¿Cuándo fue la última vez que se aburrió de
verdad? Aburrirse sin clemencia, como un reo en confinamiento solitario.
Aburrirse tanto que su mente devane cada una de sus tareas pendientes, cada
aspiración frustrada, cada uno de sus miedos y terrores, cada defecto de
personalidad. Un aburrimiento superior al de tener que ir a la oficina
burocrática más miserable que pueda imaginar, al embotellamiento de tráfico del
siglo, a la más tediosa clase de cálculo. Un aburrimiento tipo vuelo
trasatlántico con “Marcelino pan y vino” en la pantalla suspendida sobre su
cara, tan intenso que es casi una fuerza física palpitando en sus sienes. Esa
clase de aburrimiento.
Pues bien. Si tiene un iPhone, jamás volverá
a experimentar esa forma de aburrimiento. De hecho, si es un milenario, es
posible que nunca haya conocido la terrible fuerza psíquica que aplasta y drena
el alma. Quizás jamás haya sentido la desesperación de la mente que enfrenta el
terso muro de la nada: ¿En qué pensaré ahora? Si alguna vez debe pasar por el
amargo trance de una infame oficina burocrática, podrá jugar Angry Birds o si
es de disposición más mesurada, devorará alguna de la infinidad de #longreads
de su cuenta Instapaper; y durante el interminable vuelo, podrá darse un
atracón con el entretenimiento que haya cargado en su iPad. En resumen, no
tiene que ocuparse con sus pensamientos.
Sin embargo, según “Bored and Brilliant”, un
muy inteligente y pertinente segmento del programa New Tech City de la estación
WNYC, eso es mala cosa, porque es muy posible que el aburrimiento sea sanador,
como un enema mental que da cabida a la creatividad y la reflexión. Es decir,
tal vez el aburrimiento no sea una carencia de propósito, sino una ausencia de
distracción.
“Si usted es como yo”, escribe la
anfitriona, Manoush Zomorodi, en el sitio Web de New Tech City, “habrá cambiado
las ensoñaciones y los paseos mentales por actividades como swiping, texting y
conectar pequeños trozos de caramelo”. En “El caso a favor del aburrimiento”,
transmisión que precedió a la semana de desafíos inductores de aburrimiento
iniciada en febrero 2 (pero que, gracias al iPhone, puede llevar a cabo cuando
quiera), Zomorodi relató anécdotas personales y resultados de investigaciones
sociales para argumentar que sufrimos una obsesión digital colectiva que nos
priva de la realidad; así, prosaica, sin pixeles ni medios. Pocas veces he
escuchado una conversación menos aburrida sobre el aburrimiento. Me resultó
incluso más estimulante que Serial porque, sinceramente, su relevancia era
mucho más universal; y los episodios más recientes de New Tech City han continuado
con el mismo tema, utilizando la dosis justa de frivolidad y reflexión.
Aunque New Tech City incursionó en las
profundidades del aburrimiento durante gran parte de enero, “Bored and
Brilliant” comenzó formalmente en febrero 2 con una semana de desafíos llevados
a cabo por escuchas que tuvieran las apps Moment (iOS) y BreakFree (Android),
que rastrean el uso smartphone diario. El objetivo es desvergonzadamente
activista: hacer que el público tome consciencia de lo mucho que depende de sus
celulares y lo superficial que es esa dependencia, y reducir el uso pidiendo al
público que sea más consciente de lo que hace. Porque, en serio, ¿quién
necesita revisar un feed de Twitter 52 veces al día? Por supuesto, muchos de
nosotros (incluido un servidor) hemos escuchado “Bored and Brilliant” con la
app de WNYC, mientras textos y correos interrumpen con sus campanitas y trinos.
El primer desafío, que apareció en la
bandeja de entrada de mi correo electrónico la mañana del lunes, era bastante
sencillo: “Mientras se desplaza de un lugar a otro, conserve el teléfono en el
bolsillo. Mejor aún, en su bolso… cuando aborde el tren, camine por la calle o
viaje en el asiento del pasajero de un auto. Le pedimos que mire su teléfono
solo cuando haya llegado a su destino”.
“Puede hacerlo”, alienta el mensaje, con la
voz de un terapeuta o coach de vida. Puede pasar 10 minutos sin un listicle de
felinos; quizás hasta 20.
Zomorodi dejó muy claro que no le interesa
la “concienciación” barata que promueve gente como Arianna Huffington, cuya
actitud de superioridad solo pueden imitar los muy ricos. Tampoco es una ludita
que quiera retomar los teléfonos de disco y leer libros impresos. “No digo que
la solución sea renunciar a nuestros dispositivos”, escribió hace poco en
Quartz. “Mi smartphone es lo que me permite trabajar a tiempo completo y cuidar
de mis hijos”, pero también es la causa de que muchos vivamos abrumados todos
los días. Y abrumados por trivialidades: diapositivas de famosos de los años
noventa y efímeras atrocidades hashtag. Cosas que, en definitiva, a nadie hacen
falta. Quizás, de vez en cuando, hasta podamos aprender a prescindir de los
teléfonos cuando estemos en casa. No es que vayamos a perdernos sin ellos, digo
yo. O tal vez nos perdamos, ¡y sea maravilloso!
Hace varios meses arrancó una campaña
Kickstarter para un aparato llamado NoPhone, “una alternativa libre de
tecnología para el contacto mano-teléfono constante que le permite permanecer
conectado con el mundo real”. En otras palabras, un pedazo de plástico con forma
y sensación de iPhone, pero sin función alguna. Unos especularon que el NoPhone
era una broma y, otros, una respuesta real a nuestra adicción digital. Como
haya sido, los donantes respondieron. Los fabricantes del NoPhone pidieron 5000
dólares y recibieron 18 000.