“¡Me robaron!”, gritó la voz al otro lado del teléfono. “¡Me robaron!”, repitió con desespero, con más dolor, agobio, impotencia… Aquellas dos palabras venían salpicadas de una carga tan negativa, tan dramática… apocalíptica. Era como el estertor final de quien pudo tenerlo todo y lo perdió… ¡Se lo arrebataron, sin que pudiera hacer algo! Ese “¡me robaron!” resumía tantas cosas, todas importantes y claves; y es que con ese robo le habían arrancado —sin anestesia alguna— buena parte de sus sueños, su futuro; le mordisquearon la vida suya y de su familia; su alma, su esperanza… Ahhh, ¿y qué queda de un hombre que ha perdido incluso eso, la esperanza?…
La ciudad de Denver, en Colorado, nunca se había sentido tan fría, tan inhumana… muy a pesar de que aquel miércoles el cielo estaba tan abierto y tan azul que parecía pintado con aerógrafo, invitando a la humanidad, toda ella, a ser feliz; a hacer el amor siempre y a cada rato y jamás la guerra. Pero para Gustavo Valencia, el mexicano nacido en Monterrey hace 41 años, casado y padre de dos niñas, el mundo, el Sistema Solar, la Vía Láctea… el Universo… el Cielo y el Infierno, todo lo imaginable, todo lo real y lo falso, eran simples palabras huecas compuestas por letras vacías… y eso, precisamente eso, es lo que se siente cuando, en una hermosa mañana al comienzo de la primavera, llegas a una ciudad desconocida (Denver), sosteniendo un maletín color café y crees —estás seguro— de que realizarás la clase de negocio que solo ocurre en las más rebuscadas fantasías oníricas.
Aquella mañana Gustavo Valencia realizó una llamada telefónica al extranjero y gritó: “¡Me robaron!”… Porque algunos minutos antes, media docena de hombres armados le quitaron —por las buenas— el contenido que traía en su maletín color café: un bono histórico de la deuda mexicana del año 1843, que pretendía vender, y ya había negociado, en la más que increíble suma de 100 millones de dólares. Esos son 100 millones de dólares que Gustavo Valencia jamás podrá tener… una pésima manera de comenzar el miércoles. Pero no solo para él… sino para la persona que, casi al borde de un paro respiratorio, cardiaco y súbitas ideas suicidas, escuchaba al otro lado de la línea telefónica la intensidad de su catastrófico “¡Me robaron!”.
México está endeudado casi desde su Independencia. Múltiples son las emisiones de bonos lanzadas para generar liquidez y así solventar pagos internos y externos (España e Inglaterra, 1821—1884). Ahí, en ese puñado de años, cuando México apenas le abría los ojos al futuro, está la clave, el origen de ese monstruo que crece hasta el presente y que mantiene de rodillas a muchos otros países: el cáncer de la deuda externa, un karma monetario con el que todos los gobiernos deben lidiar y que, al fin y como siempre, termina afectando al ciudadano común y corriente, que debe arreglárselas contra la inflación y los otros menesteres de la vida.
Cada nación tiene un momento en el que la cresta de la ola rompe y las aguas se enturbian… un breakpoint donde se genera una carga, enorme como un mamut, producto del caos en el manejo de las finanzas públicas. Estos años de reconocimiento de la deuda, que arrancan desde la primera reducción de impuestos (muy mala idea de Agustín de Iturbide), llevan a que el 2 de julio de 1823, Arrillaga, secretario de Hacienda, presentara la dura realidad del erario. México necesitaba dinero. Inglaterra, gigante todopoderoso, recibió la solicitud de préstamo y, en una de las jugadas cumbres de la historia económica mundial, los prestamistas compraron todos los títulos al 50 por ciento, y lo que inicialmente sería un crédito de 8 millones de pesos terminó en uno de 16 millones; atado a la necesidad de emitir más bonos de deuda para ayudar a cancelar los intereses de ese crédito. Y esto se repitió… tras muchas, demasiadas, emisiones de bonos de 500, 1000, 10 000, 20 000 pesos, etcétera, que prometían intereses de 4 por ciento, 5 por ciento y hasta 6 por ciento, respaldados en oro o petróleo. Y ocurrió —para maldición de muchos— que algunos de esos documentos —pagarés, al fin y al cabo— jamás fueron cancelados a sus tenedores. No hubo pago de intereses… ni de nada. Perdieron su inversión.
