A lo largo de la historia el ser humano ha enfrentado innumerables retos para dar respuesta a los graves problemas del mundo: el cambio climático, las guerras, el hambre y la desnutrición, las enfermedades, etcétera –sin descartar los desastres de origen natural que aquejan a la humanidad.
Conscientes de estas grandes necesidades en los ámbitos económico, social y medioambiental, en los últimos años cada vez un mayor número de organizaciones privadas, públicas e incluso las del denominado “tercer sector” han asumido el invaluable compromiso que implica esta nueva corriente de la responsabilidad social.
Hoy, ser una empresa socialmente responsable es una distinción cada vez más valorada en el sector empresarial y por los propios consumidores, que está permeando con gran rapidez en los sectores gubernamentales y de sociedad civil; pero ¿qué significa la responsabilidad social?
Entre la población aun existe gran confusión para poder comprender con exactitud su verdadero significado, ya que integra diferentes temáticas: económicas, sociales, medioambientales y de gestión interna de una organización, y por tanto, definir la responsabilidad social empresarial no ha sido una tarea sencilla.
Lo importante es señalar que esta filosofía es una acción voluntaria que va más allá de las obligaciones legales, teniendo como base fundamental para la operación interna de la empresa, los conceptos y principios éticos que promueven el respeto por la dignidad del ser humano, el desarrollo de la comunidad local y global, así como el cuidado y preservación del medioambiente, sin menoscabo del éxito económico.
Asimismo, la responsabilidad social empresarial incluye necesariamente el compromiso de la organización frente a cada uno de los denominados “grupos de interés” o stakeholders: sus accionistas, sus directivos, sus clientes o usuarios, los empleados y sus familias, los proveedores, las autoridades gubernamentales, etcétera, promoviendo estas acciones en la cadena de valor.
Al hablar de responsabilidad social no podemos dejar de mencionar el compromiso de la empresa de responder por los impactos —tanto positivos como negativos— que genera con su actividad, tanto en su interior como en su comunidad, en su país y en este mundo globalizado en el que ahora nos desempeñamos, con la finalidad de contribuir al bien común y al desarrollo sustentable.
Nadie puede negar que los principios de la responsabilidad social son en esencia loables y benéficos para cualquier organización, para la sociedad en la que se encuentra inmersa y para el planeta. Está demostrado que invertir en acciones de responsabilidad social no solo incrementa la productividad de la empresa, sino que tiene efectos positivos al mejorar la calidad de vida de los empleados, generar un mayor compromiso e identificación del personal; se incrementa la eficiencia en el uso de los recursos naturales de la propia empresa (energía, agua, gas, etcétera); se protege el medioambiente; se promueve el apoyo a la comunidad y su desarrollo; se realiza la gestión u operación diaria basada en un desempeño ético.
Otros de los beneficios más contundentes de las acciones socialmente responsables se refieren al incremento de los niveles de productividad y de la calidad de los productos; el aumento en las ventas; el mejor posicionamiento de la imagen corporativa y el fortalecimiento de la reputación de la empresa y de sus marcas que se traduce en la lealtad del consumidor.
Esto lo podemos observar claramente, por ejemplo, en el caso de las empresas que establecen alianzas para apoyar una causa social, en donde se ha demostrado, (por medio de innumerables estudios a escala mundial)que, ante la posibilidad de adquirir dos productos muy similares en calidad y precio, los consumidores prefieren adquirir aquellos que respaldan o apoyan causas sociales, que aquellos que no lo hacen, incluso al grado de preferirlos por más de un 50 por ciento de diferencia. Este simple hecho nos indica que los alcances de la responsabilidad social rebasan el ámbito exclusivo de realizar acciones de filantropía entre benefactores y beneficiarios, al incidir también en la sociedad en su conjunto.
Ello se debe a que los consumidores, al preferir u optar por productos socialmente responsables, no solo comienzan a imbuir a las marcas y productores de estos con un cierto “halo” de compromiso e interés social, comercialmente extensible a otros productos y marcas de las mismas empresas (fenómeno similar al cross-selling comercial), sino que se asumen y se perciben a sí mismos como partícipes directos —si bien en mucho menor escala— de proyectos de beneficio social.
