Grecia, el país con los peores problemas
económicos en Europa, acaba de celebrar los comicios presidenciales en donde
resultó triunfador el candidato de una corriente de izquierda radical que
mantiene una postura muy rígida ante los recortes de presupuesto y el aumento
de impuestos que se han realizado para combatir la crisis financiera. Es una
noticia que mantiene con nerviosismo a la economía del viejo continente.
A partir de 2010, Grecia ha recibido más de
240 000 millones de dólares de ayuda de los demás miembros de la Unión Europea
y del propio Banco Central Europeo, a efecto de evitar que la quiebra tácita
del país helénico se materialice en un contagio multinacional. Desde luego, el
apoyo no ha sido gratis y durísimas medidas de austeridad se han implementado para
lograr las metas fiscales que todos los involucrados exigen como garantía para
brindar la ayuda.
Las limitaciones presupuestales establecidas
golpearon fuerte en la calidad de vida de la población, pues generaron el
cierre de empresas y el consecuente desempleo, o bien, puestos de trabajo con
menores salarios, pero mayores jornadas laborales. Es lógico que la ciudadanía
esté molesta y que haya votado por quien le ofreció concluir el martirio.
Sucede que en el imaginario colectivo no importan mucho los fundamentos
fiscales y macroeconómicos, ni tampoco la lógica financiera.
Antes de que reventara la crisis, Grecia era
un buen país para vivir: el gobierno era irresponsable en el manejo del erario
y derrochaba bastante en gasto público de baja calidad, en ese que no genera
valor agregado ni sinergias productivas para el mercado interno; la gente
trabajaba poco y con limitada productividad, además de jubilarse a temprana
edad. Los griegos vivían en una zona de confort que sin duda los tenía
contentos, pero que no era y no fue sostenible en el tiempo.
Ahora, el nuevo gobierno anuncia que
cumplirá sus promesas de campaña y dará marcha atrás a las medidas impuestas, y
por eso el nervio que le escribía. Como el plan de rescate actual vence el 28
de febrero, la calificadora Standard and Poor’s ya advirtió que degradará la
nota crediticia del país ante la perspectiva de las nuevas decisiones que se
tomen. E Igual sucede con el Banco Central Europeo, quien dejará de fondear las
finanzas griegas si la austeridad se abandona. De suceder así, también será
inviable que el capital privado les provea oxígeno.
La salud financiera de Grecia amerita
sensibilidad, claro que sí. Y por eso acreedores e instituciones se manifiestan
flexibles para ampliar plazos y reestructurar condiciones de pago. Empero,
acceder a condonar total o parcialmente los pasivos tal y como parece que lo
pedirá el nuevo presidente, implica medir al país con una vara que no se
utiliza para las demás naciones en problemas; y por eso es impráctico en lo
financiero y en lo político. Las reglas colectivas no deben individualizarse.
Visto el contexto, esperemos que el nuevo
gobierno valore opciones y se comporte con prudencia. Actuar con imprevisión
solo redituará en más problemas para ellos y para el orbe. La decisión no es
aislada, todos vamos en el mismo viaje.
Amable lector, recuerde que aquí le
proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le
corresponde a usted.