La explicación que ofrece el doctor Raymundo Tenorio Aguilar, director de la carrera de Economía de la Escuela de Negocios del Tecnológico de Monterrey, es clave para entender la magnitud de este fiasco. “Algunas modalidades de estos bonos buscaban garantizar su respaldo con metales preciosos como el oro; son activos que garantizarían a sus tenedores el pago en ese respaldo. Para ese entonces se esperaba que las reservas que tuviera la nación pudieran hacerles frente. Aquí vale la pena aclarar: México tiene un Banco Central único desde 1925; teníamos una cantidad de bancos estatales y regionales de muy mala credibilidad, y en consecuencia no podían respaldar con la verdad los activos que representaban esos bonos”, sentencia Tenorio Aguilar.
En aquellos tiempos difíciles, donde los sacrificios formaban parte de lo cotidiano, adquirir estos bonos representaba una posibilidad de inversión estupenda… pero muchos mexicanos terminarían hundidos en la miseria al no poder recibir jamás ni un pago por los intereses prometidos. Fue un engaño. Un gran engaño, donde un grupo se salió con la suya y otros se quedaron sin nada. Pero, a pesar de esto, los tenedores de estos bonos optaron por guardarlos; otros trataron de negociarlos a quienes aún tenían fe en esas instituciones bancarias. Sí… eran unos documentos hermosos, con grabados coloridos y cuponeras de intereses listas para ser canjeadas por efectivo… ¡o por oro!… Unos documentos tan llenos de vida como sus promesas de garantizar riqueza a sus tenedores. Pero los sueños y las promesas se deslizaron entre los oscuros laberintos de la historia y cada uno de esos bonos permaneció oculto, de generación en generación; legados de antepasados… cobijados en la oscuridad, lejos de guerras, codicia y los cambios drásticos que han convulsionado a este mundo loco. No se supo nada más de los bonos del pasado ni de triste herencia de dolor. Su historia, casi un mito, casi un tabú… hasta el presente, cuando han regresado tras romper los calabozos del olvido, para levantarse como un titánico ejército que quiere poner carácter y clama por el oro y el dinero que cada uno de ellos llegó a representar…. Pero, sobre todo, despertar la memoria colectiva y que cada mexicano recuerde por qué y de dónde salieron… que sepan la verdad, la gravedad de la infección de avaricia que debilitó los pilares sobre los que se construyó esta nación.