Pues bien, con esta breve descripción de algunas de las ventajas más relevantes de las acciones de responsabilidad social, tanto para quien la practica como para quien se beneficia de ella, se hace necesario reflexionar sobre cómo se adquiere o aprende la responsabilidad social, para entonces definir a quién corresponde dirigir las acciones de responsabilidad social en las organizaciones. De hecho, cabe señalar que, para que puedan existir empresas socialmente responsables, primero deben existir personas socialmente responsables.
Para ello, vale la pena remontarnos a la infancia y la juventud de cualquier ser humano, pues se trata de los mejores períodos para la educación de la conciencia moral en las personas y la facilidad para crear buenos hábitos; de esta forma, la familia es la primera escuela en la que se deben aprender y practicar diversas conductas de forma regular, como por ejemplo, el reciclaje de desechos sólidos, el cuidado del agua y de la energía eléctrica, el participar en actividades o programas de apoyo hacia las personas más vulnerables, etcétera. Desde luego, la formación escolarizada es también un excelente medio para aprender el valor de la responsabilidad social, a través de innumerables actividades que se pueden realizar a lo largo del proceso educativo, introduciendo diversos temas que involucren el cuidado del medioambiente, los derechos humanos, el compromiso social, la solidaridad, etcétera, de manera que el joven adquiera una conciencia ética, social y medioambiental en favor del bien común. De igual forma, en este proceso de formación integral la universidad juega un papel muy importante, en donde el estudiante aún puede adquirir hábitos y valores, así como el compromiso por la responsabilidad social y el desarrollo sustentable, cuyas temáticas y materias relacionadas deberán estar presentes en su programa académico, sin importar la disciplina que haya elegido. La universidad —además de formar profesionistas de excelencia— debe formar ciudadanos socialmente responsables, cuyas acciones trasciendan en todos los ámbitos de su vida personal, familiar y profesional.
Continuando por este camino del desarrollo de cualquier persona, se esperaría que el joven egresado pueda integrarse en el ámbito laboral o profesional, llevando consigo una amplia gama de aprendizajes que ha adquirido a lo largo de su vida sobre las acciones de la responsabilidad social. De esta forma, uno de los mejores mecanismos para aplicarla en una organización consiste en aceptar en su interior a personas que ya la hayan practicado. Por otra parte, no debemos olvidar que las organizaciones también fungen como instituciones “formadoras” cuando su cultura organizacional promueve los valores y conceptos de la responsabilidad social a través del ejemplo y de la práctica cotidiana.
Afortunadamente, los principios de la responsabilidad social son cada vez más globales, de manera que poco a poco están llegando a la población mundial a través de los medios de comunicación. Por su parte, las pequeñas y medianas empresas en nuestro país han empezado a adoptar con éxito los principios de la responsabilidad social, como lo demuestra el hecho de que más del 40 por ciento de las empresas que recibieron el Distintivo ESR este año pertenecen a este sector.
En la actualidad, las empresas de clase mundial están incluyendo en sus estructuras organizacionales un espacio específico para el desarrollo de la responsabilidad social, ya sea a nivel de dirección, coordinación, o bien, personas dedicadas a coordinar dichas acciones, que son distintas a las que dirigen las fundaciones creadas por las empresas para dedicarse a la labor asistencial. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿las empresas cuentan con capital humano capacitado para dirigir estas acciones?
Por fortuna, algunas universidades en México están respondiendo a esta necesidad de formar a los profesionales de la responsabilidad social y el desarrollo sustentable, ya sea a través de diplomados especializados en diversas temáticas, o bien, programas académicos de licenciatura, maestría e incluso doctorado. De igual forma, cada vez más un mayor número de empresas y organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil están requiriendo asesoría especializada en responsabilidad social para implementar programas y acciones, tanto en el interior como hacia los grupos de interés externos, incluyendo, por supuesto, el entorno social en el que se desenvuelven, por lo que las universidades hoy tienen el reto no solo de formar profesionales socialmente responsables, sino de ofrecer servicios de consultoría al igual que las empresas dedicadas a esta labor.
Por todo lo anterior, podemos concluir que las empresas y organismos públicos y sociales —sin importar su tamaño y giro— que no adopten en definitiva esta filosofía de la responsabilidad social como su ADN, en un futuro próximo seguramente se quedarán rezagados en el camino.