, algunas de sus consecuencias persisten en la adultez. Por
ejemplo, el abuso de sustancias y la depresión juvenil pueden ser recurrentes,
y ciertos problemas de salud que se manifiestan en épocas posteriores de la
vida afectan con más frecuencia a quienes presentaron pubertad precoz que a la
población general, incluidos hipertensión arterial y trastornos
cardiovasculares.
“La pubertad se considera una de esas
ventanas de susceptibilidad”, afirma Biro, cuando la salud es particularmente
sensible al efecto negativo de los estresores sociales y ambientales. Un caso
particular es el tejido mamario en proceso de maduración, muy vulnerable a los
dañinos contaminantes ambientales.
Biro explica que las niñas de hoy no solo
inician antes la pubertad, sino que la atraviesan más lentamente; lo que
significa que permanecen en ese estado de alto riesgo durante largo tiempo. En
un artículo coescrito con Deardorff y otros investigadores, Biro determinó que
el riesgo de cáncer de mama era hasta 30 por ciento mayor cuando una mujer
experimentaba su primera menstruación a temprana edad, en tanto que “por cada
año de edad que se retrasaba la menarca, el riesgo de cáncer mamario
premenopáusico disminuía en 9 por ciento, y el riesgo de cáncer de mama
postmenopáusico se reducía en 4 por ciento”.
El desarrollo mamario temprano también
prepara el camino para otros cánceres del sistema reproductor, asegura
Herman-Giddens, porque “cuando la mujer empieza desarrollar los senos, su
cuerpo está produciendo estrógeno”. Y el estrógeno, sobre todo combinado con
hormonas del estrés, es un conocido agente cancerígeno. De suerte que, cuando
una niña inicia la pubertad a temprana edad, produce más estrógeno a lo largo de
su vida y eso eleva su riesgo de cánceres reproductivos.
Capaz de concebir en el jardín de niños
Existe una solución médica para pacientes
que, como la pequeña Rebecca de 6 años, sufren de pubertad precoz. En esencia,
se administran hormonas para interrumpir el proceso de maduración sexual y
luego, a una edad adecuada, se retiran los medicamentos para dejar que la
pubertad siga su curso.
Algunas niñas diagnosticadas con pubertad
precoz no han tenido más alternativa que tomar medicamentos para prevenir
graves trastornos óseos y de crecimiento, como sucedió en el caso de Rebecca.
Si bien algunos niños precoces son hasta 30 centímetros más altos que sus
compañeros en el jardín de niños, esos mismos chicos también tienden a
interrumpir su crecimiento a temprana edad y nunca alcanzan la estatura
esperada en la adultez. De hecho, muchas veces apenas llegan a medir 1.50
metros.
La edad promedio para iniciar la pubertad
disminuye aceleradamente, y la frontera entre trastorno endocrino y desarrollo
normal empieza a borrarse. “Es posible que muchas niñas antes clasificadas como
púberes prematuras ahora sean niñas sanas y normales que ocupan el límite
inferior de la nueva escala de normalidad”, señala el Dr. Paul Kaplowitz del
Centro Médico Nacional Infantil. Y esa situación hace muy difícil que los
progenitores determinen si deben o no medicar a sus jóvenes hijas.
En casos extremos, la decisión de
administrar una terapia hormonal estribará en sopesar los riesgos y beneficios
potenciales pues, según el Dr. Alan Christianson, autor de The Adrenal Reset
Diet, los propios medicamentos pueden ocasionar desde efectos colaterales a
corto plazo (cefalea, bochornos, hemorragia vaginal) hasta complicaciones
permanentes (alteraciones de la glándula tiroides, por ejemplo).
Otro obstáculo al tratamiento es su precio:
el costo anual mínimo de los medicamentos asciende a 15 mil dólares, y no
incluye los estudios de laboratorio. En el caso de Ellen, casi todo fue
cubierto por su seguro y sin embargo, cada año tuvo que pagar unos cuantos
miles de dólares de su bolso.
Por eso, muchos progenitores han concluido
que lo único que pueden hacer por una hija con pubertad precoz es orientarla,
lo mejor posible, durante los años vulnerables. No obstante, es un camino muy
solitario. A decir de Ellen: “El trastorno no es como una alergia o algo que
pueda compartirse en el parque o en la escuela con otras madres que estén
pasando por lo mismo con sus hijas”.
Con todo, muchos otros optan por la
medicación. Y luego de ver niñas muy pequeñas lidiando con la menstruación,
Kaplowitz está “de acuerdo” en administrar tratamiento a las que,
“probablemente, tendrán la regla mucho antes de los 10 años”. Además, muchas
comienzan a desarrollar los senos poco después de cumplir 8 años y el
crecimiento prosigue a un ritmo acelerado.
Una cosa son las manifestaciones externas de
la maduración. Mas los progenitores no siempre acuden en busca de tratamiento
médico por el problema de los senos o la estatura. “En mi experiencia, piden
ayuda porque temen que sus hijas no podrán hacer frente a la menstruación a tan
corta edad”, informa Kaplowitz.
En palabras de una madre del salón de chat,
la posibilidad de que su hija “menstruara en cualquier momento (tuvo flujo
vaginal a los 3 o 4 años) era superior al tema de la estatura… La mera
posibilidad de que fuera capaz de concebir en el jardín de niños, me bastó para
tomar la decisión de tratarla”.