El club de la avaricia
El venezolano Rafael Villegas, comerciante caraqueño de 37 años de edad, había escuchado y luego investigado en internet casi todo lo que pudo sobre la existencia de un mercado de compra y venta para los bonos históricos mexicanos. Le sorprendió la variedad de títulos disponibles, los nombres peculiares, “Pink Lady LL”, “Orange”, “4 Presidentes”, “Arañas”, “Águilas Negras”… Pero la sorpresa mayor era leer los montos que ofrecían por aquellos viejos documentos. Los mercados secundarios son, grosso modo, un pequeño universo plagado de hombres y mujeres adictos al dinero y adictos a la adrenalina que surge —inevitablemente— cuando hablas de negocios que involucran 100 millones o hasta 100 billones de dólares. Mediante un contacto argentino, logró acceder a una pequeña “pandilla” de corredores de bolsa ilegales que actúan como intermediarios, buscando tenedores de bonos históricos mexicanos y tratando de contactarlos con compradores. Así consiguen su recompensa: comisiones que alcanzan las decenas de millones de dólares. Esta es la utopía más morbosa, más enorme y desbocada de la economía contemporánea. Era un grupo cuyo número variaba día a día. Tim en Florida, John en New York, Erick en Argentina, Calixto en Colombia; cada uno con múltiples contactos que, a su vez, tenían otros contactos y que convertían cada negociación en una maraña de nombres, nacionalidades y pugnas por comisiones. Y todo este circo funcionaba a través del software de comunicación, Skype. Si no usa Skype, jamás tendrá acceso a los mercados secundarios. A cada tenedor de bonos que se contactaba… bueno, a cada intermediario que decía estar “directo” con el tenedor de uno o más bonos, se le exigía un “full package”, que es un paquete de documentos que ayudan a validar el bono histórico. Este paquete contiene unos 10 documentos y es organizado por un abogado especializado en el tema (ahí se incluye una hoja de datos completos del tenedor del bono, desde número de pasaporte hasta número de cuenta bancaria; fotografías del bono junto a un diario del día, como prueba de existencia; carta de la firma de abogados, y dos elementos claves: genealogía y peritaje. Casi ningún “full package”, explica Rafael Villegas, incluía el peritaje porque contratar a la perito es muy costoso, “y por lo general se incluía al perito en los últimos pasos de la negociación, cuando frente a representantes del comprador, emitía su veredicto con respecto a la validez del bono”.
Y en cuanto a la genealogía, “es como una lista de todos los intermediarios, mandatarios y otros involucrados en la negociación de un bono en particular. Esta debía estar firmada por el dueño del bono y, luego, por el comprador”. En este punto es que la ambición tomaba posesión de los intermediarios, y no precisamente para beneficiar la transacción: “A veces la genealogía venía con 20 nombres de personas que ni yo ni mi grupo había contactado”, narra Villegas, “y todos pretendían cobrar. Ahí se derrumbaba el negocio”. Solamente armar el “full package” se traduce en una buena cantidad de dinero que el tenedor de los bonos debía pagar. Pero quien no arriesga no puede ganar… ¿cierto?
“Primero ganan los intermediarios financieros por las comisiones que obtienen precisamente por compensar las ventas entre los interesados, porque el dinero no se usa para inversiones diarias: se crea una burbuja al tener un pagaré sustentado por otro pagaré”, declara el doctor Raymundo Tenorio Aguilar. “Hay especulación con estos documentos que ya no tienen un respaldo tangible, sino que son simples papeles. Estaríamos presenciando un evento en el que nuevamente se podría desatar una crisis con la circulación de estos bonos que no tienen respaldo real”, apunta.
El venezolano Rafael Villegas recuerda que fue al ver cómo se le iba de las manos una posible transacción (porque sus contactos no estaban de acuerdo con la enorme cantidad de “fantasmas” que aparecían en la genealogía) esperando cobrar tanto como ellos, que decidió tomar un paso al frente… el paso que, quien está involucrado en los mercados secundarios, rara vez se atreve a dar. Se olvidó de la genealogía, se olvidó del mandatario (es una persona apoderada y representante directa del tenedor del bono), anotó el número telefónico del dueño del bono y le llamó (a pesar de que había firmado con anterioridad un acuerdo de que jamás haría algo así pero… la desesperación por convertirse en un magnate era más grande que cualquier lógica honorable). Rafael Villegas levantó el teléfono, preparó un discurso mental donde le aseguraría al tenedor del bono una transacción rápida y segura. Tras repicar varias veces, un hombre atendió la llamada. Su nombre… Gustavo Valencia, de Monterrey, México. Y su bono: un Pink Lady LL de la Deuda Interior Amortizable al 5 por ciento, con valor de 1000 pesos y fechado el 1 de octubre de 1899. Monto ofrecido: 100 millones de dólares…. Después de todo… Mmmm.. ¿qué podría salir mal?
¿Pero esto es legal?
En general, el tema en sí resulta incómodo para los economistas. Pero vale sincerarse: basta buscar en Google el término y saltan en el monitor de la computadora ofertas, propuestas, demandas de bonos históricos. Es algo real que despertó —nadie sabe por qué— desde hace algunos años; fue súbito. Estos bonos son instrumentos con los que se están realizando negocios de algún tipo. Pero, ¿qué dice el Banco Central de México? En comunicado público emitido por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y el Banco Central de México, se manifiesta claramente la postura oficial: “Atendiendo a numerosas consultas hechas a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y al Banco Central, se hace del conocimiento del público que los bonos de la deuda antigua emitidos por el Estado Mexicano entre los años 1850 y 1951, hoy día carecen de valor, ya que transcurrió la fecha máxima para su cobro, y no dan acción ni derecho alguno a su tenedor, lo cual ha sido confirmado por el Poder Judicial de la Federación. Adicionalmente, se informa que se han detectado diversas comunicaciones falsas relacionadas a los mencionados documentos, con la supuesta autenticación de servidores públicos del Banco de México, de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y otros órganos del Estado, utilizadas para defraudar a terceras personas, no obstante que dichas instituciones carecen de atribuciones para ello. Afirmamos que dichos documentos carecen en absoluto de valor, desde luego tampoco son válidos con garantía en operación alguna. No se deje sorprender ni sea víctima de un fraude”.
Rafael Villegas opina al respecto: “Es obvio que el gobierno de México bajo ningún motivo respaldará estos bonos… eso arruinaría la economía de ese país. Es como que a una pareja un día le toquen a la puerta 100 hijos desconocidos de 40 años de edad, pidiendo las mesadas de cuatro décadas. Es imposible de pagar. Y en realidad no importa mucho porque igual no se le está pidiendo al gobierno de México que pague nada”.
“El furor por estos bonos es relativamente nuevo. Hay bonos mexicanos respaldados por tierras que antes fueron mexicanas y ahora pertenecen a Estados Unidos de América, como Texas o California, que tienen grandes reservas internacionales de minerales, petróleo y recursos naturales… entonces, ¿quién debería pagar estos bonos?”, inquiere Aldo Vértiz, mexicano que se encuentra actualmente como intermediario en las negociaciones de diversos bonos históricos.
“En cuanto a calcular el valor de cada bono, existen varios mecanismos: se puede pasar la deuda del bono y de los intereses al vencimiento y convertirlos a gramos de oro; tomar el interés anual e indexar a la fecha. Otros toman como referencia las tasas de intereses judiciales y coactivos de cada año por la entidad tributaria del país”.
Luego vendría el proceso final, el más importante, y el más buscado: el cobro. Prosigue Vértiz: “Con base en esos valores actualizados, hay ofrecimientos por parte de plataformas financieras de PPP, o programas de alto rendimiento, para monetizar esos bonos mediante un arriendo del documento en programas de 40 semanas, con pagos del 1 por ciento del valor semanal. A las 40 semanas se habría pagado 40 por ciento del valor”, y esta salvaje fábrica de dinero con base en documentos que ni siquiera son avalados por el gobierno, puede repetirse al cabo de un año.
“Estos pagos tienen que ser usados para desarrollo social y para la ejecución de un proyecto que pueda ser industrial o social; utilizan los bonos históricos como colaterales, es decir, como respaldos financieros, y es aquí donde se genera la especulación y se dispara el precio a valores a veces inimaginables. Lo curioso es que todas las plataformas internacionales piden los mismos documentos que, en realidad, son muy pocos en comparación con los demás bonos históricos existentes en el mundo. Por ejemplo, tengo un ofrecimiento de compra de un bono “Águila Negra” de 27 500 pesos a 200 millones de dólares, pero los procedimientos de comprador y vendedor no se ajustan”, finaliza Vértiz.
La gran y única oportunidad
“¡Esta gente permanecía casi 24 horas pegadas al Skype!”, azota Rafael Villegas, refiriéndose a sus nuevos compañeros de negocios. “Muchos habían perdido sus empleos ‘normales’ y vivían de sus ahorros, o de sus esposas o parientes… era tal en afán por cerrar un trato, un deal, de bonos históricos mexicanos, que llegué a conocer personas con trastornos de salud: no se alimentaban bien, sufrían de migrañas, estrés. Mira, aquí esto no lo puede entender alguien que no ha pasado por la experiencia de tener cinco inversionistas al mismo tiempo ofreciendo cientos de millones de dólares por un papel viejo que tiene alguien en el otro lado del mundo. Uno comienza a soñar, ¿qué castillo me compraré? Adiós a mi viejo automóvil, bienvenido el ¿Ferrari? ¿Porsche? De pronto uno se pone ciego y lo que imagina es la vida que tendrá si cierra el bendito trato… pero pasa el tiempo y el día se hace más corto y todo se dificulta”.
Villegas contactó al tenedor Gustavo Valencia y fue tan honesto como pudo, le explicó que conocía a varios compradores (la realidad es que conocía a gente que decía conocer a compradores) que le pagarían el monto al que el aspiraba. Valencia le envío a Villegas el “full package” y todo estaba en regla, todo organizado. Valencia había heredado ese bono que permanecía en su familia desde su adquisición. Uno de los contactos de Villegas tenía la propuesta menos peligrosa y con más sentido: él estaba “directo” con una firma importante y respetada de abogados en Orlando, Florida. Y estos abogados estaban realizando operaciones con los bonos. Es decir, ellos organizaban un marco de seguridad para reunir comprador-perito-vendedor y que se ejecutara la transacción, todo por una comisión bastante solidaria.
Rafael Villegas planteó la idea a Valencia, quien accedió, antes de añadir: “Está bien, pero lo que no te he dicho es que tenía otra gente interesada. Un grupo americano me está ofreciendo ese monto, me han pagado un boleto de avión y hotel en Denver, Colorado. Hagamos algo, si no me gusta esa gente o no me conviene el negocio con ellos, acepto tu propuesta y viajo a Orlando”. Villegas saltó: “¿No te parece raro que te inviten a tí solo? ¿No llevas a nadie para tu seguridad?”. La respuesta de Gustavo desinfló las esperanzas del venezolano: “No, no es necesario. He hablado con ellos y suenan como buenas personas”. ¿Buenas personas? ¡Buenas personas! La gran noticia dentro de esta historia de sueños rotos y descomunal avaricia es que todavía hay individuos que creen en las “buenas personas”, aunque haya 100 millones de dólares por medio…
Al cabo de una semana, a mitad de la tarde de un miércoles, Rafael Villegas recibió una llamada internacional. Se sentó, encendió un cigarrillo (el primero tras haber dejado el vicio hace seis años), soltó una bocanada de humo, cerró los ojos, apretándolos con fuerza y, al otro lado de la línea, escuchó: “¡Me robaron!”.
La mujer más buscada
Un nombre, al hablar de los bonos históricos mexicanos, se repite con insistencia. El nombre de una mujer: la mexicana Martha Patricia Blanco Jiménez. Su actuación es clave en este intrincado proceso que involucra tantas cosas al mismo tiempo. La licenciada Blanco es, tal vez, la única perito en todo el planeta Tierra cuya valoración es aceptada mundialmente por tenedores y compradores de bonos históricos. Es decir: si esta señora dice que el bono es falso, tendrá tanto valor como un periódico de hace cuatro meses. Pero si lo declara auténtico… todo cambia. Lo cual le confiere una responsabilidad protagónica.
“En mi calidad de perito en Criminalística, Criminología y Documentos Cuestionados, conocí y traté con muchas personas en diferentes ámbitos”, explica Blanco Jiménez, “hasta que en una ocasión se me solicitó la elaboración de un dictamen de autenticidad sobre un bono histórico denominado “Bono del Tesoro” al 6 por ciento de 1913. Desconocía en aquel entonces de dichos documentos y me di a la tarea de obtener información y tener acceso a dichos bonos auténticos, con el objeto de realizar la confrontación de los diferentes candados de seguridad”.
—¿En qué consiste su labor? ¿Cómo saber si un bono es falso o verdadero?
—Para la determinación de la autenticidad de un documento es muy importante conocer el documento en sí, estudiar y saber exactamente cuáles son los candados de seguridad de cada uno de ellos, que son muy diferentes incluso dentro de un mismo tipo de bono, saber exactamente qué debe de tener y qué no debe de tener, como medidas en la impresión con ciertos rangos de seguridad, por la contracción de las impresiones por perdida humedad, que será diferente en cada documento de acuerdo a las condiciones en las que ha sido resguardado; espesor del papel, marcas de agua, sellos secos y un análisis de las tintas por espectrofotometría, pruebas de fluorescencia, tipos de impresión como impresiones Intaglio, el Guilloché, etcétera, determinación y análisis de las fibras que debe tener al microscopio, detección de tintas ferrogálicas o magnéticas, etcétera.
—De los documentos de esta clase que usted examina, ¿qué porcentaje de ellos es falso?
—En los últimos años se ha presentado un incremento en la falsificación de ciertos documentos que son los más solicitados por los valores que alcanzan, el porcentaje de documentos falsos en la actualidad es de un 40 por ciento a diferencia del porcentaje de unos cinco años atrás, que era de 5 por ciento.
—¿Por lo general usted realiza este trabajo en México o le ha tocado trasladarse a otros países?
—He realizado este trabajo en diferentes países como el principado de Lichtenstein, Macedonia, Luxemburgo, Alemania, República Dominicana, Estados Unidos, Panamá, Brasil, España, Guatemala, Suiza, El Salvador…
—¿Cuál es el bono más solicitado actualmente, o el que resulta más difícil de conseguir?
—Existen en la actualidad dos bonos que son los más solicitados y que al menos en papel alcanzan valores muy altos; uno de ellos es el bono denominado “Liberty Bond”, con denominación de $10 000 USD, y el otro es un bono mexicano denominado “Bono de la Tesorería General” al 6 por ciento, denominación $27 500 pesos, de 1843.
—Muchos tenedores de estos bonos esperan adquirir grandes cantidades de dinero al negociarlos, ¿esto no le coloca bastante presión al trabajo que usted realiza? ¿Ha recibido alguna vez algún tipo de amenaza o han ocurrido situaciones en la que su seguridad ehaya peligrado?
—No, definitivamente jamás he estado en una situación de este tipo, debido a que jamás y bajo ninguna circunstancia me he involucrado en la compra o venta de documentos, jamás he recibido una comisión por la venta de un documento o cualquier otro tipo de dádiva. Siempre me he conducido con honestidad y me han quedado claro los límites de mi trabajo; después de realizar un dictamen de autenticidad no se qué es lo que pasa, ni con el tenedor ni con el documento.
—Considerando que son bonos de deuda pública de un país (México), no se supondría que el perito de este tiene que ser alguien avalado por el gobierno de México?
—Todos los peritos en México que exhibimos una cédula y un registro estamos avalados por el Código de Procedimientos Penales, la Ley de la Defensoría, la Constitución Mexicana, etcétera; estamos avalados por el gobierno mexicano, de lo contrario estaríamos cometiendo fraude, esto sería un delito grave. En mi caso me encuentro autorizada y lo he hecho en muchas ocasiones al opinar en casos de homicidio, ante una autoridad judicial, eso es una prueba fehaciente del respaldo que tenemos los peritos por parte del gobierno mexicano. Las entidades que en su momento emitieron bonos de deuda pública, como sería el caso de la Secretaría de Hacienda, no autorizan de manera exclusiva a peritos que avalen un bono histórico mexicano, ya que esto daría pie a una validación y un reconocimiento de la deuda de forma inmediata por parte del gobierno mexicano, y esto no es así, ya que los bonos históricos están considerados como tal, como bonos históricos, y no existe un reconocimiento de dicha deuda. N